Pasamos de largo los cuarenta. Ya no hay rubias ni morenas probando el asiento de atrás; como mucho algún elevador para peques o el rostro en el retrovisor de un adolescente contestón. O ni eso. Nos queda algo de aquella arrogancia de juventud y otro poco del espíritu burlón del rock. Adscritos a una generación airada, dejamos la rebeldía olvidada en algún momento del camino y ahora, dóciles, levantamos la voz para protestar ante el televisor o impartir doctrina barata en la barra del bar.
Y aún
así, aquí seguimos. Supervivientes de una época de excesos,
necesitamos, al menos de vez en cuando, que nos traigan de la memoria
una parte de lo que fuimos y de aquello que sentimos. Revivir las
noches que no parecían tener fin, el alcohol mezclándose con la
sangre, la euforia al descargar la adrenalina en pogos colectivos y
el guitarreo resonando en nuestras cabezas.
Y eso o
una parte de eso es lo que nos devolvió el Loco en un concierto
memorable de la gira de "El creyente", en una noche de la
feria de San Lucas en Jaén.
Ya
caneamos los cabellos y pagamos al día siguiente el precio con una
voz rota en una garganta irritada y la sobrecarga en los gemelos, que
establecen con crueldad el paso del tiempo. Pero también perduraba
el brillo en los ojos y la media sonrisa.
La
mayoría éramos unos puretas,
a excepción de algunos jóvenes que han descubierto a Loquillo por
sus hermanos mayores o por sus padres y de mis piratas, que mamaron
en primera fila lo esencial de un concierto de rock. Porque no basta
con sembrar la semilla; y la teoría sin práctica siempre fue muy
aburrida.
Ante
un público entregado, el Loco se volcó. Y si muchos pensaban que
vendría a cubrir el expediente y llevárselo crudo, se equivocaron.
No vayas, me dijeron, ya no es lo que era. ¿Y quién lo es? ¿Un
tipo dentro del escenario y otro fuera de él? Siempre fue así. Me
topé con él por primera vez hace más de 30 años en Rock-Ola,
casi de bruces. No recuerdo si en el concierto de Nick Cave o en uno
de los aniversarios de la sala, pero si me acuerdo de que más tarde
en La Carrusel tocaron Desechables. Tampoco he olvidado que rondaba
por allí Kike Turmix, babeando como siempre, con unos boogies negros
con pespuntes rojos. Yo tuve los mismos, pero con los pespuntes
también en negro. Me pareció inmenso. Y no dudo de que lo perdido
por el baloncesto, lo ganó el rock. Ahora es una rock and
roll star; mis amigos siguen sin
tragarlo, y eso que a ellos ya entonces les gustaba el rock.
No sé exactamente cuánto duró el concierto. Creo que más de dos
horas. Sonido y voz, irreprochables. Y dos salidas extras, como
respuesta a la petición del público. La última, inesperada.
Repertorio de temas clásicos y el núcleo principal del concierto en
directo grabado en febrero en Granada. El que da nombre al disco y a
la gira, "El creyente". Eso sí con la propina del homenaje
a Burning, con Pepe Risi siempre en el recuerdo, "¿Qué hace
una chica como tú en un sitio como éste?". Me alegra que haya
recuperado temas como "Carne para Linda", mis peques
alucinaron cuando se plantó en la valla junto a ellos cantándola, y
"La mataré", tan políticamente incorrecta como
espectacular en directo. Espero que en esa labor de rescate se
acuerde alguna vez de "El molino", uno de mis temas
favoritos, del disco "Mis problemas con las mujeres", de lo
mejor del Loco junto a "Balmoral".
Logró
su banda de rock
and roll. Y
la comparte con nosotros. Entre
ellos, a la guitarra, desde Gijón, el gran Igor Paskual; un buen
tipo que sabe que 'no fui allí a hacer amigos, pero siempre podrá
contar conmigo'.
Nos
deja para el recuerdo noches memorables como la de este concierto.
Esas en las que sentimos la sangre hervir al ritmo de la música. Las
que nos hacen conscientes de ignorar cómo y hasta cuando se mide el
tiempo y del paso de éste, pero no nos impiden viajar en él o a
través de él. A lomos del rock. Aún militando en el descreimiento
y en la búsqueda de la fe, no hay duda de que bien puedo haber
resucitado.
Foto.- Loquillo, en el concierto de Jaén. 17 de octubre de 2014. Por Antonia Merino.
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