sábado, 19 de octubre de 2019

Remember Malasaña

Teníamos 20 años. No nos comíamos el mundo, pero éramos libres. Malasaña era nuestro territorio y sus bares eran nuestra casa. Había un Malasaña por el día y otro por la noche, pero los que vivíamos allí nos conocíamos y reconocíamos al sol y a la luna. 
Muchos ya no están. Algunos traspasaron la línea roja y no pudieron retornar; a otros, como la peli, les llegó su hora. Tampoco existen ya muchos de aquellos bares. Ni siquiera el barrio es ya lo que fue. 
Me entero por la entrevista a Josele en el Jot Down que Sonia, del Tupperware, murió en 2016. No sabía nada. La última vez que la ví se había casado y de aquel matrimonio se unieron La Vía Láctea y el Tupper. Yo ya estaba en Jaén, fue en una visita de un par de días o tres al Foro. Estábamos ‘en familia’, en la planta baja de La Vía, la de arriba se la había comido el fuego y por entonces permanecía cerrada. Era un día de entresemana y acabamos en Conde de Xiquena, junto a Casa Gades, en una fiesta de aniversario de "El Pirata". Todavía quedaba algo de aquel viejo Madrid. 
También recuerdo a Poch (como me gustaban sus "Derribos Arias"), tan brillante como describe Josele, pero con aquella puta enfermedad que le provocaba esos espamos y se lo llevó. La última vez que estuve con él fue en el Andino, con Cristina, la camarera barcelonesa de La Vía, y su novio. Este verano fui a tomar un lomito y una brocheta, pero ya tampoco existe. Por lo menos y en cierta medida hace un par de años pude despedirme de Domingo. 
Y sí, Kike Turmix era un gorrón, pero también en cierta medida era uno de los nuestros.
Pisé muchas veces aquellas calles y siempre que vuelvo a Madrid las piso. Sin embargo, ahora apenas conozco a nadie y los pocos bares que quedan como El Pico o el Cabreira ya no tienen nada que ver con lo que fueron. La lista de los que cerraron es larga y algún nombre se diluye ya en la memoria. Quedan las Bodegas Camacho, pero en agosto siempre las pillo cerradas. 
Sobrevivimos. Y eso no debe ser tan malo.
  

viernes, 18 de octubre de 2019

El dedo y el fuego

El fuego siempre tuvo algo de purificador, pero también mucho de destrucción. Es innegable la atracción del hombre hacia el fuego y la capacidad de éste para capturar su mirada, para atraparlo en el baile de sus llamas consiguiendo que casi desaparezca lo que hay y ocurre alrededor. 
Ha quemado el fuego bosques, libros, cruces, edificios, automóviles, brujas, herejes… y ahora además se ha convertido en un elemento de manipulación que se sobredimensiona en función de los grados de inclinación de la cámara de fotos o de televisión con que se fotografía o graba para justificar titulares tan incendiarios como el propio fuego. 
El objetivo no es solo que ardan contenedores e improvisadas barricadas en las calles, se trata también de chamuscar la vista y el resto de los sentidos para aletargar las neuronas e incendiar de paso las mentes. 
Y si el fuego es insuficiente no faltará una mano dispuesta a señalar a uno u otro grupo de pirómanos con la esperanza de que si la vista no repara en el grupo deseado al menos quede fija en el dedo. Por ello no produce alarma la ausencia de bomberos y elementos de extinción de incendios y se jalea la abundancia de cerillas, mecheros, banderas y gasolina que como cualquiera sabe son los mejores inventos para sofocar las llamas. 
Porque se trata de eso, de mantener las hogueras, de avivar el fuego, sobre todo en las vísceras, para que los menos se paren a pensar. Y ese dedo, que bien pudiera tener algo de espada flamígera, contribuye sin inocencia a que las llamas cieguen. 
Lo terrible es que se trata de un fuego inhóspito, de esos que no da cobijo y deja que el frío campe a sus anchas. Los pirómanos saben lo que se hacen, o incendian las mentes o dejan que se congelen. Dominan el uso del fuego y la gasolina ya sea con gestos o palabras. No olviden que todo discurso incendiario ha ido generalmente acompañado de un dedo amenazador. Y por supuesto, con la acusación por delante de que quien provoca el fuego es el otro.

