viernes, 15 de febrero de 2013

Ojos de serpiente II (Non)

No fue un gran día. Salió cruz. Ahora solo una moneda vuela en el aire, escondiendo en cada giro esa cruz de la nada o la cara de lo finito. En algún lugar se abre una grieta. Hades muestra sus dominios, pero no permite beber en el lago de Lete; ni siquiera un sorbo que borre la pena para mitigar el dolor. El velo del miedo cubre el rostro y su sombra amenaza con apagar la esperanza.
Entran en escena las máscaras. Una, sopla con una sonrisa el aliento de la vida a la criatura; y la otra, le esconde las lágrimas de la herida abierta. El Joker abandona los naipes para dar coartada al crédulo, al convencido de que es el tiempo de los valientes; todo o nada, cuando en realidad se abrió el telón para dejar paso a los que apuestan por desesperación.
Uno. Impar. El vuelo de la moneda emula el giro de la ruleta. Siguen pintando bastos. Los naipes aún desnudos sobre la mesa. Y en la mano abierta se desperezan los dados para mostrar la serpiente tuerta. El destino. La baza tramposa del croupier omnipresente.
La ventana del mundo está abierta, y sin embargo parece entornada, como detenida en el punto intermedio del cierre o la apertura definitivos. Rodeada de espinas, que brotan en el marco.
La moneda gira en el aire. Traza el destino. Oculta la medida del tiempo. Y los dedos se cruzan en busca de la rúbrica que avale la apuesta ganadora: non. La vida frente a la muerte.

lunes, 11 de febrero de 2013

Ojos de serpiente

Hoy podía haber sido un gran día. Depende de las expectativas de cada uno. Yo hace tiempo que me lo tomo con indiferencia gatuna. No me afecta, por ahora, la cuestión de sumar o restar, según la perspectiva, en la alforja de la vida. Tampoco tengo vocación de presentar una candidatura de futuro para que me apliquen el carbono 14 o lo que haya deparado la ciencia.
Así que aún consciente de que no es un día como otro, no le pido grandeza y le agradecería que reserve miserias para otras fechas. Pero en esto, como en otros menesteres, estamos en manos del capricho. Por un lado, el Santo Padre me obsequia con su renuncia, que hubiera sido más sonada si a la par anuncia el desmantelamiento del chiringuito, tan rentable pese a los siglos. Pero por otro, me regala un pesar.
Un aldabonazo para hacerme pensar en lo efímero. En el azar que transforma lo excepcional en habitual. Y nos hacer aceptar como normal aquello que es el mayor don recibido, la vida.
La existencia. Que bien podría ser una moneda lanzada al aire, que cae de un lado u otro, cara o cruz, o queda de canto para regocijo de pronosticadores o de profetas del mal fario. Un vuelo en el aire, donde se dibuja el destino y donde se nos niega la posibilidad de intervenir.
En ese vuelo el tiempo no es real. Puro artificio. Ficción de ¿dioses? ¿ hado? o querencia de mortales. Y la moneda girando hasta caer no establece precio de compra-venta, pero determina como el dedo perverso de un emperador lo que valemos.
Dos criaturas de 6 meses y 500 gramos han abierto la ventana del mundo y esperan la caída de la moneda, la oscilación del pulgar que altera la tasación.
No pedimos localidades, pero nos reservaron asiento en primera fila para contemplar el giro de la moneda, sin que podamos emitir un leve soplido para variar su rumbo y garantizar que saldrá cara. Pintan bastos. Quisiera apostar a pares, pero… la banca gana cuando en la mesa se desnudan los naipes y en tu mano duermen los dados, que al bailar hacen brillar la esperanza en los ojos de serpiente.  

martes, 5 de febrero de 2013

Los Amantes Pasajeros


 
Me cuesta creer que alguien de mi generación conserve virginal la mente. De ser así, y aunque de todo hay, los acontecimientos de tiempos recientes habrán contribuido a acabar con tal estado. Y aún consciente de que el paso del blanco inmaculado al negro poluto es el tránsito natural en estas situaciones, no solo reclamaré una parada en matizados grises, sino que defenderé un itinerario de colores.
Hallo ese estallido cromático en el avance de la nueva película de Almodóvar, “Los amantes pasajeros”, que nos devuelve no a un estado mental virginal 20 o 30 años atrás, pues éramos ya por entonces algo canallas, pero si parte de aquel espíritu canalla, bohemio y despreocupado en un país jovial y alegre en el que estábamos prestos a sonreír.
El tráiler me ha recordado a aquel Almodóvar de sus inicios, posterior a sus albores de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” y “Laberinto de pasiones”, que culminaría en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” y “Mujeres al borde un ataque de nervios” y que ya se apuntaba en “La ley del deseo”, “Matador” y sobre todo en la maravillosa “Entre tinieblas” (recuerdo que fui a verla cuando la estrenaron con mi madre y mi abuela y lo bien que se lo pasó mi abuela, ajena a cualquier incompatibilidad entre sus creencias religiosas y sus misas casi de a diario y la propuesta de Almodóvar. Éramos tres generaciones, casi un siglo, en el patio de butacas de una sala de cine madrileña, ya desparecida como tantas otras).
Nada que ver con aquel otro director de “Kika” o “Tacones lejanos” que me apartó de su cine, al que sólo regresé esporádicamente para disfrutar el corto en blanco y negro de “El hombre menguante” en “Hable con ella” y para descubrir la espléndida interpretación de Penélope Cruz y el regreso de Carmen Maura en “Volver”.
En un país que algunos se empeñan en convertir en una película de terror estamos más que nunca necesitados de la comedia. Demandamos recuperar la sonrisa o dibujar en los labios algo parecido a una sonrisa para intentar reiniciar el camino de la carcajada. Por tierra, mar o aire. Aunque sea fugaz; un espejismo atrapado en un reloj de arena.