viernes, 28 de octubre de 2016

Chilindrinas, crónica vecinal con humor

Menos mal que veinte años no son nada, porque esos son los que tendrán en 2017 las chilindrinas, que en su decimonoveno cumpleaños, fieles a su cita de cada 18 de octubre, nos han traído esa mezcla de picante y humor para repasar principalmente lo que acontece en la ciudad, pero sin perder de vista lo de fuera.
Recurriendo al tópico diremos que los vecinos y amigos de la asociación “Arco del Consuelo” no dejan títere con cabeza. Se lo ponemos fácil, es cierto, pero hay que tener ganas, saber dibujar y una dosis de ingenio y maestría para hilar, que no coser, ese relato ácido de imágenes y palabras que lo mismo, casi siempre, nos arranca una sonrisa que nos hacer fruncir el ceño. 
Este año además nos han tocado el corazón con el recuerdo a Pepe Román y David Padilla y a los entrañables Vicente Oya y Rosario López; todos ellos tocados por las musas y ejemplo de generosidad y compromiso con Jaén.
También nos han sorprendido con la incorporación de un panel con fotografías para denunciar el lamentable estado del entorno de la Catedral. Sí, ese monumento que pretendemos sea reconocido como Patrimonio de la Humanidad y cuyas afueras y por la cercanía de esa fiesta importada de Jalogüín dan más para una de terror que para las chilindrinas. 
En estos tiempos en los que el periodismo hace aguas y frecuenta más el pesebre que la calle no debe sorprendernos que sea el humor la mejor herramienta de denuncia contra el poder. Y en ese ámbito, las chilindrinas son herederas de la tradición humorística gráfica española, de publicaciones como “La Codorniz” o “Hermano Lobo” o la más reciente y también desaparecida “El Churro Ilustrado”. 
Hace unos años escribí que las chilindrinas eran “un conciso anuario que arranca la sonrisa del viandante y evidencia la necesidad de tomarse con humor lo acontecido, lo presente y lo que esté por llegar”. 
En eso estamos, en no perder el humor, porque ya nos encargaremos entre unos y otros de acumular despropósitos para celebrar los veinte años de las chilindrinas por todo lo alto. 
Y para hacer boca, ya saben, el ayuntamiento ha aprobado que las lumbres y la carrera de San Antón se celebren en sábado los dos próximos años. Y después el señor alcalde hace saber que se consultará a los vecinos. La casa por el tejado. ¿Quién es capaz de defender que el orden de los factores no altera el producto? 
Pues eso, vamos a dar motivos para la chafaldita. Que si veinte años no son nada, uno pasa enseguida.

Artículo emitido en SER Jaén, "La Colmena", el 27 de octubre de 2016.



