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lunes, 23 de enero de 2017

Los lavaderos de Horta


La mayoría de las ciudades guardan secretos. Lugares escondidos a los ojos de la mayoría de sus visitantes e incluso de sus habitantes. Sitios que no suelen aparecer en las guías turísticas y de los que la mayoría de las veces se tiene noticia de manera fortuita. 
Recuerdo que en La Valletta, en la isla de Malta, me senté en una piedra rectangular ubicada junto a la pared, al lado de una parada de autobús en una zona céntrica de la ciudad. Más tarde descubrí que era el lugar destinado para los condenados a la picota. Curioso. Y discutiblemente agradable. 
Estas navidades leyendo el periódico, al principio no recordaba si había sido en El País o en La Vanguardia, me encontré una información titulada “Vistazo a una Barcelona singular” sobre el libro “Barcelona, espais singular”, del arquitecto Josep Maria Montaner, la antropóloga Isabel Aparici y el fotógrafo Pepe Navarro.
Era la sección de Catalunya de El País y me sirvió para descubrir uno de esos secretos que guardan las ciudades: los lavaderos de Horta (Els safareigs d’Horta), en la calle de Agua fría (Carrer d’Aiguafreda). 
No fue fácil encontrar la calle. A pesar de preguntar a varios caminantes sobre su ubicación, convencidos de haber oído su nombre pero incapaces de indicar dónde se hallaba. Al final el repartidor del butano fue el oráculo particular, el google de carne y hueso, dicho sea de paso en un acceso a la propia calle; pero no es fácil encontrarla porque está encajonada entre dos calles y es relativamente corta. 
Tras bajar por una vía perpendicular, que moría o nacía en ella, allí estaba, una vía no muy ancha de casas bajas, alegre y colorista por efecto de las fachadas de las propias viviendas y por las flores y macetas, pero en la que a bote pronto no se distinguían los lavaderos. 
Hubo que recurrir de nuevo a preguntar a unos vecinos que confirmaron que era la calle buscada y que aún se conservaba algún lavadero al principio y al final de la misma. 
Como en otros ámbitos de la vida es complejo discernir cuál es el principio o el final, pero es evidente que están en los extremos contrapuestos. Y también como casi siempre se trataba de optar por encaminarse a la derecha o a la izquierda para llegar a uno de esos extremos y ver si se conservaban los lavaderos. 
Y sí, allí estaba uno de ellos, al final de la calle, junto a un pozo con su polea y cubo; cubierto por un tejadillo y bañado por un rayo de sol. De ese sol de invierno que da luz pero apenas calienta. 


Al volver sobre los propios pasos, para alcanzar el extremo opuesto de la calle y averiguar si allí también había otro de estos lavaderos, descubrí que en realidad cada casa conservaba su lavadero y su pozo, lo que ocurre es que las piletas en muchos casos habían sido cegadas para darle otro uso y las bocas de los pozos estaban mudas, aunque en alguna casa conservaban también la polea y el cubo. 
Me gusta aquella calle, me gusta lo que pude contemplar y me gusta la historia de esos lavaderos. Un relato sencillo de un tiempo que ahora parece muy lejano, pero que cien años más tarde sigue vigente en otros ámbitos y evidencia la capacidad de eso que llaman ahora emprendimiento, la iniciativa de unas mujeres que en una época complicada fueron capaces de unirse para ganar unas perras y sacar adelante sus familias. 
Era allá por finales del siglo XIX o principios del XX cuando muchas mujeres de Horta, un pueblo donde pasaban el verano algunas familias de la burguesía catalana, se ganaban el sustento lavando la ropa de estas familias. En la zona era abundante el agua e imagino que para lavar la ropa ajena solo eran imprescindibles la necesidad y las ganas. 
Un grupo de esas mujeres, cuentan que llegó a alcanzar la cifra de ochenta, creó una empresa, supongo que a modo de cooperativa, dedicada a lavar la ropa de esas familias adineradas. Se desplazaban al centro de Barcelona con un carro una vez a la semana, recogían la ropa sucia y al cabo de los días volvían para entregar la ropa limpia. Eran las lavanderas de Horta. Y esos lavaderos, bañados hoy por un rayo de sol de invierno, son  testigos de una época y su legado. 


viernes, 25 de marzo de 2016

El vermut

La pistola de pan, en la panadería al lado de La Moderna, el bar donde escribía sus poemas José Hierro; “El País”, en el kiosco de la calle Gutenberg, frente a Yemen y junto a la boca del metro; y el vermut, en Bodegas Casas. 
Era lo habitual muchos festivos y los fines de semana. Había que tenerle tomada la medida al vermut. Nada que ver con el Martini o similares, éste era de grifo, creo que procedía de Reus, y con sifón, acompañado con aceituna y anchoa, pero fuera del vaso, que aquel pescado ya había nadado todo lo que debía nadar. Lo aconsejable era no tomar más de tres si después ibas a continuar con las cervezas en el bar de Charlie, en los Hermanos o en cualquier otro del barrio. 
En Madrid no hay mucha tradición de Semana Santa y aunque salen procesiones, ni son multitudinarias, ni atraen turismo. Es más, lo normal es que por esas fechas la ciudad se vaciara, de forma que los que permanecían en ella podían disfrutar en esos días de una ciudad habitable, donde podías elegir sin problema de agobios y espera los lugares a donde querías ir. Sin bulla y sin dificultad para circular y aparcar o coger un taxi libre por la noche. 
Era agradable cruzar la calle, entrar en Bodegas Casas y pedir un vermut después de alcanzar el mostrador que siempre era tarea ardua por la cantidad de parroquianos que coincidían allí a esas horas del mediodía, para salir a la puerta a beberlo sin prisa. Al sol, dejando que sus rayos y el vermut adormecieran los sentidos. 
Lo malo era cuando había que practicar un nuevo slalom para llegar a la barra y pedir la siguiente ronda. Es difícil precisar dónde se hallaba la mayor dificultad, si en llegar hasta la barra de zinc para pedir o en regresar con los vasos de vermut y la pequeña fuente blanca con las aceitunas y su anchoa prendidas con un palillo esquivando cuerpos hasta una de las puertas abiertas para pisar de nuevo la calle y permanecer de pie en la acera en aquel trozo ganado al sol. 
El Sur es más de cervezas. Rubias con espuma para apagar la sed y engañar al calor. Pero en la ciudad que habito encontré mi vermut. En el antiguo Peralta de la plaza San Agustín, con su barril en la puerta y al sol; para recrear aquel adormecimiento a pachas entre el vermut y el sol de unas décadas atrás. 
Pero como pocas cosas perduran más de lo necesario, el dueño ha decidido mudarse. Y La perola de la abuela, que así se llama el bar, ha cambiado su esquina por otra en el barrio de San Ildefonso donde por ahora los rayos del solo no logran tocar el barril de la puerta, ni siquiera acercarse. 
Dice el dueño que es cuestión de tiempo, que hay que esperar, pero que los rayos llegarán a la puerta. No digo que no, pero me da que la sombra de la iglesia de enfrente es más alargada que la de los cipreses y el barril permanecerá umbrío. Y me obligará a tomar de nuevo la medida al vermut; a incrementarla para adormecer los sentidos, como entonces, pero sin sol.

