sábado, 29 de octubre de 2011

Un hombre de paz

Conocí a Juan María Bandrés a principios de los noventa. Vino a Jaén como presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) a dar una conferencia en la Antigua Escuela de Magisterio y me lo presentó Esteban Ramírez, un prohombre local de luces y sombras desgraciadamente ya fallecido y al que debo en gran medida mi estancia en esta tierra.
Sólo lo había visto con anterioridad, que recuerde, otra vez, fugazmente, en Casa Manolo, cerca del Congreso de los Diputados, junto a una mesa en la que el también desparecido Luis Carandell tomaba whisky con aceitunas.
Cuando impartió aquella conferencia en la ciudad que habito eran tiempos de la guerra de los Balcanes, una época de matanzas y limpieza étnica en la Antigua Yugoslavia. Sobra decir que ya antes de conocerle admiraba a aquel hombre que había participado como abogado en el Proceso de Burgos, que había fundado Euskadiko Ezkerra junto a Mario Onaindía, y colaborado activamente en la desaparición de ETA político-militar, demostrando ya entonces que las palabras llegaban más lejos que las armas; y al que había tenido la oportunidad de leer en alguna ocasión en Cuadernos para el diálogo, por supuesto tiempo después de publicar sus artículos allí, y escuchar en el Parlamento español.
Era un hombre de conversación fluida, afable y de fuertes convicciones. Comprometido con valores como la paz y la libertad, en Euskadi y también en aquella alejada tierra de los Balcanes.
Supongo que muchos jóvenes de las nuevas generaciones ni conocen, ni saben quién era o quién fue Juan María Bandrés. E incluso habrá quien al conocerse la noticia de su muerte y ver su fotografía o su imagen en televisión piense que le suena esa cara a la que no es capaz de poner nombre.
Puede que los nombres no parezcan importantes, pero el de Juan María Bandrés nos ayuda a recordar que han existido y existen hombres y mujeres de la cosa pública entregados generosamente al servicio de los demás y sin cuyo esfuerzo y su apuesta por la convivencia y la paz es difícil imaginar por ejemplo el final de ETA.
Hay hoy en día quien necesita parapetarse tras poemas y no desdeña el uso como escudo de las palabras y hay otros como Bandrés que ponían de relieve que para el mejor ataque no se necesitaban parapetos, pues bastaba con una buena oratoria, la fluidez del verbo y las palabras certeras. A última hora, cuando la vida le privó de sus “armas” siguió hablando con la mirada. E incluso con su muerte, apenas una semana más tarde del anuncio del fin del terrorismo, nos devuelve ese mensaje de paz y libertad.

martes, 25 de octubre de 2011

Construir la paz

La paz es una casa común, que necesita sólidos cimientos y fuertes muros; ventanas por las que entre el aire y por las que ver y ser visto y puertas prestas a abrirse para recibir a aquellos que quieran morarla.
Su construcción es tarea de muchos. Se necesita rebuscar en el baúl de las palabras para extraer y utilizar las adecuadas; la mirada reflejada en los ojos del otro; el paso firme de los convencidos, que no son otros que aquellos que superan los obstáculos de la duda; y las manos tendidas.
Sus paredes se levantan con esfuerzo y generosidad. Sin renunciar a la memoria, pero escuchando al corazón. Y no cuenta con más barrotes que los cincelados por la distancia que separa el perdón del arrepentimiento.
Y a pesar de los materiales empleados y la esperanza de sus constructores en que asemeje una fortaleza, la paz siempre será una construcción frágil, sometida al viento de los caprichos de esos a los que no les importa su derrumbe o incluso derribarla con tal de mantener la propiedad del solar.

