Mostrando entradas con la etiqueta versos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta versos. Mostrar todas las entradas

sábado, 18 de mayo de 2019

Atardecer

Regreso al volante de mi buga a la ciudad que habito. La carretera sube y baja, dibuja algunas curvas y ofrece también alguna larga recta. Y cuando miras al frente ves el sol del atardecer cayendo sobre los campos de olivos. 
Me gusta ese paisaje, probablemente si fueran campos llanos de esos que no parecen tener final podría estar de acuerdo con sus detractores. No lo estoy. Es un placer contemplar esas hileras de olivos perdiéndose entre las lomas para resurgir en la distancia. 
Contemplo los troncos, retorcidos, mostrando escorzos de difícil comprensión. Y pienso en las hojas, verdes o plateadas, como pequeños dardos cuyo viaje solo depende del soplo del viento, ese mismo que mece las ramas en este atardecer de mayo. 
Miro al cielo que por momentos va desprendiéndose de su color azul para progresivamente dar entrada a la noche. Y me detengo en las nubes, mitad blancas, mitad anaranjadas. Son pensamientos imperfectos. Las nubes. Las nubes son pensamientos imperfectos. De modo que cada uno de nosotros las vemos y las sentimos de distinta manera. Y sus formas se adaptan a nuestra mirada. 
Mientras conduzco suena “El alma dormida”, del maestro Lapido. Ese alma del poeta Manrique que seguro pervive por esos campos de olivos, aunque estos por los que transito ahora están más próximos a la Baeza de Don Antonio Machado que a la serrana Segura de Jorge Manrique. Pero los versos, como la sangre y como el agua escasa siempre regaron estos campos. Igual que el óleo del pintor los atrapó en el lienzo o el ojo de un fotógrafo los capturó por un momento creyendo dotarlos de una inmortalidad que ya le dieron de sol a sol los lomos doblados y las manos encallecidas. 
Kilómetro a kilómetro se acerca la ciudad. Núcleos de casas comienzan a salpicar los campos de olivos. Y el tráfico se incrementa. Una golondrina sobrevuela los olivares. ¿Dónde vas? ¿Estás perdida? ¿O el perdido soy yo? 
Anochece.

jueves, 21 de marzo de 2019

Feliz no cumpleaños

Cada 21 de marzo se aviva el recuerdo. Pienso en ese primer brote de la primavera, el jaramago, cuando el invierno ya es eterno. 
Quedó atrás el decenio. A la ausencia física la suple la presencia en el recuerdo, la única manera probable de inmortalidad: vivir a través de la memoria del otro, de otros. 
El tiempo mitiga el dolor, atempera la pérdida pero no puede borrarla; se lleva el olor de la cera y condena a la oscuridad a la llama. No se prende, no se sopla, no se festeja. Se imponen la evocación y el silencio. 
Las lágrimas ya están secas, las heridas cerradas, pero siempre quedan las cicatrices; ciempiés reptando, arrastrándose, deslizándose por los surcos de la memoria. 
No hay vestigios del último baile. No queda nada de aquel polvo, aquella ceniza zarandeada por el viento. Las huellas en el aire se pierden antes de que calle la orquesta. 
Y a pesar de ello, frente a todos los pesares, conservo la certeza de tu existencia. La real, la edulcorada por el paso del tiempo, la imaginada… Una sola existencia contemplada a través del caleidoscopio agitado no ya por las manos sino por mi propia inercia. 
Poco importa donde se dibuja la frontera entre lo que fue y lo que ya no será. Seguimos cruzando los puentes del afecto a sabiendas de que hay palabras perdidas, rotas, hirientes y también algunas que nunca se pronunciaron, junto a aquellas que deseamos olvidar y a aquellas otras apenas suspiradas, casi muertas antes de nacer. 
Dicen que hoy se celebran en el mundo los versos. Se desempolvan los libros y los buscadores de internet para extraer un poema de tal o cual autor. 
¿Sabes lo que pienso, viejo? La muerte si es un poema. Y la vida su poesía. 
Feliz no cumpleaños.