sábado, 24 de enero de 2015

Atocha, 55

Los puños de los viejos camaradas rozan el cielo para mantener vivo el recuerdo. Atocha, 55. 38 años después sigue habiendo demasiadas preguntas sin respuesta.
Tenía casi 12 años y mi colegio, el San Estanislao de Kostka (SEK), estaba en la calle Atocha, 45. Unos portales más allá de aquel en el que aquella tarde-noche de enero de 1977 fueron asesinados 5 abogados laboralistas y otros cuatro resultaron heridos. Como es sabido eran militantes del Partido Comunista de España (PCE) y miembros del sindicato Comisiones Obreras (CC OO) y fueron asesinados por pistoleros de la ultraderecha.
Aún recuerdo la mancha de sangre oscura en el suelo, junto a unos claveles rojos, y dos maderos en la puerta haciendo guardia. Era el día siguiente de los asesinatos. Aquel Madrid de final de los setenta y principios de los ochenta era el principal escenario de unos años de plomo en los que su banda sonora eran las bombas, los tiros en la nuca, las manifestaciones en las que los disparos al aire acertaban a enanos y las sirenas de la policía.
Era muy joven, pero en ese hábitat se despertó de forma prematura mi conciencia política. Esa que nunca me ha abandonado, pero que con el paso del tiempo me ha convertido en un descreído. Nunca he renunciado a soñar, pero dejé de creer; consecuencias lógicas de darte de morros con la realidad.
En mi casa se abrieron las ventanas a aquellos aires de cambio político, así que además de la libertad de pensamiento y expresión me alimentaron con los periódicos y revistas de la época. Leía El País, Cambio 16 e Interviú, y sí, también me deleitaba con las chicas en bolas de la portada y las páginas interiores. Eran un regalo para un adolescente. Podía haber estudiado Derecho, pero aquel Madrid de la Transición influyó de forma decisiva en que me convirtiera en periodista.
A finales de los 90 la vida me hizo un guiño y me devolvió a la calle Atocha, a un viejo edificio del número 26 con ascensor de jaula y madera, cuyos pisos habían mutado en oficinas, entre las que se encontraba la de la UCE y la redacción de su revista Ciudadano. De nuevo realizaba el mismo recorrido en el metro, Menéndez Pelayo-Antón Martín, aunque con una estación más, Atocha-Renfe. La confitería El Globo era ahora un Burger King, pero la farmacia del mismo nombre seguía ubicada en el mismo lugar. Mi antiguo colegio en el 45 es ahora una casa de vecinos y tampoco existe ya el cine Consulado en la cera opuesta. Se mantiene la iglesia de San Sebastián, donde descansan los restos del Fénix de los ingenios. El número 55 había cambiado su vieja puerta, y en una de sus jambas luce una placa de mármol en recuerdo de los abogados asesinados. Yo sigo viendo aquella mancha oscura de sangre y las flores en el suelo. En la memoria. Siempre.

jueves, 14 de noviembre de 2013

De barcos suicidas


Las gentes de la mar siempre han contado historias más o menos creíbles de lo que acontecía en la superficie y en las profundidades marinas. Historias de las que habían sido protagonistas directos, testigos privilegiados o que les había referido algún compañero de travesía, camarada hasta la muerte tras unos tragos en la taberna.
Las otras historias, ajenas a la ligereza de lenguas y mentes tuteladas por el alcohol o las creencias ancestrales, tenían su origen en la fantasía de escritores, relatores que en muchos casos no habían pisado la cubierta de un barco en su vida, cuya imaginación daba para surcar mares y océanos e incluso dar la vuelta al mundo en varias ocasiones sin necesidad de engarzar un arete en el lóbulo de la oreja.
Destinos exóticos y paradisiacos, kraken, piratas, contrabandistas, mercantes, veleros, portaaviones, submarinos, sirenas, tesoros, capitanes como Nemo o Garfio… y barcos hundidos en las profundidades o desaparecidos de forma misteriosa, barcos fantasma o barcos a la deriva; pero nunca supe de la existencia de barcos suicidas.
Ignoraba que había barcos que desobedecían a sus capitanes, las órdenes de tierra y cualquier indicación viniera de donde viniese para elegir su propio rumbo, precipitarse contra las rocas y verter toneladas de su contenido en el litoral.
Barcos que llegan hasta el final de la tierra para encontrar su propio fin y castigar a sus habitantes con un manto negro de destrucción, tejido por las parcas, por cosas inescrutables del destino, con oscuro y blando hilo.
Alrededor de 1.600 kilómetros de costa bañada por la marea negra, daños tasados en más de 4.000 millones de años y 11 años para descubrir la tendencia suicida en las naves.
 
[Las gentes del interior siempre han contado historias más o menos creíbles sobre un camino de hierro y el caballo que galopaba veloz a través de él.
Cuentan que uno de esos caballos de hierro, uno de los más veloces que se recuerda, desobedeciendo al maquinista, los modernos sistemas de control y cualquier indicación mecánica o humana viniera de donde viniese eligió su propio rumbo y se precipitó a más de 150 kilómetros/hora en una curva, causando la muerte a cerca de un centenar de viajeros.
Malditas máquinas. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para confirmar la tendencia suicida de los ferrocarriles? ]

Foto: Imagen de un barco suicida (Con permiso de su autor, Xurxo Lobato, que la publicó en "El País, con el pie de foto, 'El petrolero mientras se hundía').