sábado, 22 de octubre de 2011

La noticia del fin de ETA

Varias generaciones de periodistas llevábamos años esperando y soñando con “dar” la noticia del fin de ETA. De igual modo que una parte mayoritaria de la sociedad, la demócrata, llevaba años esperando y soñando que se produjera esa noticia.
El titular de esa noticia en prensa, sin duda una de las más importantes de las últimas décadas en España, es inequívoco, corto y sin matices; del mismo modo que el tratamiento de la información no admitía dudas y merecía abrir la primera plana a cinco columnas u ocuparla entera, con cambio de tipografía incluido y utilizando recursos gráficos atípicos en esa primera plana. Podían haber cambiado las palabras y los verbos elegidos, pero la información era el fin del terrorismo de ETA.
Algo elemental para cualquier estudiante de Periodismo de primer o segundo curso e incluso para cualquier habitual lector de periódicos, que sin embargo las portadas de algunos periódicos del viernes, 21 de octubre de 2011, desmienten. Un desmentido que ratifican con los titulares de las páginas interiores y el contenido de las mismas, donde hay mayor empeño en minimizar la noticia que en destacar su importancia y significado.
No hablo de las columnas de opinión y los firmantes de opinión, que como su propio nombre señala son opinión, propia o al servicio de otros, pero opinión. Me refiero a la información, a eso que denominamos como información “pura y dura”; el hecho en sí, la noticia, al margen del enfoque que quiera dársele y desde la óptica que se haga. Y ésta es una noticia magnífica, una buena noticia que contradice esa máxima anglosajona de Good news, no news, y que merecía un tratamiento profesional riguroso y alejado de espurios intereses.
Lo lamento, profundamente, como periodista y como ciudadano. No es bueno para una sociedad democrática que los medios de comunicación olviden cuál es su función principal y su obligación: ofrecer información veraz, y que los periodistas renuncien a un buen ejercicio de su profesión para ponerse al servicio de otros intereses.
No es bueno que la caverna nos prive de la luz.


jueves, 20 de octubre de 2011

El adiós de ETA

Se acabó. Llevamos demasiados años esperando esta noticia. El adiós a las armas de la ETA. Así que cuesta un poco creer que por fin ha llegado. Comenzaron a matar cuando era un niño, por lo que bien podría decir que he convivido, como tantos otros en este país, con el terrorismo etarra durante toda mi vida.
Quien es de Madrid o vivía en Madrid sabe que hubo una época en que esa convivencia era cotidiana. También en otros lugares, pero Madrid ocupó un lugar de privilegio como escenario del terror; bombas, disparos en la nuca, operaciones jaula, sirenas de policía y ambulancias, dolor y luto. 43 años y cerca de un millar de muertos. Negras estadísticas del horror.
Hoy, con permiso de Serrat, puede ser un gran día. Fundamentalmente para los demócratas, para aquellos que creíamos que al terror no se le combate con sus mismas armas (se llamasen GAL, Batallón Vasco Español o cualquier otra cosa), para los que creíamos que los muertos no eran moneda de cambio y que había que anteponer la paz a la obtención de réditos políticos (porque no tenía más valor la muerte de Gregorio Ordóñez que la de Enrique Casas o la de Ernest Lluch que la de Miguen Ángel Blanco), para los que siempre pensamos que la mejor aliada de la ley era la palabra.
Hoy, 20 de octubre de 2011, ETA anuncia el fin de la actividad armada. Pero queda un largo camino por recorrer. Ha llegado el momento de entregar las armas. Y ha llegado el momento más difícil, el de sentarse cara a cara con los asesinos y hablar. Ha llegado el momento de construir el futuro y de convivir, especialmente en el País Vasco, y para ello será indispensable la generosidad de las víctimas.
Si lo conseguido hasta ahora parecía difícil, da la sensación de que ese futuro inmediato presenta mayor dificultad. Porque puede haber escisiones (como ha ocurrido con otros grupos terroristas, lo que implica más muertes); porque igual que contra la dictadura franquista, hay quienes contra el terrorismo han “vivido” muy bien y no querrán renunciar a su protagonismo político o mediático; porque habrá que aceptar sin miedos que en las instituciones se debatan ideas que hasta ahora algunos defendían con las armas (y hay quien teme más a las palabras, al diálogo, que a las balas).
Desterrado el anacronismo del terror es el momento de tender las manos y construir puentes. Y eso siempre es más complejo que destruirlos. Porque no es fácil perdonar, comprender y mucho menos olvidar.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Damas

