lunes, 26 de septiembre de 2011

Las caras del poliedro

No recuerdo su nombre. En realidad ignoro si alguna vez lo tuvo. Pero seguro que lo denominábamos de alguna forma por la que sabíamos que nos referíamos a él y no a otro objeto.
Recuerdo que era el resultado de realizar varios dobleces con el papel, que pintábamos algunas de sus caras y que lo movíamos con los dedos, abriéndolo como los pétalos de una flor y ofreciendo al de al lado la posibilidad de elegir alguna de esas caras y descubrir qué se escondía debajo.
Entonces parecía un juego inocente. Probablemente lo era. Pero ahora, años más tarde, haciendo girar entre las manos un cubo de Rubik la memoria se convierte en un hilo conductor que me lleva desde las caras de colores del cubo mágico a aquellas otras caras de papel coloreado y éstas, a su vez, me conducen a un poliedro. Y ya aquel juego infantil no me parece tan inocente, sino algo premonitorio o experimental.
Es éste un poliedro más complejo, compuesto de huesos, músculos, arterias, venas y vísceras conocidas como órganos vitales. Pero también aderezado con emociones, sentimientos y con una carga de experiencias y aprendizaje. Tiene diversas caras como el cubo mágico y aquel entretenimiento de papel, aunque paradójicamente podría tener solamente una y el resto actuar como pequeños espejos que reflejan y deforman esa única cara a ojos de quien la contempla. Y sin embargo, lo más probable es que el poliedro esté compuesto de varias caras mostradas a voluntad y dependiendo del ojeador, con la única finalidad de trasladarle una imagen interesada y no la real, en un intachable ejercicio de hipocresía.
Pudiera ser que en ocasiones al querer mostrar una de esas caras se mostrara inadvertidamente otra, perdiendo el control sobre la imagen proyectada y por tanto, ignorando la percepción real del ojeador sobre la imagen recibida, en una evidente e involuntaria distorsión del proceso comunicativo.
Y pudiera ser que de tanto mostrar unas caras y esconder otras, acabaran por mezclarse y confundirse, de tal modo que tanto el ojeador como el propio poliedro olvidaran si había una sola cara, reflejada por el resto de las caras, o varias. Llegados a ese punto, sólo quedaría la máscara.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Cíclope


Polifemo indefenso de plana mirada. Ojo pétreo. The eye in the floor. Black&white visual. Mosaico ciego.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El retorno de los piratas

Piratas de pantalón corto. Regresan tras las vacaciones para reencontrarse con sus compañeros de correrías; camaradas de escasos palmos con los que atravesar mares y océanos y navegar en barcos con la bandera negra de la calavera y los huesos cruzados.
Ajenos a virreyes y virreinas que ordenan, al margen de lo que dicta la corona, levantar patíbulos en sus dominios para escarmiento de dómines, sólo piensan en retornar a Tortuga, donde juego y aprendizaje se mezclan con la capacidad de soñar y la pericia de sus mentores.
Poco importan también los miedos de los progenitores, aquellos que un día fueron piratas y hoy en su mayoría se asemejan a los gobernadores de los imperios. Temerosos ante lo que deparará el mañana, prisioneros del presente y protectores por exceso de los pequeños bucaneros.
Su nave zarpa de Infantil a Primaria. Y lejos de las dudas de los padres, pasean arrogantes por cubierta, dispuestos para el abordaje. Convencidos de que ya son mayores y de que el mundo está a sus pies, porque saben leer, juntar un puñado de letras y resolver elementales sumas y restas.
Sus armas son lápices de colores, ceras y rotuladores. Y lo más parecido a un sable es una tijera de puntas redondas. La mochila es su cofre del tesoro. Y los libros, mapas que dibujar.
Los miras, y no hay espejo que refleje con igual certeza el paso del tiempo. Y es entonces cuando aparcas los miedos, para recordar aquellos días en que fuiste un pirata y navegabas por lejanos mares en barcos con la bandera negra de la calavera y los huesos cruzados. Cuando desconocíamos la existencia de Ítaca y el sueño era el País de Nunca Jamás.

jueves, 8 de septiembre de 2011

martes, 6 de septiembre de 2011

Aburrimiento

Me aburren los tipos que siempre se miran el ombligo. Los guays cargados de hiel, amparados en el egoísmo, la incomunicación y la soledad. Aquellos que te abrazan si te sumas a su causa y te ajustician en la plaza pública si osas disentir. Los que se suben al mástil de la libertad para oprimirte con la bandera.

Aquellos que te pasan el brazo por el hombro, mientras en la mano contraria empuñan la daga y te llaman amigo; a la par que se aferran al instinto para suplir al valor del que carecen y alojarla lo más cerca de tu corazón.

Pobres ignorantes. Desconocedores de que pinchan en hueso, de que el acero de una daga no causa más herida que aquella que abre la carne y de la que brota la sangre. Ajenos a que la pluma, en apariencia débil, atesora más fortaleza y certeza que la pistola o la espada.

Amargados. Seres que se regocijan en la desgracia, en la propia y en la de los otros. Y que aún creen que necesitan gritar para ser escuchados. Incapaces de entender, porque nunca intentaron comprender. Sordos y ciegos, pero con una lengua desatada, manejada con el rencor y la destreza del látigo que muerde la carne.

Escudados en apariencia en causas nobles, cuando en realidad andan emboscados, esperando su oportunidad de cobrar la deuda de afrentas imaginarias. Siempre prestos a hacer mofa del caído. A zancadillear desde la invisibilidad que ofrecen las sombras. A convertirte en una sombra.