martes, 30 de noviembre de 2010

El fenómeno Wikileaks

En tiempos de crisis no es de extrañar que el periodismo también esté sumido en ella. Aunque lo cierto es que la crisis periodística fue previa a la económica y esta última sólo ha contribuido a la precariedad laboral de los periodistas y al debate sobre el soporte informativo en detrimento de la discusión sobre la calidad de la información.
Al albur de esta situación van apareciendo varios fenómenos, unos de claro ámbito periodístico, como Periodismo Humano, y otros, más que discutibles, como Wikileaks, que se agrupan bajo la etiqueta de Periodismo Ciudadano y que hallan cobijo en la red.
Ya he dejado constancia en alguna ocasión de mi apoyo a proyectos alternativos como el primero, del inequívoco periodista, Javier Bauluz. Sin embargo, el segundo, que ocupa ahora las portadas de los diarios mundiales de prestigio y provoca una cierta conmoción en los círculos de poder, dista mucho de ser un fenómeno periodístico, aunque su escenificación pudiera aparentarlo.
Wikileaks es más una fuente de la noticia que un medio de comunicación. Y yo diría que ni eso, porque la realidad es que no pasa de ser un instrumento que mantiene en el anonimato a la fuente original de la información y necesita de los medios de comunicación y de los periodistas profesionales de estos medios para hacer legible esa información y trasladarla a los ciudadanos. Por lo tanto será un elemento prescindible en el momento en el que los periodistas tengan acceso directo a la fuente de la noticia; algo que hoy más que en el haber de Wikileaks está en la arbitrariedad de la propia fuente al realizar la filtración y en las políticas de ocultación de información practicadas de forma rutinaria por los gobiernos.
No hay dudas de que las filtraciones conocidas hasta la fecha, a través de la web de Wikileaks (www.wikileaks.org), proceden directamente del entorno o de la propia Administración USA, la de Bush Jr. o la de Obama, o ambas. Lo que sumado al equívoco responsable visible de Wikileaks, Julian Assange, me genera más interrogantes que certezas. En particular sobre quién se esconde detrás de esas filtraciones, con qué objetivo se realizan y quién y cómo verifica la autenticidad de los documentos hechos públicos. Interrogantes que la transparencia informativa de los gobiernos, especialmente el estadounidense, despejarían.
Respecto al contenido difundido hasta la fecha (la dosificación o efecto cuentagotas impiden un análisis más exhaustivo) me atrevería a asegurar que su principal valor reside en el testimonio documental más que en la propia información. Que no es poco y más para un periodista. Como ejemplo sirva la difusión del contenido de los cables, supuestamente intercambiados entre Washington y las embajadas estadounidenses en varios países del mundo, incluido España. Una información que de ser cierta vendría a confirmar algo que está en la mente de todos sobre el proceder estadounidense en el resto del planeta; y que sin duda contribuirá a derribar el mito de la “estupidez yankee” o a convertirnos a todos en estúpidos, al descubrir que los estadounidenses piensan exactamente igual que nosotros sobre la mayoría de los líderes mundiales y lo expresan con la misma frivolidad.
Es obvio, pero conviene dejarlo claro para evitar interpretaciones torticeras, que no estoy en contra de la difusión de la información y de la transparencia informativa (sin ir más lejos en España aún desconocemos casi todo sobre las denominadas “cloacas” del Estado), pero ambas no deben confundirse con la publicación masiva de documentos y mucho menos denominar a esto periodismo.

Nota.- Mi solidaridad y afecto para la familia de José Couso y con sus repetidas peticiones de JUSTICIA. De confirmarse la autenticidad de lo publicado (que parece ratificada con la comparecencia pública de la Secretaria de Estado USA, Hillary Clinton), los gobiernos de Aznar y de Rodríguez Zapatero deberían empezar a dar explicaciones, comenzando por definir qué es la justicia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cicatrices