Escucho a Omara Portuondo, gran dama de la música. Pienso en la dama de blanco, más allá de la siempre recomendable novela de Wilkie Collins.¡Qué cara es la libertad! Y que débil suena el grito para reclamarla cuando el aire apenas parece escapar de la garganta, cuando la opresión no es ajena siquiera a ese aire. Como si sólo existiese el silencio, y el grillete que se ciñe a la piel pareciera desaparecer para tornarse invisible y así apresar sueños y esperanzas.
Cuando las cadenas esclavizan sin necesidad de ser vistas o tocadas hay quien busca en el murmullo su canto de libertad. Y emite ese canto, a la espera de que otras voces se le sumen, a sabiendas de que él que escucha a través de múltiples oídos y ve por los ojos de otros hace tiempo renunció a ese mismo canto.
La dama de negro ha visitado a la de blanco. Una visita definitiva. Ya no remontará el vuelo, pero ha dejado dibujada en la Isla su estela para que otros puedan seguirla.
Al construir con la ideología jaulas, se contrae el espacio para soñar. Y los barrotes, visibles o no, apenas permiten esbozar el vuelo. Sin embargo, no hay prisión que logre acallar el canto, sea murmullo, gorjeo o plegaria. Y tampoco la muerte puede apagar la llama de libertad de una dama, que es faro sin necesidad de convertirse en estatua, ni de alcanzar la inmortalidad.

martes, 18 de octubre de 2011

Chilindrinas

Cada año y desde hace unos cuantos ya, coincidiendo con la feria de octubre de la ciudad que habito, una asociación de vecinos del centro histórico, la Asociación de Vecinos “Arco del Consuelo”, repasa en tono de humor la actualidad local, nacional e internacional.
Es humor gráfico. Heredero de la tradición humorística española de publicaciones como La Codorniz y su sucesora, Hermano Lobo, y de gente con talento y maestría con el lápiz o el pincel como Tono, Gila, Chumy Chúmez, Azcona, Mingote y tantos otros.
Cada 18 de octubre, las verjas del antiguo convento de San Francisco y actual sede de la Diputación provincial se convierten en improvisado soporte de esta muestra de expresión popular cargada de ironía.
Las chilindrinas bien podrían ser catalogadas como una mezcla de chile y alejandrinos, o lo que es lo mismo, el resultado de conjugar trazos y palabras en armonía, aderezados con algo de picante, suaves para su ingesta y lo suficientemente sabrosos para resultar gratificantes no al estómago sino al cerebro.
Un conciso anuario que arranca la sonrisa del viandante y evidencia la necesidad de tomarse con humor lo acontecido, lo presente y lo que esté por llegar. Aún en los peores momentos y cuando el horizonte se oscurece, ante la creencia de que lo venidero hará bueno a lo actual.
Una muestra popular que consciente o inconscientemente reduce a la condición de monigotes, caricaturas de sí mismos, a los protagonistas de la actualidad. Algunos de los cuales desgraciadamente no pueden suprimirse de la escena pública simplemente con borrarlos de un panel.

lunes, 17 de octubre de 2011

Descalificadores

Hay quien vive públicamente de la descalificación permanente. No importa el asunto que se trate o las personas o instituciones relacionadas con él. Se tira de argumentario para repetir como un papagayo frases hechas y en caso de duda, a descalificar a diestro y siniestro.
Como si se tratara de una competición en la que vence quien dice la mayor burrada, poco importa trasladar la impresión de que es lo que hay, que los cerebros no dan para más. Y mucho menos parece importar que con cada descalificación emitida se descalifique el propio descalificador, mientras que a cambio reciba la palmada en la espalda de sus corifeos y el aplauso de los acaudillados.
Parece algo inofensivo, moneda de cambio entre figuras de la res pública, que se acaba aceptando como norma y por tanto se admite social y jurídicamente, con la excepción de un puñado de críticos que sólo logran ser descalificados individual y/o colectivamente.
Desde esa esfera y ante la indolencia de quienes pueden y deben poner freno a estas prácticas el modelo se va extendiendo a otros ámbitos, alterando la convivencia, disminuyendo o aniquilando la capacidad de argumentar y reduciendo el uso del lenguaje y por tanto, la comunicación, al insulto.
Por ello no debe extrañar que asistamos a la irrupción constante de insultadores profesionales, que en determinadas ocasiones y ante la oxidación cerebral necesitan acompañar el exabrupto con gestos y actitudes violentas, que alcanzan su clímax con la agresión física.
En mayor o menor grado somos cómplices, al optar por una canal de televisión y por un determinado programa, al emitir nuestro voto y elegir como nuestros representantes a aquellos que permanentemente y desde lo público descalifican, al justificar conductas antideportivas de hipotéticos profesionales en las distintas disciplinas deportivas…al mirar a otro lado.
Algunos nombres están en la cabeza de todos, podríamos elaborar una lista de descalificadores profesionales y probablemente quedara inconclusa; pero por actualidad y por reiteración, permítanme que Esteban González Pons sea mi particular aportación, seguro que compartida, a esa hipotética lista.

domingo, 16 de octubre de 2011

Devorados

¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación o el deseo de ser devorado? Pocos habrán logrado escapar a ese viaje onírico que sugiere una boca abierta y muchos habrán imaginado ser engullidos.
Una boca abierta es una invitación de labios rojos; una muestra de avidez y de perplejidad. Y cómo no, la expresión indisimulada del aburrimiento.

