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sábado, 19 de abril de 2025

Jueves Santo

La Jaén que fue deja los posos de la memoria, lugares de referencia y los supervivientes que se mezclan con rostros y recuerdos de los ausentes.
Salgo este Jueves Santo por causas sobrevenidas y para estirar las piernas ante mi inminente reclusión en my house.
Veré salir a la Veracruz, una de las cofradías de uno de mis abuelos que tuvo la fenicia ocurrencia de hacer cofrades a los guardias civiles de toda España, porque uno de mis filios, paradojas de la vida, ha decidido desfilar esta Semana Santa en las filas de la Legión romana; y no precisamente para conquistar las Galias.
Quien me conoce sabe que mi fe reside en los seres humanos y que levanto la vista al cielo, sin despegar los pies del suelo, para soñar e imaginar las cometas volar.
Respeto las creencias ajenas, pero soy consciente de los caminos entrecruzados de lo religioso y lo pagano en celebraciones como la Semana Santa, que, además, en los últimos tiempos se ha inclinado a lo frívolo. No por ello deja de ser espacio para el encuentro y el reencuentro. Para mí en las procesiones de la Semana Santa de Jaén siempre prevaleció la plasticidad y la estética. Era un tiempo de disfrutar de ello y de amigos y conocidos.
Hoy no ha sido distinto. Ambiente en las calles del casco antiguo y reencuentro con los de aquí y los de allí, los de aquella Jaén que fue. Hallo a Marcos Gutiérrez Melgarejo y junto al afecto de años compartimos recuerdos y anécdotas de los que ya no están. Se suman al encuentro Rafa Palomino y Pilar, e, inevitablemente, surgen vivencias de su hermano Carmelo y de mi padre, de Luis 'Millones' y de algunos de los ausentes que siempre eran protagonistas en estas fechas.
Asevera Rafa, y acierta, que ya no hay personajes como ellos en Jaén. De esos personajes que eran, también y de alguna manera, señas de identidad de la ciudad y parte de su paisaje, de "los que veías en la calle".
Las calles siguen ahí. Y el bullicio de los festejos. Conviviendo con una memoria que se pierde y se difumina según nos vamos despidiendo. Nos agarramos a ese poso, contemplando un clavel, como aquellos del Abuelo que cada Viernes Santo dejaban en casa de mi abuela MamaConcha, cuyo color rojo simboliza la sangre derramada de los inocentes. Esa misma sangre que, desgraciadamente, fluye como un manantial.

Foto: Clavel en un vaso de cristal a modo de adorno en la Peña Flamenca de Jaén.


domingo, 13 de abril de 2025

Entre vinilos


Hoy tocaba ir a comprar una 'chuche' y disfrutar de ese día que las tiendas de discos han convertido en una cita festiva para aquellos a los que nos gustan la música y los discos, el Record Store Day. A las ediciones especiales en vinilo, tiendas como Marcapasos y Discos Bora-Bora en Granada les han sumado desde hace años una programación musical durante la jornada.
En Jaén, aunque en los últimos tiempos a muchos se les llena la boca presumiendo de oferta cultural (sin importar la calidad, of course) y repitiendo como un mantra acusador eso de menos mal que "no hay ná", no hay tiendas de discos y no podemos disfrutar de una fiesta similar. Tampoco hay una sola sala decente para conciertos, pero, bueno, y al hilo de la Semana que se avecina ¿seré yo, maestro?
Menos mal que nos queda Graná. Por cuestiones que no vienen al caso he llegado más tarde de lo previsto, pero, aún así, pisaba a tiempo Bora-Bora para escuchar un par de piezas de Carlos de Jacoba, con la tienda llena de gente disfrutona. Previamente, había pasado por la puerta de Marcapasos, donde Sr. Chinarro ha llenado hasta en la calle y pese a la lluvia. He vuelto, para, desde la rúa, escuchar también, curioso, las dos últimas canciones.
Y a continuación, la sorpresa. DJToner, Alfonso Alcalá, Rafa Martínez y 'nuestro' Sergio Albacete. 3 grandes intérpretes y un mago en la mezcla que han sido el mejor aperitivo para la cerveza.
Los 'vientos' de Sergio Albacete soplan desde hace tiempo de Torredelcampo a cualquier lugar de Andalucía y fuera de ella. Inmerso en numerosos proyectos, incluso docentes, lleva su maestría por esos cielos sin abandonar el nuestro. Y, además, hay que reseñar lo buen tipo que es. 
Hoy estaba parlanchín y he saboreado sus 'conversaciones' con el contrabajo y, de manera especial, con el trombón. Le daba a la lengua con el 'aire de Jaén' y uno sentía orgullo por el amigo y por el privilegio de la escucha en directo. 
Barruntaba después, a solas en la Malvasía, sobre el placer de lo inesperado y sobre nuestra torpeza, puede que incapacidad, para apreciar la grandeza más allá de las miradas al ombligo.

jueves, 1 de junio de 2023

Malevaje

 

La reciprocidad cuando sale del corazón es la mejor forma de intercambio conocida. Un uno de abril se cumplía el sueño de ver en un escenario a “Los Arrabaleros” con el alma de “Malevaje”, D. Antonio Bartrina. Y un dos de junio se repetirá la historia con una leve variación, el escenario estará tutelado por “Malevaje” y será el pibe de “Los Arrabaleros”, Emilio ‘Osvaldo’ Ramos, quien subirá en esta ocasión a las tablas para compartir coplas con el maestro Bartrina. 
Abajo los feligreses reincidentes sacaremos brillo al piso y adobaremos el gaznate para acompañar las tonadas que poblarán el aire de la Sala La Mecánica. Marcaremos los pasos del vagabundo que irremediablemente conducen al tango y la milonga. 
Jaén revivirá otra noche de tango, con la esencia de las dos mejores bandas que bebiendo del rock destilan el licor de Discépolo y Carlos Gardel, ya saben “ese pensamiento triste que se baila”. 
Y aunque están llamados todos, una vez más serán pocos los afortunados; aquellos conocedores de los vaivenes de la diosa fortuna, habituales del quiebro y andariegos del alambre, que no necesitan que nadie les cuente luego el después, ni siquiera el antes, porque sacan boleto de ida renunciando de antemano a la vuelta y conscientes de que la moneda al aire traza el mapa del destino. Vendrán más noches, otras noches, pero nunca serán esta que ahora se anuncia, esa que al día siguiente en los carteles pierde el brillo para hospedarse perenne en la memoria. 
Cuando pase el tiempo no faltarán relatores que en primera persona rememorarán aquella velada de junio en la que el lamento entraba por la cabeza y salía por los pies. Y habrá entonces quien ya tarde maldiga por la ausencia su torpe elección. 
No esperen a que se lo cuenten ¡arránquense, carajo! el ayer siempre es irrecuperable, el hoy es el preámbulo del futuro y el mañana es ese viernes, dos de junio, en que “Malevaje” soplará 'a corta distancia' aires porteños entre los olivos de un sur también plateado.