martes, 29 de octubre de 2013

Diez años de ausencia



Siempre retornamos. Como el asesino a la escena del crimen o las aves en estío. Volvemos a lo conocido, a lo que nos es familiar. Y uno de esos regresos para mí es ineludiblemente Manuel Vázquez Montalbán.
Se cumplen ahora 10 años de su ausencia y coincidiendo con tal efemérides la Revista Mercurio dedica el cuerpo principal de su número de noviembre al escritor barcelonés, con artículos de su hijo, Daniel Vázquez Sallés, Maruja Torres, Lorenzo Silva y Manuel Rico. Imagino que no será el único homenaje que reciba con motivo de ese decenio.
A veces creo que retornamos porque en el fondo nunca nos fuimos. Como si estableciéramos un vínculo invisible, pero férreo, que nos ancla a lugares, personas, objetos…
Vázquez Montalbán se despidió desde la lejanía, en el aeropuerto de esa Tailandia de sus pájaros. Nos privó del análisis de la actualidad en sus columnas de prensa, las últimas en El País (del que creo que como tantos otros, ante la deriva del diario, se habría marchado para arribar a otros puertos de papel o digitales de compromiso y libertad); precedidas por otras, como sus colaboraciones en Triunfo, bajo la firma de Sixto Cámara, que leí con años de retraso. Y pienso en lo que escribiría ahora y lo que diría de estos otros pájaros más cercanos que sobrevuelan nuestras cabezas, aleteando para avanzar hacia atrás.
Muertos él y Carvalho, desaparecido Biscúter, nos queda el refugio en las páginas ya escritas, en las obras que no perecen y que de algún modo prolongan la existencia del autor y dotan a sus personajes de la capacidad de resurrección a través de la relectura.
Si a Bogart y a la Bergman siempre les quedará París, aquella ciudad perdida y recuperada en las arenas del Magreb, a mí siempre me quedará la Barcelona de papel, aquella que pervive en la literatura de Juan Marsé, de Eduardo Mendoza y por supuesto, de Vázquez Montalbán.
Me quedará una rareza como el relato “El matarife”, que iniciaba a mediados de los 80 la colección ‘Textos tímidos’, de ediciones Almarabu; 3 clásicos para periodistas como “Informe sobre la información”, “Historia y comunicación social” y “El libro gris de la TVE”, y siempre, la novela “El pianista”; Barcelona y París, Rosell y Doria, el éxito y el fracaso, lo antagónico y lo complementario.
Y conservaré en el recuerdo su anécdota de cruzar siempre de acera, para evitar pasar por la puerta de aquella comisaría de Vía Laietana.
Comunista, sin miedos ni vergüenzas, desprovisto de cuernos y rabo, y que se sepa hasta la fecha, de parentesco con el diablo; republicano y amante y gran gourmet de los placeres de la vida.
Como añoro su lucidez e ironía en estos momentos de superpoblación, con perdón, para honrar la denominación de su manifiesto. 


Foto.- Casa Leopoldo (Barcelona), mayo 1997. De izquierda a derecha: Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé. (Foto Artur Lleó). Tomada del blog http://www.vespito.net/

miércoles, 8 de mayo de 2013

Memorias líquidas


Acabo de terminar de leer “Memorias líquidas” (Jot Down Books, enero de 2013), de Enric González. Me gustó el título cuando conocí la existencia del libro, porque pienso que la memoria de la mayoría de los periodistas tiene mucho de líquida y también porque me evocó a Dalí; aunque esto último es algo surgido en mi cabeza que imagino materia sensible y de interés para el psicoanalista.
Y por supuesto, me interesaba porque lo había escrito Enric González, del que me gustaban hasta esas “columnitas de 35 líneas” en El País, ‘heredadas’ de Haro Tecglen, que hasta sin leer este libro sabía que no eran de su agrado.
Coincide el final de mi lectura con la defensa de otro gran periodista, también damnificado de El País, Ramón Lobo, realizada hoy en Twitter por Gervasio Sánchez, otro de los grandes; y con una doble página sobre la crisis o la muerte lenta de la novela, publicada hoy, como no también en El País (“Los ‘The End no le van a la novela”, de Winston Manrique Sabogal. Cultura. El País, miércoles 8 de mayo de 2013).
Mi bagaje periodístico es el que es. Me hubiera gustado trabajar al lado o cerca de algún periodista como los mencionados y sobre todo hacerlo el tiempo necesario (lo más cerca que estuve fue en TVE y duró muy poco). Así que he tratado de suplirlo intentando aprender desde la distancia, leyendo sus trabajos y algunos de sus libros, escuchando sus intervenciones en programas de radio fundamentalmente y asistiendo a alguna conferencia o mesa redonda cuando he tenido oportunidad. Y con la irrupción de las nuevas tecnologías, siguiendo sus blogs y páginas web.
Aunque sólo sea por los años, algo he aprendido, y junto a la experiencia, conservo algo de intuición, que guste o no, se tiene o se carece de ella. No es algo que se aprenda.
La lectura del libro, que recomiendo a periodistas y a aspirantes a serlo, me ha dejado en momentos a las puertas de la depresión; en otros, me ha sumergido en las aguas de la ironía y me ha dibujado una media sonrisa, y en no pocos, me ha reafirmado en lo maravillosa y jodida que es esta profesión, con sus sinsabores y con los hijos de mala baba que la pueblan, tanto en el interior como en las afueras.
La coincidencia del fin de mi lectura de “Memorias líquidas” con la publicación de la mencionada doble página sobre la muerte lenta de la novela ha activado esa intuición respecto al periodismo. Y será también materia a tratar por el psicoanalista, pero como en aquella novela, me temo que están todos muertos, que en realidad estamos todos muertos, y no lo sabemos.
Lobo, Gervasio, Mikel Ayestarán, Fran Sevilla… el propio Enric y tantos otros, a pesar de gozar de buena salud (dentro de un orden) y de regalarnos periodismo de calidad, tienen los días contados. Y no hay relevos a la vista, me temo; aunque a la vez, e ignoro si es más deseo que convicción, afirme que aparecerán.
Desaparecido el aspecto emocional que ligaba a un periodista con su medio de comunicación y aquella premisa de dudar de todo y por encima de todo, del poder, incluido el de los propios jefes y el del medio, contemplo a los jóvenes periodistas preocupados por las nuevas tecnologías, ansiosos de dominar el uso de las herramientas digitales pero ignorantes sobre los contenidos y naturalmente, faltos de recorrido.
“Las redacciones no son de los periodistas”, dice González. Ahí perdimos la batalla. Y la conquista parece lejana, quimérica. Así que apenas queda hacer de cada mesa de redacción “un Vietnam” y comprar las flores para el entierro.
Afirma el escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, refiriéndose a los apocalípticos presagios sobre la novela (y puede ser extrapolado al periodismo) que “decir que (la novela seria) está en vías de extinción sólo puede ser ignorancia, pereza o narcisismo… El grito sobre su muerte suele ser más bien referirse a la muerte creativa del que lo profiere”. Será eso, más materia sensible para el psicoanalista.