Foto: WC en El Plata (Zaragoza).

viernes, 14 de octubre de 2011

Errados

El mayor error es volver a errar. Habrá quien piense que es peor no aprender de los errores, pero a fin de cuentas una cosa lleva a la otra. Hay quien paga los errores propios y los ajenos y hay quien en apariencia no paga por sus errores o cuando lo hace paga un precio exiguo a ojos de los demás; y por supuesto, nunca paga por el error de otro. Del mismo modo que hay quien piensa que no yerra el que nada hace; sin advertir que en la pasividad reside también el error.
El futuro calibra el yerro y, generalmente, el presente lo desvirtúa, otorgándole unas proporciones irreales bien por defecto, bien por exceso. Como la mayoría carecemos de bola de cristal o de dotes adivinatorias solemos errar en la medida y acabamos por aceptar las predicciones de otros a los que otorgamos fiabilidad, menospreciando su capacidad de errar e incluso asumiendo su infalibilidad como un acto de fe.
Pese a los continuos yerros de los supuestos o pretendidamente infalibles, lejos de someterlos a cuarentena, se les suman seguidores, presos de ceguera colectiva y bloqueo mental (la parálisis del miedo) y propensos a creer en fórmulas magistrales para enmendar entuertos. Y así, vamos de error en error, como de oca en oca, abrazando los diagnósticos más oscuros y fatalistas y entregándonos a una hipotética salvación a través de la conversión.
Renunciamos a equivocarnos por nosotros mismos, dejando que lo hagan otros en nuestro nombre. Y nos obstinamos en el error. Inconscientes de que trocamos el yerro por el hierro.

jueves, 13 de octubre de 2011

Cabaret

Nunca había estado en un cabaret. Probablemente por una cuestión cultural o generacional. O por ambas. Los había visto en televisión y en cine, en películas y documentales. Pero nunca había pisado uno.
Lo hice por primera vez la semana pasada. Inconscientemente. Lo que no quiere decir que me arrepienta de ello. Es simple, nos recomendaron un garito de esos que merece la pena no perderse. Oí nombrar a El Plata y a Bigas Luna y supuse que el garito era suyo o que era el responsable de su decoración.
Así que a la noche siguiente dirigimos nuestros pasos hasta allí. Para descubrir que de nuestro grupo éramos varios los que en realidad desconocíamos que íbamos a contemplar un espectáculo de cabaret. Algunos ya estaban allí cuando llegamos, otros se sentaron donde tuvieron a bien y nosotros tuvimos la fortuna de que una chica y un camarero encantadores nos indicaran donde podíamos sentarnos de forma que pudiéramos ver el escenario sin que ninguna columna impidiera la visión. Acabamos sentados delante de la mesa de control (luces, sonido) y frente al escenario, de modo que podíamos contemplarlo sin oposición y además disfrutamos del privilegio de poder observar panorámicamente el resto de la sala. Es decir, que veíamos a actores y público o lo que es lo mismo el espectáculo completo.
Salí de dudas con respecto a Bigas Luna gracias al camarero, que tras servirnos un par de gin-tonic de Tanqueray a precio de botella (16 euros por copa) me aclaró que el afamado director se había limitado a eso, a dirigir el espectáculo que íbamos a ver.
El cabaret tiene algo de grotesco, de esperpento. Pero no sólo en la representación, sino en el propio público. En el espectáculo se veía lógicamente la mano de Bigas Luna, pero el público es una cuestión de azar. Variopinto, heterogéneo y en ocasiones, tan grotesco o más que el propio cabaret, como evidenciaba un tipo en escorzo, a punto de partirse el cuello de tanto retorcerlo para sortear una de las columnas y poder contemplar a una joven aligerándose de ropa al ritmo de la música.
No creo que a alguien en su sano juicio escandalice hoy en día un desnudo masculino o femenino. Del mismo modo que tampoco creo que levante la expectación de hace unas décadas. Pero se ve que siempre existen excepciones como la del tipo del cuello, que por un momento creí capaz de estrangularse con su propia corbata.
Disfruté de la novedad y de la sorpresa. Me gustó el espectáculo. Lo grotesco y la iconografía gay me recordaron a Nazario y a su Barcelona pintada y dibujada, con sus cabarets y sus reinonas de la noche. Y de Nazario me fui a Carvalho y a Biscúter e inevitablemente a Manuel Vázquez Montalbán. Recordé también su novela “El pianista” (nada que ver con la película de Polansky), cuya lectura recomiendo siempre, y cómo no, a la espléndida Liza Minelli en su grandioso “Cabaret”.
Pensé en las subidas y bajadas del telón, en la penumbra de la sala, en las luces, en lo pretendidamente sórdido y provocador… y en nuestra particular galería de monstruos. Somos grotescos y esperpénticos; y aunque nos reímos de lo burlesco y esperpéntico cuando lo vemos reflejado en otros, evitamos ser conscientes de que hemos sido magistralmente retratados en nuestro propio estrambote. En los libros, en la pintura o en un espectáculo de cabaret.