lunes, 17 de octubre de 2022

091, gracias por tanto


Al día siguiente me duele la mitad del cuerpo. De brincar, hacer algo parecido a bailar y subir y bajar desde la izquierda del escenario a la barra, lo que supone recorrer el Auditorio de La Alameda longitudinalmente varias veces. También tengo la voz quebrada de cantar a grito pelado, provocando un destrozo a los oídos cercanos disimulado por la euforia colectiva.
Y aún así, conservo por la mañana la media sonrisa en el rostro y ese brillo en los ojos que no es más, ni menos, que el reflejo de un instante de felicidad guardado y proyectado en un cristal. Ese mismo instante que se repite, igual que el cosquilleo interior, cada vez que tocan 091 en directo.
No recuerdo cuando escuché a los Cero por primera vez. Sé que fue en Jaén. De igual manera que fue aquí donde por primera vez los vi tocar en directo, aunque los años han borrado de mi memoria el lugar. Después, muchas veces Jaén, Madrid…, hasta que llegó el adiós. Y luego, 2016; resucitaron y revivimos. Y aquí seguimos desde hace ¡¡¡40 años!!!
Nos reencontramos en este mes de octubre en Jaén, su segunda casa y la primera en nuestros corazones, rodeados de amigos. De nuevo comparto concierto de los Cero con Miguel Cobo, con quien disfruté de la “Maniobra de Resurrección” en la plaza de toros de Granada. Y me sorprende Jesús García, con quien coincido al entrar, al confesarme que es su primer concierto de los Cero.
Eso se queda en mi cabeza durante la noche y la mañana del domingo. Un concierto de los Cero por primera vez, ahora que están, probablemente, mejor que nunca. Imagino la expectación, los nervios, el preámbulo del deseo que se va a cumplir…, tantas cosas pasando por la cabeza y de repente, cuando suena “Man with a harmonica” ya no hay más, los Cero y una multitud de seguidores hambrientos de su música.
La fortuna hace que nos encontremos al mediodía del domingo, y en El Sanatorio, frente a unas rubias con espuma, responda a mi curiosidad. Cosecha del 83, el menor de 6 hermanos en una casa donde sonaban los Cero y, por unas cosas u otras, hasta ahora no había podido escucharlos en directo. Deuda saldada.
Eso me lleva a echar la vista atrás. A marzo de 2016 en Úbeda. El primer concierto de 091 al que asistieron mis 'piratas’, David y Sergio. Allí estábamos, en una noche con lluvia previa y frío, mi santa, los peques y yo. Tenían 10 años y desde entonces hasta hoy son parte de ese universo ceroadicto.

Granada, mayo de 2022

También recuerdo el último, el anterior al de este octubre en Jaén. En mayo en Granada, en el mismo escenario, el Pabellón de deportes, donde en diciembre de 2016, en otra noche de lluvia y frío, Antonia y yo cerrábamos la “Maniobra de Resurrección”; con un José Antonio García sin apenas voz, haciendo un ejercicio de profesionalidad, y un público entregado, convencido de que había llegado el final. No fue así.
En ese mismo lugar celebrábamos en ese mes de mayo de 2022 los 40 años de 091 en la música. Habían tenido que interrumpir la gira de “La Otra Vida” por la pandemia; el virus golpeó cerca y duro, y, por un momento, nubló el cielo; pero, una vez más, hubo resurrección y salió el sol para encontrarnos en el rock.
Esa noche en Granada supe que los Cero arriba del escenario y nosotros abajo ahora somos uno. Habíamos llegado a ese punto del camino en donde nos unimos para formar un todo. Quedaban atrás los sinsabores, la frustración de que aquella fantástica banda no tuviera el reconocimiento que merecía y las dudas. Tras cuatro décadas allí estábamos ellos y nosotros. Cada uno con nuestra vida, con nuestras historias, nuestros éxitos, nuestros fracasos… A sabiendas también de que muchos que estuvieron en ese camino, ya no están. Y todo eso, que es el bagaje de la propia existencia, era en aquel instante secundario. Ellos no son sin nosotros y nosotros somos por ellos. Una unidad indivisible.
Así que esta otra noche de octubre en Jaén quedan a un lado las incertidumbres y asido a la fiabilidad de que tocan los Cero disfruto de un nuevo concierto. Saludo a Carlos Rueda, a su Ana María, que es y siempre será nuestra Ana, y a Rafa Rus. Acudo solícito a la llamada de Manolo Olivares y Alfonso Huertas para fundirnos en un abrazo. Me encuentro con Juan Carlos Solas, con Cuca Martínez, con Encarna, con José Ríos, con Pedro Tomás Colmenero, con Juanra Romero, con Manolo Aguilar…, hay otros muchos a los que no veo, pero que sé que están entre esas más de 2.000 personas que no olvidarán esta noche; ese Jaén que siempre ha sido de los Cero. Entre los que también están Alberto y Carlos Bizarro, Rubén, Isabel o Cristóbal Tornero con los que he recorrido el camino desde el arco de la Alameda hasta el Auditorio. Sólo me han faltado esta noche mi ‘hermano Emilio’ y una luna que no llegue tarde.
Suena “Man with a harmonica”. Y eso cualquier ceromaníaco sabe que es el toque de aviso de lo que está por venir. “Vengo a terminar lo que empecé”, “Zapatos de piel de caimán”…, durante más de dos horas van sonando canciones de “La Otra Vida” y aquellas otras que nos han acompañado durante este camino de cuatro décadas. Y cuando los hermanos Lapido, José Ignacio y Víctor, vuelven al escenario con José Antonio, para cantar en acústico “El fantasma de la soledad”, nos rodea un silencio irreal. Así que, aunque gritemos lo mala que es la vida, sabemos que en el fondo aquella y esta otra son la nuestra. Conscientes de nuestra fragilidad y de que el tiempo va pasando, desterramos hoy de nuestro pensamiento la idea de que tarde o temprano llegará en la hora cierta el último concierto.
Gracias, 091. Gracias por tanto.

domingo, 21 de febrero de 2021

El fuego que no cesa

Desde el Sur tenía uno la convicción de que ardía la tierra que habito, fruto del enfado, el hartazgo y la frustración ante decisiones sospechosas de arbitrariedad.
Y ese fuego, que en el caso de Jaén era metafórico, se ha tornado real en otros lares. Y ahora sí, arden las calles y grupos descontrolados en un ejercicio de violencia aplican fuego que lejos de iluminar contribuye a ensombrecer.
Las llamas se apropian de las ciudades y a la par que queman contenedores y parte del mobiliario urbano van achicharrando argumentos y desvirtuando la legítima reclamación de la protesta. 
Un rapero, un tal Hasel, de dudoso gusto y escaso talento musical, es condenado. Según unos, por la letra de sus canciones, y según otros, por la acumulación de delitos. El caso es que una vez más el trasfondo es la libertad de expresión, que debería ser clara en este país tras décadas de democracia y a tenor de donde veníamos. 
Lejos de eso, la aplicación de dicha libertad es tan caprichosa como esas otras sospechosas decisiones en ámbitos políticos y judiciales. El caso es que se aplica de forma desigual y curiosamente la responsabilidad penal siempre recae a la izquierda, con la inestimable ayuda de los diferentes grupos de presión; y entiéndanse estos en su amplitud y variedad. 
No creo que todo esto sea por aquello de que el fuego purifica. Es indudable que los fuegos y las descontroladas protestas están levantando una gran cortina de humo, que beneficia a muchos y ninguno de ellos es el rapero condenado. 
El fuego siempre ha logrado atrapar la atención del que lo contempla y esa fascinación hace que se mantenga la mirada en él y no se fije o se desvíe a otros focos, que quizás literal y visualmente no arden pero achicharran. 
Y en estos casos, tanto en Jaén como en esos otros lares, siempre observo que sobran pirómanos y escasean los bomberos. Será por esa fascinación del fuego o por la creencia en el descenso a los infiernos. O será porque más allá de las llamas lo realmente importante es el humo; cuanto más, mejor.

