martes, 30 de septiembre de 2014

Entretiempo

Deben ser esos días difíciles de definir entre septiembre y octubre, en el tránsito del verano al otoño. O quizás sea la factura del exceso de trabajo, esa carga invisible que pesa más de lo deseable y de lo previsible. El caso es que en los últimos tiempos no logro escribir lo que quisiera. Aunque la realidad es que si escribo, pero no lo plasmo en el papel. La necesidad sigue apretando y las palabras bullen en  mi cabeza, se ordenan en frases, forman párrafos y completan escritos condenados al olvido. Textos nonatos, destinados a no ver la luz y a desvanecerse de igual modo que fueron creados. Y aún así no renuncio a las palabras. Me sumerjo entre ellas, me refugio en las páginas escritas por otros. En prosa o en verso. Descubro a Papadiamandis y a Mirivilis. Hallo cobijo en la poesía de José Hierro y Manuel Lombardo. Y escucho los silencios de Leonard Cohen.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Anonimato

Hay quien se oculta en el anonimato porque entiende que los focos sobre el autor desvirtúan la creación. Hay quien se escuda en el anonimato por timidez, por una aversión irreprimible a ser visto o reconocido. Y hay quien busca el anonimato por cobardía, para no dar la cara y encizañar desde la sombra; expertos sembradores de dudas y propagadores de males.
A estos últimos es conveniente desenmascararlos. Situarlos bajo la luz y exponerlos en plaza pública. Colocarlos ante el espejo, pero también frente al cristal para que se observen y sean observados; para que al menos si ellos no se reconocen, sean reconocidos.
Propensos a dar gato por liebre y a obtener siempre tajada. Debería ser de obligado cumplimiento para el resto ponerles rostro, nombre y apellidos. Y que así de burladores pasen a burlados.
No siempre es tarea fácil, porque algunos son auténticos expertos en ocultarse y tras el pasquín o entre las sombras verter su veneno. Aun así y pese a estar habituados a desenvolverse incluso bajo sospecha, siempre acaban por delatarse, por el gesto, por la palabra o por sus actos.
Merecedores siempre del desprecio, es en ese momento de inculpación involuntaria, al caer la máscara, cuando debemos colocarlos bajo el haz de luz y mostrar la cara de la ruindad.
Puede que no sirva de mucho. Puede que incluso estén protegidos por otros, compartidores a partes iguales del anonimato y la hipocresía. Pero es innegable la satisfacción que proporciona ponerle rostro, nombre y apellidos al villano.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El obsceno desnudo del poder

Las muertes de un banquero y del dueño de unos grandes almacenes han mostrado el desnudo del poder. Un desnudo exhibido con obscenidad y sin tapujos. Dejando claro quien pertenece al distinguido círculo; las familias donde no hay lugar para advenedizos, salvo que sean de utilidad, es decir, de usar y tirar.
La misma obscenidad que testimonia que la justicia y las reglas de juego no son iguales para todos los ciudadanos, que el dinero compra voluntades y la publicidad, el silencio de los medios de comunicación. O lo que es lo mismo, que pleitesía y silencio contribuyen al impulso de los prohombres.
El poder como casta. La casta del poder. Casta, como duele en la España actual la acepción. Quizás la principal aportación, inconmensurable, de ese nuevo Iglesias, tan lejano y distinto a aquel otro Pablo Iglesias de Casa Labra: la recuperación del lenguaje, el uso de las palabras con contenido, distantes de esos manuales de los políticos al uso, llenos de frases vacías, de argumentos insostenibles, donde las mentiras se visten de promesas cuyo valor siempre tiende a la baja y que retratan a los voceadores de turno.
Tiempos de superávit de ecos y déficit de opiniones. En los que hayan hueco hipocresía y silencio como trampolines de supervivencia, para que ese poder, momentáneamente desnudo, mueva los hilos desde torres de marfil.
La casta es hoy el adversario, el estamento a derrocar. Y ante los amagos de cortar los hilos de las marionetas o las manos que los manipulan a su antojo, ante los primeros movimiento sísmicos que hacen cimbrear las torres de marfil, ya hay quien busca certificados de buen ciudadano y quien aspira a llevar en el pecho la escarapela de los nuevos jacobinos.  
La esperanza se viste de ilusión. Y en ese intervalo de ingenua desnudez es el poder el que se cubre con los ropajes; disfrazando la obscenidad, pero sin lograr ya disimularla.