lunes, 1 de octubre de 2012

Memorias imborrables

No hay olvido voluntario, sólo se mitiga el recuerdo. Y éste se construye entre otros materiales con el dolor. Un dolor que no se borra, pero que el paso del tiempo logra suavizar. Así que las cicatrices nunca se curan y aunque en la superficie parezcan cerradas, siempre están expuestas a reabrirse y mostrar la herida o una parte de ella; lo que se esconde bajo la dermis y la epidermis más allá de la propia carne y los huesos.
Afirma el artista José María Sicilia (El País, 11 de septiembre de 2012) que “el dolor produce memorias imborrables”. De modo que si deconstruimos la memoria, en una parte del trayecto, quizás en el origen, hallaremos el dolor.
Aunque es obvio que hay también, quizás por contraposición, una memoria de la felicidad. Recuerdos edificados con momentos felices, fruto del gozo individual o colectivo, que a buen seguro produce también memorias indelebles.
Ignoro si puede medirse por tanto qué da a la memoria la capacidad de perdurar, si el dolor o el gozo, y cuál de ellos influye más en su condición de imborrable. De lo que no tengo duda es que en un alto porcentaje de ocasiones el dolor se produce de forma voluntaria, simplemente con la intención de hacer daño. Cuando además se busca que ese dolor perdure, es decir, que contribuya a construir el recuerdo, es cuando nos alejamos de lo humano para acercarnos a lo monstruoso.
Un amigo dice que no cree en la casualidad y sí en la causalidad. Todo es discutible, pero no parece casual que un 11 de septiembre una información de un periódico, en apariencia “inofensiva” como la exposición de un artista, se titule “El dolor produce memorias imborrables”. Puede que sea resultado del dolor y tenga que ver con las heridas mal cicatrizadas, pero puede ser también la aportación para mantener la perdurabilidad de la memoria.

viernes, 20 de julio de 2012

Historias humanas

No todo está perdido si una doble página en el periódico es capaz aún de emociarnos y hacernos creer, si habíamos perdido o renunciado a la convicción, que hay miles de historias que merecen ser contadas.
Esta profesión sigue valiendo la pena, a pesar los abundantes sinsabores. Y abrir hoy El País y leer una historia como ésta de Duende y llanto en el fondo del pozo es entreabrir la puerta a la esperanza. Constatar que frente a las cifras inabordables, en cantidad y comprensión, existe todavía corazón.
El corazón que tiene una cantaora para bajar a la mina y sacar ese quejío desde lo más profundo del ser para mostrar a un grupo de mineros que no están solos en su lucha. El corazón que ese grupo de mineros necesita para mantener con dignidad esa lucha. El mismo corazón que mueve a un viejo minero y cantaor de La Unión a ceder la letra de su Minera para que viaje hasta el pozo de una mina en León y recordarnos aquello de la universalidad del lenguaje y el cante. El corazón que pone al escribir quien cuenta esta historia y al filmar ese "viaje a lo más hondo de la lucha obrera". Y el corazón de aquellos que al leerla sienten como algo se remueve dentro, como un escalofrío roza la piel, como se humedecen los ojos y se reseca la garganta.
Ese corazón necesario para dar las gracias a Rocío Márquez, a Alfonso Paredes Niño Alfonso, a Jorge Martínez y a esos ocho de Santa Cruz, el grupo de mineros que desde lo más profundo de la tierra nos recuerdan que somos personas y no números.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/07/19/actualidad/1342727803_371605.html

viernes, 4 de mayo de 2012

Traficantes de palabras

Cuando se habla de traficar la persona que escucha o lee activa un mecanismo de forma consciente o inconsciente que la pone en guardia respecto a quien habla o escribe y a la par alerta sus prejuicios, identificando automáticamente ese tráfico con algo sucio, ilegal y pernicioso.
La escritora Carmen Riera, que ocupa el Sillón n de la Real Academia de la Lengua, confiesa ser una “traficante de palabras” (El País, 30 de abril de 2012).  Una confesión que sin duda alberga una dosis de osadía y otra de provocación y que en una sociedad como la actual marcada por los recortes en cualquier ámbito, incluidos los valores éticos, causa más temor y rechazo que una declaración pública de dedicarse al tráfico de capitales, drogas o armas.
Y por si esa confesión abierta de la escritora no bastara para despertar sospechas, afirma también que "Lo que no te da la vida te lo dan los libros, sobre todo si los escribes. Vives y piensas en dos vidas, la tuya y la del libro". Es decir, que al tabú de las palabras une otros elementos sospechosos como los libros y conceptos tan preocupantes y peligrosos como vivir, pensar y escribir.
Una actitud a todas luces beligerante y merecedora de una tipificación legal acorde, que la equipare al menos con la persecución legal a la protesta pública pasiva y que garantice el castigo para quienes como Carmen Riera utilicen la palabra sin tapujos, conscientes de sus acepciones y dándoles el uso adecuado; es decir, lo contrario, por ejemplo, de la habitual práctica lingüística del ministro de Hacienda y Administraciones Públicas.  
Para los que rechazan la vida ligada a la capacidad individual de pensar, no existe mayor subversión que la palabra. La que nace de la reflexión y se emplea para argumentar, con la que se construye frente a aquellos que optan por la demolición. Y por tanto, no hay persecución más justificada que la de los camellos de la palabra y alijo más gratificante que un cargamento de palabras puras, sin adulterar y listas para su consumo. Y por supuesto, no hay personas más sospechosas y peligrosas que aquellas que en prosa o verso lanzan como dardos certeros sus palabras.


sábado, 14 de mayo de 2011

El arte de escribir

Hay géneros periodísticos y secciones de periódicos desdeñados por los profesionales, por considerarlos de rango menor; una pérdida de tiempo que no les hará ganar el Pulitzer o les privará de participar en la galaxia televisiva con brillo propio y trato de supernova.
Como lector, alguno de esos sueltos, notas de sociedad u obituarios e incluso las cartas al director, que en algunos periódicos son redactadas por los integrantes de su redacción ante la escasez temporal, me parecen una fuente impagable de información y un deleite por su redacción.
Y como profesional, como alguien que se gana el sustento con las palabras, percibo estas “piezas menores” como una academia de acceso universal y gratuito, en la que sólo con leer y releer, algo de criterio y una pizca de voluntad está garantizado el aprendizaje.
Hoy sábado, el corresponsal de El País en La Habana, Mauricio Vicent, lejos de las páginas de Internacional, regala en la de Obituarios, con motivo del fallecimiento del periodista argentino Jorge Timossi, una de esas lecciones para alumnos voluntariosos y un goce para lectores aplicados.
Leyéndolo no he podido menos que recordar al protagonista de “Memoria de mis putas tristes”, de Gabriel García Márquez; un gacetillero nonagenario que también se había ganado su sustento con las palabras, inflador de cables en El Diario de La Paz y autor de su nota dominical.
Maestros, en la ficción o en la realidad, en el arte de escribir, cuyo magisterio pasa casi desapercibido ante los grandes titulares y los espacios de privilegio copados por las piezas consideradas de rango superior, aunque carezcan de interés informativo. Los condicionamientos de la jerarquía.
(http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Jorge/Timossi/periodista/inspiro/Felipe/Mafalda/elpepinec/20110514elpepinec_1/TesI)