lunes, 17 de octubre de 2016

Nuestro tiempo

Regresaban a Jaén, aunque en marzo habían actuado en Úbeda, y como ya dijo ‘El Pitos’ allí, igual que lo ha repetido Lapido en varias entrevistas, Jaén siempre fue su segunda casa; incluso, como recuerdan ambos y no se cansa de repetirme mi amigo Miguel Dávila, hace 20 años dieron más conciertos en Jaén que en su Granada. Mi Granada, nuestra Granada, porque siempre hemos sido de allí y de aquí y quizás por eso, ellos siempre fueron de los nuestros. Como los KGB o los TNT. Y como lo eran aquí Niñatos y Conservantes Adulterados. 
Han vuelto los Cero dos décadas después para recordarnos que “este es nuestro tiempo”. No somos lo que queríamos. No somos lo que creímos ser. Pero a pesar de los sueños incumplidos, de las esperanzas rotas y de los que se quedaron en el camino, seguimos siendo. Somos por nosotros y por ellos. 
Ahora más de 20 años más tarde, cuando le dan el Nobel a Dylan y eso me hace recordar a Lou Reed y pensar que aún hay una posibilidad para Leonard Cohen, el poeta silencioso que con 82 años estrena disco y afirma que “está preparado para morir”, defendemos que “este es nuestro tiempo”, con nuestros logros y nuestros fracasos, con nuestras virtudes y nuestras imperfecciones, frente a aquellos que nos empujan a la miseria social y moral. 
Puede que nosotros no estemos preparados para morir o que hayamos muerto un poco ya, pero si estamos listos para la resurrección. Porque sobrevivimos o no morimos del todo y porque ni siquiera esperamos ni pretendemos una resurrección eterna. Porque incluso los no creyentes necesitamos creer en algo; hasta que hay o hubo un dios y sigue estando de nuestro lado. También en esta ciudad dormida, que sin embargo no duerme, somos capaces de resucitar por una noche, en una maniobra que ya siempre permanecerá en nuestro recuerdo. Quizás en el mismo lugar donde rugen en nuestras cabezas las tormentas imaginarias. Allí dónde dejamos el siglo XX, casi 20 años atrás. 
Volvieron los Cero a Jaén. Con un público puesto en suerte por Lola Nos Quiere y el grrrock de El Gran Oso Blanco. Y como habían anunciado cambiaron un poco el repertorio respecto a otros conciertos, como los de Úbeda o Granada. También anunciaron hace dos décadas que no volverían y para deleite nuestro incumplieron ese anuncio. Y también, excepcionalmente, tocaron dos veces en un concierto el mismo tema ¿Qué fue del siglo XX?, con una versión acústica que ya nadie podrá arrebatarnos como hicieron con ese siglo para dejarnos a lomos del XXI. También para decepción de la mayoría, fundamentalmente de mis peques, las maracas no volaron al son de “La vida qué mala es”. En Úbeda se habían quedado con las ganas de hacerse con una porque cayó en las manos de un peque que había a su lado y aquí quedaron privados del vuelo y de obtener el anhelado botín. 
Con diez años mis peques pueden presumir de haber estado en dos conciertos de 091. Cantando sus canciones y moviendo los pies, aunque esto último aún les cuesta y porque de ello ya nos encargamos la banda de puretas que les rodeamos. Espero que dentro de unos años, cuando sea su tiempo, serán capaces de entender lo que significan estos conciertos, los otros a los que les hemos llevado y los que están aún por llegar. Que comprendan que es posible que en una canción habite la poesía, pero sobre todo que entiendan que la música, especialmente el punk y el rock, junto al cine y la literatura, nos dieron las alas de la rebeldía que te permiten soñar con volar. 
Y puede que 20 años más tarde no hayamos sabido aterrizar. Aprendimos a buscar la luna en el negro cielo, pero solo como gato supe encontrar el sol en el balcón. Entre tanta búsqueda, atentos a los filósofos y a los poetas, dejamos pendientes demasiadas respuestas. Olvidamos el destino y de tanto mirar y escarbar en nuestro interior acabamos inmersos en esa soledad alimentada por la nostalgia. 
Los 091 eran una banda de rock. Siguen siendo una banda de rock. Con sus miradas cruzadas, sus silencios y sus demonios. Pero si ellos han sido capaces de volver, nosotros que aprendimos a levantarnos después de caer, que aprendimos que el dolor es visible, estamos preparados para renacer. Todavía nos sumaremos a su baile, porque siempre será nuestro baile. Aunque nunca sepamos porqué se hace una canción.