lunes, 30 de marzo de 2020

El reloj de "Picardía"

En algún momento llega ese día en el que el relojero deja de dar cuerda al reloj. Y a partir de ahí es cuando el horario y el minutero recorren la esfera varias veces hasta pararse o lo que es lo mismo hasta marcar el final. 
Estos días se están parando demasiados relojes. Entre ellos, el de Manuel García “Picardía”. Manolo era comunista, un buen comunista. Habrá quien piense que todos son buenos y los habrá convencidos de lo contrario. Eso es lo de menos. Manolo, buena persona, ejercía esa bondad en sus convicciones ideológicas y en su militancia. 
Llevaba tiempo sin verlo y no ha mucho pregunté por él a un común conocido. Andaba más cerca de los 100 que de los 90 y a esas edades uno sabe que en cualquier momento el relojero deja de dar cuerda a tu reloj. 
Lo conocí allá por los años noventa en la sede que Izquierda Unida tenía en la calle Millán de Priego de Jaén. Fue la primera campaña electoral que hice para un partido político como responsable de prensa; luego vendrían otras en IU y más tarde, en el PSOE y el PA. 
Los periodistas teníamos el hábito de frecuentar la caseta de IU en la Feria de San Lucas para dar buena cuenta de los mojitos del Rincón Cubano o para comer algo y allí me volví a reencontrar con Manolo, siempre el primero para arrimar el hombro. 
Así que cada mes de octubre, con independencia de que en alguna otra ocasión me lo cruzara por la avenida de Granada, dado que IU había trasladado su sede allí, se producía un nuevo reencuentro. Manolo venía de Torredonjimeno, el pueblo de mi abuelo, y mientras duraba la Feria, una semana, diez o doce días, no faltaba a su cita en la caseta. 
Siempre que me veía me llamaba niño. Y a mi santa, niña. Y cada año le comprábamos un décimo de lotería de navidad, con el impuesto para la causa, y también caía de vez en cuando un pañuelo o una camiseta de El Che. Me alegraba verle y yo sé que el también se alegraba cuando me veía. 
Recuerdo que una vez se le humedecieron los ojos, la emoción le pudo al hablar de aquellos tiempos en los que el sueño estuvo tan cerca. Y otra vez, nos contó un viaje que había hecho a Moscú. Y también recuerdo que dijo que él no vería la Tercera, pero que llegar, llegaría. 
Era una persona entrañable, de esas que se hacen querer y respetar sin estridencias, con la humildad como tarjeta de visita y con el conocimiento que no se adquiere en los libros pero que da la vida. 
Con él se va una parte de la historia de los vencidos, a los que paradójicamente nunca lograron derrotar. Con él desaparece también una forma de entender la vida con lealtad y de mantener la dignidad frente a la adversidad. 
Nunca olvidaré a ese viejo camarada al que hace unos días se le paró definitivamente el reloj.

lunes, 30 de septiembre de 2019

La Mecánica


En la ciudad que habito han abierto una sala de conciertos, La Mecánica. No es muy grande. Aquí desde hace demasiado tiempo casi nada es muy grande, pero la novedad y la necesidad hacen que la contemplemos con ojos grandes y anhelos aún más grandes. 
Imagino que en otras ciudades esta apertura apenas pasaría de la anécdota. Aquí no, porque la escasez probablemente distorsiona la percepción, pero la realidad es tozuda y muestra sin tapujos las carencias. Que son muchas. Demasiadas. 
Una sala de conciertos para los devotos de la música en directo es un templo. El lugar donde se produce la comunión con la banda o el intérprete de turno y que en cierto modo asemeja una liturgia. Y no pretendo ser blasfemo (en estos tiempos todo hay que aclararlo e incluso así es insuficiente ante el rebuzno de aquellos que se encajan las orejeras y no ven, ni quieren ver, más allá de la vereda). 
La otra noche, a la semana de su apertura, me dejé caer por allí para escuchar un par de actuaciones, Julio Demonio y Los Bizarros, un intérprete y una banda locales. Ya suponía que iba a sonar bien, porque los dueños son del gremio del sonido y nos han dado muchas tardes y noches de gloria en conciertos de otros garitos de la ciudad. No hubo decepción, sonaron muy bien. Y eso es de agradecer. 
Un sala nueva implica muchas cosas para una ciudad dormida. No ya despertar, que sería lo deseable, si no al menos desperezarse. Es una forma de ampliar la oferta cultural y también, y esto me parece fundamental, de dar una oportunidad a las bandas y los intérpretes locales, por supuesto también a los de fuera. 
En Jaén gozamos de una buena salud musical en distintos estilos y formaciones, pero cuesta mucho grabar un disco y más de la cuenta tocar para el público. Ha habido no pocas restricciones en forma de ley y pocos espacios adecuados para tocar y sobre todo, no hay continuidad. Y eso al final, lastra el talento, reduce las posibilidades de avanzar y acaba por contribuir al abandono o la disolución de los grupos o formaciones musicales. Lo deseable, a nadie escapa, es que las bandas de Jaén puedan dar el salto más allá de la frontera provincial y puedan ser escuchadas en otros territorios, pero para eso necesitan un rodaje y una consolidación previa en esta tierra; porque las cosas funcionan así. 
Ya saben como va esto, la apuesta de los dueños de los garitos que generalmente hallan escaso respaldo para lograr una programación estable, el pensar que las bandas o los intérpretes en solitario son hijos de la caridad cuya creatividad, instrumentos y puesta en escena no tienen coste o no merecen remuneración, la mínima implicación de las administraciones y esa parte del público que confunde la universalidad de la cultura con su gratuidad. Todo eso y otros factores conducen a la frustración y a la merma o la inexistencia de proyectos. 
Por eso ahora es tiempo de festejar y desear, como al rock and roll, larga vida a La Mecánica. Anuncian para octubre el blues sucio del pantano de Guadalupe Plata, pero antes habrán pasado varias bandas por el escenario. Solo falta institucionalizar el Club de los Borrachos, esos seguidores fieles de los conciertos que algunos miran con ojos de espanto y machetean con la lengua; porque aunque bulliciosos son fundamentales tanto para hacer caja en la barra del local como para mantener el espíritu de los músicos. Prosperidad también para el Club. Y salud, mucha salud.

