A veces la vida vuelve. O una parte de ella que tenías aparcada, pero que no te abandona porque forma parte de tu bagaje, de eso que llevas en tus alforjas. No importa si ha pasado mucho o poco tiempo, no importa si lo viviste con intensidad y ahora, aunque siga ahí, ocupa un segundo plano. Está ahí; y siempre va a estar ahí.
¿De qué les hablo?, de una de mis debilidades: la música. Y en concreto, la música cubana. No sé cuántos discos tengo de música de la Isla. Tampoco los libros que tengo o los que leí sobre la música de allá.
Confieso que algunos de esos discos estaban en el olvido. Almacenaban polvo por la falta de escucha. Aunque ese olvido no implica, ni puede llevar anexo nunca, desapego. Amo esa música, lo mismo que la literatura de Cuba y la propia Isla.
Y por mor de las circunstancias, la semana pasada eso volvió a removerse en mi interior. Un encuentro sobre la conexión del jazz y la herencia cubana, organizado por la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en su Sede Antonio Machado de Baeza (Jaén), donde laboro, me puso en contacto con músicos cubanos y con personas que compartían esa pasión.
Conocí y conversé con Ariel Brínguez, Rodney Barreto e Iván ‘Melon’ Lewis. Y sobre todo les escuché. En la jam session que nos ofrecieron con alumnos del encuentro en el Café Teatro Central de Baeza y en el concierto que Ariel e Iván nos brindaron en la UNIA, para compartir su Alma en Cuba.
La vida es un cruce de caminos, donde debemos dar espacio al intercambio; en mayor o menor medida, con desigual acierto. En mi conversación con Ariel hablaba de 'Los Fakires'; una agrupación musical de Santa Clara (Cuba) en la que participó su abuelo, también saxofonista. De hecho, fue su director y uno de sus fundadores. El soplo me lo había dado su mánager, Nuria Becerra.
Le dije a Ariel que creía que tenía un disco de 'Los Fakires'. Pero no estaba seguro. Podía haberlo comprado, tenido en las manos y no haberlo hecho. Podía haber leído sobre su edición o haber escuchado o leer a alguien reseñarlo.
El caso es que estuve dándole mecha al magín intentando visualizar la portada del disco. Y, emulando a Arquímedes, proclamé (eso sí, recatadamente) mi particular ¡eureka!. La carátula era una imagen de 'Cascarita', voz de la agrupación que luego pasó a quinteto y creo que más tarde, en su último tiempo, a cuarteto. Y lo tenía. Lo tengo entre esos discos que almacenaban polvo.
Lo busqué, esperando que tuviera libreto en el que referenciase al abuelo de Ariel. No había libreto, ni referencia. Sólo ese cd, que como tantos otros, como la música, en general, nos trae a nosotros lo que no vivimos, lo que no conocimos, pero que ahora podemos escuchar y conocer para aprender y/o disfrutar. Los puentes tendidos que en una intersección de caminos nos abre la vida.
Y en ese regreso, que es un reencuentro, he vuelto a abrazar la música de la Isla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario