viernes, 31 de diciembre de 2010

Esperanza y más palabras

Esperanza y palabras. Parecen un débil asidero y un escaso anhelo ante el sueño de la muchedumbre, que sopla el cuerno de la abundancia para el inmediato tiempo venidero. Un sueño del que muchos despiertan apenas desaparecen uvas y burbujas por el abismo de la garganta y que otros conservan con el envoltorio del deseo hasta que las hojas del calendario se agotan e invitan de nuevo al sueño. El mismo punto de partida, con distintos dígitos.
No. Definitivamente, no son tiempos de esperanza. Y para muchos las palabras ya están gastadas. Y aún así apuesto por no renunciar a ambas. Deseo esperanza para los desheredados, a sabiendas de que demandan algo más tangible. Y deseo esperanza para aquellos que creen haberla perdido, cuando en realidad lo que han perdido es una razón para tener esperanza.
De igual manera, deseo que conservemos los baúles de las palabras. Que los abramos y extraigamos de ellos aquellas que necesitamos para expresar alegría, desazón... todas las que sean necesarias para comunicarnos. Porque las palabras no se gastan, es la ausencia de hechos que las acompañen lo que nos hace dudar de su utilidad y de su vigencia.
En este tiempo de desencuentros y contradicciones que es la Navidad, cuando 2010 agoniza y 2011 es una caja de incertidumbres, donde caben todo y nada, escribo este mensaje de esperanza y palabras para aquellos que deambulan conmigo; y también para aquellos que nunca pisaron el callejón, pero que contemplan el mar, real o imaginario, esperando esa botella a la deriva, que ni siquiera hoy es necesaria porque la hemos sustituido por la Red, con las palabras escritas por una persona desconocida.
Quizás no se vea el horizonte, pero merece la pena seguir mirando.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La hija del agua

No creo en superhéroes, más allá de la ficción, pero estoy dispuesto a creer que en estos tiempos estamos necesitados de comportamientos heroicos. De sucesos que se salen de la rutina y que nos muestran grandeza y miseria a partes iguales. Y también nuestra fragilidad y vulnerabilidad.
Ha ocurrido esta semana. En la isla de Alborán, frente a la costa andaluza. De nuevo una patera y una vez más, la Guardia Civil del Mar. Nada que ver con lugares exóticos o interplanetarios, naves con últimas tecnologías y velocidades de vértigo o superhéroes de vestimentas imposibles y superpoderes.
Menores y mujeres embarazadas a bordo y un bebé recién nacido. La nave a la deriva y frente a ella, rocas de aristas afiladas como finos dientes dispuestos a morder su presa. Y como única esperanza, una embarcación de salvamento y un puñado de guardias civiles.
Parece de película, pero es real. Un guardia civil, Carlos Trujillo, que se arroja al agua con un cabo de cuerda y nada hasta la embarcación de goma, sin gasolina y con 33 personas a bordo. Primero, los niños y luego, las mujeres. Y por último, los hombres.
En ese orden establecido sobre las aguas son rescatados uno a uno. La primera en abandonar la patera será la pequeña recién nacida, casi 4 kilos de peso y claros síntomas de hipotermia. Otro guardia civil, Carlos Puche, recoge a la pequeña, inmóvil y amoratada, y la pega a su pecho para darle calor. Un abrigo de dos horas, lo que dura la travesía hasta la costa, que mantiene con vida a la pequeña.
Esta vez hubo un final feliz. Todos a salvo. La pequeña por decisión de sus padres, ambos viajaban a bordo de la patera, se llamará Happiness (Felicidad). Aunque también podía haberse llamado Hope (Esperanza) o Lucky (Suerte).
Ignoro si habrá condecoración o reconocimiento oficial para el comportamiento heroico de estos guardias civiles. Lo merecen. Puede que ellos piensen que sólo hacían su trabajo, que cumplían con su deber; algo que en los tiempos que corren y trasladado a otros ámbitos de poder y representación parece una excepción.
También me gustaría pensar que esta hija del agua tendrá un futuro alejado de la miseria y de la falta de oportunidades y que algún día podrá contar que ya no existen viajes al paraíso convertidos en un infierno. Porque Occidente comprendió que era mejor invertir en vida, que clavar las tapas de los ataúdes.

... y quebranto


El penúltimo adiós. La despedida del quebranto. Estrella de agua, cielo, tierra y fuego. Desgarro del corazón. Lágrimas del alma. Granada se estremece. Sueña Morente.

martes, 14 de diciembre de 2010

Llanto por Enrique Morente

La muerte se ha llevado la voz de plata del duende, para que le cante al oído poemas de García Lorca y de Miguel Hernández. El Albayzín derrama lágrimas que bajan como campanillas tintineando por las calles empedradas. Y hasta Omega, la o griega, ha quedado huérfana.
Hablar de Enrique Morente o de Miguel Ríos en Granada son palabras mayores, pues se reparten cumplidos como artistas y como personas. Y hoy del Sacromonte al Generalife, del Paseo del Darro a la Plaza Bib-Rambla el aire sopla la mala nueva y deja en los labios una plegaria, a sabiendas de que ha mermado la sal de la tierra.
Ciego el sol, las nubes tapan esta noche la Alhambra y la luna esconde la cara en los neveros de Sierra Nevada, quizás buscando el quejío que ya no traerá el alba.
Morente se ha ido de forma prematura y todo apunta a impericia profesional, aunque la muerte no entiende de las estaciones de los hombres. Llega y te lleva, con anuncio previo o sin aviso. De frente o a traición. Irremediablemente nos silencia.
Descansa el maestro. Llora Granada. Enmudecen las voces búlgaras. Se para el tiempo de los gitanos. Y la aflicción es ahora el visible patrimonio del flamenco. El llanto augura el duelo. Y después, el silencio.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Share

Descubro, puede que con algo de asombro, estupor o perplejidad, que algunos necesitan de público (y no me refiero al diario del mismo nombre) para sus manifestaciones privadas y públicas.
Hasta ahora pensaba que esa demanda de audiencia pertenecía a otros ámbitos como los medios de comunicación o los espectáculos de cualquier índole, especialmente los deportivos y los culturales. Pero ignoraba que los ciudadanos anónimos anhelan su propio share.
Comprendo que el espejismo del éxito se ha instalado en esta sociedad, impulsado por televisiones sin complejos, que emulando al Dr. Frankenstein crean sus propios monstruos y los exhiben hora tras hora y cuantos más días mejor a través de la pantalla del televisor.
Entiendo que las cabezas erguidas se deslumbran con el sol y no alcanzan a ver los pies de barro de esos ídolos prefabricados, cuya caída es estruendosa, pero que rápidamente son sustituidos por otros becerros de oro con la misma fragilidad en los remos.
Necio de mí. Cuando surgió El Callejón del Gato sólo fue una tabla a la que asirse en mitad del oleaje. Un papel en blanco en la pantalla del ordenador que me permitía abrir el baúl de las palabras y dejar que se airearan. No pensé, ni por un instante, que al nacer el blog, su alumbramiento, su gateo, sus primeros pasos… estarían expuestos en la Red al alcance de cualquiera que entrara en el callejón. No pensé en la posibilidad de que alguien leyera lo ahí escrito, porque me apremiaba la necesidad de escribir.
Ese apremio, mi egoísmo, sólo me permitió ser consciente de que mis maullidos serían inevitablemente una fusión de lo personal y lo profesional, y me llevó a ignorar la figura de lector y su posible existencia.
Ahora descubro que algunos cuentan y recuentan. Lo propio y lo ajeno. Lo escrito y lo comentado. E incluso se cuestionan la rentabilidad de la página que nos da cobijo. Demasiado para quien se limita a mantener abierto el callejón, a deambular y maullar a su libre albedrío.
No soy gato persa que gusta ser exhibido y necesita ser admirado. Y tampoco macaco predispuesto a las monerías en función del público concitado y la posible recompensa. Soy gato de callejón, y si hay amenaza de cierre por desidia o ausencia de concurrencia, maullaré desde tapia o tejado.

martes, 7 de diciembre de 2010

Tardes de mesa camilla y brasero


Llueve. Las tardes de lluvia en otoño son una invitación a la melancolía. Recuerdos de castañas asadas, vendedoras y cartuchos de papel de periódico, y de hojas secas en las aceras de Madrid. Y también, tardes de brasero y mesa camilla en Jaén.
El olor a café recién hecho escapando de la cocina. Churros, magdalenas de las monjas, ochíos o tortas de manteca. La merienda como una tradición, pero también como la excusa de cada tarde para sentarse alrededor del brasero y alzar las faldas hasta casi tapar el cuello.
La voz de mi abuela sobresaliendo entre el resto de las voces. Sentada en el sillón de orejeras, repartiendo, departiendo e impartiendo. Como un mariscal en el campo de batalla. Pero más pendiente de la intendencia entre la tropa de chiquillería, que de estrategias o movimientos envolventes para ganar la batalla. Sólo beligerante para que cada uno tuviera su taza de cacao y bollo o churro que sumergir en ella.
Firme en su negativa a que echáramos una “firma” con la rasera en el brasero de picón. Y condescendiente cuando de forma excepcional permitía a alguno de los nietos echar esa “firma”. Entonces, con mayor o menor presteza, en la mayoría de las ocasiones torpemente, desde las manos infantiles la rasera de hierro se hundía en el picón para avivar las brasas y poblar el brasero de rojas estrellas incandescentes. Un brillo tan intenso como el de nuestros propios ojos.
Después vendrían los braseros eléctricos. Con dos y hasta con tres resistencias. Cuyo único aliciente para un niño era apretar el botón que encendía la segunda o la tercera y ver como rápidamente cambiaba su color hasta un vivo anaranjado. Nada que ver con el logro de remover el picón y el resplandor del rostro al conseguirlo.
Y también pasaríamos después con naturalidad del cacao al café con leche. Aquel café que mi abuela y yo siempre concebimos con la leche caliente, frente a mi hermana y mis primos que aún hoy lo prefieren mezclado con leche fría. Una diferencia de temperatura que podría parecer insignificante, pero que en realidad establece la distancia entre la pausa que actúa de antesala a una conversación y la premura que la sesga antes de que se produzca.
El café, su olor y su sabor, siempre me traen el recuerdo de mi abuela. Y las tardes de lluvia, ausentes hoy mesa de camilla y brasero, me golpean la memoria. Hoy las casas están más caldeadas, pero es como si hubiera menos calor en ellas.
Foto: El resurgimiento del brasero. L.C, publicada en Diario Hoy de Extremadura.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Aviones plateados