viernes, 5 de abril de 2019

Arnal & Vera


Ha pasado Javier Arnal por Jaén. Se ha marchado pero aún permanece el eco de su voz. No se borra el rastro, perdura como la cola de un cometa. Quebrada y profunda resuena en algún lugar de la noche. 
Es una mezcla carnal y gutural; un quejío que le nace dentro, entre el vientre y el pecho. Pero con eso no basta, como cualquier don todo depende del uso que se le dé, del mimo que reciba. Modulación, vibración, intensidad, volumen… y un contrapunto que traza la imaginaria línea del equilibrio: la voz de Vera Acacio. 
Se adentra ahora su música en el terreno de lo experimental, pero aún así por instantes evoco a Tom Waits y a Leonard Cohen. El tránsito entre la voz rota y el salmo ¡Hallelujah! 
Reparte sus besos de sonoridad grave en la sala de El Mercado. Besos de bar, afilados y húmedos, la mejor arma para frenar el avance de la intolerancia. Y duda Arnal, porque su guitarra se llama Besos, sí los kisses se pueden afinar. No tengo ni idea, pero quiero creer que el que desafina es el desamor y que los besos siempre cantan bien. 
Es un concierto en familia, porque la sala da para lo que da y porque todos o casi todos nos conocemos. Un jueves de una fría noche en la ciudad dormida no puedes esperar ni pedir mucho más. Ni aunque tengas la mejor voz para entonar la plegaria. 
Traen también Arnal&Vera el viento del desierto y la claridad del crepúsculo. El sonido de un western con guitarras y sin pistolas. El rastro en la arena de las huellas, la culebra y el escorpión. El recuerdo de un cacto sangriento y el balanceo de la soga del ahorcado. Y cómo no, el aullido del coyote en la garganta de Arnal. 
Reconozco que me fascina y me atrapa esa voz. Incluso más allá de la música. Me conduce por un laberinto en espiral, por el empedrado de un caleidoscopio. Y me devuelve a uno de aquellos periplos lisérgicos de vuelo libre y rostro mojado sin necesidad de mover los pies. 
Entre la música, las risas y las rubias con espuma hay espacio para la sorpresa. Un regalo, “El pasodoble del mar”, una pieza que cuelga de la banda sonora de una película de Imanol Uribe. Más arena; y salitre, el ruido inconfundible de las olas al romper en la orilla y la voz de Arnal, siempre esa voz, como un faro; con la luz de Vera. 


sábado, 30 de marzo de 2019

El Darymelia, mi Cinema Paradiso

La otra noche volví a ver “Cinema Paradiso”, ese homenaje al cine de Giuseppe Tornatore. Hacía muchos años que no la veía, de hecho había cometido el imperdonable error de no acordarme de la maravillosa escena final. 
Dicen que hay cosas que no se olvidan como montar en bicicleta. No lo dudo, pero conviene subirse de vez en cuando a una bicicleta para comprobarlo. 
Yo no he olvidado el cine. De hecho sigo viendo muchas y variadas películas, tanto en pantalla grande como en la televisión. Aún así, “Cinema Paradiso” me ha vuelto a emocionar y me ha recordado porque amamos el cine. Me ha devuelto ese momento mágico en el que se apagan las luces y la pantalla adquiere vida para contarte una historia con imágenes como aquellas viejas historias que iban de boca en boca. Y me ha evocado aquel blanco y negro que lograba el espejismo de hacernos soñar en color. 
Escribía Francisco Umbral que “Cinema Paradiso es una autobiografía modesta y sentida, donde el cine se explica a sí mismo como no lo había hecho nunca, hasta dar con el hallazgo admirable y final de que el cine, creador de la luz, se quede ciego”. 
Y añadía que “Europa cultiva un cine intimista como el de esta película, porque en Europa todos se conocen y en esa metáfora de Europa que es un pueblo también tienden a conocerse”. 
El intimismo es una vía a la reflexión y el conocimiento implica cercanía. Quizás en la vieja Europa siempre hemos sido más de buscar las respuestas en el interior que de exhibiciones grandilocuentes a la par que vacuas. Aunque de todo hay. 
“Cinema Paradiso” nos devuelve a todos en alguna medida a la infancia. A los cines de verano y de barrio, a las películas de aventuras con pistolas y espadas, a lejanos y exóticos escenarios…, a un espacio que nos eran común y en el que no había ni distancia ni diferencias entre unos y otros. 
A mí me devuelve a Juan, mi particular Alfredo interpretado en la cinta por Philippe Noiret. No sabía muy bien a qué se dedicaba, pero recuerdo que me llevo una vez al cine Darymelia, ubicado junto a la casa de mi abuela y de mi padre en Jaén. Era una mañana y el cine estaba cerrado. Fue la primera vez que lo vi así y me pareció más grande aún. Pasé por detrás del escenario y atravesamos un pasillo y subimos una escalera hasta la sala de proyección, donde estaba aquella máquina fascinante con los rollos donde se colocaban las bobinas y donde había varias latas redondas y enormes en las que se guardaban las películas. 
Pero lo que más me gustó fue cuando me llevó a otra habitación y empezó a enseñarme los carteles de las películas que se iban a proyectar en los próximos meses y sobre todo aquellos pequeños cartones con escenas de las películas que se colocaban en el exterior del cine para captar la atención de los futuros espectadores. 
A esa primera vez siguieron muchas más. Algunos domingos o festivos por la mañana mi abuela le decía a Juan, anda llévatelo un rato. Y ese era el principio de un viaje que luego culminaba con la visión de la película, días, semanas o meses más tarde. 
Fue una época única e inolvidable. Cada vez que veo un antiguo cartel de cine o lo tengo entre las manos recuerdo a Juan. Es cierto que ahora los carteles no me parecen aquella gran sabana a color que me cubría hasta los pies. Y no es menos cierto que probablemente nunca le agradecí lo suficiente haberle abierto aquella puerta maravillosa a un niño de unos 8 años. Mi abuela me llevaba al Darymelia, al Lis Palace y al Rosales. Y mi padre al Auditorio y a la Plaza de Toros. Ellos y Juan me hicieron amar el cine. Y “Cinema Paradiso” me ha hecho recordarlo y sentirlo de nuevo.

martes, 12 de febrero de 2019

La lluvia del rock

Yo diría que el sábado por la noche en el Rock States de Jaén estábamos un centenar de privilegiados. Preparados y dispuestos a disfrutar de esa “Lluvia de piedras” que en directo con José Antonio García acompañado por “El Hombre Garabato” es un auténtico chaparrón musical. 
La mayoría, como dice el propio José Antonio García, estamos ya “en la cara B del disco”, algunos en los primeros temas y otros vaya usted a saber; pero aún somos capaces de sentir como hierve la sangre y se agita la cabeza con un buen puñado de temas en la voz y las manos de unos tipos que saben muy bien lo que se hacen. 
Cuando le preguntan dice García que quería hacer el disco de esa música que comenzó a escuchar en su juventud. Y hasta hoy. Esa misma música que en algún momento también nos ha acompañado a nosotros y que de una forma u otra seguimos escuchando porque completa recuerdos y vivencias y porque sigue poniendo ritmo a nuestras vidas. 
Eso tiene mucho que ver con el recorrido vital de cada uno, con lo que aún carga en la mochila y con lo que ha dejado en el camino, pero uno quiere creer que en ese camino estas canciones fueron alguna vez punto de encuentro; ese denominador común que nunca puede reducirse a las matemáticas. 
Hace unas décadas en esta misma ciudad bailábamos pogo con “Conservantes Adulterados” y “Niñatos”. Y ahora José Antonio García nos trae un disco que no nos miente ante el espejo pero nos devuelve la ilusión de aquel tiempo en que soñar era casi obligado. Después ha llovido mucho, en ocasiones piedras, y el tiempo ha cambiado quizás con demasiada frecuencia de dirección.
Cada uno tiene sus temas preferidos en un disco. Yo tengo la fortuna de que uno de los míos sea de los primeros en el concierto, ese “Ángel de mis demonios” que remueve cicatrices pero también nos trae otras resurrecciones. 
Y pronto le sigue “Situación límite”, que para nosotros sigue siendo “Ya no hay luz”, ese homenaje a Conservantes (“la mejor banda que ha dado esta tierra”, grita José Antonio García) que trae a Laura hasta el borde del escenario para que la cantemos juntos hasta donde nos llegan los pulmones y los recuerdos. No nos veíamos desde octubre de 2016, otra noche en otro concierto, en aquella ocasión también en la capital jiennense, en una “Maniobra de Resurrección”. 
Qué les cuento de un concierto donde se mezclan los diez temas de “Lluvia de piedras” con algunos de “Cuatro tiros por cabeza”, a los que se unen canciones como “Cartas en la manga”, “Carne cruda” y “Huellas” de los Cero, y donde aún queda tiempo para “Gilmore 77”, temazo de “TNT” que me lleva a “The Clash” e inevitablemente a la influencia de Joe Strummer en esa gran generación de músicos granadinos. 
Qué les explico de la madurez de un músico como José Antonio García con una voz privilegiada que modula, no la utiliza para gritar como tantos pseudocantantes de ahora, que ha encontrado ese punto de complicidad musical y creo que también personal con esa banda de fantásticos músicos que es “El Hombre Garabato”. 
¿Somos unos puretas apurando esa cara B? Mientras escribo estas líneas se acerca uno de mis piratas y frente a un vídeo de “Guerrero García” me pregunta “¿Ese que es “El Pitos”? No pude llevarlo con su hermano al Rock States porque solo conseguí dos entradas, pero disfrutaron y mucho en diciembre en “La Expositiva”, en Granada, con los mismos protagonistas, en sesión matinal y con un formato más reducido. Tiene 13 años y tiene todo el camino por hacer, pero quiero creer que ya hay alguna línea marcada, que hay relevo y que la lluvia del rock cala.