domingo, 24 de abril de 2011

El centro del mundo

Afirma el escritor Luis Landero, en “El País”, del viernes, 22 de abril de 2011, que “quién está en una librería está en realidad en el centro del mundo. Porque el centro del mundo está en una librería”. Y al leerlo, no pude evitar recordar aquella secuencia de la película “Al rojo vivo”, con un James Cagney subido en lo más alto de un depósito de combustible y gritando “Mamí, lo conseguí, mírame, estoy en la cima del mundo”.
Ignoro la distancia que hay entre la cima y el centro del mundo. Y me pregunto cuántos libros se necesitarían para cubrir los kilómetros de distancia entre ambos puntos. A sabiendas de que la respuesta es uno. Basta un solo libro para cubrir esa y cualquier distancia. Y basta un solo libro para encerrar entre sus tapas la cima y el centro del mundo.
Por ello es lógico contemplar una librería como el epicentro del mundo. Y también como un universo donde tienen cabida el resto de mundos reales y ficticios.
“La isla misteriosa” y “Miguel Strogoff”, ambos de Julio Verne, y “La isla del tesoro”, de Robert Louis Stevenson, fueron los primeros libros que recuerdo más allá de los cuentos infantiles. Una puerta abierta para acceder a otros mundos, aparentemente lejanos, pero que gracias a esos libros cabían en mi habitación y me acompañaban simplemente con portar el libro y abrirlo para leer las palabras encerradas en sus páginas. Y que sin duda, junto al cine y a la música, contribuyeron a configurar mi propio universo.
Hay quien como Cagney busca alcanzar la cima del mundo y hay quien sólo alberga curiosidad por conocer cómo es su centro. Todo está en los libros. Pero además del tacto del papel y de leer las palabras escritas en él necesitamos comunicarnos y relacionarnos con otras personas. Aunque sea nada más que para contarles lo leído en un libro.
Cuentan que leer y viajar abren la mente. Es fácil por tanto suponer lo placentero que es viajar al “centro del mundo” y perderse entre estantes, acariciando con la mirada los lomos y las cubiertas de los libros. Contemplando un mundo al alcance de la mano.

lunes, 4 de abril de 2011

El regreso de Iñaki Gabilondo

No vamos sobrados de referentes, ni en lo personal, ni en lo profesional. Es más, diría que la carestía es de tal magnitud, que vagamos huérfanos por estos tiempos convulsos. Por eso el regreso de uno de esos referentes, al menos en lo profesional y pese a sus detractores, es una buena noticia; algo de lo que también estamos escasos últimamente.
Vuelve Iñaki Gabilondo. De lunes a viernes, en versión videoblog en las webs de la Cadena Ser y El País (http://blogs.cadenaser.com/la-voz-de-inaki/ y http://blogs.elpais.com/la-voz-de-inaki/). Una versión que se ha estrenado hoy lunes y que reproduce el formato de sus breves y certeros comentarios/editoriales en el informativo de Cuatro; que marcaban diferencias con el resto de informativos, aproximándolos al modelo estadounidense y otorgándoles ese plus cualitativo de informativo de autor.
Sin embargo, este regreso no esconde la delicada situación del Grupo Prisa y su deriva, incrementada con el desembarco de los inversores estadounidenses y reflejada en la marejada de fondo por la oferta del grupo de Roures para la incorporación de Gabilondo a La Sexta y la oposición de Prisa por su condición de consejero de la SER y Unión Radio y la no menos importante de imagen e icono de prestigio de esta cadena durante las últimas décadas; lo que algunos denominan “periodista de cabecera”.
Las decisiones empresariales, las fusiones de cadenas de televisión y los nuevos mecanismos de censura modelo Berlusconi derivados de éstas nos seguirán privando de sus entrevistas, pero nos queda la mesura de su tono y el rigor de sus análisis, compartidos o no, como un contrapunto deseable al ruido de la caverna.

martes, 18 de enero de 2011

Boinas y capuchas

Este país siempre ha sido de garrote. Tanto vil, como tentetieso. Incluso en una romántica época, de faca y trabuco. Pero nada como el garrote. Del mismo modo que entre sus señas de identidad nunca faltó la boina; a ser posible, calada hasta las cejas.
La boina convivía con sombreros y otros tocados. Y los sobrevivió en su declive. Pero la moda, caprichosa, los hace resurgir, y como en un revival cubren de nuevo las testas. Aún así, hay quien ni entiende ni gusta de modas, por lo que mantiene la boina a cualquier precio.
Con la boina calada hasta las cejas, acompañada del correspondiente garrote y de capucha, tan propia y adecuada para verdugos, es difícil convencer a alguien de la existencia de procesos de ventilación mental y de la capacidad de mover las piedras sin tocarlas. O dicho de otro modo, los receptores desconfían del mensaje porque no creen a los emisores. Y sobre todo porque dudan de su capacidad para cambiar; algo así como el carácter o la naturaleza del escorpión en la conocida fábula del escorpión y la rana.
Deshojaba la margarita, más como un ejercicio mental que por convicción en la bondad de la propuesta de tregua de los acólitos del hacha y la serpiente. Y entre sí y no, no y sí y algún quizás pasaban los días sin que la flor me diera respuesta.
No creo que alguien la tenga. Los de la boina calada y capucha retuercen las palabras como si fueran garrotes. Y algunos que usan sombrero, incluso sobre la boina, miden las suyas, porque andan más preocupados por el rédito a obtener, porque muchos en el pasado y en distintos ámbitos obtuvieron jugosas ganancias, que por airear las testas. Y por supuesto, en caso de duda, garrotazo.
Augusto Borderas, ex senador y patrono de la Fundación Fernando Buesa, escribía ayer domingo, 16 de enero, en el diario El País, en la sección de Cartas al director,“¿El principio del final de ETA?”, de aconsejable lectura. En la misiva recordaba al desaparecido Mario Onaindía, ex muchas cosas, entre ellas miembro de ETA, y algunas de sus afirmaciones: “ETA no tiene puerta atrás, solo tiene la puerta grande para salir en hombros, como en las tardes de éxito taurino” o “La nación no es una etnia que exista antes de la política, como piensan los nacionalismos, la nación son los ciudadanos con leyes que les permiten serlo”.
En resumen, ciudadanos con boina o sombrero pero con las mentes ventiladas, sin capucha y a ser posible, con una renuncia pública a siglos de garrote.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Àngeles sin alas