Me gusta viajar en tren, porque me brinda la oportunidad de convertirme en un espectador ante la vida pasando frente al cristal y ante esas otras vidas deslizándose por los pasillos o recluidas en los asientos. Pero mis viajes casi siempre están sujetos a la esclavitud del tiempo, por lo que el automóvil es mi primera opción.
Hubo un tiempo en que frecuentaba los aeropuertos. Lo hacía como viajero, y ahora cada vez más como acompañante para despedir o recibir a los que vuelan. Me fascinan los aeropuertos. Recuerdo que cuando era pequeño mi padre me llevaba al de Barajas. Pegaba las manos y la cara a aquella enorme cristalera y contemplaba a aquellos enormes pájaros despegar y aterrizar. También veía como atrapaban y soltaban a los viajeros por aquellas escaleras que parecían lenguas metálicas. Y los autobuses que los llevaban a la terminal y los convoyes del equipaje, ambos tan minúsculos como yo en comparación con aquellos pájaros plateados. En realidad, tras aquella cristalera era como un pez en su pecera, mirando el mundo sin ser consciente de sus dimensiones.
Los aeropuertos son como torres de Babel. Pero es más que probable que hayan traspasado el rubicón de la torre para convertirse en auténticas fortalezas. Casi ciudades, donde la vida gira en torno a esos pájaros metálicos, a cuya sombra han ido surgiendo castas profesionales.
Ahora una de esas castas ha hecho desaparecer los aviones plateados de los cielos. Los ciudadanos casi al unísono hemos adquirido la condición de viajeros, aunque para algunos el desplazamiento no diste más de los metros que separan el salón de la cocina. Y el grito contra la casta ha sido unánime.
Hemos pasado de pedir que no nos controlen a clamar para ser controlados. Despreocupados hemos celebrado la llamada y la presencia del Ejército para meter en cintura a la casta, sin pensar en que eso tiene un precio y que convendría agitar las conciencias y la memoria para recordarle a ese Ejército que no es un salvapatrias y que está al servicio de la sociedad civil.
Los estados de alarma o emergencia en un país tan proclive al intervencionismo militar pueden prender malos pensamientos en el unidireccional cerebro de la caverna. Ya se que ahora no soplan vientos de intervencionismo, pero la amenaza siempre estará ahí. Del mismo modo que se que no es comparable, pero no puedo evitar recordar que una huelga de camioneros fue el preámbulo o la excusa del golpe de estado contra el presidente Allende, en el Chile democrático de sueños de libertad y alamedas.
Son otros tiempos. Y sin embargo, los privilegios prevalecen. La respuesta gubernamental ha sido contundente. Inesperadamente contundente. El siguiente paso debería ser poner coto a esos privilegios. Sólo es cuestión de voluntad. Pero sería muy difícil explicar que se acoten los privilegios de algunas castas y que se mantengan otros, los de los mismos políticos sin ir más lejos, los de la Corona, los de los prestamistas con usura…
Siempre que vuelvo a Barajas mis ojos buscan aquella enorme cristalera. Aquella jaula de cristal donde yo permanecía pegado a su pared e ingenuamente creía que aquellos aviones plateados eran libres para aterrizar y despegar como los pájaros. Oigo en un informativo la frustración de una madre porque su pequeño no podrá subir al avión. Era su primer viaje en uno de esos pájaros de metal. Pienso que quizás como yo cuando era niño al menos habrá disfrutado del espectáculo de despegues y aterrizajes con las manos y la cara pegados al cristal. Y pienso en cómo deberían pagar aquellos que han roto su ilusión.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Una de terror

Las secuelas de algunas películas de determinados géneros cinematográficos solían titularse como “El regreso de….”. Era habitual en películas de capa y espada, del oeste o de terror, en muchas de serie B e incluso en las de Tarzán o las de Fumanchú.
Era obvio el deseo de retorno en todas ellas, pero no quedaba claro si esa necesidad de regresar correspondía al director, al hombre mono o a los zombies o simplemente era una “brillante y original” propuesta de los estudios o un alarde de los traductores.
El paso del tiempo ha traído avances tecnológicos y mucho dinero para la producción y realización de nuevas películas, pero en el trayecto no se perdieron las ganas de retornar ni la originalidad de los títulos y muchos siguieron regresando. De modo que parecía que no se hubieran ido nunca.
Y aunque es cierto que ese regreso creaba expectación, no es menos cierto que en la mayoría de las ocasiones nunca se cubrían las expectativas y la secuela era previsible y prescindible.
Crecimos viendo esas películas, inconscientes de que la realidad supera a la ficción y de que lo terrible no es que regresen Godzilla o el abominable Hombre de las Nieves, sino la amenaza de que lo hagan aquellos que creíamos mutados en jarrones chinos y por tanto, en apariencia inofensivos.
Ahora descubrimos que además de la llamada de la selva suena poderoso el imaginario grito de demanda de la patria. Inconscientes. Hemos estado en un tris de pasar de disfrutar viendo La leyenda del indomable a estremecernos con El regreso del innombrable.

martes, 30 de noviembre de 2010

El fenómeno Wikileaks

En tiempos de crisis no es de extrañar que el periodismo también esté sumido en ella. Aunque lo cierto es que la crisis periodística fue previa a la económica y esta última sólo ha contribuido a la precariedad laboral de los periodistas y al debate sobre el soporte informativo en detrimento de la discusión sobre la calidad de la información.
Al albur de esta situación van apareciendo varios fenómenos, unos de claro ámbito periodístico, como Periodismo Humano, y otros, más que discutibles, como Wikileaks, que se agrupan bajo la etiqueta de Periodismo Ciudadano y que hallan cobijo en la red.
Ya he dejado constancia en alguna ocasión de mi apoyo a proyectos alternativos como el primero, del inequívoco periodista, Javier Bauluz. Sin embargo, el segundo, que ocupa ahora las portadas de los diarios mundiales de prestigio y provoca una cierta conmoción en los círculos de poder, dista mucho de ser un fenómeno periodístico, aunque su escenificación pudiera aparentarlo.
Wikileaks es más una fuente de la noticia que un medio de comunicación. Y yo diría que ni eso, porque la realidad es que no pasa de ser un instrumento que mantiene en el anonimato a la fuente original de la información y necesita de los medios de comunicación y de los periodistas profesionales de estos medios para hacer legible esa información y trasladarla a los ciudadanos. Por lo tanto será un elemento prescindible en el momento en el que los periodistas tengan acceso directo a la fuente de la noticia; algo que hoy más que en el haber de Wikileaks está en la arbitrariedad de la propia fuente al realizar la filtración y en las políticas de ocultación de información practicadas de forma rutinaria por los gobiernos.
No hay dudas de que las filtraciones conocidas hasta la fecha, a través de la web de Wikileaks (www.wikileaks.org), proceden directamente del entorno o de la propia Administración USA, la de Bush Jr. o la de Obama, o ambas. Lo que sumado al equívoco responsable visible de Wikileaks, Julian Assange, me genera más interrogantes que certezas. En particular sobre quién se esconde detrás de esas filtraciones, con qué objetivo se realizan y quién y cómo verifica la autenticidad de los documentos hechos públicos. Interrogantes que la transparencia informativa de los gobiernos, especialmente el estadounidense, despejarían.
Respecto al contenido difundido hasta la fecha (la dosificación o efecto cuentagotas impiden un análisis más exhaustivo) me atrevería a asegurar que su principal valor reside en el testimonio documental más que en la propia información. Que no es poco y más para un periodista. Como ejemplo sirva la difusión del contenido de los cables, supuestamente intercambiados entre Washington y las embajadas estadounidenses en varios países del mundo, incluido España. Una información que de ser cierta vendría a confirmar algo que está en la mente de todos sobre el proceder estadounidense en el resto del planeta; y que sin duda contribuirá a derribar el mito de la “estupidez yankee” o a convertirnos a todos en estúpidos, al descubrir que los estadounidenses piensan exactamente igual que nosotros sobre la mayoría de los líderes mundiales y lo expresan con la misma frivolidad.
Es obvio, pero conviene dejarlo claro para evitar interpretaciones torticeras, que no estoy en contra de la difusión de la información y de la transparencia informativa (sin ir más lejos en España aún desconocemos casi todo sobre las denominadas “cloacas” del Estado), pero ambas no deben confundirse con la publicación masiva de documentos y mucho menos denominar a esto periodismo.

