miércoles, 23 de julio de 2014

Maridaje


No es fácil maridar. Y menos cuando se trata de unir en armonía palabras e imágenes en un tiempo en el que las segundas se imponen a las primeras.
El compañero plumilla, Jorge Pastor, ha dejado por un momento las palabras a dos orfebres del verso, las poetas Carmen y Dori Hernández, y ha optado por atrapar al personal desde su mirada ciclópea.
No concibe la fotografía sin el protagonismo humano. Asumiendo consciente o inconscientemente que en cada click atrapa un instante de una vida que ya es pasado y que aun así la imagen habita en el presente.
Y ha querido arropar a sus personajes con un manto de palabras bordadas, de esas que prendidas en el papel, sin abandonarlo, son capaces de prender también en recónditos parajes de nuestra geografía interior. En cielos e infiernos. En vergeles y páramos. En aquellos territorios donde se cruzan los sueños y las sombras y dejan un trazo de lo que fue y de lo que no pudo ser.
Ante los versos y las fotografías surge espontánea y natural la duda sobre el proceso creativo, si fue antes la gallina o el huevo. Si la cría rompe las paredes calcáreas para liberarse o por el contrario es el huevo el que se resquebraja para ofrecer la libertad a la cría.
Parece una nimiedad, pero la simplificación o complejidad de ese proceso creativo otorga un valor específico al resultado final. No es lo mismo abordar la imagen desde las palabras o las palabras desde la imagen que hacerlo de forma simultánea. Porque esa simultaneidad en el proceso creativo, reconocida por el propio autor, avala el maridaje de fotografía y poesía, lo libera de artificios y desde la naturalidad lo conduce a la armonía.
El resultado es un bocado para paladares exquisitos. “Art mariage”.
Foto.- Acceso a la exposición "Art mariage", presentada en el Palacio Abacial (Alcalá la Real), en Etnosur 2mil14.