lunes, 17 de octubre de 2016

Nuestro tiempo

Regresaban a Jaén, aunque en marzo habían actuado en Úbeda, y como ya dijo ‘El Pitos’ allí, igual que lo ha repetido Lapido en varias entrevistas, Jaén siempre fue su segunda casa; incluso, como recuerdan ambos y no se cansa de repetirme mi amigo Miguel Dávila, hace 20 años dieron más conciertos en Jaén que en su Granada. Mi Granada, nuestra Granada, porque siempre hemos sido de allí y de aquí y quizás por eso, ellos siempre fueron de los nuestros. Como los KGB o los TNT. Y como lo eran aquí Niñatos y Conservantes Adulterados. 
Han vuelto los Cero dos décadas después para recordarnos que “este es nuestro tiempo”. No somos lo que queríamos. No somos lo que creímos ser. Pero a pesar de los sueños incumplidos, de las esperanzas rotas y de los que se quedaron en el camino, seguimos siendo. Somos por nosotros y por ellos. 
Ahora más de 20 años más tarde, cuando le dan el Nobel a Dylan y eso me hace recordar a Lou Reed y pensar que aún hay una posibilidad para Leonard Cohen, el poeta silencioso que con 82 años estrena disco y afirma que “está preparado para morir”, defendemos que “este es nuestro tiempo”, con nuestros logros y nuestros fracasos, con nuestras virtudes y nuestras imperfecciones, frente a aquellos que nos empujan a la miseria social y moral. 
Puede que nosotros no estemos preparados para morir o que hayamos muerto un poco ya, pero si estamos listos para la resurrección. Porque sobrevivimos o no morimos del todo y porque ni siquiera esperamos ni pretendemos una resurrección eterna. Porque incluso los no creyentes necesitamos creer en algo; hasta que hay o hubo un dios y sigue estando de nuestro lado. También en esta ciudad dormida, que sin embargo no duerme, somos capaces de resucitar por una noche, en una maniobra que ya siempre permanecerá en nuestro recuerdo. Quizás en el mismo lugar donde rugen en nuestras cabezas las tormentas imaginarias. Allí dónde dejamos el siglo XX, casi 20 años atrás. 
Volvieron los Cero a Jaén. Con un público puesto en suerte por Lola Nos Quiere y el grrrock de El Gran Oso Blanco. Y como habían anunciado cambiaron un poco el repertorio respecto a otros conciertos, como los de Úbeda o Granada. También anunciaron hace dos décadas que no volverían y para deleite nuestro incumplieron ese anuncio. Y también, excepcionalmente, tocaron dos veces en un concierto el mismo tema ¿Qué fue del siglo XX?, con una versión acústica que ya nadie podrá arrebatarnos como hicieron con ese siglo para dejarnos a lomos del XXI. También para decepción de la mayoría, fundamentalmente de mis peques, las maracas no volaron al son de “La vida qué mala es”. En Úbeda se habían quedado con las ganas de hacerse con una porque cayó en las manos de un peque que había a su lado y aquí quedaron privados del vuelo y de obtener el anhelado botín. 
Con diez años mis peques pueden presumir de haber estado en dos conciertos de 091. Cantando sus canciones y moviendo los pies, aunque esto último aún les cuesta y porque de ello ya nos encargamos la banda de puretas que les rodeamos. Espero que dentro de unos años, cuando sea su tiempo, serán capaces de entender lo que significan estos conciertos, los otros a los que les hemos llevado y los que están aún por llegar. Que comprendan que es posible que en una canción habite la poesía, pero sobre todo que entiendan que la música, especialmente el punk y el rock, junto al cine y la literatura, nos dieron las alas de la rebeldía que te permiten soñar con volar. 
Y puede que 20 años más tarde no hayamos sabido aterrizar. Aprendimos a buscar la luna en el negro cielo, pero solo como gato supe encontrar el sol en el balcón. Entre tanta búsqueda, atentos a los filósofos y a los poetas, dejamos pendientes demasiadas respuestas. Olvidamos el destino y de tanto mirar y escarbar en nuestro interior acabamos inmersos en esa soledad alimentada por la nostalgia. 
Los 091 eran una banda de rock. Siguen siendo una banda de rock. Con sus miradas cruzadas, sus silencios y sus demonios. Pero si ellos han sido capaces de volver, nosotros que aprendimos a levantarnos después de caer, que aprendimos que el dolor es visible, estamos preparados para renacer. Todavía nos sumaremos a su baile, porque siempre será nuestro baile. Aunque nunca sepamos porqué se hace una canción.

lunes, 18 de julio de 2016

20 años de Etnosur


Ya lo decía Gardel en aquel tango “sentir que es un soplo la vida, que 20 años es nada”. Ya cantaba María Teresa Vera aquel bolero a ese amor de “veinte años atrás”. Y así entre otros sones y ritmos también hemos llegado a los 20 años de Etnosur, los Encuentros Étnicos de la Sierra Sur que parió el amigo Pedro Melguizo y que cada año nos hacen más viejos, este julio al menos dos décadas, pero que paradójicamente nos rejuvenecen. 
Siempre lo he dicho, para mí Etnosur es el Festival de la convivencia y el color. Podría decirse por tanto que es el Festival de la C. Entre otras cosas porque siempre se hace con, con música, con arte, con talento, con luz, con aroma, con esfuerzo, con generosidad, con participación, con los de aquí y con los de allá y con compromiso.  
Ya sé que me repito. Ya sé que no es la primera vez que escribo sobre Etnosur. Y tampoco será la última. Porque en esas dos décadas que ahora festejamos son muchos los viajes de ida y vuelta realizados, como esos sones que cruzaron el Atlántico en una y otra dirección, y porque espero que en los años venideros se produzcan nuevos viajes. Navegando por el mar de olivos entre Jaén y Alcalá la Real, tomando como referencia ese faro que es el castillo de La Mota y siguiendo ese haz de luz que invita a visitar, a conocer, a disfrutar, a convivir… y siempre, a soñar.
Insisto en la que cultura es un puente que conduce a la convivencia. Está abierto al tránsito y cualquiera pueda cruzarlo. No establece fronteras, no requiere pasaportes o visados y por supuesto carece de guardas uniformados y barreras. Pero demanda curiosidad, mentes abiertas y ganas de aprender. 
Ese puente se ha extendido los últimos 20 años durante 3 días en esta tierra fronteriza que no entiende de fronteras. Hemos disfrutado, hemos aprendido y hemos vivido. Hemos etnosureado. Porque mientras en otros lares engrasan los goznes y anhelan pesados cerrojos que conviertan puertas y pasos en infranqueables, aquí permanecen abiertas las ventanas para que fluya el aire de la sierra, un aire de palabras, de imágenes, de olores y de música. 
Estamos para otros 20, pero nos conformaremos con ir de uno en uno. En 2017, el 21. Y a seguir soplando velas. 

