viernes, 29 de noviembre de 2013

El 'televicidio'

No me gusta que cierren televisiones. Ni periódicos, ni emisoras de radio. Y mucho menos cuando son públicas. Claro, soy periodista, y eso servirá para que algunos justifiquen mi disgusto.
Allá ellos. La realidad es que la desaparición de un medio de comunicación público además de afectar a nuestra calidad democrática (por los suelos últimamente, cierto) causa un perjuicio en la sociedad, difícil de cuantificar, pero de extrema gravedad.
Es verdad, que desgraciadamente y con excepciones, en este país los medios de comunicación públicos son y han sido la voz del amo político de turno, con ejemplos lamentables y vergonzosos no solo para los profesionales, sino para cualquier ciudadano medianamente ilustrado y ajeno al sectarismo.
Pero no es menos cierto que un medio de comunicación público es una garantía para los ciudadanos y para el propio sistema (o debería serlo) de un acceso universal a la información, de transparencia informativa, pluralidad y libertad de expresión, entre otras.
Y por supuesto, es constatable que lo fallido ha sido la gestión y no la condición pública del medio de comunicación. Básicamente, porque como en otros ámbitos de la administración no existen mecanismos de control eficaces.
La televisión de la Comunidad autónoma valenciana, Canal 9, no es (perdón, era) en esencia diferente a la de otras comunidades autónomas. Lo que convierte su cierre en un precedente peligroso, al servicio una vez más de los gestores políticos, y en una amenaza para los trabajadores de los medios de comunicación públicos; y también para los ciudadanos, proclives a confundir la función de entretenimiento de cualquier televisión con otros aspectos menos tangibles pero fundamentales como la información y el servicio público.
La opción nunca puede ser el cierre, salvo motivos espurios achacados a la situación económica, que curiosamente no impele a la toma de medidas en otros ámbitos de la administración (Y me voy a ahorrar a partes iguales la ventaja y la demagogia de recurrir a referencias sobre lo mercado de manera ilegal en ese territorio por gobernantes y adláteres).
¿Era necesaria una reducción de gastos? Indudablemente ¿Era recomendable una reducción de personal? Probablemente ¿Era imprescindible un plan de viabilidad? Indiscutiblemente.
En Valencia no se han contentado con matar al mensajero. Por el mismo precio han acabado con el medio y con el mensaje.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los otros amantes

Hay otros amantes. Los que se buscan en la mirada como preámbulo para encontrarse en sus bocas. Los que recorren la piel sin prisa, esbozando los trazos de las espirales del placer.
Aquellos que dibujan en esa misma piel senderos de ida y vuelta para hacer brotar manantiales y transformarlos en embravecidos mares. Cuando los muslos son puertos donde atracan los cuerpos y la carne es posada para las caricias diestras. El horizonte es el otro y no hay distancia porque los dos son uno.
La música de fondo son el susurro entrecortado y las palabras gemidas que no necesitan traducción para ser entendidas. Las mismas palabras que enmudecen por la presión de los labios y se pierden entre las lenguas y la saliva.
Los besos acortan el espacio y el tiempo lo marca el ritmo de las caderas en cada envite, que caprichosas adelantan o atrasan como las manecillas del reloj. Desprovistos espacio y tiempo de valor, los amantes son dueños de sus certezas, ajenos a lo provisional y lo innecesario de las mismas entre las cuatros paredes.
Esperan revivir la primera vez, aquella en la que no hay lugar para la rutina. Y ansían el nuevo encuentro, para calmar la adicción incrementada por la espera. En la despedida, al cruzarse de nuevo las miradas, sienten el miedo alimentado por la duda de haber gozado del otro por última vez.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Amantes de la libertad

Hay quien se concede títulos y se otorga una condición que solo es producto de la ignorancia. Y aún así es insuficiente y tiene la necesidad de proclamarlo, como si el hecho de darle pública difusión avalara el pretendido don o condición.
La osadía del ignorante conduce al propio convencimiento y la convicción se transforma en dogma. De modo que se asume la cualidad proclamada como innata y como elemento identificador y diferenciador respecto al otro.
No voy a referirme a los autodenominados demócratas, cuya trayectoria y creencias son suficientes argumentos para desechar tal condición, aunque no tengan pelos en la lengua para clamar que son ‘demócratas de toda la vida’. Es sabido que la intolerancia, el radicalismo y demás ‘delicatesen mentales’ son patrimonio de ese otro y que aquellas camisas pardas, negras o azules, que más que una segunda piel eran la propia piel, hoy son devaneo o moda juvenil si existe prueba gráfica y producto de las habladurías de envidiosos si son indemostrables.
Y tampoco voy a centrarme en los pacíficos de nuevo cuño, los no violentos que duermen con la pistola debajo de la almohada y guardan un arsenal en los armarios, mientras los archivos de su ordenador serían algo más que un indicio para llevarlos ante el juez. Anhelan ese nuevo amanecer que les brinde la oportunidad de sacar las viejas enseñas del cajón y de ponerla sobre la mesa para ver quién la tiene más larga.
Ya sé que es artificio y aunque afirme no mencionarlos en el propio desdén reside la alusión. Pero quienes hoy me ocupan son los autoproclamados “amantes de la libertad”. Lo idóneo sería despacharlos con un sic, dibujar una mueca en el rostro, bufar y como mucho mirarlos de soslayo.
¡Ah, la tentación! ¿Quién no sucumbe de un modo u otro, tarde o temprano, a ella? Grandilocuente definición. Irreprochable aspiración. Declaración de intenciones. ¿Amantes de la libertad? Pagadores de escarceos con la concubina liberal, no distinguen lo sustantivo de lo aparente. Incapaces de diferenciar la copia del original. Piensan que amar es poseer, someter e imponer; que la seducción viene precedida de la fuerza, del pago o de ambas, y que la libertad se mide por la distancia entre la mano que sujeta la cadena y la argolla que esclaviza al final de ésta.
Sin complejos. Sin pudor. Se proclaman amantes de la libertad ¡por leer un libelo!

