En ocasiones, casi siempre, la información sobre determinados hechos acaba transformándose en propaganda. De modo que los hechos y las causas de esos hechos pasan a un segundo plano y vemos bajo los focos a quien no es o no debería ser protagonista y cuya obligación principal es velar y legislar para que hechos similares no vuelvan a repetirse.
Se juega con las emociones y con la esperanza. Y de pronto, el desierto, un campamento en mitad de la nada, parece Manhattan o un gran plató de televisión desde el que se ofrece el mayor reality show que se recuerda tras la tragedia de los atentados de las torres gemelas.
33 vidas han sido devueltas a la faz de la tierra, casi arrancadas a las entrañas de la misma, gracias a las nuevas tecnologías y al tesón y compañerismo de unos mineros de Pensylvania; protagonistas involuntarios de un drama similar, que tendieron la mano desde el Norte para recordarnos que la solidaridad y el sufrimiento de los hombres crea lazos más allá de la grandeza y miseria de las naciones y de sus gobernantes.
Un hombre de negocios al frente de un país. ¡Qué negocio! Otro hombre de negocios que inicia ya la carrera presidencial “regalando” plata, 10.000 dólares por cabeza, a los 33 rescatados. Los mismos a quienes se niega el sueldo de los casi 70 días atrapados bajo la tierra y a los que se adeuda como al resto de sus compañeros el salario de varios meses. Laboro bajo la tierra, sin paga y sin seguridad.
Puede que el viento del desierto en Atacama traiga mezcladas con la arena aquellas palabras del presidente inolvidable, “el cobre es el sueldo de Chile”. El mismo cobre, que al nacionalizarse su explotación, fue la excusa perfecta para la intervención de Estados Unidos, promoviendo allá por septiembre de 1973 el golpe militar y sustentando la posterior dictadura del terror. El mismo cobre que de una forma u otra sigue cobrándose la vida de los chilenos. ¿Cuántos en la misma situación quedaron atrapados bajo la tierra para siempre? ¿A cuántos se les negó el rescate? ¿Cuántos fueron condenados a la muerte y al silencio?
Hoy la fortuna sonrió a 33. Son hombres libres. La apuesta por la vida, lo natural, es lo excepcional. Orgullo de patria. Banderas al viento. Dónde quedaron las grandes alamedas por las que pasear.
Se juega con las emociones y con la esperanza. Y de pronto, el desierto, un campamento en mitad de la nada, parece Manhattan o un gran plató de televisión desde el que se ofrece el mayor reality show que se recuerda tras la tragedia de los atentados de las torres gemelas.
33 vidas han sido devueltas a la faz de la tierra, casi arrancadas a las entrañas de la misma, gracias a las nuevas tecnologías y al tesón y compañerismo de unos mineros de Pensylvania; protagonistas involuntarios de un drama similar, que tendieron la mano desde el Norte para recordarnos que la solidaridad y el sufrimiento de los hombres crea lazos más allá de la grandeza y miseria de las naciones y de sus gobernantes.
Un hombre de negocios al frente de un país. ¡Qué negocio! Otro hombre de negocios que inicia ya la carrera presidencial “regalando” plata, 10.000 dólares por cabeza, a los 33 rescatados. Los mismos a quienes se niega el sueldo de los casi 70 días atrapados bajo la tierra y a los que se adeuda como al resto de sus compañeros el salario de varios meses. Laboro bajo la tierra, sin paga y sin seguridad.
Puede que el viento del desierto en Atacama traiga mezcladas con la arena aquellas palabras del presidente inolvidable, “el cobre es el sueldo de Chile”. El mismo cobre, que al nacionalizarse su explotación, fue la excusa perfecta para la intervención de Estados Unidos, promoviendo allá por septiembre de 1973 el golpe militar y sustentando la posterior dictadura del terror. El mismo cobre que de una forma u otra sigue cobrándose la vida de los chilenos. ¿Cuántos en la misma situación quedaron atrapados bajo la tierra para siempre? ¿A cuántos se les negó el rescate? ¿Cuántos fueron condenados a la muerte y al silencio?
Hoy la fortuna sonrió a 33. Son hombres libres. La apuesta por la vida, lo natural, es lo excepcional. Orgullo de patria. Banderas al viento. Dónde quedaron las grandes alamedas por las que pasear.
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