Hay quien gusta de presumir de cicatrices. De las que se dibujan en la piel. En algunos casos por el mero hecho de haber sobrevivido. Y en otros, como simple recordatorio de lo acontecido, un accidente, una intervención quirúrgica, un percance profesional, una noche canalla… Pero hay cicatrices de las que no se presume, esas cuyas costuras en la piel son la memoria del horror y aquellas otras que no se ven.
Esas cicatrices a pesar de no ser visibles se reflejan en ocasiones en el rostro, en los gestos y hasta en el andar. Creo que tienen cura, pero ignoro el tiempo necesario para cerrarlas y se que tienden a abrirse más de lo deseado. Puede que algunas devoren una vida para ser sanadas y por tomar distancia con el optimismo reconozco que algunas probablemente no se cierren nunca. Por eso muchas personas aprenden a vivir con ellas.
Las heridas que las produjeron son profundas y dolorosas. Tanto como la sima del miedo cuya puerta abrieron a las víctimas. Y sí, son necesarias manos y escalas a las que asirse para no ahogarse en esas profundidades. Y también es necesario romper el silencio. Y aún así no hay más juez o más médico que el tiempo.
De nada o de muy poco sirve el día señalado en el calendario una vez al año o el voceo del catálogo de los horrores, cuando el parlamento no alcanza para soluciones y hay conformidad simplemente con plasmar el momento; dejando huérfano el calvario de los 364 días restantes y apenas aplicando un bálsamo en las cicatrices de la piel, en esos costurones agarrados a ella como un ciempiés, y contribuyendo a la invisibilidad de las restantes.
Individualmente no somos responsables. Sólo lo es el que hiere, golpea, maltrata y asesina. Pero colectivamente participamos en colocar las piezas de ese puzzle cuya imagen completada nos degrada como sociedad; porque entre esas piezas están las de la justificación, las del silencio, las de las excusas, las de mirar a otro lado, las de la broma simpática y dañina… incluso las de hurgar en la herida, las que la abren y la hacen sangrar de nuevo.
Cuentan que hay quien gusta de no borrar las cicatrices del rostro porque imprimen carácter o por ser la marca externa de una estancia en el infierno, pero nunca escuché a alguien que confiara en construir el futuro con las cicatrices del alma. Quizás porque más que aprender a lamernos las heridas, deberíamos apostar por educarnos para que no se produzcan. Nunca hubo cicatrices sin heridas.

martes, 23 de noviembre de 2010

Revoluciones de salón

Ya se que no están los tiempos para revoluciones de salón. Y también que es difícil, a pesar de Internet, proclamar la rebelión desde el sofá. Y sí además quien lo hace es un ex futbolista de élite, es decir, de esos con ingresos millonarios inalcanzables para el común de los ciudadanos, no parece que la propuesta vaya a sumar muchos adeptos.
Pero tampoco nos engañemos, precisamente la inestabilidad de estos tiempos y la ausencia de referentes y de líderes mundiales capaces de manejar el timón y llevar la nave a algún puerto, son caldo de cultivo para que cualquier propuesta ajena a los cauces oficiales se difunda y sobre todo para que cualquier personaje pueda ser contemplado como un nuevo Mesías; al margen del mensaje emitido y de sus consecuencias.
Es innegable que castigar a las entidades financieras, como máximos exponentes del actual modelo económico occidental y como iconos responsables de la crisis, es algo a lo que nos apuntaríamos voluntariamente la mayoría de los ciudadanos, por la vía pacífica de la retirada de los fondos depositados en ellas e incluso por la menos pacífica del bidón de gasolina.
Pero a pesar de lo atractivo en este plano de la propuesta de Eric Cantona de retirar el próximo 7 de diciembre nuestros ahorros de los bancos, albergo serias dudas de que sirva para algo más allá del mero testimonio.
Cantona, antes de fichar por el Manchester United, jugaba en el Leeds con el pequeño y pelirrojo escocés Gordon Strachan, donde conjugaba efectividad goleadora con un endemoniado carácter. Imagino que ese carácter y sus ganas de provocar han primado más en su proclama que sus virtudes como goleador; supongo de compleja aplicación en el día a día más allá de los rectángulos de juego.
No creo que desconozca el ex futbolista francés que sería suficiente con que los gobiernos actuaran con contundencia ante los desmanes financieros y que cuajara aquella propuesta, ya dormida en las hemerotecas, del presidente de su país de refundar el capitalismo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Fantasmagorías