martes, 11 de octubre de 2011

El puente de piedra

Me han prometido muchas cosas en mi vida, muchas de ellas incumplidas, pero nunca me habían prometido un puente. Un gran puente de piedra sobre el río, que la semana pasada pude al fin recorrer de un extremo a otro.
Me gustan las piedras y me gusta lo que cuentan. Lo que se siente a su contacto con la piel, lo que imaginas al contemplarlas y lo que no logras oír pese a pegar el oído, casi aplastándolo, contra ellas.
Un río con siete puentes es un gran río. Pero sin menospreciar a sus hermanos, más jóvenes y de hierro, yo prefiero el puente de piedra. Sólido, firme, apenas gastado por el paso del tiempo y las caricias del agua y el viento. Un superviviente.
Crucé ese puente. De orilla a orilla. Y recorrí ambas márgenes con la mirada. Apoyé las manos en su borde de piedra y dejé que mis ojos de gato jugaran con el agua oscurecida por la noche y buscaran respuestas que no hallaron. Me equivoqué, porque debí preguntar al puente y no al agua, sentir sus lomos de piedra y sus pilares hundidos en esa agua y en la tierra.
Imaginé aquel otro puente que habita en el interior de algunas personas, que no siempre sirve para cruzar de una a otra orilla y se extiende sobre un río aparentemente seco. Y sin embargo, desde ese otro puente se perciben las corrientes y los remolinos de agua. Como una huella de la memoria. Un puente construido con vísceras y vivencias, asemejando piedras, pero menos sólido y firme.
Pensé que ambos puentes, de un modo u otro, cruzan el río de la vida. Y también pensé, tras dejar a mi espalda el puente de piedra y echar una fugaz mirada a los dos leones que lo guardan, que no es poco para un gato escapar indemne del agua y de un par de grandes felinos, aunque sean de bronce.

lunes, 3 de octubre de 2011

Trascender

Dice un amigo que mi blog es trascendente. No lo expresa como un reproche, pero se le sobreentiende el demasiado que no pronuncia. No es mi intención. Y quizás debiera escribir algo más liviano. Pero hay quien voluntaria o involuntariamente busca trascender, de hecho dedica su vida a intentarlo, aunque la mayoría no lo consigue; mientras otros nos castigamos con preguntas. Más bien con la búsqueda de respuestas a esas preguntas.
Y esa búsqueda lleva inevitablemente a la reflexión y a la par se convierte o trata de convertirse en una invitación a otros para que se sumen a esa reflexión. No siempre se consigue, de hecho el que escribe se sumerge en sus propios pensamientos, en sus dudas, en la ausencia de certezas y en ocasiones sus referencias no son compartidas y tampoco hay claridad en la expresión de las ideas o los conceptos; lo que contribuye a cualquier cosa menos a la simplificación.
La hoja en blanco es como el lienzo del pintor, en el que las pinturas son las palabras. Una vez finalizada la obra hay que tratar de contemplarla desde la mirada del pintor, desde eso que denominan su universo creativo, pero es imprescindible mirarla también con los propios ojos y comprender que lo que se ve no es necesariamente lo que el autor quiere transmitir o que las creaciones pueden ser contempladas desde diferentes perspectivas. No varían en la esencia, pero sí en la percepción.
En el callejón lo trascendente es sinónimo de introspectivo, aunque la percepción conduzca a otra apreciación: la necia necesidad de trascender.