Los gobiernos siempre tienen el deseo y la intención de silenciar a los periodistas. En los llamados países civilizados lo hacen con presiones desde el ámbito político y el económico y en los países con regímenes totalitarios o donde el Estado apenas es perceptible se utilizan métodos menos refinados, desde el secuestro al asesinato, pasando por la expulsión de los periodistas extranjeros.
Eso es lo que ha ocurrido en Irán con la corresponsal de El País, Ángeles Espinosa. Su trabajo, ya saben contar lo que ocurre allí al margen de la versión oficial, no es del agrado del gobierno iraní y después de las correspondientes trabas administrativas e impedimentos para realizar su trabajo, ha sido “invitada” a abandonar Irán, tras 5 años como corresponsal, en el plazo de dos semanas.
Los guardianes de la revolución no entienden de transparencia informativa, pluralidad u otras ópticas sobre la realidad de su país ajenas a las suyas. Intuyo que la combinación periodista y mujer tampoco será del agrado de estos guardianes y mucho menos si se dedica a entrevistar a opositores al régimen islamista como Ahmad Montazerí, o a defender a Sakineh Ashtianí, condenada a morir lapidada, cuyo hijo y abogado acaban de “desaparecer” (previsiblemente detenidos por las autoridades iraníes) junto a los dos periodistas alemanes que les entrevistaban.
Escribía Antonio Machado, en el semanario reformista Idea Nueva, de Baeza, el 11 de febrero de 1915, que “Sin la Prensa, dada la constitución de las modernas sociedades, nuestra vida languidecería en un privatismo torpe, inmoral, egoísta. La ignorancia de cuanto atañe al interés de todos, consecuencia inmediata de la falta de Prensa, disolvería pronto las naciones en cábilas, las ciudades en tribus. Sólo los partidarios más o menos conscientes, más o menos embozados, de un retroceso a la barbarie pueden ser enemigos del periódico”.
Casi 100 años después, mantienen su vigencia las palabras del poeta. Los partidarios de la barbarie, embozados en el fanatismo religioso, cortan en Irán a Ángeles las alas.

martes, 27 de abril de 2010

Cubanía

No hay revolución en el siglo XX más hermosa que la ‘revolución de los claveles”, ni alguna que levantara más esperanza que la ‘revolución de los barbudos’. La primera fue un ejemplo de cómo finiquitar una dictadura con el dictador de Portugal, Salazar, ya muerto; es decir, como desbaratar la herencia. La segunda, para desalojar del poder en Cuba al dictador Batista, fue un sueño. Ninguna de ellas se fraguó contra el poder legalmente establecido, sino contra la falta de libertad y los abusos de dos dictadores. Algo muy distinto a lo que pasó en países como España y Chile, donde un sector del ejército se levantó en armas para subvertir el gobierno legal (algo que parece innecesario recordar en la primera década del siglo XXI, pero que conviene hacer ante tanto “revisionismo” histórico interesado).
Como cantaba Pablo Milanés en referencia a Cuba, “amo esta isla”, aunque yo obviamente no soy del Caribe. Y amé y soñé esa revolución que se produjo cuando yo ni siquiera aún había nacido.
Una revolución que como recuerda Guillermo Cabrera Infante en su obra póstuma “Cuerpos divinos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010), fue el final de un proceso: "Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución, sino un golpe de Estado, y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla".
Sólo he estado una vez físicamente en Cuba, en la parte Oriental de la Isla, Santiago de Cuba, y en La Habana. Pero del mismo modo que visité París de la mano de Alfredo Bryce Echenique desde un ‘sillón Voltaire’ con “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” o Barcelona, con Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, siempre de una forma u otra (literatura, música, cine….) vuelvo a la Isla.
Ahora retorno a La Habana con la obra póstuma de Cabrera Infante y de la mano de Juan Goytisolo (‘La Habana de un infante en nada difunto’, El País, domingo, 25 de Abril de 2010), como también hiciera no ha mucho con Juan Cruz en otras páginas del mismo diario (‘Caín resucita en noviembre’, El País, viernes, 12 de marzo de 2010).
No he leído este libro de Cabrera Infante, porque la economía de guerra impuesta por la falta de laboro me imposibilita su compra, pero coincido con Goytisolo en su respuesta a uno de los héroes del Granma, el comandante William Gálvez, cuando en un encuentro reciente entre ambos el militar afirmó que Cabrera “no era cubano”; “No hay escritor, escribe Goytisolo, que lo sea más que él. La Habana y Guillermo son ya indisociables. Los vencedores se truecan siempre en fiscales de la historia, pero no estoy muy convencido de que ésta les absuelva, como sinceramente creían hace cincuenta y tantos años”.
Las dictaduras nunca pudieron acallar las palabras de escritores y trovadores. Cuando se trata de Cuba, siempre recomiendo la lectura de “Persona non grata”, del escritor chileno y Premio Cervantes, Jorge Edwards. Y de Cabrera Infante, me quedo a pesar de “Tres tristes tigres”, con “La Habana para un infante difunto”.
Para mí hay otros escritores cubanos asociados a La Habana como Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima o Abilio Estévez. Y otros escritores y trovadores que han hecho gala de su cubanía; pero es cierto, como dice Goytisolo, no hay escritor más cubano que Guillermo Cabrera Infante; ni músico, con permiso de Benny Moré, que Bebo Valdés.

domingo, 21 de marzo de 2010

Oportunismo

Hay palabras que da igual como se usen, se digan como se digan y sin importar a quién se dicen. Suenas rotundas, con un deje de crítica e incluso de descalificación. Con ánimo de ofensa y con la esperanza de dejar en evidencia al destinatario. Son un compendio de significado e intención.
Las pronunciamos casi arrojándolas sobre el otro y no medimos su grosor, ni reparamos en nuestra condición y nuestros actos. Así que es fácil imaginar que al ser expresadas de forma desmedida, no se calibra la posibilidad de yerro y mucho menos, la de recoger velas y si fuera necesario rendir las naves.
Es más sencillo reducir las imágenes a blanco y negro y trazar líneas divisorias al estilo del “estás conmigo o contra mí”.
Ignoro quien es Joan Antoni Guerrero, salvo que es periodista y que promueve un blog (http://orlandozapatatamayo.blogspot.com) de reciente creación con el nombre del disidente cubano fallecido, Orlando Zapata; en el que se recogen adhesiones contra “el Gobierno cubano” y se defiende “la excarcelación inmediata de los presos políticos cubanos”.
Lo que no ignoro es que ha estado presto para arrojar la sospecha del oportunismo sobre Víctor Manuel y Ana Belén por firmar la mencionada adhesión en forma de carta. Hasta tal punto que el propio Víctor Manuel publicó ayer sábado, 20 de Marzo de 2010, una misiva “A propósito de Cuba”, en la sección de “Cartas al director” del diario “El País”, recordando que ya en el año 2003 se envió una carta parecida al “Gobierno cubano reclamando la liberación de 75 presos políticos (Orlando Zapata entre ellos) y firmada por un numeroso grupo de artistas e intelectuales entre los que me encontraba. ¿Es posible que no tenga noticia de ello el promotor del manifiesto, el señor Guerrero, para manifestar que más vale pronto que tarde al saludar la adhesión de algunos firmantes?”.
Yo nunca promovería un manifiesto como el que ha promovido Joan Antoni Guerrero, aunque también reivindico la excarcelación de presos políticos en Cuba y me sumo a las denuncias por la muerte de Orlando Zapata, resultado de su paso por las cárceles cubanas. Y no lo promovería no por estar en desacuerdo, sino por entender que no me corresponde a mí semejante atribución o protagonismo. Entiendo que son otros dentro de Cuba y fuera de ella, pero especialmente desde dentro, los que deben promover estos actos y el resto, sumarnos y apoyarlos de acuerdo a creencias y valores.
Me parece desafortunado promover un manifiesto de estas características y cuestionar a algunos de los que se adhieren al mismo. Del mismo modo que me parece peligroso erigirse en defensor de la libertad con entusiasmo y escasa memoria; baste recordar que el comandante barbudo antes de convertirse en el dictador de hoy fue un defensor de la libertad; jugándose la pelleja antes, durante y después de su estancia en Sierra Maestra.
No estoy en contra de los manifiestos, sino de aquellos que sin transparencia los promueven. Y lamento la facilidad con que se promueven manifiestos contra la dictadura cubana y la falta de entusiasmo y de iniciativas contra otras dictaduras o contra otras vulneraciones de los derechos humanos, incluso en países democráticos.
Recuerdo una viñeta de Máximo, publicada hace algunos años en “El País”, sobre Ernesto Che Guevara y su icono mundialmente conocido y difundido, la imagen creada por el fotógrafo Korda; reproducía Máximo el icono y añadía “Cuánto vivo, a costa de un muerto”. Pues, eso.