lunes, 21 de julio de 2014

Etnosureo

Han pasado algo más de 18 años. Todavía recuerdo cuando Carmen y Pedro, recién llegados de Cuba, Antonia y yo nos fumábamos entre los cuatro un Cohiba lancero en el piso de Pilar de la Imprenta. Entonces Peter Gabriel no había muerto (el viejo Peter siempre nos recibía con un gruñido, pero meneando la cola) y Karishma, Sergio y David nos esperaban en un futuro que desconocíamos.
Pedro se levantó del asiento, agarró un tocho de folios y extendiendo el brazo me dijo que lo leyera y le diera mi opinión. No en ese momento, claro. Y nos explicó por encima, con el entusiasmo que le caracteriza cuando se trata de algún tema relacionado con la música, el proyecto de aquel festival que preparaba con unos amigos.
Durante años aquel taco de folios permaneció en nuestro ático de la calle Vandelvira, hasta que desapareció cuando nos mudamos de vivienda. Lo guardaba como un tesoro.
Aquel proyecto, Etnosur, nunca fue concebido como un festival al uso de esos que tanto abundaban por nuestra geografía y otros lares. Su propio nombre era una señal, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, y entre sus premisas, el rechazo a la masificación y la gratuidad de las actividades programadas.
Ahora se ha hecho mayor de edad. Y como a los buenos caldos, el paso del tiempo le ha dado cuerpo. Aquel muestrario de grupos y espectáculos de música de raíz de todos los rincones del mundo se ha enriquecido y ahora el festival produce espectáculos propios y únicos con grandes músicos y grupos: el maestro Morente y su coro de voces búlgaras; Dorantes y sus ConVivencias; Cubaneando de la Cuban Sound Project, con Pancho Amat, Reinaldo Creagh (pónganse en pie), Santiago Auserón y Carmen París; La Zarabanda de Juan Perro o el último, Razón de Son, de Raúl Rodríguez, con Mario Mas, el repentista Alexis Díaz Pimienta y Coetus… Y genera foros, alimenta exposiciones, performances como aquella de Manuel Rivas, talleres y una interminable lista de participantes que ha dado a Alcalá la Real el privilegio y la oportunidad de compartirlo con vecinos y visitantes.
Etnosureamos. Soneamos. Pandoreamos. Disfrutamos las exposiciones en el Palacio Abacial, “Art Mariage”, del compañero Jorge Pastor y las poetas Carmen y Dori Hernández, y “Negros de arena y cal”, de Jesús Cosano.
Topo con el artista Xavier de Torres, autor de la escultura que representa el Premio Etnosur, que ha ido recayendo años tras años en personas o colectivos como Rosa Mª Calaf, Mario Benedetti, Baltasar Garzón, la Fundación Vicente Ferrer o en esta edición, la Plataforma Afectados por la Hipoteca (PAH). 
Conocimos a Xavier en San José. Una Semana Santa de hace otro puñado de años con Pedro y Carmen, que nos lo presentaron y nos llevaron a su casa; donde en la planta superior asistimos a la exposición más original de la que he disfrutado. Los cuatro tumbados en el suelo del estudio y Xabier desenrollando lienzos y mostrándonoslos. Fue el primer año en que participó en Etnosur con el taller Espantapiedras; creo recordar que fue aquel mismo año en que permanecí más de dos horas de pie, en el patio del Palacio Abacial, escuchando a Fran Sevilla, Rosa Mª Calaf y Ramón Lobo hablar de periodismo y de los corresponsales de guerra.
Viene del foro sobre “Los sonidos negros del flamenco”, en el que participaban Raúl Rodríguez y Jesús Cosano. Me cuenta que ha conectado con Mario Mas, el guitarrista que me dejó la noche anterior boquiabierto con su toque y que es hijo de aquel otro guitarrista español amigo de Leonard Cohen. Quizás este encuentro entre ambos sea la semilla que germine en un nuevo proyecto etnosureño.
Raúl es músico y antropólogo; Mario, guitarrista y biólogo, Xavier alucina con ellos y me deja una reflexión para el recuerdo: ellos (lo mismo que otros como ellos que han pasado por Etnosur, incluido el propio Xavier) han elegido su propio camino al margen de modas y mercantilismos; apuestan por la creatividad, y al conocimiento vital y artístico mamado de sus progenitores añaden su propia formación, de modo que en la adolescencia ya eran capaces de verbalizar aquello que habían conocido y que ahora impregna lo que hacen.
Etnosur es color, sonido, aroma, arte, cultura, luz y convivencia. Es vida, una parte de nuestras vidas. Y sobre todo, un símbolo de amistad.

Foto.- Concierto de "Pandora" en el Paseo de los Álamos (Alcalá la Real), Etnosur 2014.

martes, 8 de julio de 2014

Una lucha desigual


No me faltan las palabras, aunque en ocasiones tenga que rebuscar en el fondo del baúl. Pero es cierto que algunas veces las palabras parecieran esconderse y cuesta hallar aquellas precisas para expresar lo que aprieta en algún lugar del pecho, oprimiendo como si faltara el aire y empujando para salir.
Es una lucha desigual, porque sabes que incluso a tientas acabarás por encontrar la palabra deseada. Pero como en todo combate hay un antagonista, real o imaginario que te obliga a dar lo mejor o lo peor de ti mismo, tal vez parte de los dos, y ni siquiera eso te conduce a la victoria.
Cuando das lo mejor, pese a haber caído, mantienes la dignidad y la capacidad de volver a ponerte en pie. Ese es el combate en el que descubres que el verdadero rival al que te enfrentas eres tú mismo. Que no hay mayor antagonista que tú.
Llegar, estar y marcharte. A eso se reduce la vida. Lo fundamental es saber estar y lo deseable, poder elegir cómo marcharte. Hay quien no aprende a estar, pero se marcha por la puerta grande. Y hay quien no sabe estar y mucho menos marcharse. Y claro, están los que se marchan pero no se acaban de ir nunca, porque los retenemos junto a nosotros prendidos por hilos invisibles.
Su recuerdo nos humedece los ojos, nos produce congoja y aunque también nos arranca una sonrisa ayuda a que las palabras se oculten y nos empuja a ese combate desigual sin vencedores ni vencidos. Son aquellos que nos hacen pensar que estamos en un loco mundo y que la vida, la vida que mala es.
Y una vez más, tras caer y volver a ponernos en pie, descubrimos que de nuevo estábamos equivocados. No es tan mala la vida, porque siempre llega el sol.