Ayer la niebla jalonaba la carretera casi los más de 40 kilómetros que separan mi casa de la universidad. En algunos tramos incluso parecía engullirla. De modo que la vista no alcanzaba para ver más allá de unos metros, hasta topar con una cortina blanca y densa, rasgada ocasionalmente por las luces de los faros de los vehículos que iban en dirección contraria a la mía.
No es agradable conducir con niebla. Y sin embargo, hacerlo encierra un placer visual y perceptivo único. La propia carretera, las escasas construcciones ubicadas en sus inmediaciones y sobre todo, los campos de olivos. Fantasmagóricos. Con la niebla arrastrándose por la tierra, enroscándose en los troncos y ascendiendo hasta la copa de los árboles para blanquear el cielo. Igual que el humo del cigarro de un fumador juguetón y habilidoso dibujando espirales en el aire.
La niebla reduce el campo de visión y por momentos, parece borrar el paisaje, transformándolo en un lienzo casi irreal, en una atmósfera de ilusión, que a su pesar no puede evitar que ese manto blanco nos produzca una parcial ceguera. La misma que produce el humo de un incendio.
Hay quien parece vivir entre una niebla o un humo constante. Quien prende fuegos sin calcular la mecha y la carga explosiva y luego se sorprende del resultado. Hay quien huye de la fantasmagoría para esconderse en la privacidad. Pero los límites de ésta cada vez están más desdibujados y cuando se franquean, algo reprobable pero habitual, mostramos nuestra desnudez y exhibimos, involuntariamente, nuestras miserias.
Las cámaras, despreocupadas pero encendidas; los micrófonos, inmóviles pero abiertos, son las manos invisibles que nos desnudan. En un intervalo imperceptible, que a posteriori muta en un tiempo inacabable, liberamos la lengua y exhibimos lo mejor o lo peor que escondemos en el cerebro. Quedamos retratados. Como si se disipase la niebla.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Flamenco universal

El flamenco siempre me ha parecido un quejío de voz y guitarra, arropado con tacones y palmas. Un arte que, como tantas otras cosas, no admite término medio, o te gusta o no lo soportas. Y si te gusta, te pondrá el vello de punta, la piel de gallina y un pellizco en el alma.
Cante jondo que transita de igual modo por la calle de la amargura que por el jardín de la alegría y lo mismo bracea por el río de la vida que por el mar de la muerte. Siempre con profundo sentimiento. Y sobriedad. En ocasiones, desmesurada sobriedad; un cantaor o cantaora a pecho abierto y el rasgueo de los dedos en las cuerdas de la guitarra, con la espalda y los costados descubiertos.
Ayer, tras fallidos intentos y acompañado de un deslavazado popurrí de tradiciones (cetrería, dieta mediterránea, la Sibila y los Castells), el flamenco fue reconocido Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Ahí es ná.
Ignorante de mí, que aún confundo algunos palos, porque siempre creí en su carácter patrimonial y universal. En Casa Patas, en Cabestreros, en el Manuela Malasaña, en la Peña Flamenca o en el Festival de Pegalajar… siempre lo contemplé como una expresión popular a través de la cual se impartía magisterio.
En su día, Juanito Valderrama defendió y luchó por la creación de una Cátedra de Flamenco en la Universidad. Y esta mañana, el presidente de la Junta de Andalucía anunciaba su intención de llevar el flamenco a las aulas. Un poco tarde, cierto; como este reconocimiento, gratificante y oficial, pero escasamente necesario, que ha evidenciado una vez más la catetez con que es contemplada esta tierra más allá de Despeñaperros; por la mala praxis del periodista esclavo de los tópicos, y como habitualmente puede comprobarse con las declaraciones salidas de tono de los políticos de turno modelo Puigcercós o Aguirre.
Ese colega de profesión que sin rubor, supongo que por confundir flamenco y sevillanas o por meter ambos en el mismo saco de música raíz, conecta con Sevilla para jalear el reconocimiento, dejando en el olvido a Cádiz y supongo removiendo las entrañas del Torta, Terremoto, la Perla, la Paquera, Chocolate, Mercé o de aquel al que llamaban Camarón; relegando también a ese olvido a los guitarristas gaditanos Pepe y Paco de Lucía o Manolo Sanlucar, al onubense Paco Toronjo, al granadino Morente, al cordobés Fosforito, a la jiennense Carmen Linares o al guitarrista almeriense Tomatito…, por citar a algún flamenco que no es sevillano y por dejar constancia del ámbito geográfico andaluz. Sin menosprecio de Sevilla y de aquellos cantaores que como Mairena, Caracol, la Niña de los Peines, el Cabrero o el Lebrijano si son sevillanos.
Ese deplorable ejercicio de la profesión tiene continuidad obviando que, junto a Andalucía, Extremadura y Murcia han presentado la candidatura del flamenco para este reconocimiento. Como si Porrina de Badajoz o el Festival del Cante de las Minas no hubieran existido.
Podría extenderme a otros territorios que han alumbrado figuras memorables a este arte (Farina, el Príncipe Gitano o los más recientes Poveda y el Cigala), pero sólo serviría para reflejar la mencionada universalidad del cante jondo y reforzar esa percepción patrimonial.
Si ha de servir para algo, bienvenido sea este reconocimiento al flamenco. Que corran tiempos de alegría. Y al hilo, permítanme dos recomendaciones: Cantes flamencos, de Antonio Machado Álvarez, padre de los poetas Antonio y Manuel; y la revista Candil (si encuentran algún número atrasado), editada por la Peña Flamenca de Jaén y referente en el mundo del flamenco.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sahara