Nota.- Mi solidaridad y afecto para la familia de José Couso y con sus repetidas peticiones de JUSTICIA. De confirmarse la autenticidad de lo publicado (que parece ratificada con la comparecencia pública de la Secretaria de Estado USA, Hillary Clinton), los gobiernos de Aznar y de Rodríguez Zapatero deberían empezar a dar explicaciones, comenzando por definir qué es la justicia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cicatrices

Hay quien gusta de presumir de cicatrices. De las que se dibujan en la piel. En algunos casos por el mero hecho de haber sobrevivido. Y en otros, como simple recordatorio de lo acontecido, un accidente, una intervención quirúrgica, un percance profesional, una noche canalla… Pero hay cicatrices de las que no se presume, esas cuyas costuras en la piel son la memoria del horror y aquellas otras que no se ven.
Esas cicatrices a pesar de no ser visibles se reflejan en ocasiones en el rostro, en los gestos y hasta en el andar. Creo que tienen cura, pero ignoro el tiempo necesario para cerrarlas y se que tienden a abrirse más de lo deseado. Puede que algunas devoren una vida para ser sanadas y por tomar distancia con el optimismo reconozco que algunas probablemente no se cierren nunca. Por eso muchas personas aprenden a vivir con ellas.
Las heridas que las produjeron son profundas y dolorosas. Tanto como la sima del miedo cuya puerta abrieron a las víctimas. Y sí, son necesarias manos y escalas a las que asirse para no ahogarse en esas profundidades. Y también es necesario romper el silencio. Y aún así no hay más juez o más médico que el tiempo.
De nada o de muy poco sirve el día señalado en el calendario una vez al año o el voceo del catálogo de los horrores, cuando el parlamento no alcanza para soluciones y hay conformidad simplemente con plasmar el momento; dejando huérfano el calvario de los 364 días restantes y apenas aplicando un bálsamo en las cicatrices de la piel, en esos costurones agarrados a ella como un ciempiés, y contribuyendo a la invisibilidad de las restantes.
Individualmente no somos responsables. Sólo lo es el que hiere, golpea, maltrata y asesina. Pero colectivamente participamos en colocar las piezas de ese puzzle cuya imagen completada nos degrada como sociedad; porque entre esas piezas están las de la justificación, las del silencio, las de las excusas, las de mirar a otro lado, las de la broma simpática y dañina… incluso las de hurgar en la herida, las que la abren y la hacen sangrar de nuevo.
Cuentan que hay quien gusta de no borrar las cicatrices del rostro porque imprimen carácter o por ser la marca externa de una estancia en el infierno, pero nunca escuché a alguien que confiara en construir el futuro con las cicatrices del alma. Quizás porque más que aprender a lamernos las heridas, deberíamos apostar por educarnos para que no se produzcan. Nunca hubo cicatrices sin heridas.

martes, 23 de noviembre de 2010

Revoluciones de salón

Ya se que no están los tiempos para revoluciones de salón. Y también que es difícil, a pesar de Internet, proclamar la rebelión desde el sofá. Y sí además quien lo hace es un ex futbolista de élite, es decir, de esos con ingresos millonarios inalcanzables para el común de los ciudadanos, no parece que la propuesta vaya a sumar muchos adeptos.
Pero tampoco nos engañemos, precisamente la inestabilidad de estos tiempos y la ausencia de referentes y de líderes mundiales capaces de manejar el timón y llevar la nave a algún puerto, son caldo de cultivo para que cualquier propuesta ajena a los cauces oficiales se difunda y sobre todo para que cualquier personaje pueda ser contemplado como un nuevo Mesías; al margen del mensaje emitido y de sus consecuencias.
Es innegable que castigar a las entidades financieras, como máximos exponentes del actual modelo económico occidental y como iconos responsables de la crisis, es algo a lo que nos apuntaríamos voluntariamente la mayoría de los ciudadanos, por la vía pacífica de la retirada de los fondos depositados en ellas e incluso por la menos pacífica del bidón de gasolina.
Pero a pesar de lo atractivo en este plano de la propuesta de Eric Cantona de retirar el próximo 7 de diciembre nuestros ahorros de los bancos, albergo serias dudas de que sirva para algo más allá del mero testimonio.
Cantona, antes de fichar por el Manchester United, jugaba en el Leeds con el pequeño y pelirrojo escocés Gordon Strachan, donde conjugaba efectividad goleadora con un endemoniado carácter. Imagino que ese carácter y sus ganas de provocar han primado más en su proclama que sus virtudes como goleador; supongo de compleja aplicación en el día a día más allá de los rectángulos de juego.
No creo que desconozca el ex futbolista francés que sería suficiente con que los gobiernos actuaran con contundencia ante los desmanes financieros y que cuajara aquella propuesta, ya dormida en las hemerotecas, del presidente de su país de refundar el capitalismo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Fantasmagorías

Ayer la niebla jalonaba la carretera casi los más de 40 kilómetros que separan mi casa de la universidad. En algunos tramos incluso parecía engullirla. De modo que la vista no alcanzaba para ver más allá de unos metros, hasta topar con una cortina blanca y densa, rasgada ocasionalmente por las luces de los faros de los vehículos que iban en dirección contraria a la mía.
No es agradable conducir con niebla. Y sin embargo, hacerlo encierra un placer visual y perceptivo único. La propia carretera, las escasas construcciones ubicadas en sus inmediaciones y sobre todo, los campos de olivos. Fantasmagóricos. Con la niebla arrastrándose por la tierra, enroscándose en los troncos y ascendiendo hasta la copa de los árboles para blanquear el cielo. Igual que el humo del cigarro de un fumador juguetón y habilidoso dibujando espirales en el aire.
La niebla reduce el campo de visión y por momentos, parece borrar el paisaje, transformándolo en un lienzo casi irreal, en una atmósfera de ilusión, que a su pesar no puede evitar que ese manto blanco nos produzca una parcial ceguera. La misma que produce el humo de un incendio.
Hay quien parece vivir entre una niebla o un humo constante. Quien prende fuegos sin calcular la mecha y la carga explosiva y luego se sorprende del resultado. Hay quien huye de la fantasmagoría para esconderse en la privacidad. Pero los límites de ésta cada vez están más desdibujados y cuando se franquean, algo reprobable pero habitual, mostramos nuestra desnudez y exhibimos, involuntariamente, nuestras miserias.
Las cámaras, despreocupadas pero encendidas; los micrófonos, inmóviles pero abiertos, son las manos invisibles que nos desnudan. En un intervalo imperceptible, que a posteriori muta en un tiempo inacabable, liberamos la lengua y exhibimos lo mejor o lo peor que escondemos en el cerebro. Quedamos retratados. Como si se disipase la niebla.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Flamenco universal

El flamenco siempre me ha parecido un quejío de voz y guitarra, arropado con tacones y palmas. Un arte que, como tantas otras cosas, no admite término medio, o te gusta o no lo soportas. Y si te gusta, te pondrá el vello de punta, la piel de gallina y un pellizco en el alma.
Cante jondo que transita de igual modo por la calle de la amargura que por el jardín de la alegría y lo mismo bracea por el río de la vida que por el mar de la muerte. Siempre con profundo sentimiento. Y sobriedad. En ocasiones, desmesurada sobriedad; un cantaor o cantaora a pecho abierto y el rasgueo de los dedos en las cuerdas de la guitarra, con la espalda y los costados descubiertos.
Ayer, tras fallidos intentos y acompañado de un deslavazado popurrí de tradiciones (cetrería, dieta mediterránea, la Sibila y los Castells), el flamenco fue reconocido Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Ahí es ná.
Ignorante de mí, que aún confundo algunos palos, porque siempre creí en su carácter patrimonial y universal. En Casa Patas, en Cabestreros, en el Manuela Malasaña, en la Peña Flamenca o en el Festival de Pegalajar… siempre lo contemplé como una expresión popular a través de la cual se impartía magisterio.
En su día, Juanito Valderrama defendió y luchó por la creación de una Cátedra de Flamenco en la Universidad. Y esta mañana, el presidente de la Junta de Andalucía anunciaba su intención de llevar el flamenco a las aulas. Un poco tarde, cierto; como este reconocimiento, gratificante y oficial, pero escasamente necesario, que ha evidenciado una vez más la catetez con que es contemplada esta tierra más allá de Despeñaperros; por la mala praxis del periodista esclavo de los tópicos, y como habitualmente puede comprobarse con las declaraciones salidas de tono de los políticos de turno modelo Puigcercós o Aguirre.
Ese colega de profesión que sin rubor, supongo que por confundir flamenco y sevillanas o por meter ambos en el mismo saco de música raíz, conecta con Sevilla para jalear el reconocimiento, dejando en el olvido a Cádiz y supongo removiendo las entrañas del Torta, Terremoto, la Perla, la Paquera, Chocolate, Mercé o de aquel al que llamaban Camarón; relegando también a ese olvido a los guitarristas gaditanos Pepe y Paco de Lucía o Manolo Sanlucar, al onubense Paco Toronjo, al granadino Morente, al cordobés Fosforito, a la jiennense Carmen Linares o al guitarrista almeriense Tomatito…, por citar a algún flamenco que no es sevillano y por dejar constancia del ámbito geográfico andaluz. Sin menosprecio de Sevilla y de aquellos cantaores que como Mairena, Caracol, la Niña de los Peines, el Cabrero o el Lebrijano si son sevillanos.
Ese deplorable ejercicio de la profesión tiene continuidad obviando que, junto a Andalucía, Extremadura y Murcia han presentado la candidatura del flamenco para este reconocimiento. Como si Porrina de Badajoz o el Festival del Cante de las Minas no hubieran existido.
Podría extenderme a otros territorios que han alumbrado figuras memorables a este arte (Farina, el Príncipe Gitano o los más recientes Poveda y el Cigala), pero sólo serviría para reflejar la mencionada universalidad del cante jondo y reforzar esa percepción patrimonial.
Si ha de servir para algo, bienvenido sea este reconocimiento al flamenco. Que corran tiempos de alegría. Y al hilo, permítanme dos recomendaciones: Cantes flamencos, de Antonio Machado Álvarez, padre de los poetas Antonio y Manuel; y la revista Candil (si encuentran algún número atrasado), editada por la Peña Flamenca de Jaén y referente en el mundo del flamenco.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sahara

Las jaimas son las velas de los barcos de anhelos de patria varados en la arena. En tierra de nómadas, un mar de opresión tiñe la arena de sangre. La campana de la memoria tañe por la libertad, un sueño de lunas y estrellas, y no se silencia ante aquellos que fortifican coartadas en el aire. El presente son las lágrimas del pueblo que es y del país que será y el futuro ve la luz en el vientre de las mujeres del Sahara.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Promesas