miércoles, 4 de mayo de 2016

Día de lágrimas y letras

Hay días de lágrimas y días de letras. Y días en que unas y otras brotan sin que pueda evitarse. Hay quien da cobijo al duelo en su interior, pero no es bueno dejarlo allí y de una u otra forma conviene sacarlo.
Hoy es uno de esos días en los que cuesta sujetar las lágrimas y las palabras. Miguel me ha enviado un whatsapp para preguntarme si me había enterado. "Carlos, no sé si lo sabrás". "Veo en Facebook que David Padilla". 
Acababa de comer y he sentido ese mismo frío que experimenté cuando me llamó mi padre para decirme que Carmelo había muerto. Y he oído de nuevo a mi abuela materna diciéndome “la maña del judío, después de comer le da frío”. 
He abierto Facebook para confirmar lo que no necesitaba verificar. Y me he agarrado a las letras. Aún así he vuelto a abrirlo varias veces esperando que fuera un bulo más de las redes sociales y que David, como tantas veces hiciera mi padre, tuviera que desmentir su adiós. Pero no ha sido así. 
Cuesta creerlo. He recordado aquella conversación que tuvimos hace unos años durante una noche de verano en el Arrabalejo, cuando me hablabas de tu felicidad con Inma y de lo orgulloso que estabas de tus hijos. Y eso no lo puede contar todo el mundo. Eso es lo mejor que te llevas David, haber alcanzado la felicidad; algo que no todos logramos. 
Sabes como me gustaba la mirada de D. Antonio en este cuadro que pintaste. Quiero pensar que ahora cruzarás esa mirada con la tuya en esa alameda por la que pasean los hombres buenos. Y quiero creer que allí tus pinceles inmortalizarán en el lienzo el rostro y la mirada de los otros paseantes. 
Sé que en esa alameda te reencontrarás con nuestro amigo Paco Palomo y con alguno más que ahora ganarán tu compañía, lo único de lo que nos vas a privar, porque el resto no lo diste todo, en persona y en tu obra. Dale un abrazo a Paco, y otro a Carmelo y a mi padre. Y llévate tú el que no he podido darte antes de tu partida. ¡Qué afortunada es esa alameda!
Hoy se nos ha quedado el día triste y la ciudad un poco más huérfana, pero pensaré en 'aquellos días felices' del poeta y en los que tú nos dejas.

Nota.- El cuadro de D. Antonio Machado es obra del pintor jiennense David Padilla, que hoy 5 de mayo nos ha dicho adiós. No es la primera vez que uso esta imagen en un post. Me fascina este cuadro y la mirada y la expresión del rostro con que David dotó al poeta. Es propiedad de la Universidad Internacional de Andalucía y está colgado en el Campus Antonio Machado de Baeza (Jaén).

jueves, 23 de octubre de 2014

Crónica del Loco


Pasamos de largo los cuarenta. Ya no hay rubias ni morenas probando el asiento de atrás; como mucho algún elevador para peques o el rostro en el retrovisor de un adolescente contestón. O ni eso. Nos queda algo de aquella arrogancia de juventud y otro poco del espíritu burlón del rock. Adscritos a una generación airada, dejamos la rebeldía olvidada en algún momento del camino y ahora, dóciles, levantamos la voz para protestar ante el televisor o impartir doctrina barata en la barra del bar.
Y aún así, aquí seguimos. Supervivientes de una época de excesos, necesitamos, al menos de vez en cuando, que nos traigan de la memoria una parte de lo que fuimos y de aquello que sentimos. Revivir las noches que no parecían tener fin, el alcohol mezclándose con la sangre, la euforia al descargar la adrenalina en pogos colectivos y el guitarreo resonando en nuestras cabezas.
Y eso o una parte de eso es lo que nos devolvió el Loco en un concierto memorable de la gira de "El creyente", en una noche de la feria de San Lucas en Jaén.
Ya caneamos los cabellos y pagamos al día siguiente el precio con una voz rota en una garganta irritada y la sobrecarga en los gemelos, que establecen con crueldad el paso del tiempo. Pero también perduraba el brillo en los ojos y la media sonrisa.
La mayoría éramos unos puretas, a excepción de algunos jóvenes que han descubierto a Loquillo por sus hermanos mayores o por sus padres y de mis piratas, que mamaron en primera fila lo esencial de un concierto de rock. Porque no basta con sembrar la semilla; y la teoría sin práctica siempre fue muy aburrida.
Ante un público entregado, el Loco se volcó. Y si muchos pensaban que vendría a cubrir el expediente y llevárselo crudo, se equivocaron. No vayas, me dijeron, ya no es lo que era. ¿Y quién lo es? ¿Un tipo dentro del escenario y otro fuera de él? Siempre fue así. Me topé con él por primera vez hace más de 30 años en Rock-Ola, casi de bruces. No recuerdo si en el concierto de Nick Cave o en uno de los aniversarios de la sala, pero si me acuerdo de que más tarde en La Carrusel tocaron Desechables. Tampoco he olvidado que rondaba por allí Kike Turmix, babeando como siempre, con unos boogies negros con pespuntes rojos. Yo tuve los mismos, pero con los pespuntes también en negro. Me pareció inmenso. Y no dudo de que lo perdido por el baloncesto, lo ganó el rock. Ahora es una rock and roll star; mis amigos siguen sin tragarlo, y eso que a ellos ya entonces les gustaba el rock.
No sé exactamente cuánto duró el concierto. Creo que más de dos horas. Sonido y voz, irreprochables. Y dos salidas extras, como respuesta a la petición del público. La última, inesperada. Repertorio de temas clásicos y el núcleo principal del concierto en directo grabado en febrero en Granada. El que da nombre al disco y a la gira, "El creyente". Eso sí con la propina del homenaje a Burning, con Pepe Risi siempre en el recuerdo, "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?". Me alegra que haya recuperado temas como "Carne para Linda", mis peques alucinaron cuando se plantó en la valla junto a ellos cantándola, y "La mataré", tan políticamente incorrecta como espectacular en directo. Espero que en esa labor de rescate se acuerde alguna vez de "El molino", uno de mis temas favoritos, del disco "Mis problemas con las mujeres", de lo mejor del Loco junto a "Balmoral".
Logró su banda de rock and roll. Y la comparte con nosotros. Entre ellos, a la guitarra, desde Gijón, el gran Igor Paskual; un buen tipo que sabe que 'no fui allí a hacer amigos, pero siempre podrá contar conmigo'.
Nos deja para el recuerdo noches memorables como la de este concierto. Esas en las que sentimos la sangre hervir al ritmo de la música. Las que nos hacen conscientes de ignorar cómo y hasta cuando se mide el tiempo y del paso de éste, pero no nos impiden viajar en él o a través de él. A lomos del rock. Aún militando en el descreimiento y en la búsqueda de la fe, no hay duda de que bien puedo haber resucitado.
Foto.- Loquillo, en el concierto de Jaén. 17 de octubre de 2014. Por Antonia Merino.