Las jaimas son las velas de los barcos de anhelos de patria varados en la arena. En tierra de nómadas, un mar de opresión tiñe la arena de sangre. La campana de la memoria tañe por la libertad, un sueño de lunas y estrellas, y no se silencia ante aquellos que fortifican coartadas en el aire. El presente son las lágrimas del pueblo que es y del país que será y el futuro ve la luz en el vientre de las mujeres del Sahara.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Promesas

Decía Tierno Galván que los programas electorales son para incumplirlos. Una afirmación que también podría aplicarse a las promesas. Aunque no parezca recomendable.
Hay quien tiende a prometer, incluso lo imposible, a sabiendas de que incumplirá su promesa; pero también, hay quien promete y no cumple por las circunstancias, de cualquier índole.
Por ello, trato de prometer poco, y cuando lo hago, cumplir. Aún siendo conocedor de que en mis 7 vidas también hay promesas incumplidas, alguna pagada a precios fuera de mercado y otras, dormidas u olvidadas.
Ayer cumplí una de aquellas que ni dormía, ni había olvidado, ni demandaba peaje alguno, y sólo las circunstancias me habían impedido satisfacer. Ayer pisé las calles de Madrid nuevamente. Sin premeditación. Ignoro si por el capricho del destino empujando nuestros pasos o por algún sortilegio o acto de brujería ajeno a la comprensión y el conocimiento de un felino. Lo cierto es que regresé al Callejón del Gato y al fin, los espejos cóncavos y convexos de Don Ramón María atraparon nuestras muecas.
La risa me sigue pareciendo un bien impagable. Y cuando quien la esboza es capaz de hacerlo, tanto en plaza imperial como en el más bravo de los callejones, y a pesar de venirle mal dadas y acompañadas de su correspondiente dosis de sufrimiento, me parece que no todo está perdido.
Reír a contracorriente es una forma de evitar que las nubes cubran la mirada. Contagia. Y deja que la esperanza inunde los resquicios invisibles que creemos tapados por la desazón. No hay espejo, cóncavo o convexo, capaz de resistirse a ese reflejo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Paisaje de la vida

Los hospitales, los tanatorios y los cementerios forman parte del paisaje. En ocasiones pasamos junto a ellos como si no existieran o como si tratáramos de hacer que no existen. Nadie dice que tengan que gustarnos. Pero al contemplar ese paisaje están ahí, como un elemento más de ese enorme y desproporcionado lienzo que es la vida.
A lo largo de esa vida, la mirada varía y de la curiosidad y la ingenuidad infantil pasamos a verlos como algo inevitablemente unido a la muerte. Son los mismos ojos, pero el conocimiento, la experiencia, el transcurrir de los años nos confunden y aunque esos elementos del paisaje son los mismos, creemos que los vemos de forma distinta. Y no es cierto. Lo que cambia es nuestra percepción sobre ellos.
Hace unos años, un amigo de más edad que yo ya me puso sobre aviso, a partir de ahora me dijo esto es lo que te espera. Esta semana, otro amigo corroboraba la certeza, cada vez vamos a menos bautizos y bodas y visitamos con más frecuencia el tanatorio.
Y esas despedidas, hasta que llega la propia que a los efectos y pese a los egos es la menos dolorosa, son una forma de aprendizaje; en la que asumimos distintos roles, dependiendo de nuestra relación con esos nuevos pasajeros de Caronte. Sin embargo, cada una de esas despedidas supone una reflexión, individual o compartida, sobre el significado de la vida y sobre cómo vivimos. Nuestra propia dinámica, las prisas que hoy marcan las vidas de las sociedades occidentales, nos impiden creer en el resultado de esa reflexión y por supuesto, su aplicación es una mera utopía.
Noviembre, en su despuntar, es el mes de la muerte. Y esa celebración, ese culto, paradójicamente, supera al de la vida. La irreflexión y el culto a la muerte son pinturas de la paleta con que se pinta ese paisaje de la vida; aunque me temo que no aportan al lienzo más colores que el gris y el negro.