Decía Tierno Galván que los programas electorales son para incumplirlos. Una afirmación que también podría aplicarse a las promesas. Aunque no parezca recomendable.
Hay quien tiende a prometer, incluso lo imposible, a sabiendas de que incumplirá su promesa; pero también, hay quien promete y no cumple por las circunstancias, de cualquier índole.
Por ello, trato de prometer poco, y cuando lo hago, cumplir. Aún siendo conocedor de que en mis 7 vidas también hay promesas incumplidas, alguna pagada a precios fuera de mercado y otras, dormidas u olvidadas.
Ayer cumplí una de aquellas que ni dormía, ni había olvidado, ni demandaba peaje alguno, y sólo las circunstancias me habían impedido satisfacer. Ayer pisé las calles de Madrid nuevamente. Sin premeditación. Ignoro si por el capricho del destino empujando nuestros pasos o por algún sortilegio o acto de brujería ajeno a la comprensión y el conocimiento de un felino. Lo cierto es que regresé al Callejón del Gato y al fin, los espejos cóncavos y convexos de Don Ramón María atraparon nuestras muecas.
La risa me sigue pareciendo un bien impagable. Y cuando quien la esboza es capaz de hacerlo, tanto en plaza imperial como en el más bravo de los callejones, y a pesar de venirle mal dadas y acompañadas de su correspondiente dosis de sufrimiento, me parece que no todo está perdido.
Reír a contracorriente es una forma de evitar que las nubes cubran la mirada. Contagia. Y deja que la esperanza inunde los resquicios invisibles que creemos tapados por la desazón. No hay espejo, cóncavo o convexo, capaz de resistirse a ese reflejo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Paisaje de la vida

Los hospitales, los tanatorios y los cementerios forman parte del paisaje. En ocasiones pasamos junto a ellos como si no existieran o como si tratáramos de hacer que no existen. Nadie dice que tengan que gustarnos. Pero al contemplar ese paisaje están ahí, como un elemento más de ese enorme y desproporcionado lienzo que es la vida.
A lo largo de esa vida, la mirada varía y de la curiosidad y la ingenuidad infantil pasamos a verlos como algo inevitablemente unido a la muerte. Son los mismos ojos, pero el conocimiento, la experiencia, el transcurrir de los años nos confunden y aunque esos elementos del paisaje son los mismos, creemos que los vemos de forma distinta. Y no es cierto. Lo que cambia es nuestra percepción sobre ellos.
Hace unos años, un amigo de más edad que yo ya me puso sobre aviso, a partir de ahora me dijo esto es lo que te espera. Esta semana, otro amigo corroboraba la certeza, cada vez vamos a menos bautizos y bodas y visitamos con más frecuencia el tanatorio.
Y esas despedidas, hasta que llega la propia que a los efectos y pese a los egos es la menos dolorosa, son una forma de aprendizaje; en la que asumimos distintos roles, dependiendo de nuestra relación con esos nuevos pasajeros de Caronte. Sin embargo, cada una de esas despedidas supone una reflexión, individual o compartida, sobre el significado de la vida y sobre cómo vivimos. Nuestra propia dinámica, las prisas que hoy marcan las vidas de las sociedades occidentales, nos impiden creer en el resultado de esa reflexión y por supuesto, su aplicación es una mera utopía.
Noviembre, en su despuntar, es el mes de la muerte. Y esa celebración, ese culto, paradójicamente, supera al de la vida. La irreflexión y el culto a la muerte son pinturas de la paleta con que se pinta ese paisaje de la vida; aunque me temo que no aportan al lienzo más colores que el gris y el negro.

martes, 26 de octubre de 2010

Pobrecitos


Pobrecitos hay muchos repartidos por el mundo. Y sin embargo, uno de los más grandes o al menos de los que hicieron gala de esa presunta carestía se paseaba por La Villa y Corte. Romántico y de magistral pluma, ignoro su verbo, aunque lo imagino a la altura de esa pluma. Se llamaba Don Mariano José de Larra, conocido también por Andrés Niporesas, Fígaro o El pobrecito hablador.
Hoy no he podido evitar recordarlo. Y tras no demasiadas vueltas he llegado a la conclusión de que la calificación de pobrecito no desmerece y que lo realmente doloroso e intencionado es el complemento. Sin duda, su uso tiene como objeto zaherir, hacer chanza de aquel al que va dirigido; lo que no impide que en ocasiones a la par que veja a éste retrata al que alardea de verbo.
Ese retrato, que más que pintura bien pudiera ser una instantánea, recibe los parabienes o las críticas de seguidores y detractores. De modo que entre flores y venablos envenenados se corre el riesgo de distorsionar la imagen y perder la perspectiva.
Ha ocurrido, testimonialmente, con el Nobel concedido a Mario Vargas Llosa, cuando sus detractores perdían la perspectiva para olvidar el carácter literario del galardón otorgado y dejando a un lado su indiscutible calidad literaria lo creían desmerecedor del mismo por cuestiones ajenas a la literatura tales como ideas o creencias.
Y ocurre hoy con Arturo Pérez Reverte, que obviamente carece de la calidad literaria de Vargas Llosa y por supuesto de su savoir faire. De igual manera que es conocida su labor periodística, por aquellos que compartieron etapa con él en la televisión pública española y en particular, durante la Guerra del Golfo, cuando sus crónicas eran más propias de una representación teatral que del género periodístico.
Le ha ido bien como periodista y escritor. Y supongo que eso le hacer ir un poco sobrado por la vida y tirar de palabras gruesas para que todo el mundo le entienda y nadie se lleve a equívocos. A fin de cuentas, la literatura y la expresión también son cuestión de estilo. Y él, como anoche en la Red, deja el suyo por donde pasa; ya sean las páginas del dominical, una charla en la web de El Mundo, una visita a Cádiz o una estancia en Méjico. La ha vuelto a armar y no se entiende el revuelo sin una pérdida de esa perspectiva, porque a quién le importa la opinión de Arturo Pérez, si al lado de Larra y Vargas Llosa es un pobrecito.
Foto: Pérez Reverte, en los Balcanes, en su época de corresponsal en TVE. Tomada de www.icorso.com/hemeroteca/tve.htm.

viernes, 22 de octubre de 2010

El acento femenino

El gobierno de la nación ha perdido su acento femenino. Y ahora es un ejecutivo átono. Tras seis años como vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, quien ya fuera secretaria de Estado de Justicia en el gobierno de Felipe González, dice adiós.
Era un secreto a voces. Para algunos estaba quemada y para otros importaba demasiado su falta de peso en el partido y el hecho de que no fuera militante, lo que le permitía una independencia que algunos errónea e interesadamente siempre han interpretado como un distanciamiento.
Ya es un hecho. La vicepresidenta, una mujer con formación y sentido de Estado, ya no comparece ante los medios de comunicación los viernes. Fernández de la Vega nunca ha necesitado un ministerio de Igualdad para defender el papel de la mujer en las sociedades modernas, ni se ha visto empujada a presentarse a unas primarias para ser premiada con la Cancillería y tampoco han tenido que nombrarla ministra del ramo sanitario para desalojarla del escalafón del partido. Ella ha sido durante estos seis años la representante gubernamental que siempre ha dado la cara en los momentos y situaciones más difíciles, la que nunca se ha escondido y la que siempre ha tenido presente que el gobierno está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio del gobierno.
Actuó en femenino, sin imitar los roles masculinos y los hábitos y salidas de tono de los políticos mediocres. Combatió los tópicos sobre las mujeres, derrotándolos con hechos y con su labor diaria. Y se va dejando la sensación de que no sólo se pierde a una vicepresidenta, sino a una magnífica candidata para la presidencia.
En otros tiempos hubiera hecho irrefutable aquella máxima de que buena vasalla, si hubiera tenido buen señor. Hoy nos hace preguntarnos porqué el señor aún no puede ser señora.
En esto avanzamos, es cierto. Pero muy lentamente. En ocasiones, como si diéramos un paso adelante y dos o tres hacia atrás. Las encuestas lo corroboran: los chicos siguen sin educarse en igualdad. No son necesarios sesudos estudios, ni profundos análisis para comprenderlo; basta con poner la oreja y escuchar a tipos como el alcalde de Valladolid, cuando abren la boca para escupir la mierda que tienen en el cerebro. Avergüenzan a mujeres y hombres. La misma vergüenza que nos hacen sentir aquellos que se conforman con una miserable y cobarde disculpa para lavarse las manos y no cortar por lo sano.
Las palabras no suenan ni significan lo mismo si omitimos o cambiamos el acento. La sociedad, tampoco; y la supresión del acento femenino hace que las palabras llanas se transformen en agudas. Pasamos a primar lo gutural. Nos situamos al borde del estruendo.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Normas

Hay quien piensa que las normas están para incumplirlas. Incluso hay quien está convencido de que las normas son para los demás. Quizás por ello es habitual el desconocimiento de las mismas, su falta de aplicación y su incumplimiento.
Del mismo modo es cierto que parece haber normas para todo y que parece que cada día despertamos con normas nuevas, en ocasiones contradictorias porque sustituyen o modifican normas que establecían lo contrario de lo estipulado en la nueva norma. Eso nos hace pensar, no sin cierta razón y sobre todo con un profundo convencimiento, que algunas normas son una estupidez.
Hubo un tiempo, cosas de juventud, en el que yo no era muy de normas. Probablemente aún conservo posos de aquella época, falta de madurez creo que los llaman, lo que me hace ser cauto ante nuevas y viejas normas y mantener vigentes cuestiones como por qué se dictan normas sobre unas cosas y sobre otras no, por qué tanta prisa para elaborar unas normas y tanta laxitud para otras y por qué siempre o casi siempre tengo la sensación de que existen más normas para lo accesorio que para lo principal.
Imagino que no es fácil e intuyo que ante situaciones nuevas se demandan respuestas y por tanto nuevas normas; pero creo que nos iría mejor con menos normas, más claras y menos ambiguas, de fácil asimilación y cumplimiento, para evitarnos sorpresas y sobresaltos. Y también para desterrar la creencia de que cada nueva norma beneficia económicamente a alguien y al resto por norma se nos queda cara de giles.

viernes, 15 de octubre de 2010

El "Tintorro Party"