viernes, 14 de octubre de 2016

Panem et circenses

¡Ya está aquí la feria! Se acabaron los problemas. Priman los lunares frente a los agujeros. Así que aquí no corremos túpidos velos, ni siquiera la cortina, directamente bajamos el telón.
Pan y circo.
¿No les parece que once días de feria son demasiados días?, dos fines de semana y dos festivos con un puente incluido. 
Entiendo que los caseteros y los feriantes tienen que obtener la máxima rentabilidad por su inversión y trabajo. Y también que en estas fechas siempre hay que mirar al cielo y esperar que no llueva, porque si no las previsiones económicas se quedan en eso, en previsiones.
Aún así, me parecen demasiados días. No creo que ni la ciudad, ni los bolsillos estén para excesos. Y creo que el calendario en esta ocasión ayudaba a comenzar el once y terminar el dieciocho, el día de San Lucas; lo que hubiera supuesto ocho días de feria, con un fin de semana, dos festivos y un puente. Que ya va bien servido.
El Ayuntamiento dice que esta edición de la feria no va a costar un euro a las arcas municipales. Lo que es de agradecer, sobre todo pensando en las nóminas de los trabajadores municipales. 
De nuestros bolsillos respondemos nosotros. Me consta que algunas entidades financieras se frotan las manos en estas fechas ante la petición de préstamos para mantener el tipo en el ferial. Eso sí, luego hay que devolverlos. Pero quién no sucumbe a esa tentación mágica de convertir la calabaza en carroza aunque solo sea por unos días. 
Pan y toros. 
Luego volveremos a la realidad de la ciudad dormida. Y descubriremos que “el neón de color rosa se hace cargo de las cosas”, porque hay “una mano para poner y quitar. Y así el círculo se cierra y la gente no se entera de lo que ha ocurrido ya”. 
Poco importa que el Parque de la Victoria conozca la derrota y que ni siquiera su traje nuevo de Concordia garantice la paz al contemplar esas aceras de albero rosa, tan inadecuadas para los niños. 
Son ya tantas las reformas fallidas y/o aplazadas. Y la justificación siempre es la misma, no hay dinero. Pero digo yo que estas reformas se pagarán y supongo que alguien les dará el visto bueno. Y que alguien supervisará los proyectos y tendrá capacidad para modificarlos. 
Nos ponemos las gafas de no ver en San Lucas. Pero el resto del año estaría bien abrir los ojos. Para que no nos cuenten medias verdades o mentiras completas. 
Pan a secas y feria.

Artículo emitido en SER Jaén, "La Colmena", el 13 de octubre de 2016.


martes, 11 de octubre de 2016

El entrañable lector de periódicos

No faltó a su cita de lunes a viernes durante cuatro semanas. Cada día el mismo ritual, llegaba a media mañana cogía el periódico y buscaba un banco para sentarse y leerlo; a ser posible alguno de aquellos bancos a los que el sol no alcanzaba y que estaban más alejados de las aulas. Cuando terminaba de leer el diario se levantaba, volvía a ponerse el sombrero y las gafas de sol y se dirigía a la mesita en la esquina del patio del Palacio de Jabalquinto de donde lo había cogido para depositarlo allí de nuevo. Y se marchaba. Podía haberse llevado el periódico como hacían otros muchos. De hecho los periódicos estaban allí principalmente a disposición de alumnos y profesores para que pudieran leerlos y llevárselos si querían; tampoco se realizó nunca objeción alguna a aquellos que procedentes de lugares ajenos a la Universidad acudían a hacerse con un ejemplar ‘por la patilla’. Pero él nunca se lo llevó. 
Piedad y yo no tardamos en descubrirlo. Lo observábamos cada mañana, casi siempre con prisa mientras nos desplazábamos por las escaleras, el patio y la galería del Palacio para llegar a las puertas de las aulas en busca de directores y ponentes de los cursos para que fueran entrevistados. Como aquel empedernido lector, nosotros también teníamos un ritual diario; menos pausado que el suyo. Nos pareció entrañable. Y convertimos aquella escena en la imagen de los Cursos de Verano 2016 del Campus Antonio Machado de Baeza (Jaén) de la UNIA. 
Nunca intercambiamos una palabra con él. Simplemente, le observábamos. Uno de los últimos días al pasar, sin que él se percatara y desde el preámbulo de la inmortalizada escalera del Palacio le hice una foto con el móvil. Al regresar al despacho le pedí a Piedad que le hiciera alguna foto con la Canon, desde la distancia y la discreción que te permite el teleobjetivo. 
Hizo las fotografías en color y en blanco y negro. Y en ellas atrapó la ternura que le producía aquel lector de periódicos. Y también su fragilidad; aquella vulnerabilidad que se hacía más notoria al contemplar desde lejos esa figura empequeñecida al ocupar un extremo del banco, delante de aquellas fotos de grandes dimensiones de la exposición “Mujer”, junto a las columnas del patio y bajo sus arcadas y en comparación con el resto del propio patio con su fuente y sus naranjos en el centro. 
Si, aquel viejito era entrañable. No solo por regalarnos cada mañana esa imagen mezcla de ternura y vulnerabilidad, también por hacernos partícipes de su ritual y por permitirnos compartir ese instante en el que de alguna forma se producía una comunión entre nuestro trabajo como periodistas y su condición de lector del periódico. El origen y el fin de la noticia. 