miércoles, 13 de enero de 2016

La palabra exacta

Escribe Luis María Anson sobre el poeta Santiago Castelo en El Cultural (8-14 de enero de 2016) y recuerda versos de su último libro “La sentencia”; entre ellos esta confesión: “Siempre anduve a la búsqueda de la palabra exacta”. 
Esa búsqueda llegó hasta el final de sus días, como demuestra este poemario que escribió en las últimas semanas de su vida tras informarle el médico de que en esta ocasión el cáncer había vencido y como el poeta subraya “vivir muere en nosotros tan deprisa que la luz de un segundo se convierte en una eternidad soñada y no vivida”. 
Me quedo entre otras cosas con esa 'búsqueda de la palabra exacta'. El anhelo de cualquiera que escribe. Aquella palabra precisa para la que Silvio Rodríguez reclamaba, en otro contexto, su fin. 
Uno piensa en aquellas ocasiones en que no eligió bien las palabras, ni para escribir ni para hablar. O en aquellas otras en que impuso el silencio. Porque el silencio siempre es una imposición y una negación de la palabra adecuada. 
Y también piensa en el proceso de búsqueda. En esa liturgia de abrir el baúl, observar las palabras en su interior y atrapar aquellas que sean inapelablemente exactas. 
Puede entenderse esa búsqueda como reflejo de perfeccionismo y otorgar al buscador de palabras exactas la condición de perfeccionista y desde ésta, la de insatisfecho. No digo que no, pero también creo posible contemplar esa búsqueda como constatación de lo contrario, la imperfección del que busca, que también conduce a la insatisfacción y dibuja una existencia donde habita la duda. Y es esa ausencia de la certidumbre la que nos empuja a la búsqueda, que aunque puede provocar insatisfacción, no es menos cierto que también satisfará al buscador en cada ocasión en que logré encontrar la palabra precisa. 
Todo ello, sujeto a la arbitrariedad de quien escribe o habla y de quien lee o escucha. Y aún así es innegable el reto que supone tal empresa.
No es extraño pues que en estos “poemas de la consumación” (dixit Anson), Santiago Castelo revele ese camino de búsqueda, una aventura que dura toda una vida.

domingo, 12 de julio de 2015

Náufragos destetados

Algo sé de naufragios. Contados, leídos, vistos e incluso vividos. En tierra firme y en el océano. En noches de tormenta y en mañanas de tempestad. Cuando los pies no están firmes en el suelo y no hay ancla capaz de fijarlos a él. Cuando miras al cielo y te devuelve la mirada rota, resquebrajada como un cristal que igual que el agua embravecida te niega el reflejo. Cuando sientes que la suerte sonríe al que no sobrevive y tú eres un superviviente.
Abres los ojos y te descubres solo. La soledad que te acompaña en la búsqueda de las palabras. La misma que te hace comprender lo efímero de la escritura en la arena. La compañera que no te abandona nunca. Soledad, tristeza y silencio. Y “la jodida conciencia” susurrándote. 
Y aun sin oído para la música sucumbes al canto de las sirenas. Anhelando no ser amarrado para zambullirte entre las olas y surcar el abismo. En el mar de olivos o en el Mediterráneo. 
Escucho el “Rock con embudo para mamíferos destetados”, de José Luis Escobar. Obsequio de su autor. Anterior a “El retrete del poeta”, sus versos me conducen como aquel a los restos del naufragio. Los tangibles y los intangibles. El producto de la zozobra exterior e interior. 
Dicen que siempre anda el diablo enredado en las cuerdas de la guitarra cuando suena el rock. Pero la verdad es que ese diablo es un duende juguetón, que aparece cuando sus hermanos ya se han marchado. Esos demonios con los que convivimos. Los que siempre vuelven y nos agitan; tanto que hasta desperezan a las palabras. 
No sucumbas, amigo. Vendrán nuevos naufragios para poner a prueba la memoria. El mar borrará las palabras en la arena, pero bien sabes que también las hay escritas en el corazón. Ignoro cuánto tiempo permanecen legibles, pero sé que merece la pena releerlas. Y tú sabrás ponerles música. 
De vez en cuando hay que dejar salir a los demonios, aunque solo sea una excusa para enredar en las cuerdas al diablo del rock.