La autoría de españolizar el “Tea Party” no me pertenece. La denominación “Tintorro Party” corresponde a Iñaki Gabilondo, a raíz de los abucheos al presidente del Gobierno en el desfile militar del 12 de octubre y de la exhibición, sin complejos, de la extrema derecha española. Nacional, católica y cerril.
En esto no soy partidario del lirismo. Instalados desde hace algún tiempo en la antesala del fascismo, que algunos nunca han abandonado, determinadas actitudes e ideas sólo pueden denominarse como tal. Sarkozsy expulsando gitanos rumanos, ante el beneplácito de la Unión Europea y el apoyo de otros presidentes europeos, entre los que para nuestra vergüenza se hallaba el español; Fini, un fascista, contemplado como la esperanza y la solución de Italia; un país en el que Berlusconi, il nuovo ducce, se ha encargado de desmantelar la idea de Estado, incluso el propio Estado, y el respeto a leyes e instituciones; Aakesson, líder de la extrema derecha sueca, logrando representación parlamentaria, 20 escaños de xenofobia…
Y en España, algunos que bordean la democracia, estandartes de ideas y actitudes poco democráticas o antidemocráticas y que pese a ello presiden o aspiran a presidir comunidades autónomas y ayuntamientos o se sientan en los distintos parlamentos nacionales o autonómicos, no han tardado en traer la desesperanza manifestando su apoyo y simpatía al grupo extremista estadounidense del “Tea Party”. O entrando como elefantes en la cacharrería de la inmigración, ya sea en Cataluña o en Melilla, sin medir o sin que importen las consecuencias más allá de un previsible puñado de votos.
Como mediterráneo, aunque bebedor ocasional de té, prefiero el café. El buen tinto lo bebo solo, sin acompañamiento que lo estropee. Y sí he de beber tintorro, que sea en un Varguitas; aunque me da que el bautizado por Gabilondo no se traga ni con gaseosa.

jueves, 14 de octubre de 2010

El sueldo del cobre

En ocasiones, casi siempre, la información sobre determinados hechos acaba transformándose en propaganda. De modo que los hechos y las causas de esos hechos pasan a un segundo plano y vemos bajo los focos a quien no es o no debería ser protagonista y cuya obligación principal es velar y legislar para que hechos similares no vuelvan a repetirse.
Se juega con las emociones y con la esperanza. Y de pronto, el desierto, un campamento en mitad de la nada, parece Manhattan o un gran plató de televisión desde el que se ofrece el mayor reality show que se recuerda tras la tragedia de los atentados de las torres gemelas.
33 vidas han sido devueltas a la faz de la tierra, casi arrancadas a las entrañas de la misma, gracias a las nuevas tecnologías y al tesón y compañerismo de unos mineros de Pensylvania; protagonistas involuntarios de un drama similar, que tendieron la mano desde el Norte para recordarnos que la solidaridad y el sufrimiento de los hombres crea lazos más allá de la grandeza y miseria de las naciones y de sus gobernantes.
Un hombre de negocios al frente de un país. ¡Qué negocio! Otro hombre de negocios que inicia ya la carrera presidencial “regalando” plata, 10.000 dólares por cabeza, a los 33 rescatados. Los mismos a quienes se niega el sueldo de los casi 70 días atrapados bajo la tierra y a los que se adeuda como al resto de sus compañeros el salario de varios meses. Laboro bajo la tierra, sin paga y sin seguridad.
Puede que el viento del desierto en Atacama traiga mezcladas con la arena aquellas palabras del presidente inolvidable, “el cobre es el sueldo de Chile”. El mismo cobre, que al nacionalizarse su explotación, fue la excusa perfecta para la intervención de Estados Unidos, promoviendo allá por septiembre de 1973 el golpe militar y sustentando la posterior dictadura del terror. El mismo cobre que de una forma u otra sigue cobrándose la vida de los chilenos. ¿Cuántos en la misma situación quedaron atrapados bajo la tierra para siempre? ¿A cuántos se les negó el rescate? ¿Cuántos fueron condenados a la muerte y al silencio?
Hoy la fortuna sonrió a 33. Son hombres libres. La apuesta por la vida, lo natural, es lo excepcional. Orgullo de patria. Banderas al viento. Dónde quedaron las grandes alamedas por las que pasear.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Àngeles sin alas

Los gobiernos siempre tienen el deseo y la intención de silenciar a los periodistas. En los llamados países civilizados lo hacen con presiones desde el ámbito político y el económico y en los países con regímenes totalitarios o donde el Estado apenas es perceptible se utilizan métodos menos refinados, desde el secuestro al asesinato, pasando por la expulsión de los periodistas extranjeros.
Eso es lo que ha ocurrido en Irán con la corresponsal de El País, Ángeles Espinosa. Su trabajo, ya saben contar lo que ocurre allí al margen de la versión oficial, no es del agrado del gobierno iraní y después de las correspondientes trabas administrativas e impedimentos para realizar su trabajo, ha sido “invitada” a abandonar Irán, tras 5 años como corresponsal, en el plazo de dos semanas.
Los guardianes de la revolución no entienden de transparencia informativa, pluralidad u otras ópticas sobre la realidad de su país ajenas a las suyas. Intuyo que la combinación periodista y mujer tampoco será del agrado de estos guardianes y mucho menos si se dedica a entrevistar a opositores al régimen islamista como Ahmad Montazerí, o a defender a Sakineh Ashtianí, condenada a morir lapidada, cuyo hijo y abogado acaban de “desaparecer” (previsiblemente detenidos por las autoridades iraníes) junto a los dos periodistas alemanes que les entrevistaban.
Escribía Antonio Machado, en el semanario reformista Idea Nueva, de Baeza, el 11 de febrero de 1915, que “Sin la Prensa, dada la constitución de las modernas sociedades, nuestra vida languidecería en un privatismo torpe, inmoral, egoísta. La ignorancia de cuanto atañe al interés de todos, consecuencia inmediata de la falta de Prensa, disolvería pronto las naciones en cábilas, las ciudades en tribus. Sólo los partidarios más o menos conscientes, más o menos embozados, de un retroceso a la barbarie pueden ser enemigos del periódico”.
Casi 100 años después, mantienen su vigencia las palabras del poeta. Los partidarios de la barbarie, embozados en el fanatismo religioso, cortan en Irán a Ángeles las alas.

lunes, 11 de octubre de 2010

Banderas

Este país en el que nací y que habito y cuya propiedad no tengo, pese a la creencia general de que nos pertenece, se ha llenado de la noche a la mañana de banderas. Trozos de tela, ya saben, dos franjas rojas y en el centro, una amarilla que suma las medidas de las otras dos, denominados por algunos la enseña nacional o la rojigualda, que llenan de colorido las ciudades y los pueblos. Banderas por doquier, en balcones, vehículos, camisetas…
Lo que no ha conseguido la razón, lo ha obtenido el balompié. Han bastado, que no es poco deportivamente hablando, un campeonato europeo y un campeonato mundial para que la mayoría de los que aquí habitamos, nacidos o no en esta tierra, comprendiéramos que la bandera de un país no pertenece a unos pocos, ni siquiera a una ideología concreta. Poco importa ya que algunos se hayan apoderado de ella durante decenios, para utilizarla como un instrumento de exclusión, como un símbolo de división.
Podría decir que no soy de banderas y no sería del todo cierto, porque anoto la ausencia de banderas de lo importante. Salvo la bandera pirata, que bien podría ser la de los sueños; añoro banderas de convivencia, paz, generosidad, solidaridad, justicia o libertad. Echo en faltas banderas de entusiasmo o de esperanza. Probablemente porque desconocemos cómo se tejen y de qué colores deberían ser.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La tartera

Me cuentan que la gente ha cambiado o está cambiando sus hábitos por la crisis económica. E imagino que este cambio de hábitos será cosa de unos pocos, de aquellos que padecen en carne propia las consecuencias de la crisis. Y no de aquellos que piensan que no les afecta, porque son como aquel al que daba igual la subida del precio de la gasolina, porque él siempre que iba a una gasolinera a repostar echaba 30 euros.
Los cambios están relacionados con el consumo y afectan a actos que formaban parte de la rutina diaria que ahora desaparecen o se modifican por las carencias económicas. Numerosos trabajadores que antes de iniciar su jornada laboral se tomaban un café en el bar o en la cafetería ahora lo han suprimido y se lo toman en casa o directamente no se lo toman con las excusas de templar nervios o de preservar el sueño. Aquellos que compraban el periódico ahora se conforman con el gratuito, echarle un ojo al de un compañero de trabajo o repasarlo en el bar a la hora del desayuno; esta última una costumbre muy jiennense que sólo se pierde si se deja de tomar el café en el bar; aunque también es cierto que muchos bares suscritos antes a dos o tres periódicos han limitado esa suscripción a un solo ejemplar.
Me comentan que las doñas antes iban una vez al mes a la peluquería a avivar el color de sus cabellos y ahora aguantan unos dos meses y medio, hasta que la raya se torna blanca y descubre evidencias que muchas veces el rostro no delata. O que son ellas las que tiran de tijeras para despoblar las cabezas de hijos y parejas, que sin complejos lucen a golpe de trasquilón y sin renunciar a un “new look” sus cortes asimétricos.
Los coches ya no visitan los talleres de reparación o de chapa y pintura salvo que sea imprescindible para que sigan circulando. Y eso hace que asistamos a un desfile de vehículos con los espejos retrovisores y los parachoques frontal y trasero sujetos con cintas adhesivas, la carrocería abollada o tuertos de faro junto a flamantes últimos modelos de alta gama.
Dicen que la falta de dinero ha suplido también a la voluntad. Más bien a la falta de ella. Y empedernidos fumadores son ahora un ejemplo de vida sana. Modelos de una existencia libre de humos, que causa el regocijo del Ministerio de Sanidad y el pesar de la Agencia Tributaria. Lo que no consiguieron la Ley Antitabaco o las malsanas campañas de mensajes e imágenes prescindibles en las cajetillas de cigarrillos, lo ha logrado en apenas unos meses el crash financiero.
Y regresa la tartera. Bares y restaurantes ven como a la hora del almuerzo las mesas antes llenas ahora apenas dan salida a unos pocos menús. La vieja tartera de acero inoxidable, revitalizada por un nuevo diseño, más sofisticada y “made in China”, vuelve a ocupar su estatus de “mejor compañera” del trabajador. Los “tupper” arrumbados en un armario de la cocina vuelven a la encimera en un “revival” inesperado, al que amenaza con sumarse alguna otra vieja gloria como los termos; hace unas décadas indispensables y hasta la crisis un bulto incómodo e inservible cuyo lugar era el estante de un rincón de la cocina o el contenedor de la basura.
Con tanto cambio de hábito, ya hasta nos molestan los inmigrantes. Esos a los que gustosos abrimos las puertas y les dejamos las llaves para que hicieran los trabajos que nosotros despreciábamos, aquellos “curros” que ya no queríamos hacer y que ahora miramos como el gato a la pastora con “ojos golositos” y cuyos rendimientos servían para garantizar la viabilidad de nuestro estado de bienestar. Eso sí, esperando el resurgir económico que de nuevo deje constancia de nuestro rechazo a ese laboro y que de nuevo nos hará abrir las puertas para el retorno de aquellos que hoy estigmatizamos como responsables de nuestra situación de desheredad. Y por supuesto, nos permitirá volver al almuerzo de mesa y mantel y renunciar a la tartera.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Éxito o fracaso