lunes, 14 de octubre de 2013

Cacatúas

Siempre que veo a una mujer mayor con sobredosis de afeites y perfume y generoso estampado no puedo evitar acordarme de “La rosa de Alejandría”, una de Pepe Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán.
Popularmente, en tono coloquial, reciben la denominación de cacatúas. Es probable que el apelativo tenga más que ver en origen con los loros que con las cacatúas y que se deba al colorido de las plumas más que a la estridencia visual.  Aunque es innegable lo grotesco de la imagen.
Pertenecen al paisaje urbano. Recuerdo cuando era pequeño a dos hermanas de la ciudad que habito, portadoras con creces de años y de cosméticos, perfumes y vestidos floreados; y de dedos, muñecas, cuello y orejas enjoyados que les hacían acreedoras de tal denominación.
Esta semana la ciudad vive días de feria y hay numerosas “cacatúas” poblando sus calles. Ayer sin ir más lejos tuve la oportunidad de contemplar una de cerca. Acompañada de un galán que no le iba a la zaga, un auténtico “pajarraco”, embutido en un pantalón rojo, camisa beige y tocado con un sombrerito claro.
Me sentí transportado en el tiempo, y a la vez, pensé en la imperiosa necesidad de no dejarse seducir por el reflejo del espejo. No es una sensación nueva, me ocurrió en Lisboa y me sucede a menudo en Barcelona, cuando deambulo por el Raval, el Born o las calles interiores de la Barceloneta. Y claro, vuelvo a Vázquez Montalbán, a su Carvalho, pero sobre todo a Biscuter, el ayudante del detective.
Supongo que la mayoría de la gente sabe que un Biscuter era un coche que se fabricaba en España a mediados de los 50 del siglo pasado, pero en la ciudad que habito un biscuter era y será siempre un botellín de cerveza. Así que cuando Biscuter aparecía en una de las novelas de Carvalho, al margen de la extravagancia en su indumentaria, sin remedio lo asociaba a un botellín de cerveza. De aquellos que bebíamos en el cine de verano mientras veíamos una de indios y vaqueros, de espadachines, de Tarzán o de romanos. Hoy me resulta extraño recordar aquello y entender cómo era posible que siendo tan pequeño pudiera comprar un “botijo de birra” en el Cine Rosales, cuando ahora te piden el DNI hasta para ‘desaguar’.
El Cine Rosales ocupaba el espacio que anteriormente ocupó la antigua cárcel de Jaén; título que le arrebató una nueva cárcel situada en el Paseo de la Estación cuando se construyó la actual en la década de los noventa y que abandonó el nombre de cárcel por la denominación de centro penitenciario (donde esté una cárcel o un penal, que se quite un centro penitenciario). Así que la más antigua pasó a ser cine y con el tiempo se convirtió en plaza; y la segunda va camino, lento como el de todas las obras de infraestructuras que se acometen en esta tierra de olivos, de convertirse en el Museo Íbero.
Mi abuela me contaba una historia de un director que tuvo aquella primera cárcel de la Plaza de los Rosales. Debía ser un buen tipo; porque le robaron la cartera y los presos desde la cárcel movieron los hilos para recuperarla. De modo que al día siguiente del robo, al entrar en su despacho, la cartera estaba encima de la mesa, con la misma cantidad de dinero y documentos que portaba la víspera.
La fauna de una ciudad es variopinta. Hay urracas, palomas, lobos, corderos, gallinas, perros, moscardones, buitres, gusanos, cabras, gallos, besugos, hienas, gorilas, ratas, pulpos, cerdos, gatos… y por supuesto, cacatúas.

jueves, 26 de enero de 2012

La ciudad tranquila

La ciudad que habito parece dormida. Sueña. Y me temo que siempre sueñe el mismo sueño; que es una forma de negarse a soñar. Permanece acurrucada entre montes y peñas; como si no quisiera desperezarse. Y resulta difícil creer que esa cabezada casi permanente sea voluntaria, pese a que, según la leyenda, de sus entrañas surgiera abriéndose paso entre las aguas un enorme lagarto, símbolo inequívoco del letargo.
El castillo como una atalaya desde donde otear el futuro, sin perder de vista pasado y presente, y el mar de olivos que la baña son más allá del ensueño metáforas de la aventura. De un viaje para el que es necesario e imprescindible despertar. Desperezarse.
Adormilada, mecida por esos olivos y los aires de la sierra, la ciudad esquiva la tentación de otros sueños. Y muestra la piel de la vulnerabilidad. Renuncia a surcar aguas de plata y a vestir su desnudez de esperanza. Reposa tranquila. ¡Ay! Si Jaén escuchara al poeta del centenario y fuese capaz de levantarse brava de su lecho de sueño.

sábado, 29 de octubre de 2011

Un hombre de paz

Conocí a Juan María Bandrés a principios de los noventa. Vino a Jaén como presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) a dar una conferencia en la Antigua Escuela de Magisterio y me lo presentó Esteban Ramírez, un prohombre local de luces y sombras desgraciadamente ya fallecido y al que debo en gran medida mi estancia en esta tierra.
Sólo lo había visto con anterioridad, que recuerde, otra vez, fugazmente, en Casa Manolo, cerca del Congreso de los Diputados, junto a una mesa en la que el también desparecido Luis Carandell tomaba whisky con aceitunas.
Cuando impartió aquella conferencia en la ciudad que habito eran tiempos de la guerra de los Balcanes, una época de matanzas y limpieza étnica en la Antigua Yugoslavia. Sobra decir que ya antes de conocerle admiraba a aquel hombre que había participado como abogado en el Proceso de Burgos, que había fundado Euskadiko Ezkerra junto a Mario Onaindía, y colaborado activamente en la desaparición de ETA político-militar, demostrando ya entonces que las palabras llegaban más lejos que las armas; y al que había tenido la oportunidad de leer en alguna ocasión en Cuadernos para el diálogo, por supuesto tiempo después de publicar sus artículos allí, y escuchar en el Parlamento español.
Era un hombre de conversación fluida, afable y de fuertes convicciones. Comprometido con valores como la paz y la libertad, en Euskadi y también en aquella alejada tierra de los Balcanes.
Supongo que muchos jóvenes de las nuevas generaciones ni conocen, ni saben quién era o quién fue Juan María Bandrés. E incluso habrá quien al conocerse la noticia de su muerte y ver su fotografía o su imagen en televisión piense que le suena esa cara a la que no es capaz de poner nombre.
Puede que los nombres no parezcan importantes, pero el de Juan María Bandrés nos ayuda a recordar que han existido y existen hombres y mujeres de la cosa pública entregados generosamente al servicio de los demás y sin cuyo esfuerzo y su apuesta por la convivencia y la paz es difícil imaginar por ejemplo el final de ETA.
Hay hoy en día quien necesita parapetarse tras poemas y no desdeña el uso como escudo de las palabras y hay otros como Bandrés que ponían de relieve que para el mejor ataque no se necesitaban parapetos, pues bastaba con una buena oratoria, la fluidez del verbo y las palabras certeras. A última hora, cuando la vida le privó de sus “armas” siguió hablando con la mirada. E incluso con su muerte, apenas una semana más tarde del anuncio del fin del terrorismo, nos devuelve ese mensaje de paz y libertad.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tierra de paso


