viernes, 30 de enero de 2015

El final del túnel

Casi todos los viernes, si estoy en casa y dependiendo del personaje, tengo una cita frente al televisor con el programa "Imprescindibles", de la 2 de TVE. Una muestra de que se puede hacer una televisión pública de calidad, pese a los mandados de los gobernantes de turno y sus burdas manipulaciones. 
No es fácil, pero siempre hay profesionales capaces de encontrar un resquicio por el que proyectar  su luz y hacernos partícipes de ella, para combatir el vacío y la ceguera de los entregados al pesebre o precisamente aprovechando ambos. 
Hoy el protagonista era el diseñador Alberto Corazón. Artista de sobra conocido, algunas de cuyas creaciones han sido unos de los iconos del último periodo democrático en España, del que se ofrecía una visión de su trayectoria profesional y su universo creativo y una aproximación a su esencia vital. 
Hablaba el creador de ese bagaje vital y sentenciaba, tras haberse sometido a una operación a corazón abierto, que se halló al final del túnel; con la consciencia de que más allá no había nada. 
Esa certeza del punto final sitúa el don de la vida en su exacto valor. Lo aquilata. Y lleva, según Alberto Corazón, a disfrutar cada mañana del esplendor de esa vida.
Habrá más de uno que difiera, por sus propias vivencias o por la escasez de ellas, por sus creencias o la ausencia de ellas, y afirme sin dudar que hay luz al final del túnel. 
El resto nos conformamos con poder seguir caminando por el túnel. Erguidos. Conscientes de que la luz que nos alumbra ha de hallarse en el viaje y no en el destino. 

sábado, 24 de enero de 2015

Atocha, 55

Los puños de los viejos camaradas rozan el cielo para mantener vivo el recuerdo. Atocha, 55. 38 años después sigue habiendo demasiadas preguntas sin respuesta.
Tenía casi 12 años y mi colegio, el San Estanislao de Kostka (SEK), estaba en la calle Atocha, 45. Unos portales más allá de aquel en el que aquella tarde-noche de enero de 1977 fueron asesinados 5 abogados laboralistas y otros cuatro resultaron heridos. Como es sabido eran militantes del Partido Comunista de España (PCE) y miembros del sindicato Comisiones Obreras (CC OO) y fueron asesinados por pistoleros de la ultraderecha.
Aún recuerdo la mancha de sangre oscura en el suelo, junto a unos claveles rojos, y dos maderos en la puerta haciendo guardia. Era el día siguiente de los asesinatos. Aquel Madrid de final de los setenta y principios de los ochenta era el principal escenario de unos años de plomo en los que su banda sonora eran las bombas, los tiros en la nuca, las manifestaciones en las que los disparos al aire acertaban a enanos y las sirenas de la policía.
Era muy joven, pero en ese hábitat se despertó de forma prematura mi conciencia política. Esa que nunca me ha abandonado, pero que con el paso del tiempo me ha convertido en un descreído. Nunca he renunciado a soñar, pero dejé de creer; consecuencias lógicas de darte de morros con la realidad.
En mi casa se abrieron las ventanas a aquellos aires de cambio político, así que además de la libertad de pensamiento y expresión me alimentaron con los periódicos y revistas de la época. Leía El País, Cambio 16 e Interviú, y sí, también me deleitaba con las chicas en bolas de la portada y las páginas interiores. Eran un regalo para un adolescente. Podía haber estudiado Derecho, pero aquel Madrid de la Transición influyó de forma decisiva en que me convirtiera en periodista.
A finales de los 90 la vida me hizo un guiño y me devolvió a la calle Atocha, a un viejo edificio del número 26 con ascensor de jaula y madera, cuyos pisos habían mutado en oficinas, entre las que se encontraba la de la UCE y la redacción de su revista Ciudadano. De nuevo realizaba el mismo recorrido en el metro, Menéndez Pelayo-Antón Martín, aunque con una estación más, Atocha-Renfe. La confitería El Globo era ahora un Burger King, pero la farmacia del mismo nombre seguía ubicada en el mismo lugar. Mi antiguo colegio en el 45 es ahora una casa de vecinos y tampoco existe ya el cine Consulado en la cera opuesta. Se mantiene la iglesia de San Sebastián, donde descansan los restos del Fénix de los ingenios. El número 55 había cambiado su vieja puerta, y en una de sus jambas luce una placa de mármol en recuerdo de los abogados asesinados. Yo sigo viendo aquella mancha oscura de sangre y las flores en el suelo. En la memoria. Siempre.