lunes, 16 de febrero de 2015

El poeta del Norte

El hombre del Norte mira a los hombres del Sur. El poeta del Norte escribe de los hombres del Sur. Versos que nacen donde penan los hombres presos de sus ideas. El hombre del Norte, agua salada y viento; los hombres del Sur, tierra y sol en la piel.
Aquellos hombres son la semilla de los hombres de hoy. Los que no preguntan, los que no se quejan, los que no se rebelan. Hombres de luz que no dejan sombra. Frágiles. Sin odio y sin perdón. Indiferentes.
Y aún así hallan refugio en las estrofas. Rescatados de la muerte y el olvido por el poeta del Norte; lejos del calor, los campos de trigo y olivar son huéspedes de sus versos. Habitantes eternos del “Libro de las Alucinaciones”.
La poesía como arma cargada de futuro. El refugio del rebelde. La memoria de los pueblos. Y el poeta, férreo.
También el Sur tiene y tuvo sus poetas. Góngora, Cernuda, Aleixandre, Juan Ramón, los Machado, Lorca, Alberti, Caballero Bonald, García Montero, Álvaro Salvador, Manuel Lombardo, Ruiz Amezcua, Javier Egea… Y los que procedentes de otras tierras como Valente y Miguel Hernández fueron y se sintieron sureños. Y todos, como el poeta del Norte, quisieron despertarnos “del pasado de frío, de los cerrojos del futuro”.

 "‹‹Las cosas son como son,/ como siempre han sido, como/ han de ser mañana... Ojú,/ que frío...›› Los andaluces...". Los andaluces, "El Libro de las Alucinaciones", José Hierro.

viernes, 15 de agosto de 2014

Los malos poetas

Dicen que los malos poetas son incapaces de lograr una rima. Y puede que sus versos estén escritos con lágrimas, que hacen brotar palabras invisibles pero indelebles.  Ahogados por el pasado y el presente son incapaces de hallar la pausa que les permita afrontar el futuro.
Atrapados en esas líneas del tiempo giran su cabeza y vuelven la mirada atrás con un gesto infantil que no puede borrar el mañana. Ni siquiera desdibujarlo. A pesar de ello anhelan encontrar la senda por la que avanzaron tantos otros en distintos destinos y latitudes para alcanzar el poema.
La bajada a los infiernos. El paraíso perdido. Cualquier ruta es válida. Se acepta cualquier camino como un laberinto de sueños si al final esconde la llave que gira en la cerradura. Y se obvia que tras la puerta pueden esperar cielos y abismos e incluso la nada.
Casi febriles agitan la pluma esperando que broten las palabras; y éstas, agazapadas, se emboscan en algún recodo inexpugnable para no acabar encorsetadas en una estrofa. A medio camino de ese triángulo formado por la cabeza, el estómago y el corazón.
Falta el oxígeno. Hierve la sangre. Y una expresión de súplica se apodera del rostro, reclamando la presencia de la inspiración. Aquella misma que algunos grandes afirmaban que si se presenta debe encontrarte laborando.
Ante la ausencia de la musa, la súplica se convierte en mueca. Para algunos de dolor y para otros, los supervivientes, en una mezcla de ironía y hastío. Y sin embargo, unos y otros continúan aferrándose a la pluma, buscando en su interior o mirando a través del cristal para hallar las palabras precisas y enhebrarlas; sin comprender que para ello es necesario extraer primero la aguja, clavada donde más dolió y conservando su condición punzante. Como una fina pluma.
Es tarde cuando descubren que tras la puerta esperaba el abismo. Aquel del que solo los acróbatas son capaces de escapar, aunque sea encajando el pie en un verso.