Foto: Piedad Bejarano
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viernes, 7 de octubre de 2016

El Callejón de los Dientes

Es sabido que como gato me gustan los callejones más que los palacios. Aunque no desdeñe de vez en cuando la visita a algunos de estos últimos. Pero si me dan a elegir prefiero deambular por los callejones, en la mayoría de las ocasiones sin rumbo, sin prisa, dejando que el sol me acaricie el lomo y cuando amenaza con abrasarme refugiarme en la sombra. 
Conozco pues muchos callejones en distintas ciudades y pueblos. Otros por los que nunca he deambulado me han llamado la atención por su nombre, por su ubicación, por sus construcciones, su trazado o cualquier otra característica. 
Ese es el caso del Callejón de los Dientes en Baeza. Había pasado muchas veces por el acceso más cercano a la iglesia de Santa Cruz y siempre me había quedado mirando el nombre y esbozando una mueca, puede que media sonrisa. Pero nunca me había aventurado por su interior. 
Hasta el jueves, cuando junto a dos compañeros lo recorrimos de principio a fin para atajar. Muere en la Plaza Santa Clara, porque a diferencia de los callejones cubanos, que son ciegos, este Callejón de los Dientes, como muchos otros en España, tienen dos accesos, que se usan indistintamente como entrada o salida dependiendo de la dirección a la que el caminante dirige sus pasos. 
Llama la atención por su nombre. No solo a mí, a cualquiera que pase por alguno de sus extremos y contemple la placa con su denominación. De hecho recuerdo que durante el Congreso conmemorativo del centenario de la llegada de Antonio Machado a Baeza, el ya desaparecido Manuel Urbano, tras un paseo por el casco histórico, dedicó un artículo a este callejón en Diario JAÉN.
Como buen callejón, el de los Dientes es estrecho y cuenta con una leve pendiente, casas de piedra o de paredes encaladas y hasta dibuja en su trazado un breve zigzag. 
Desconozco cuál es el origen de su nombre, pero me hizo recordar la Calle del Marfil en el centro de Madrid, tiempo después denominada Calle Pérez Galdós, y que recibía su nombre porque en ella vivían varios sacamuelas que tras prestar sus servicios arrojaban la pieza extraída a una corriente de agua que atravesaba la vía. Habría que depositar muchos dientes y muelas para cubrir aquel lecho de agua y transformar aquella calle en un manto blanco y brillante de marfil, de modo que supongo que sería más bien una escena grotesca donde los dientes desprovistos de bocas y maxilares y privados de la capacidad de morder salpicarían como guijarros blancos el agua, mezclada con la sangre escupida por aquellas mismas bocas desdentadas. 
Me gusta pensar que el Callejón de los Dientes recibe ese nombre porque en algún momento apareció ante el caminante como una boca profunda en la que las sombras perfilaban unos afilados dientes y adentrarse en él era como ser devorado por mitológicas bestias, por imaginarios seres de fauces sin fin y dientes como cordilleras que desgarraban la piel y llegaban hasta los mismos huesos. 
Claro que también podría ser un callejón de la felicidad, una especie de paraíso urbano donde los dientes brillasen para esbozar una sonrisa perenne. 
Me preguntó si habrá también un callejón de la boca, de la lengua o un callejón de labios ardientes.