jueves, 18 de noviembre de 2021

Objetos reunidos

 

Los objetos tienen un universo propio. Un ámbito en el que intervenimos los humanos y que a pesar de ello les es particular. Libros, discos, pinturas…, los agrupamos, los colocamos, los unimos a otros de su especie en un espacio determinado sin que necesariamente, a simple vista, exista un nexo más allá de nuestra, en teoría, arbitraria elección. 
A priori, establecemos que esa reunión de objetos se realiza por afinidades como el género, el estilo o similares. Algo que reafirmamos cuando en otra casa o hábitat diferente hallamos una coincidencia en la ubicación de algunos de esos objetos.
Y bien pudiera ser, pero también puede que no sea más que eso, una coincidencia. Aún así, habrá quien afirme que eso no es posible, porque las coincidencias no existen. 
Lo cierto es que los objetos nos transmiten su especificidad, su identidad y nosotros respondemos a ella de manera dispar. Asomándonos en la medida de nuestras posibilidades a ese universo que de alguna manera no nos es ajeno, pero que no nos pertenece y al que accedemos porque se nos franquea el acceso. Un acceso parcial y limitado que, sin embargo, deja entrever una empatía y alguna dosis de curiosidad. 
El otro día hablando del cd de Kike Ganso, al término del concierto en el que Antonio Hernando presentaba su “Liturgia eléctrica”, en la Sala La Mecánica de Jaén, le comentaba a mi amigo Emilio Ramos (Ambólica majestad y Arrabalero) que ese disco al que él me abrió las puertas, compartía espacio en mi casa con el de Rafael Berrio y el de Diego Vasallo. Dos semanas más tarde se les ha unido el de Javier Arnal. 
Imagino que no faltará quien quiera justificar esa reunión con argumentos basados en afinidades que le parecerán evidentes. Argumentos tan válidos como refutables y que a buen seguro ignoran, por las causas que sean, esa existencia de un universo propio en los objetos. 
A mí me gusta pensar que más allá de mi intervención en la reunión de esos discos y dejando a un lado la predestinación, se ha producido un encuentro de esos universos propios y han hallado un espacio común en el que intercambian acordes y palabras. Un intercambio en el que yo soy un privilegiado espectador, pero solo de una ínfima parte de ese universo propio que por un instante se vuelve comunitario. Es ese instante en que se abre la puerta y al franquearla te sientes parte de aquello que sin ser propio no te es ajeno y, por tanto, indiferente.