miércoles, 23 de julio de 2014

Maridaje


No es fácil maridar. Y menos cuando se trata de unir en armonía palabras e imágenes en un tiempo en el que las segundas se imponen a las primeras.
El compañero plumilla, Jorge Pastor, ha dejado por un momento las palabras a dos orfebres del verso, las poetas Carmen y Dori Hernández, y ha optado por atrapar al personal desde su mirada ciclópea.
No concibe la fotografía sin el protagonismo humano. Asumiendo consciente o inconscientemente que en cada click atrapa un instante de una vida que ya es pasado y que aun así la imagen habita en el presente.
Y ha querido arropar a sus personajes con un manto de palabras bordadas, de esas que prendidas en el papel, sin abandonarlo, son capaces de prender también en recónditos parajes de nuestra geografía interior. En cielos e infiernos. En vergeles y páramos. En aquellos territorios donde se cruzan los sueños y las sombras y dejan un trazo de lo que fue y de lo que no pudo ser.
Ante los versos y las fotografías surge espontánea y natural la duda sobre el proceso creativo, si fue antes la gallina o el huevo. Si la cría rompe las paredes calcáreas para liberarse o por el contrario es el huevo el que se resquebraja para ofrecer la libertad a la cría.
Parece una nimiedad, pero la simplificación o complejidad de ese proceso creativo otorga un valor específico al resultado final. No es lo mismo abordar la imagen desde las palabras o las palabras desde la imagen que hacerlo de forma simultánea. Porque esa simultaneidad en el proceso creativo, reconocida por el propio autor, avala el maridaje de fotografía y poesía, lo libera de artificios y desde la naturalidad lo conduce a la armonía.
El resultado es un bocado para paladares exquisitos. “Art mariage”.
Foto.- Acceso a la exposición "Art mariage", presentada en el Palacio Abacial (Alcalá la Real), en Etnosur 2mil14.

miércoles, 19 de marzo de 2014

La Rabia de Rakel


Frente a los tiempos de alegría que jaleaba El Cigala, ahora corren tiempos de rabia. En algunos casos, contenida; en otros, mal disimulada, y en los menos, pese a las apariencias, a flor de piel.
Hay quien manifiesta esa rabia a gritos y también quien lo hace a golpes. Y hay quien recurre a la palabra, construyendo poemas para dar forma a aquella arma de futuro preconizada por el poeta.
Rakel Rodríguez opta por gritar y golpear recurriendo a la palabra. Construye una rabiosa poesía y una poesía de la rabia, la que le genera la realidad más cercana, pero también aquella distante por los kilómetros pero próxima por la conciencia. Y como el maestro Manuel Lombardo, lejos de esconder esa ira, que nace dentro fruto de lo externo, le da forma y la conduce por las líneas paralelas de las estrofas, para que no nos perdamos en los erróneos paralelismos de los lerdos.
Groenlandia, revista y editorial, ha apostado por Rakel y su rabia en versos y le ha editado ese poemario, Rabia, que navega por la Red para las cabezas inquietas y enrabietadas. También para el resto.

sábado, 22 de febrero de 2014

75 años de exilio del hombre íntegro

Un año más puede ser mucho o poco tiempo. Pero es indiscutible que la suma de un año más otro acaba siendo demasiado tiempo. Así hemos llegado en 2014 a los 75 y si nadie lo remedia los años venideros alcanzaremos el 76, 77… y cuando contemos 80 volveremos a redondear la efeméride del exilio y muerte del poeta.
Continuará la tumba de Colliure en Francia como destino del peregrinaje de nostálgicos y soñadores y como símbolo del fin de un sistema de gobierno, la República Española, que contempló como los hijos que la sobrevivieron traspasaron las fronteras y como los restos de algunos de los más sobresalientes, Antonio Machado, Manuel Azaña, Luis Cernuda, Ramón J. Sender… reposan en otra tierra.
Yacerá el poeta universal, el hombre bueno, bajo el suelo de un país que le provocaba aversión y continuarán inamovibles los argumentos de detractores y defensores de su retorno, imponiendo un silencio apenas roto por voces de escaso eco.
Quizás sea el tiempo sabio y juegue con nostálgicos y soñadores. Y cuando nostalgia y sueños asemejen una pesadilla retorne el poeta de la mano de otra República como aquella a la que defendió.
O quizás sea el tiempo una losa más pesada que la de la tumba en tierra francesa y continúe sepultando la esperanza de aquellos vencidos, que no derrotados, y sus descendientes de hallar dignidad y justicia.
Siete décadas y media de exilio. Siete décadas y media de pérdidas aún sin recuperar. Prendidos del dolor y la luz de los versos en el bagaje espiritual, pero ligeros en la sabiduría y la existencia de un Juan de Mairena. Y huérfanos del hombre íntegro.