La ciudad que habito; entre, bajo y sobre olivares. La provincia habitada, campos del Sur de desesperantes e infinitas hileras de olivos que dibujan las venas del paisaje. Predios de frontera. Tierra de tránsito.
Así es y ha sido esta tierra. O al menos, lo parece. Tierra de paso. Y ese es precisamente el título de un poemario presentado ayer por su autor, Juanma Molina Damiani. Una obra que recoge poemas curados en la barrica de la vida. De creación pausada, macerados en el tiempo y la reflexión.
Es Damiani, según su propia definición, “producto de Jaén”. Modelado pues con el barro del conformismo y la arcilla de la rebeldía. Hijo de su tierra. Hombre de raíces, irrenunciable y profundamente hendidas en la ciudad. De identidad telúrica, por tanto, que encierra una renuncia a la trascendencia y la universalidad que algunos sueñan más allá de la frontera de su propia existencia y que él alcanza con sus poemas en ese reducto que habita.
No es el único. Le antecedieron otros. Aquellos que marcaron ese camino y a los que reconoce como maestros, de la vida y de la poesía. Y aquellos otros que sin aportar magisterio reconocido, más allá de una forma de vida, apostaron por esta tierra, por esta ciudad y sobre todo, por su casco antiguo, como su espacio vital.
Gentes de brega diaria contra los convencionalismos sociales, pero amantes de las tradiciones como vínculo con el pasado. Conscientes de la importancia de éstas en la robustez de esas raíces, que avalan el legado recibido y la herencia que ellos otorgaron u otorgarán.
Tierra de paso. Inhóspita para los que renunciaron a sus raíces o las desconocen. Para aquellos que permanecen encerrados en sí mismos, aunque lo hagan pertrechados tras muros transparentes. Para los que no entienden de patrias chicas o grandes. Para los que carecen o reniegan del sentimiento de pertenencia. Nómadas voluntarios de sí mismos. Exilados de los otros.
Tierra de paso. Pero en qué tránsito, ¿en el vital o en el geográfico? Quizás en ambos.

“…Ay, si un acento,/ tierra vencida, pudiera/ volver tus crepúsculos rondas,/ cantar duradero/ alegría el dolor de tu gente que fue,/ de tu mundo que huye, / y oración sin lamento/ mi relato realista/ del loquerón de este tiempo….”. Versos de Ronda del Rosario, III. "Tierra de Paso". Juan M. Molina Damiani.

sábado, 5 de febrero de 2011

El vuelo del íbero

Hay quien contempla el cielo con temor a que se desplome sobre su cabeza. Y también quien espera que carros envueltos en llamas asciendan a él y después, vive con el miedo producido por la incertidumbre de saber dónde caerá el carro. Incluso los hay que anhelan el abrazo de la muerte para habitar eternamente en él.
A mí me gustan más aquellos que pierden su mirada en el cielo buscando las imposibles formas de las nubes, embelesados con lejanos planetas o persiguiendo las estrellas. O aquellos otros que en día de lluvia alzan la mirada para sentir las gotas de agua en la cara.
En la ciudad que habito, días atrás, aquellos que miraban al cielo no hallaron motivos para el temor (salvo catástrofe que no sucedió), pero si para la sorpresa, al ser testigos excepcionales del vuelo de un guerrero de 6 metros de altura.
Nada que ver con el vuelo de Ícaro, pues a las claras se observaba el cable de la grúa que sostenía al guerrero en el aire, pero sin duda épico por su condición de guerrero y por sus dimensiones.
De nombre Culcas, es la representación de un guerrero íbero. Una escultura realizada en hierro (salvo el casco, elaborado en poliuretano) por José F. Ríos, nacido en Orcera, en el Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas, pero afincado en Jaén. El mismo artista creador de aquellos pavos y aquel jardín, realizados con material desechable de obras, y que se pavonean y florecen en las rotondas de acceso a la Universidad. Creaciones a las que ha ido sumando otras esculturas integradas en diferentes espacios de la ciudad, que además de contribuir a un cambio de su fisonomía, incrementan su patrimonio, por la propia obra y por su contribución paisajística.
La provincia que habito es conocida fundamentalmente por el aceite de oliva, por sus espacios naturales protegidos y por su legado renacentista, representado en las ciudades de Baeza y Úbeda, y como no, en la Catedral de Jaén. Pero muchos desconocen la importancia de su legado íbero; entre otras cosas por la demora en la construcción de un museo, que por fin avanza a buen ritmo y que acogerá los restos de esa herencia íbera y se convertirá, estoy seguro, en una referencia esencial de un periodo histórico y de una cultura de la que somos deudores.
El guerrero Culcas, instalado ya en su atalaya, está más cerca del cielo que nosotros, por altura y ubicación. Al contemplarlo, conviene recordar que para saber adónde vamos, antes hemos de conocer de dónde venimos. Y para ello es inevitable mirar al suelo. E incluso, descender al subsuelo. Volver la vista atrás, aunque algunos sólo vean en ello demonios que les privan de la libertad de volar. Aún con cables.




Foto: El guerrero íbero Culcas, de FJC.
Vídeo. Culkas, de Sitoh.

sábado, 24 de abril de 2010

Ciudad dormida

Concentración simbólica de apoyo al juez Garzón, por la dignidad y la justicia y contra la impunidad, esta mañana en la ciudad que habito. Apenas un par de centenares de personas reunidas a las puertas del templo, la Catedral de Jaén.
Al regresar a casa la televisión inunda el salón con imágenes de concentraciones y manifestaciones similares en otras ciudades españolas, en las que debe habitar la concienciación y el compromiso en mayor cuantía. Así que las imágenes me provocan a partes iguales envidia, rubor y desazón.
Por si había dudas, a la derecha, por lo menos a la de esta ciudad, no le interesan ni justicia, ni dignidad, ni impunidad; quizás en ella perviven algunos de los que vaciaban las armas contra los republicanos en la tapia del viejo cementerio de San Eufrasio o sus herederos, o quizás prefieren que perdure la ausencia de justicia con los corruptos del PP de la trama Gürtel o con los responsables de esos crímenes de lesa humanidad.
En la cera contraria, el PSOE ha lanzado la consigna a sus cargos públicos de que no acudan a esta concentración y ha habido respuesta a la búlgara; ha triunfado el miedo al qué dirán, a los ataques como el sufrido por su ex secretario provincial, Gaspar Zarrías, por acudir como ciudadano libre, republicano y nieto e hijo de represaliados al acto de la Universidad Complutense de Madrid.
¡Qué pena! una vez más se han impuesto los políticos obedientes a los hombres libres. Y mañana esta provincia copará los medios de comunicación con las imágenes de miles de asistentes a la romería de la Virgen de la Cabeza, la más antigua de España. Me gustaría pensar que esos romeros rezarán y pedirán por las víctimas y por su derecho a descansar en paz y donde sus familiares elijan. Pero tampoco creo que lo hagan. Aunque seguro que alguno lo hará por su paisano el juez Baltasar Garzón, por su condena o por su salvación.
Pienso en los ausentes, los desaparecidos, “dormidos” en fosas y cunetas. Algunos de ellos, incluso no muy lejos de esta plaza donde se pide dignidad y justicia y acabar con la impunidad. Y no puedo evitar pensar en que otros no necesitan estar muertos para estar dormidos.