Mostrando entradas con la etiqueta lucha. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta lucha. Mostrar todas las entradas

martes, 8 de julio de 2014

Una lucha desigual


No me faltan las palabras, aunque en ocasiones tenga que rebuscar en el fondo del baúl. Pero es cierto que algunas veces las palabras parecieran esconderse y cuesta hallar aquellas precisas para expresar lo que aprieta en algún lugar del pecho, oprimiendo como si faltara el aire y empujando para salir.
Es una lucha desigual, porque sabes que incluso a tientas acabarás por encontrar la palabra deseada. Pero como en todo combate hay un antagonista, real o imaginario que te obliga a dar lo mejor o lo peor de ti mismo, tal vez parte de los dos, y ni siquiera eso te conduce a la victoria.
Cuando das lo mejor, pese a haber caído, mantienes la dignidad y la capacidad de volver a ponerte en pie. Ese es el combate en el que descubres que el verdadero rival al que te enfrentas eres tú mismo. Que no hay mayor antagonista que tú.
Llegar, estar y marcharte. A eso se reduce la vida. Lo fundamental es saber estar y lo deseable, poder elegir cómo marcharte. Hay quien no aprende a estar, pero se marcha por la puerta grande. Y hay quien no sabe estar y mucho menos marcharse. Y claro, están los que se marchan pero no se acaban de ir nunca, porque los retenemos junto a nosotros prendidos por hilos invisibles.
Su recuerdo nos humedece los ojos, nos produce congoja y aunque también nos arranca una sonrisa ayuda a que las palabras se oculten y nos empuja a ese combate desigual sin vencedores ni vencidos. Son aquellos que nos hacen pensar que estamos en un loco mundo y que la vida, la vida que mala es.
Y una vez más, tras caer y volver a ponernos en pie, descubrimos que de nuevo estábamos equivocados. No es tan mala la vida, porque siempre llega el sol.

viernes, 20 de julio de 2012

Historias humanas

No todo está perdido si una doble página en el periódico es capaz aún de emociarnos y hacernos creer, si habíamos perdido o renunciado a la convicción, que hay miles de historias que merecen ser contadas.
Esta profesión sigue valiendo la pena, a pesar los abundantes sinsabores. Y abrir hoy El País y leer una historia como ésta de Duende y llanto en el fondo del pozo es entreabrir la puerta a la esperanza. Constatar que frente a las cifras inabordables, en cantidad y comprensión, existe todavía corazón.
El corazón que tiene una cantaora para bajar a la mina y sacar ese quejío desde lo más profundo del ser para mostrar a un grupo de mineros que no están solos en su lucha. El corazón que ese grupo de mineros necesita para mantener con dignidad esa lucha. El mismo corazón que mueve a un viejo minero y cantaor de La Unión a ceder la letra de su Minera para que viaje hasta el pozo de una mina en León y recordarnos aquello de la universalidad del lenguaje y el cante. El corazón que pone al escribir quien cuenta esta historia y al filmar ese "viaje a lo más hondo de la lucha obrera". Y el corazón de aquellos que al leerla sienten como algo se remueve dentro, como un escalofrío roza la piel, como se humedecen los ojos y se reseca la garganta.
Ese corazón necesario para dar las gracias a Rocío Márquez, a Alfonso Paredes Niño Alfonso, a Jorge Martínez y a esos ocho de Santa Cruz, el grupo de mineros que desde lo más profundo de la tierra nos recuerdan que somos personas y no números.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/07/19/actualidad/1342727803_371605.html

miércoles, 27 de junio de 2012

De Haima y gigantes

En raras ocasiones la lucha se libra entre iguales. Lo habitual es, como magistralmente plasmara Don Miguel de Cervantes, topar con gigantes; porque un molino aunque a ojos de la mayoría carezca de forma humana es un gigante de cuatro brazos. Y existen demasiados molinos de sólidos cimientos y brazos agitados al viento contra los que batallar, aún previendo la derrota o una larga pelea, que en ocasiones causa heridas más profundas que la propia derrota.
En el Cabo de Gata, en la playa del Arco de los Escullos, mi amiga Rakel Rodríguez libra una batalla contra uno de esos gigantes. Arropada por un pequeño ejército compuesto por personas con corazón y libres de temores se enfrenta a uno de esos monstruos que hemos creado entre todos, carente de corazón y preso de sus miedos.  
Tras quince años anclada en la arena y con las velas al viento, la Haima de la playa, esa que cada verano ofrecía a vecinos y visitantes un espacio frente al mar donde compartir un rato con los amigos, acompañado de unos tragos y música, no ha podido desplegar sus velas porque la Administración no ha tenido a bien concederle la licencia para su instalación.
Nada ha cambiado respecto a esos 15 años en los que puntual con el estío la Haima se levantaba en la playa del Arco de los Escullos para que hoy se le denieguen los permisos. Maise, la madre de la criatura, a quien no conozco, pero a quien desde este mar de olivos envío un soplo que ayude a desplegar las velas, ha presentado la solicitud y documentos pertinentes, como hiciera durante esos 15 años, y se ha topado de frente con uno de esos gigantes de sólidos cimientos y largos brazos.
Y en esta desigual lucha se hallan Rakel, Maise y ese puñado de personas sin miedo y con corazón. Atrapados en esa tormenta generada por los largos brazos de la burocracia y sujetos al arbitrio de aquellos que no dudan en favorecer el avance del cemento entre la arena y en impedir que este año, como hiciera durante los últimos 15, la Haima anclara en esa arena y desplegara al viento sus velas.
En las luchas desiguales siempre suele vencer el más fuerte, pero la historia de aquel pastor derribando con una honda a un gigante alimenta la esperanza. La que no ha de faltar a aquellos que con el verbo en lugar de piedras luchan por la Haima del Cabo de Gata.