martes, 9 de febrero de 2010

Lo que no nos merecemos

En el año 92 en la Terminal de salidas del aeropuerto de Barajas (Madrid) perdí una de mis 7 vidas porque “era lo mejor”. También porque “era lo mejor” abandoné mi ciudad y aterricé en la que habito.
Sólo han pasado 18 años, pero desde entonces desconfío de “lo mejor” y de “me lo merezco” (en singular o en plural). Así que cada vez que oigo eso tan recurrente de “tenemos lo que merecemos”, no puedo evitar mirar con incredulidad y algo de fastidio al que asevera ese merecimiento.
El último “merecedor” de su suerte es el juez Baltasar Garzón. El magistrado jiennense nunca ha sido del agrado de los demócratas, lo que hace obvio el desagrado que genera entre los no demócratas. Un rechazo que se ha convertido en una cacería y que ha llevado a siniestros personajes de mente sucias, corazón negro y presuntas manos limpias a llevarlo a los tribunales, desde distintos frentes, pero con un objetivo común: cobrar su cabeza.
Estos cazadores han encontrado un excelente compañero de montería en el juez Luciano Varela del Tribunal Supremo, cuyo auto “más parece una sentencia condenatoria que una resolución en fase instructora” y cuyas “consecuencias inmediatas serían la suspensión cautelar de Garzón y a su extrañamiento de la Audiencia Nacional” (“La aberración”, editorial del 8 de febrero de 2010 en “El País”).
¿El delito de Garzón? Incumplir la ley de pedir cuentas a los intocables. Dotar de cara, ojos y verbo a las peticiones de justicia de los ausentes, a los habitantes de fosas, pozos y cunetas. Y además, osar poner sobre la mesa los nombres de algunos de los responsables de la represión y los asesinatos. Demasiado para los herederos de aquellos que durante 40 renunciaron a la justicia para profundizar en la injusticia y en la arbitrariedad. Esos mismos herederos, domiciliados en la casa común de la serpiente, que ahora agitan el revanchismo y se rasgan las vestiduras por un “guerracivilismo” postmoderno, cuando ellos y sus progenitores se beneficiaron de la verdadera Guerra Civil y propiciaron la revancha durante 4 décadas.
El juez Garzón no se merece esto, entre otras cosas porque aunque nuestro ordenamiento jurídico haya desterrado la Justicia Universal, conceptualmente es irrenunciable y nadie la ha encarnado como él.
Tampoco para nosotros es lo mejor, ni nos merecemos un país en el que algunos jueces ataquen la libertad de expresión con condenas-mordaza como la aplicada al director de la SER, Daniel Anido, y a su redactor jefe de Informativos, Rodolfo Irago, o ataquen la propia justicia con instrucciones como la realizada contra el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Siempre cabe el recurso, pero el daño ya está hecho y evidencia que la serpiente sigue anidando entre nosotros.
18 años más tarde puedo decir sin desconfianza que “lo mejor” que tengo son mis hijos y que “no merecen” heredar un país donde pilares básicos como la libertad de expresión y la Justicia están en peligro, porque se ampara a sus detractores y se persigue a aquellos que mejor representan los cimientos de un estado democrático.

domingo, 24 de enero de 2010

La Isla del Tesoro


Cuando tenía 7 años mi tía Luz y mi tío Pepe me regalaron un ejemplar de La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson (Ediciones Petronio, 1972), por haber sacado buenas notas en la primera evaluación del curso. Hoy lo he recordado al comprar El País, ya que obsequiaba con un ejemplar de esa misma obra en una edición ilustrada, tipo cómic, de la colección Joyas Literarias Juveniles (como aquellas colecciones de Historias Selección o Historias Color, de la editorial Bruguera).
Aquel libro fue uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida. De hecho, todavía conservo ese volumen con aquella historia de piratas, que he leído después en distintas ediciones y he visto adaptada al cine, incluso en dibujos animados, con desigual acierto.
Aunque soy de una generación ajena a las videoconsolas en sus distintas versiones, los juegos electrónicos no me son ajenos, ya que soy uno de tantos que debutó en salas recreativas y bares con los “marcianitos” y años después con el primer juego del hoy conocido como Super Mario.
Por ello, sin dudar de la capacidad de entretenimiento de estas videoconsolas, solo o en compañía, y siendo consciente de que mis peques serán fervientes clientes de las mismas, sigo pensando que la oferta de un relato como La Isla del Tesoro es insuperable por las posibilidades de ensueño que encierran sus páginas.
A pesar de sus 4 años, mis peques tienen un vivo interés por los libros desde que apenas contaban 1 año. Los compaginan con los dibujos animados y las películas infantiles. Y eso, siendo hijos de su época y por tanto de crecimiento parejo a las nuevas tecnologías, me hace pensar que el primer granito de arena está puesto.
Es evidente que ignoro que les deparará el futuro. Cuáles serán sus gustos y sus capacidades, sus aficiones y sus vocaciones. Pero en días como hoy, viendo un cómic de Ben 10 y La Isla del Tesoro en sus manos, sabiendo que los libros no son objetos extraños para ellos, se alimenta mi esperanza.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La dignidad de Gelman