lunes, 14 de octubre de 2019

Perder el Norte

Hemos perdido el Norte, y al menos una parte del Nordeste. Y me temo que no hay brújula que nos lo devuelva. Naufragamos irremediablemente. En lo colectivo y también en lo individual. Podemos achacar lo uno a lo otro, de modo que no hay salvación para uno cuando se sumerge o se deja arrastrar por la masa sin asomo de convicción o reflexión. 
Me pregunto si no somos títeres prendidos de hilos que otros desde la sombra mueven a su antojo. Con manos mentirosas, con artes de tahúr y con lazos y banderas para tapar la luz y devolvernos a ese mundo de sombras que ya oscureció Europa y que nosotros conocemos tan bien. 
Pienso en las redes manejadas por el pescador con el fin de atrapar al pez. Y observo como la piel cambia el vello por escamas, como los ojos amenazan con saltar de las órbitas y como el apéndice nasal se desplaza al cuello para mutar en branquias. Veo la figura del pescador difuminarse de modo que aparece irreconocible, mientras la red crece y crece, aumentando su tamaño hasta lo indescriptible y adaptando diferentes formas en un mundo virtual, que sin embargo cada día se asemeja más real, y contemplo al pez atrapado en su interior junto a otros peces más o menos osados, pero tan presos como él. 
Escucho una canción triste de esas que se te pegan a los huesos. Y recuerdo otras canciones tristes. Hoy es un día triste. Y aunque la tristeza no tiene porqué eclipsar la belleza, veo la fealdad abriéndose paso entre la multitud, colonizando las cabezas y exhibiéndose con los laureles del triunfo que no pueden esconder ni disimular el fracaso. 
Al alzar la vista no se ven los puentes. Los socavaron. Igual que borraron las palabras para levantar nuevas torres de Babel. Había que construir muros de incomunicación y dejar abierta solo la senda que no tiene principio ni fin. Programaron el diálogo de besugos centrífugos y centrípetos para auparlo al número uno de la lista de éxitos y mientras todos entonábamos un estribillo que en realidad era una letanía el hombre del saco se llevó la luna para apagar los sueños. 
Mañana se abre la subasta. Casi todo se vende, pero al final solo compra, a plazos o al contado, quien maneja y tiene el dinero. Quien ahora nos priva del Norte. Quien antes no dudo en hundir el Sur.

martes, 8 de octubre de 2019

Tiempo de convencer

El final del verano nos trae siempre un septiembre y un octubre movidos, como si se quisiera hacer ahora lo que no se ha hecho en los meses anteriores. Y además este año, repetición de elecciones generales en noviembre, es decir, no hay tregua y arraiga la sensación del tiempo perdido. 
En Jaén dicen que repiten candidatos al Congreso y Senado. Habrá que verlo. Sobre todo en el PP. Aunque eso no es bueno ni malo. Lo mismo da. No hay debate entre lo efímero y lo insustancial. La ciudadana Adán puede verse expulsada del paraíso sin haber mordido siquiera la manzana y al PP se le pone la piel de serpiente pensando que lo que pierde el naranja lo gana el azul. 
A Errejón no se le espera. Así que su Más País es un menos Jaén. Más de lo mismo pues, condenados al olvido. La provincia sigue precipitándose en la nada; portadora de estandartes de esa España vaciada que ahora para 5 minutos en los que el silencio suena también a hueco. 
Me temo que los programas electorales lejos de ser el libro de los sueños seguirán siendo papel mojado, un catálogo de promesas sin valor en el que Jaén es invisible. 
Como saben el final del estío nos ha traído también el estreno de la última película de Amenábar, “Mientras dure la guerra”, que ha revuelto a ese sector de la sociedad tan reacio a la reflexión y tan proclive a embestir. Esos alegres muchachos y muchachas, viejos y nuevos partidarios de la involución enmascarados en la democracia; nostálgicos de esos 40 años de guerra y esa posguerra denominada Transición que todavía hoy parece no haber acabado. Esos mismos que aspiran a presentarse como una suma, cuando siempre fueron resta y división. 
¿Recuerdan aquello de vencer no es convencer? Quién sabe, quizás si hubieran estrenado la película unos meses antes nos habríamos ahorrado la repetición de elecciones. Porque ahora toca convencer. 

Mi artículo para SER Úbeda (Multimedia Jiennense), del 7 de octubre de 2019.