La muerte de Antonio Machado fue "la desaparición dramática de un hombre decente, de un poeta cabalmente vinculado a la propia historia vivida". "Supuso el enaltecimiento de un ejemplo imborrable desde una doble perspectiva humana y política. Machado fue un espejo de los españoles íntegros y su ideario social, su filosofía de la vida, su conducta como defensor de la República, su singularidad dialéctica, perduran como un verdadero paradigma", José Manuel Caballero Bonald (El Cultural, 21 de febrero de 2014).

sábado, 11 de enero de 2014

Inventario de nieve

Le pedí una absolución sin penitencia. Y me rubricó una dedicatoria en su último poemario, “Inventario de nieve”, que acababa de presentar.  
Conocí a Manuel Lombardo en 1992, en la parada de un autobús; un mediodía de verano. Estábamos solos en aquella parada. Había terminado una mañana de trabajo en Diario Jaén y me senté en esa superficie dura e incómoda, propia de cualquier parada de autobús, que llaman asiento. Él, que ya estaba allí sentado cuando yo llegué, comenzó a hablarme. Pensé que era un zumbado que se había escapado de Los Prados. Pero cuanto más hablaba, zarandeando la vida, me di cuenta de que lo que decía tenía sentido. Y comprendí que el tarado era yo. Siguió hablando, comenzó a mencionar nombres de personas que yo conocía y al final se presentó. Sabía quién era por mi padre, pero nunca le había visto hasta ese día.   
Unos meses más tarde leí por primera vez un libro suyo de poemas. Y desde entonces sigo leyendo esos versos en los que no sabe o no quiere esconder su ira contra esa gran mentira universal que es la existencia.
Desnuda y viste, para volver a desnudar, el lenguaje. En busca de la palabra precisa; a la que desposee de ornamentos para arrojarla desde la profundidad del poema a la cara y al cerebro de aquellos que se aventuran a sumergirse en sus versos.
Hace algunos años, en la presentación de otro de sus poemarios, “Noemas y nademas” creo recordar, ya advertía de que su poesía no era apta para “degustadores de merengues”.
Yo me atrevería a añadir que los versos de Manuel Lombardo son para gourmets con un enorme aprecio por la vida. Con la excepción, obvia, de este tarado gato de callejón, que frente a los que esperan el fin de la nevada para inventariar la nieve caída midiendo el grosor del manto que cubre el suelo, prefiere contemplar el cielo y hallar palabras en copos que envuelven la nada.

Foto: Manuel Lombardo (a la dcha.), antes de rubricar su dedicatoria. Cortesía de Pepe Heredia.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los versos secuestrados

No andamos escasos de poetas. Y tampoco cortos de versos. Pero tengo la sensación de que los poetas se vuelven invisibles y los versos han sido secuestrados. Y huérfanos de ambos, poetas y versos, somos más vulnerables.
Dice Juan Gelman, otro ilustre de las letras argentinas que como Borges y Cortázar no tiene pinta de recibir el Nobel, que “con la poesía no vas a poder comer, ni vas a hacer la revolución, pero enriquece interiormente a aquel que alguna vez se le acerca” (El País, Babelia, 8 de diciembre de 2012).
Nunca tuve la mirada del poeta, si acaso una superficial capa en la piel de la que el agua y el jabón no logran borrar las palabras. Y a veces, ni eso. Pero miro entre las estrofas y en alguna ocasión me descubro en versos de lo cotidiano. Y cuando alcanzo a vislumbrar la luz más allá de las páginas de un poemario hallo la esencia de nuestra verticalidad.
Los poetas nunca abren la marcha. Empuñan la pluma. Con sus versos dan aliento a quienes han de agitar las ideas y causan temor a aquellos otros a quienes empequeñecen las palabras.
Hoy es necesario liberar los versos, para hacer posible la visibilidad de los poetas y la propia. Porque en tiempos de utopía, resistir es garantía de supervivencia.

sábado, 25 de agosto de 2012

Poetas de vigilia

Hay quien cuando le abandona el sueño o cuando conciliarlo es una lucha desecha contar ovejas o dar vueltas en la cama y busca palabras para hilar versos. Inventa rimas de vigilia o asonancias en duermevela, cuya vigencia no va más allá del capricho del sueño a tornar.
Poemas esbozados en mitad de la noche cuando el tiempo parece detenido, que no serán recordados, como muchos sueños, porque no subsisten al alba. Hijos del desvelo, apenas les sobrevivirá una estrofa o un verso. Quizás ni eso. Y aún así, al ser concebidos emborronan el espacio y manchan intangibles cuartillas.
Los poetas de la vigilia buscan las palabras en la oscuridad, de modo que al hallarlas es como si vieran la luz; hurtada al iniciar una nueva búsqueda que les devuelve a las tinieblas. Avanzan y retroceden, de la oscuridad a la luz, reconociéndose en un claroscuro que les revela su naturaleza efímera.
A veces, a través de la ventana entreabierta se filtra el resplandor de la luna y eso les basta para postergar el sueño y continuar enhebrando pluma y palabras en el papel.
El despertador les trae las cenizas del poema y les devuelve al quehacer diario. Y es durante el día, cuando despiertos sueñan con escribir. Imaginan los versos de un poema rasgando la noche, que no esté condenado a morir.

domingo, 6 de mayo de 2012

Poemas ilustrados



No he hecho números, pero seguro que sale a cuenta el libro electrónico. Contando el precio del soporte y el coste de la descarga por unidad, y deduciendo los libros incluidos gratuitamente en el terminal (varían según modelo y fabricante), seguro que es rentable. Y aún así, pese a la calidad de las nuevas pantallas y la incorporación de nuevas tecnologías que facilitan la lectura y a la nitidez en la reproducción de las ilustraciones, me sigue pareciendo imposible que estos dispositivos puedan sustituir a todos los libros en el futuro.
Me cuesta creer que algunas joyas de la edición vayan a abandonar el papel para renunciar a su valor bibliográfico y a su esencia como libro para encerrarse en los e-books. Joyas como “Hierro ilustrado. Antología gráfica y poética de José Hierro”, que acaba de publicar Nørdicalibros. Una selección de poemas de Hierro, con ilustraciones del propio poeta, que constituye un homenaje en el décimo aniversario de su muerte.
Es difícil imaginar una obra de estas características o similares fuera del papel. Renunciar a sentir las páginas entre los dedos, apreciar los trazos de los dibujos y recorrerlos con la vista y redibujarlos con esos mismos dedos. Reconocer lo cuidado de la edición, la encuadernación, el color del papel, el tamaño y tipología de las letras, las propias dimensiones del volumen… todo aquello que convierte a un libro en un objeto único.
Afirma Alejandro Zambra, escritor chileno, que “el libro es sólo un producto, lo importante es el texto”. Y sí, es indiscutible que sin texto, cuando hablamos de literatura, no existe el libro. Pero de igual modo, es irrebatible que hay productos de usar y tirar y otros que merecen ser conservados. Pese a que esa conservación nos convierte en “hiperfetichista de los libros”, en palabras del propio Zambra.
Si el texto es lo único importante, no tendría sentido la adquisición de una obra como este “Hierro ilustrado”; porque para deleitarse con los versos del poeta hay ediciones como sus “Poesías completas (1947-2002)”, de Julia Uceda y Miguel García Posada, en la Colección Visor de Poesía. Un volumen de más de 700 páginas, testimonio íntegro de su obra.
Es José Hierro otro poeta de luz, cuyos versos reposan en cajones del olvido. Y su obra plástica muestra también esa luz y su mirada de la realidad. Disfrutar de ambos, versos e ilustraciones, en un mismo libro, además de acercarnos al universo creativo del poeta, contribuye a abrir esos cajones y desempolvar unas palabras que probablemente no sean imprescindibles, pero si necesarias para alumbrarnos al recorrer este camino por el que transitamos y al que llamamos vida.