Hoy es el día en que todos se obsesionan con medir el éxito o el fracaso. Cómo si pudiera medirse objetivamente. Cómo si no hubiéramos fracasado ya, como país, como sociedad e incluso individualmente.

Y si todo fuera mentira. Esta huelga que no se parece a una huelga, convocada como si fuera unas nupcias, con mucha antelación y casi con petición de confirmación a los padres de la criatura. Una huelga general que parece una huelga particular. Una pantomima en la que gobierno, sindicatos de clase y oposición, una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas, no saben ni pueden estar a la altura de lo que demandan los ciudadanos. Cultivan y alimentan la desafección y luego se lamentan, pero ninguno de ellos engrosa la lista del desempleo o guarda turno en la fila de los desheredados, ninguno padece la angustia de la incertidumbre económica, ninguno tendrá que abandonar la casa por embargo o por no poder afrontar el alquiler como tantos jóvenes obligados ahora a regresar al domicilio familiar y gracias.

Dicen que se acabó la fiesta y ahora toca pagar. Algunos lo hacen a desgana, y sin problema; pero la mayoría entre subsidios, recortes del salario a tanto por ciento, subida de impuestos y falta de laboro dudan de aquello del que aprieta y no ahoga. Se vive con el miedo en el cuerpo por la amenaza de perder empleo, vivienda… aquello que se consideraba un derecho y que de repente descubrimos un privilegio. Trabajar para pagar. Y en el horizonte, una reforma laboral que se asemeja a una lapida.

Todos somos culpables. Pero unos más que otros. Abrazamos el sueño de El Dorado, en su versión dinero fácil y barato. Consuma y sea feliz. Nos entregamos al capitalismo y éste, disfrazado de gallina de huevos de oro, ha dejado de poner y nos ha devorado como Saturno a sus hijos. Explotó la burbuja, descubrimos que las hipotecas además de usura también eran basura y ni siquiera hemos sido capaces de matar a la gallina para hacer pepitoria; y en lugar de sacrificarla, vamos en su auxilio con el dinero público. Al rescate de la gallina, sin pensar en los polluelos.

Y aún así la preocupación es medir el éxito o el fracaso. Se pueden contar las veces que uno cae y aquellas en que logra levantarse. Se puede recordar el dolor al apretar los dientes y las uñas clavándose en las palmas de la mano. Pero más allá de ese pretendido éxito o fracaso y de su improbable medición, me parece una cuestión de supervivencia.

Hoy me he borrado. No me cuenten que no estoy. No me midan en términos de éxito o fracaso. No me busquen como cómplice del apoyo o del rechazo. Soy un hombre sin fe; el gato que labra su propia esperanza.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Un futuro y una esperanza para el periodismo

Para algunos, quizás para demasiados, alcanzar un sueño sigue siendo patrimonio de los iluminados. Y sin embargo, entre los periodistas se mantiene viva la llama de ser los "propietarios" de los medios de comunicación. Ser propietario en este caso no es sinónimo de empresario, sino de garantía de una buena praxis del periodismo y de aval del derecho a ser informado, bien informado.
Periodistas como Javier Bauluz nos muestran el camino con periodismohumano.com, posible por la suma de voluntades, y nos recuerdan que la labor del periodista no es otra que la de informar y que por desgracia esa labor poco o nada confluye con la idea de la información manejada por los empresarios de la comunicación; porque se obvia el concepto de información al servicio de la sociedad y se da prioridad al negocio. Es decir, que se adultera el objeto de la información y se priman contenidos de escasa calidad y nulo interés, realizados además en numerosas ocasiones por sujetos ajenos a la profesión periodística o por demasiados que han olvidado qué era esto del periodismo.
En Ciudad Juárez, un joven fotógrafo, Luis Carlos Santiago Orozco, ha sido asesinado (se suma a una larga lista) por el narcoterrorismo, que allí no es otra cosa que la unión de narcotraficantes y el Estado. En Madrid, otro fotógrafo, Edu León, es agredido por la policía, detenido y privado de libertad durante 3 días, además de serle sustraída parte de su equipo fotográfico, y todo por fotografíar detenciones de inmigrantes sin papeles y abusos policiales (Parece censura, pero es algo peor a lo que ustedes pueden ponerle la denominación que gusten).
Precariedad laboral e intrusismo continúan siendo las principales lacras de la profesión periodística en España, a las que se ha unido la injerencia absoluta del poder político y económico en los medios, con la consiguiente devaluación de la figura y del trabajo del periodista.
Dicen que las cosas no están bien para el periodismo, pero muchos nos preguntamos que cuándo lo estuvieron. Así que esperamos que esa luz nos irradie, con mayor o menor intensidad, al resto de periodistas y aún a riesgo de convertirnos en iluminados creamos que otro periodismo es posible.




Grabación realizada por CEDECOM, para el programa "Tesis", de Canal 2 Andalucía, sobre los Cursos de Verano de la UNIA.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Memoria de la desmemoria

Como una receta contra el olvido. Primero fue la familia de Jordi Solé Tura y ahora, la de Pascual Maragall. Escribe Carlos Boyero hoy en El País que el mismo origen tienen las memorias de Luis Buñuel, “Mi último suspiro”, aunque en este caso la enfermedad apresara a su madre y no al director aragonés.

“Bicicleta, cuchara, manzana”, dirigido por Carles Bosch, es el testimonio de los dos últimos años de la vida de Maragall; desde su anuncio de que padecía la enfermedad de la desmemoria, el Alzhéimer. Aunque el veterano político es la excusa y el protagonista de la cinta es el mal del olvido involuntario.

Sin embargo, algunos prefieren prestar atención a la figura del político frente a la relevancia de la enfermedad y aprovechan su presencia en San Sebastián, con motivo del estreno del documental en el Festival de Cine de Donosti, para cargar las tintas sobre Maragall. Es la España cainita, la que prefiere pasar de puntillas por lo importante para pisotear lo anecdótico; la misma que olvida que los enfermos no eligen enfermedad y que ésta no encuentra excusa para no realizar visita; aquella que siempre se siente acreedora y carece de escrúpulos o vergüenza, amén de una paciencia casi infinita, para cobrar su supuesta deuda.

Cáncer y Alzhéimer causan dolor y pavor con sólo ser mencionados. Tanto entre los diagnosticados, como entre aquellos que forman eso que podríamos denominar su entorno afectivo vital. Por eso la prioridad debería ser enfrentarse al dolor y al pavor, combatirlos y si es posible, derrotarlos o minimizarlos.

Actos como el de las familias Solé y Maragall son un ejemplo, como tantos otros de familias anónimas, de cómo enfrentarse al sufrimiento y al miedo; pero también son una muestra de que mantener la memoria individual o colectiva apenas necesita algo de esfuerzo y mucho de voluntad y generosidad.

Debe ser terrible no reconocer ni al tipo que se refleja en el espejo. De igual modo que sentirse un extraño en el escenario de nuestra vida y desconocer a aquellos que nos han acompañado en el viaje. Es la crueldad de una enfermedad que intenta convencernos de que ni siquiera hemos existido o lo que es peor, de que no existimos. Una crueldad que no sólo condena al olvido involuntario al que padece la enfermedad, porque también es capaz de hacernos olvidar al resto y crear el espejismo de que esa persona carece de memoria por estar privada de ella.

Contra el olvido sólo tenemos eso, memoria. De ahí la necesidad de recuperarla, de evitar que se pierda. De pergeñar una memoria de la desmemoria.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Maestro de vida

Labordeta ha muerto. Mi santa me pide que le escriba un artículo. Y no es tarea fácil. Hoy no sólo se nos mueren las palabras, también se va la melodía. Y sin letra y sin música, perdemos la voz.
Con permiso del poeta, hoy puede afirmarse que muere un hombre bueno. Es el adiós del cantautor que descubrí con 12 ó 13 años, aquel que se arremojaba la tripa porque venía la calor y del que más tarde aprendí que se podía plantar un árbol y ayudarlo a crecer y que la libertad más allá de un sueño es una tierra que podemos levantar entre todos y puede ser habitada.
El tiempo lo trajo de nuevo a mi vida en forma de poesía, recorriendo el país que también es país a deshoras en la pantalla de la televisión pública y ocupando un escaño en el Congreso de los Diputados, desde donde hablaba haciéndose entender, algo extraño en un político.
Aquel árbol que Labordeta quería que plantásemos era el socialismo, nada que ver con éste de domicilio social en Madrid y franquicias por el resto de España. Y dedicó su vida a ese árbol de las palabras, del compromiso y las convicciones; a aquel árbol de ideas y proyectos, de sueños y utopías, que entre sus ramas daba cobijo.
Quería ser recordado como el árbol abatido. Y en nuestro abatimiento lo recordaremos como árbol noble, de tronco fuerte, largas ramas y claras raíces hundidas en la tierra.
Ha muerto Labordeta. Hombre bueno, antes que cantautor, político o poeta. Maestro de vida.
Foto: José Antonio Labordeta. Publicada en www.elpais.com, del archivo de EFE, 2007.

martes, 14 de septiembre de 2010

Gratis total

Tengo un amigo con mando en plaza que entona el mea culpa, porque a su entender, que comparto, las instituciones han cometido el error de acostumbrar al respetable al gratis total. Aboga por cobrar un precio simbólico, una cantidad mínima que actúe como elemento disuasorio para alejar a aquellos que piensan que la gratuidad conlleva también el derecho a la falta de respeto, el pataleo y el portazo.