Andaba yo leyendo a Gelman, ignorando que a su vez el poeta argentino andaba por nuestro país para presentar un nuevo libro (“De atrásalante en su porfía”, Visor) y para participar como jurado del Premio Cervantes.
Me enteré en las páginas del periódico (El País, 24 de noviembre de 2009), cuya información se acompañaba de una hermosa foto del poeta, realizada por Cristóbal Manuel. En esa foto, Gelman descansa la barbilla en sus manos y mira de frente al fotógrafo con unos ojos que a mí me parecen una clara e inequívoca expresión de dignidad.
Descubrí a Gelman hace muchos años por casualidad. Por aquella época rebuscaba en los estantes de la biblioteca de la facultad y de la de Noviciado y leía sin patrón libros de autores que conocía de oídas o incluso de autores como Gelman desconocidos para mí.
Más tarde conocí su historia. La misma historia que aún hoy me sigue produciendo escalofríos y revuelve algo en mi interior.
Javier Rodríguez Marcos cuenta esa historia en su artículo de El País; lo hace en apenas 8 líneas. Muy breve y sucintamente. Provocándome los mismos escalofríos y revolviéndome el interior.
En la tarde del pasado lunes, ¡qué ironía de la vida!, comentaba esa historia con mi santa y continuaba con los escalofríos. Es una de esas monstruosas historias de la dictadura argentina y de la profesionalidad y del compromiso con la patria de sus militares.
El hijo y la nuera de Juan Gelman fueron detenidos, torturados y asesinados por los militares represores argentinos. Sólo que la nuera estaba embarazada, y sus asesinos tuvieron la bondad y la caballerosidad de esperar a que alumbrara una niña, antes de asesinarla, como previamente habían hecho con su marido; el padre de esa niña que fue entregada a un policía uruguayo. La niña, la nieta de Gelman, creció en una familia que creía la suya. Hasta el año 2000, cuando su abuelo la encontró, transcurridos 23 años de su nacimiento y del asesinato de sus padres.
Gelman reconoce que en el año 1977 ya conoció “la suerte que habían corrido mi hijo y mi nuera”. Imagino, a pesar de ese conocimiento, la angustia, el dolor y el sufrimiento vividos durante más de dos décadas.
En estos tiempos estamos huérfanos de poetas o al menos eso podríamos pensar, pero voces como la de Juan Gelman nos traen la dignidad, igual que su mirada, y sus palabras, la certeza de la memoria.

La dispersión del jazmín/ llena el cuarto/ cercado por la mañana./ Han desaparecido los barcos/ que navegó mi juventud en/ un vacío incesante. Ahí se hunden,/ rozan el luto sucio/ de una lengua cortada./ La memoria es una cajita/ que revuelvo sin solución. No encuentro/ umbrales. ¿Es/ una forma de la emoción?/ A medias sola, odiada,/ prospera su ira de fuego.

“Desaparecidos”, Juan Gelman. “País que fue será (México 2001-2004)”. Visor de Poesía, 2004.

Foto: Juan Gelman, de Cristóbal Manuel (El País, 24 de noviembre de 2009).


viernes, 23 de octubre de 2009

"Gabo" y los "egos revueltos"

Andaba yo a vueltas con mi cabeza, como tantas otras veces, intentando meterle la pluma o menos prosaicamente, hincarle el diente a un tema. Es la necesidad de ordenar las cosas, de estructurarlas para lograr que tengan sentido. Así que redactaba mentalmente el principio de lo que quería escribir, una y otra vez, sin que acabara de convencerme.
Repetía ese inicio imaginado, asumía a continuación la redacción del cuerpo principal, de lo que esencialmente quería decir, y dejaba en manos de la inspiración el final. Y aún así seguía sin convencerme. Le faltaba algo y no daba con ello. Podría parecer algo normal, falta de recursos lingüísticos, literarios o periodísticos o un mal día, si no fuera porque el asunto en cuestión lleva rodando por mi cabeza unos diez días. Exactamente desde que leí las declaraciones de Juan Manuel de Prada sobre Gabriel García Márquez en la prensa local de Granada. Y diez días sin encontrar en mi baúl las palabras adecuadas para dar suelta a la pluma sólo evidencian impericia; básicamente, porque quería evitar la ofensa o la descalificación basada en mis gustos literarios.
Hasta esta mañana, cuando he cogido El País con ambas manos y con la primera plana frente a mí he podido leer en una ventana de la parte superior: Los 'Egos revueltos' del mundillo literario, bajo la lupa de Juan Cruz (El País, viernes, 23 de octubre de 2009), referido al Premio Comillas recibido por el escritor canario, que, salvo en mi cabeza, nada tiene que ver con las declaraciones de Prada. Estúpido gato, eso era lo que andabas buscando; diez días sin dar pie con bola y Juan Cruz lo ha clavado, porque debe ser eso, una cuestión de ego revuelto.
El escritor y articulista, además de cinéfilo, Juan Manuel de Prada, visitó el pasado 14 de octubre el Centro Cultural Memoria de Andalucía en Granada, para hablar del “Periodismo cultural y literatura”, acompañado de la también escritora Ángela Vallvey. Donde Prada manifestó que “hoy día el periodismo cultural es un lacayo de la cultura de masas. Se editan libros muy interesantes y ningún medio repara en ellos; pero un tipo saca una biografía autorizada de Gabriel García Márquez y se publican páginas y páginas sobre un bodrio, además de que la vida de García Márquez no tiene ningún interés y que como escritor es bastante pelmazo. Da todo igual, lo que importa es que García Márquez es una marca, un referente emblemático de nuestro tiempo, como diría un cursi. Los periódicos como borreguitos le dedican páginas y páginas”. (Ideal, edición digital, 15 de octubre de 2009, http://www.ideal.es/granada/20091015/cultura/periodismo-lacayo-cultura-masas-20091015.html).
Quiso la vida que en esa época me hallase finalizando la lectura de una obra de ese “pelmazo” de García Márquez, “Memoria de mis putas tristes”; que se une a otras obras del mismo “pelmazo” leídas con anterioridad como “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El general en su laberinto”, “Crónica de una muerte anunciada” (tan bodrio que la devoré en una noche hace más de 20 años), “Del amor y otros demonios”, “Doce cuentos peregrinos” y mi preferida, “El amor en los tiempos del cólera” (sin duda, pelma, bodrio y cursi). Qué decir de “Gabo”, este escritor colombiano al que dieron el Nobel en 1982, y al que espiaban los servicios secretos mexicanos por ser amigo de Fidel Castro. Qué puedo decir yo del creador en 1994 de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) e impulsor del Taller de Periodismo Iberoamericano y de la Colección Nuevo Periodismo, dirigida por Tomás Eloy Martínez. El mismo “Gabo” que vivió en la plaza Real del Barcelona, junto a Las Ramblas. Para mí si tiene interés la obra y la vida de Gabriel García Márquez Y a falta de páginas en un periódico para dedicarle, doy por buenas estas letras, ajenas a cualquier ego, en El callejón del gato