domingo, 29 de enero de 2012

Palabras desnudas

La poesía siempre ha estado infravalorada y ahora, las palabras también se devalúan. Por eso reconforta saber que ante infravaloración y devaluación siempre hay refugios en donde calienta el sol y que la poesía y las palabras nos abrigan, pese a desnudarse el poeta y a despojar de ropaje a las palabras.
Y es en esa desnudez, que sin embargo podría percibirse como un signo de fragilidad, donde se halla el abrigo contra la desilusión y la ausencia de esperanza. Cuando las páginas de un poemario se muestran francas, abiertas, son una invitación al cobijo; sobre todo en tiempos de resistencia. Son las palabras luz, aunque dibujen pesares desde las sombras; un claroscuro vital que traza la estela de los versos.
Leo “Palabras desnudas”, del poeta Jesús García, que acaba de ser editado por Ediciones Pastora Un Café con Literatos y que fue presentado hace unos días en Madrid. Y me detengo en lo escrito por el autor en la introducción de su obra “…las palabras, plenas de vida, jugando al escondite con el significado, con el ritmo y la forma, vienen y van como mariposas libres, flotando en el viento al albur de su albedrío”.
Palabras desnudas que vuelan como mariposas libres, pero que también iluminan como luciérnagas.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El puente de Amparitxu y Celaya

Desgraciadamente es muy habitual en este país, intuyo que en otros lares también, que la compañera de un escritor se apropie del hombre en vida e intenté apoderarse a su muerte de su legado.
Cualquiera puede poner nombre y apellidos e incluso cara a este hecho, pero no pretendo que ese hecho en sí alcance relevancia. Más bien desearía lo contrario. Del mismo modo que hablo de compañera de escritor y no de compañero de escritora, porque de quien quiero escribir es de la compañera de un poeta. De una mujer, Amparitxu Gastón, compañera de Gabriel Celaya, que nos dejó el martes de la pasada semana, 24 de noviembre de 2009, que firmó varios poemas con él y además, era también poetisa.
Celaya era un poeta escondido en una ingeniería industrial al que Amparitxu sacó de su escondite para entregarlo a las letras y de paso entregarnos sus versos. Lejos de apoderarse del hombre nos descubrió al poeta y preservó su legado.
En la provincia que habito se celebra desde hace muchos años el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya de Torredonjimeno. Recuerdo que al poco tiempo de llegar aquí y con motivo de la celebración de este premio, Amparitxu acudió a recordar al desaparecido Celaya y a entregar el galardón al ganador del mismo en esa edición.
Con motivo de esa visita, Amparitxu fue entrevistada por varios medios de comunicación. Me llamó la atención de sus declaraciones la defensa que hacía de la obra y de la persona de Celaya; su ternura y su rotundidad al hablar de él. Entonces pensé que a pesar de su muerte en 1991, Celaya y Amparitxu seguían unidos por un puente invisible construido con sus vivencias, su compromiso político con el partido comunista y su obra. Imagino que las vigas de ese puente son sus versos, apuntalados en palabras sencillas, no exentas de fortaleza y belleza en el remache. Ahora ella ha cruzado definitivamente ese puente para unirse a él.
Foto: Amparitxu Gastón, por Morgana Vargas Llosa (El País, 24 de noviembre de 2009).