La otra noche asistí a un espectáculo de danza “(espérame despierto)”, durante el cual una parte del público, que había accedido al teatro gratis como todos los presentes, mostrando una desconsideración absoluta hacia los dos bailarines, chico y chica, que se deslizaban por el escenario y hacia el resto del público, abandonó la sala trotando como bestias y dando portazos como auténticos energúmenos. Desgraciadamente no es la primera vez que asisto a una demostración de civismo de esta naturaleza.

Reconozco que no me apasiona la danza, pero ese es un hecho secundario, ya que asistir a un espectáculo donde el comportamiento de una parte del público causa bochorno y vergüenza relega al espectáculo a un segundo plano y devalúa el tiempo dedicado al ocio.

Soy consciente de que el gratis total cuenta con una legión de adeptos en las sociedades occidentales actuales; en especial, entre los más jóvenes; aunque no fueran precisamente éstos los protagonistas del lamentable comportamiento del que fui testigo en el teatro. Comprendo la tentación que supone no tener que pagar y lo fácil que es habituarse a ello.

Sin embargo, y reconociendo también el derecho del público a expresar su aprobación o rechazo hacia cualquier expresión artística, tengo la creencia de que las muestras de desaprobación son menores cuando se ha pagado una entrada y que además, en caso de producirse, se realizan al finalizar la función.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El vestigio de Santa Cruz

Cuatro semanas para que se abran las puertas del templo. Ignoro si la demora esconde una segunda lectura o una interpretación oculta, en las que los visitantes y el encargado de franquear la entrada son meros instrumentos del destino o de directrices divinas. Lo cierto es que a la cuarta ha ido la vencida y la iglesia de Santa Cruz, vestigio de románico tardío entre el Renacimiento monumental de Baeza ha abierto por fin sus puertas para que los participantes en las visitas nocturnas guiadas, organizadas por la UNIA, puedan franquearlas y atestiguar el contraste entre una y otras expresiones arquitectónicas.

La iglesia se alza en un lado de la plaza del mismo nombre, frente a los renacentistas Palacio de Jabalquinto y la Antigua Universidad, entre cuyos muros Antonio Machado impartió clases y soñó versos.

De atípica altura para un templo románico, sus muros han descubierto antiguos frescos de rostros alargados y severos, escenas de crucifixión y martirio, tras una reciente restauración. Las mismas caras y escenas que trasladarían siglos atrás un temor que imagino infinito a los lugareños.

Palpo las piedras y siento esa necesidad de que me hablen. De que abandonen su silencio y de alguna forma me cuenten como en esa época pretérita, esos mismos muros eran a la vez sinónimo de protección y de amenaza. Cómo el párroco subía al púlpito, para desde la penumbra de una iglesia alumbrada con velas, antesala de una oscuridad más temible y amenazante en las calles, hablaría de salvación y de condena, de pecado y castigo, de premios, gozos y vida eterna. Pienso en sus palabras apoyadas desde el silencio por los serios rostros de las paredes del templo y no dudo de que la noche negra se apoderase del sueño de los feligreses. No dudo de que el temor superase a la fe.

Hoy, siglos más tarde, la iglesia de Santa Cruz permanece como testigo de aquel tiempo en el que la religión era el centro sobre el que giraba el mundo y los dioses se alzaban sobre los hombres. Y no dudo de la intencionalidad en mantener ese templo románico frente a edificios del Renacimiento, en un tiempo en que los dioses dejaron paso a los hombres y estos fueron la medida y el eje.

Las piedras no hablan con palabras, pero pese a incrédulos dicen más de lo que podemos pensar. Sólo necesitamos escucharlas.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El convento

En ocasiones somos testigos privilegiados de determinados acontecimientos, de los que en ocasiones asumimos su trascendencia y en otras, nos mostramos incapaces de valorar su importancia. Son momentos únicos, irrepetibles, y a pesar de ello, en el momento de producirse, no somos conscientes de su valor.

Esa importancia puede ser superlativa, en función de que esa trascendencia vaya más allá de nuestra propia existencia, o mínima, si se limita nuestro particular universo. Pero lo que es innegable es su carácter excepcional.

La otra tarde tuve la fortuna de vivir uno de esos momentos únicos e irrepetibles. Casi mágico. Al margen de convicciones y creencias religiosas, visité un convento de clausura.

Permanecí alrededor de hora y media sentado en una habitación, separada de otra habitación por una reja, tras la cual se situaron la madre abadesa del convento y otra monja venida del otro lado del Atlántico, a las que se sumó otra monja.

A un lado, pues, tres monjas. Y al otro, en la habitación contigua, separada por la reja, la persona que había actuado como intermediaria y este gato.

Me sentí un privilegiado. Deudor, una vez más, de esta profesión, que me permite vivir momentos y situaciones como ésta, distantes para la mayoría de las personas. De hecho, dos días más tarde, alrededor de 50 personas pudieron disfrutar de esta experiencia. Aunque no creo desvelar secreto alguno, si afirmo con rotundidad que pese a desarrollarse en el mismo escenario, la experiencia, única sin duda, no fue la misma.

Entre esas cuatro paredes, siendo consciente de la insignificancia que supone sentarse casi en el centro de la habitación y contemplar otra estancia, como un cuadro dotado de vida, casi una representación teatral, de no ser porque los personajes eran reales y no cabía la interpretación, ni obra de autor, ni guión previo, no pude evitar escuchar en mi cabeza a Carlos Cano interpretando “La alacena de las monjas”; de igual modo que evoqué la película de Garci, “Canción de cuna”. Porque en un momento dado, sentí la necesidad de que aquella “reunión” debía ser grabada, como un documento imprescindible para ser comprendido, sin la necesidad de aderezarlo con palabras, porque éstas no supondrían más que una visión sesgada de cuanto allí estaba aconteciendo. También es cierto, que lo que allí acontecía estaba sujeto a la percepción de una persona o de las personas presentes y que no tendría porque ser percibido de igual manera por meros espectadores de esa “reunión”, ausentes de ese escenario.

Sin embargo, esas consideraciones no disminuyen ni restan valor a la trascendencia que en mi particular universo ha tenido esta visita. No hay merma en la percepción de vivir un momento excepcional; en la convicción de haber compartido un momento que podríamos denominar de comunión con unas religiosas, generosas en sus creencias hasta la renuncia a una vida más allá de las paredes de un convento, cuya forma de vida y de entender ésta respeto, pero que queda muy lejana de mis propias entendederas vitales.

En el Real Monasterio de San Antonio de Baeza habitan hoy nueve monjas, de las cuales dos se hallan enfermas. Han recurrido a la repostería, como un medio para obtener ingresos con los que mantener el convento. Atrás quedan los tiempos en los que desde aquí salieron monjas para crear fundaciones y misiones por tierras de España y América. Muy atrás queda también la noche en que la reina Isabel la Católica hizo noche entre esos muros tras la Toma de Granada; cuando, cuentan las monjas, se llevó un cuenco de loza de los que usaban las hermanas y dejó un “niño Jesús” que traía de la ciudad de La Alhambra y dejó al monasterio su condición de Real.

Esas y otras historias perviven por boca de las monjas. Constituyen eso que llamamos tradición oral y que está condenada a perderse si al margen de convicciones y creencias religiosas persistimos en la necedad de la incomunicación.



Foto: Hermanas del Real Monasterio de San Antonio. José Pedrosa.



Vídeo: Clausura Baeza. José Pedrosa. EFE

lunes, 23 de agosto de 2010

Incomprensión

Entre la incomunicación y la incomprensión construimos una autopista hacia la incapacidad para relacionarnos. A pesar de los avances tecnológicos cada vez hay más personas solas o que se sienten solas. Su mayor déficit, hablar con alguien. Aunque es posible que también tengan la necesidad de escuchar y ser escuchadas.
Superado el problema de la comunicación; es decir, cuando logramos tender un puente entre islas, el siguiente escollo a salvar es la comprensión. Comprender al interlocutor y a la vez, ser comprendidos por él. Parece fácil, pero en ocasiones sería aconsejable redactar un manual de conversaciones o fabricar una máquina decodificadora de mensajes.
Nos quejamos de no ser comprendidos, probablemente sin tener en cuenta nuestra limitación o nuestra carencia de voluntad para comprender a los demás. A veces llamamos incomprensión al mero hecho de que el receptor de nuestro mensaje no responde a él en la manera que habíamos previsto. Es decir, que su respuesta no es la deseada. Por lo que depositamos en él nuestra frustración y nos lamentamos, casi con desgarro, de esa incomprensión, que evidentemente en este caso es inexistente.
Aún así, abrazamos la causa, convertimos el lamento en grito de guerra y acabamos enrolándonos en el fanatismo. Del nadie nos comprende al todos están contra mí, hay un paso. Y como en tantas otras cosas, preferimos dejar la carga de la responsabilidad a terceros, antes que asumir nuestra propia cuota. De modo que dedicamos nuestras energías a militar en el inmovilismo y en el victimismo, en detrimento del esfuerzo que requiere el entendimiento con el otro. Que con toda seguridad será un esfuerzo igual o inferior a las energías gastadas en la ausencia de entendimiento.
Muchas veces la coartada la hallamos frente al espejo, si no me comprendo ni yo, cómo voy a comprender a los demás. Fortificamos la isla. Y esa es nuestra mayor derrota.

viernes, 20 de agosto de 2010

El Ambigú

En la Plaza de las Salesas, en Madrid, había dos pequeños establecimientos de degustación de café. Uno desapareció hace algunos años e imagino que el otro seguiría sus pasos. Al lado había un garito, del cual ignoro si perdura, con el nombre de Ambigú. No lo frecuenté de forma habitual, pero en más de una ocasión consumí allí una rubia con espuma, lo que entre otras cosas me permitió conocer dos reformas del local.
Ahora, otro Ambigú que hacía tiempo no frecuentaba ha desaparecido, porque los regidores de la cosa pública, en este caso regidora, han decidido matar al padre. Un tipo que nos enseñó que la música anglosajona no era cosa sólo de anglosajones y que se podían calzar los pies con zapatos de gamuza azul sin necesidad de cruzar el charco. Su docencia además de en las ondas, desde aquella franja de RNE, se extendió a las páginas de revistas especializadas y periódicos y a ambos canales de la televisión pública; pero siempre fue Radio 3 el referente de su magisterio.
Mantenerse en la cresta de la ola y surcarla sin tabla de surf con el mar de fondo de los Beach Boys no era cosa habitual por estos lares. Y mucho menos, mantener ese equilibrio con la única ayuda de la música. Diego A. Manrique lo ha hecho durante décadas, escribiendo, hablando y pinchando rock, pop….; pero ahora una de estas nuevas “estrellas emergentes”, a la que curiosamente él situó en el firmamento, ha decidido demoler “El Ambigú” de Radio 3 y el primer muro derribado ha sido el propio Manrique.
La sorpresa y la indignación han golpeado por igual a los seguidores del programa y a los amigos de Manrique. Así que junto a numerosas protestas e iniciativas en la Red ha surgido el manifiesto “Rescatemos El Ambigú en Radio 3”, cuyos impulsores han tenido la descabellada idea de solicitar el retorno del programa y de Manrique a la parrilla de la ¡radio pública!
Ya voy teniendo edad y no me gusta que por la causa que sea cierren establecimientos donde degustaba café o garitos donde se podía tomar una copa, oír buena música y conversar. Sí, ya se eso de renovarse o morir. Y también aquello otro de que entre susto o muerte, todos elegimos susto. Pero cuando cierran uno de esos locales que en alguna época hemos frecuentado, para que ya sólo perviva en nuestros recuerdos; de alguna forma, morimos un poco.
También morimos, cuando desde la esfera de lo público, se cierran espacios culturales, caracterizados por el talento y el conocimiento de su autor y por la labor bien hecha.



Nota.- Aquellos que quieran suscribir ese “descabellado” manifiesto pueden hacerlo en
http://www.labocadellobo.com/laboca/manifiesto_ambigu.php.


jueves, 19 de agosto de 2010

Tensión

Ayer estuve viendo una obra de teatro (“El maravilloso mundo de los animales. Los corderos”), en la cual un foco de luz central sobre una estructura de tamaño reducido, reproduciendo una habitación, hasta 5 actores compartiendo ese pequeño espacio, la violencia gestual de los personajes y la incertidumbre sobre el desarrollo de la obra instalaban al espectador en un estado continuo de tensión.
Contrariamente a lo que pueda pensar más de uno la tensión no tiene porque ser algo negativo. Es más, diría que en ocasiones la realización de determinadas tareas demanda una cierta dosis de tensión para su consecución. Si bien es cierto que en demasía en nuestra rutina diaria hay infinidad de situaciones y elementos que nos provocan tensión, con consecuencias e influencia negativas sobre nuestra conducta o nuestro estado de ánimo.
También existen personas que con su presencia o sus palabras generan tensión. Voluntaria o involuntariamente, e incluso de forma sistemática. En algunas personas esa voluntariedad para provocar tensión es manifiesta. Suelen ser personas poseedoras de un ego superlativo y con la creencia de que son imprescindibles y necesarias; cuando la realidad es que ni se las llama, ni se las espera, por lo que además de prescindibles, son innecesarias.
A mí la tensión me eriza el lomo. Activa mis sentidos, como si alguien pulsara un botón de alarma y eso me pusiera en alerta. Pero con los años, más allá de esos indicadores externos, me limito a tratar de conservar la calma, aunque los nervios me coman por dentro, y me inclino por la razón frente al instinto.
Así que cuando un provocador se pasa de la raya, que es como atravesar la frontera, en busca de la respuesta violenta, gestual, verbal y a ser posible física, soy partidario de mantener la calma.

No hay que ser un lince para saber que en medio o alrededor del fuego, aquellos que corren con un bidón de gasolina no son bomberos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Un periodista comprometido

La vida hoy me ha traído una sonrisa. En una jornada de mucho laboro, además de la fortuna de tener trabajo y recibir un salario por desempeñarlo, he recibido una gratificación extra.

Esta profesión mía, tan maltratada en demasiadas ocasiones, me ha brindado la oportunidad de conocer a unos de esos periodistas que agotan elogios y sitúan su trabajo a ese nivel que incluso las mayúsculas parece letras demasiado pequeñas para describirlo.

Recibió un Pulitzer hace más de una decena de años, pero no es partidario de vivir de las rentas. Y hoy prefiere hacer bandera de un periodismo de calidad y de compromiso a través de su criatura periodismohumano.com, antes que pasear esa condición de galardonado, con un premio con el que muchos se hubieran retirado a una columna o a un plató de televisión a opinar de lo divino y de lo humano, a la par que engordaban cartera y cuenta bancaria.

Pertenece a esa generación de periodistas de los que aún creen que viven para contarlo y que hay que contarlo bien, al margen del soporte en el que se cuente. Algo tan elemental y tan frecuentemente olvidado o minusvalorado como que el pasado, el presente y el futuro del periodismo estuvo, está y estará en la calidad de los contenidos y no en el glamour de los envoltorios.

Javier Bauluz denuncia que los medios de comunicación, las empresas periodísticas, están más pendientes de la cuenta de resultados, de la obtención de dinero, que de la calidad del trabajo periodístico. Esa prioridad al dinero y las puertas cerradas o entreabiertas, nunca francas, para publicar algunos reportajes en prensa y televisión le llevaron a crear su propio medio de comunicación, donde la decisión y la calidad de la información son patrimonio de los periodistas y no de los empresarios.

Cuando varios periodistas se juntan, además de ser probable que le hagan un traje a la medida a cualquiera con lengua y saliva como hilo y aguja, es inevitable que se hable de periodismo. Nuestro premio a un jornada intensa de laboro ha sido ese, un almuerzo de periodistas. Escasa tajada para algunos y bocato di cardinale para otros, como los tres compañeros que hemos tenido el placer de almorzar hoy con Javier Bauluz.

Un almuerzo donde al margen de las viandas el plato principal ha sido el periodismo. Y cuyos ingredientes han sido desmenuzados, condimentados, elaborados y presentados ante nosotros ávidos comensales con el obligado respeto a la materia prima y la adecuada distancia del artificio.

Del mismo modo que existe comida basura, la denominada fast food, existe el periodismo basura. Su ingesta es habitual y voluntaria entre la población, en especial, en las consideradas sociedades avanzadas. Bauluz, igual que otros periodistas comprometidos y convencidos de que el periodismo ha de ser un bien social, defiende que la información debe estar a la altura de la creación de un gourmet, pero que lejos de ser consumida sólo por las élites debería ser aperitivo o primer plato en cualquier casa de comidas.

Como postre me quedo con una reflexión de cosecha propia, dado que Internet proporciona la libertad de publicar contenidos y de acceder a ellos, no podemos seguir culpando al mensajero o al pagador del mensajero de lo que se sirve en nuestra mesa. Esa libertad de elección está a golpe de click.



Foto: Javier Bauluz.


sábado, 14 de agosto de 2010

Una Némesis con alas

Madrid dista de la ciudad que habito unas tres horas en coche. Después de atravesar media Península, un viaje de tres horas en automóvil es un paseo. Disfrutas de la conducción, escuchas algo de música, un par de paradas y cuando te quieres dar cuenta has llegado a tu destino.
Esas casi tres horas de carretera son un privilegio en forma de tiempo para pensar. La corta estancia en Barcelona y Madrid le ha ido bien a este gato para despejarse y ahora su cabeza es como una olla en permanente ebullición. Con una diferencia evidente, el contenido de la olla se conoce de antemano y por tanto, se sabe el objetivo y se espera el resultado; mientras que el resultado de lo que se cuece en una cabeza es en la mayoría de los casos inesperado.
La soledad es una buena compañera para los pensamientos, pero he de reconocer que no realicé ese viaje en solitario. En la primera parada, la del primer café, aprovechando que la puerta del coche estaba abierta y sin mediar invitación, se introdujo en él una pasajera, de la que a pesar de numerosos intentos, incluida una segunda parada, no pude deshacerme. De nada sirvió bajar las ventanillas varias veces o dejar la puerta abierta del coche un buen rato en esa segunda parada. Se había propuesto viajar y nada podría impedírselo.
La culpa es mía. Debía tener buen gusto musical. Y la había recibido con London Calling, de The Clash, y con Balmoral, del Loco. Así que mis intentos para hacerla abandonar el coche fueron inútiles. Me acompañó el resto del trayecto, sin articular palabra y sólo interrumpiendo mis pensamientos con un suave aleteo y su reiterado vuelo.
Es lo malo de las moscas, carecen de conversación y no dejan de revolotear a tu alrededor, poniendo a prueba nervios y paciencia. Y a decir verdad, dudo que tengan siquiera buen gusto musical.
Cuando era pequeño me dedicaba a arrancarles las alas, pero es fácil deducir que a pesar de las muchas a las que se las arranqué, hay más volando por ahí. Del mismo modo que es posible creer que mi incómoda pasajera no fuera más que una mala jugada del destino o la encarnación de una Némesis con alas.