sábado, 23 de noviembre de 2013

Heladuras del corazón

Impertérrito Don Antonio. No necesita que nadie le cuente de heladuras del corazón. Tampoco que le hablen de un país que se desangra sin necesidad de rozarse con las cuchillas dispuestas para que se corten otros, soñadores de un mañana inexistente.
Del ni conmigo ni sin mí volvemos al conmigo o contra mí. Aquella bandera que por un momento era de todos se convierte de nuevo en el viejo trapo desempolvado del que algunos se apropian para darle el uso que critican en otros, exhibidores también de sus viejos trapos.
Desterrada la empatía, se hipoteca el presente y se niega el futuro. No ha de extrañar que algunos se obstinen en mirar al pasado y que otros sucumban ante la reescritura de la historia. Y muchos menos que se aviven los anhelos de dibujar las líneas que alejan y borrar las miradas que precedían al entendimiento.
A fin de cuentas la mirada hacia atrás no es más que la pauta que establece el retroceso de los pasos, para desandar el camino y lo que es peor, para cometer los mismos o parecidos errores.
En contra se vivía mejor. El credo es sinónimo de convicción. Y la resta se impone a la suma. Dividir no implica vencer, pero siempre será una garantía para no avanzar.
Para qué romper corazones, si se obtiene mayor rédito atentando contra la razón. Trazando la raya en el suelo para señalar al adversario y manoseando hasta la obscenidad el lenguaje para disfrazar las miserias propias y ensalzar las ajenas. Piruetas para volver la vida del revés, lo negro en blanco y lo blanco en negro.
Las dos Españas Don Antonio, para el españolito de a pie. Hielo y desesperanza en el corazón.
 
Imagen: Escultura de Antonio Machado, ubicada en la calle San Pablo de Baeza (Jaén).

 

viernes, 22 de noviembre de 2013

Cojón de gato

Lo descubrí la semana pasada. Al principio creí que era una broma o una frase hecha, pero no, es su verdadero nombre. Evidentemente lo primero que me llamó la atención fue el nombre y lo segundo, el origen, un caldo del Somontano (Huesca).
Decidí que lo probaría y lo incluiría en mi galería gatuna. Y ayer fue el día. Regando unos andrajos con pollo y setas y haciendo lo propio con unos chipirones. En Xavi Taberna, un negocio de hostelería que han abierto en Baeza (Jaén) mis amigos Alcázar y Xavi, donde se come y se bebe calidad a precio razonable y se recibe un trato inmejorable.
Ya, ya sé que la gente tiene la imagen de un gato bebiendo leche y blanqueándose los bigotes. Así que lo de un gato que le tira a las rubias con espuma y además no hace ascos a otros brebajes puede ser chocante. Tanto o más que denominar a un vino Cojón de Gato.
La verdad es que el nombre se las trae. Pero tiene su explicación. Por eso tras catarlo opté por saciar también mi curiosidad, sí la misma que mata al gato, y de paso disminuir mi ignorancia. Es sencillo, como casi todo o casi nada en esta vida, el nombre corresponde a una variedad de uva autóctona del Somontano, que es obvio, le da al caldo unas características propias. Les recomiendo que las descubran por sí mismos, igual que las de otros vinos del Somontano.
No es difícil suponer la imagen que le vino a la cabeza al viticultor que contemplaba las uvas y decidió bautizarlas en homenaje a las partes blandas del felino. Y puestos a imaginar, pensaba que si en lugar de Huesca la denominación hubiera sido en La Mancha y en vez de a las uvas el nombre le hubiera caído en suerte a los melones, habría que ver al gato.

 

sábado, 16 de noviembre de 2013

A la antigua usanza

Esta mañana he ido a comprar a un antiguo colmado de la ciudad que habito. Tienda de ultramarinos a la vieja usanza, personal con bata gris, mostrador de madera, estanterías repletas de conservas y botellas y las semillas a granel. Precios acordes a la calidad, alguna oferta que merece la pena no dejar escapar y asesoría gratuita sobre el producto a adquirir.
Algunos de los dependientes llevan allí casi una vida, la suya, y parte de la nuestra. De modo que han cambiado algunos productos, principalmente el packaging, se han ausentado involuntaria y permanentemente algunos clientes y lo esencial se mantiene.
Cuando me ha llegado el turno he pedido un cuarto de almendras crudas y peladas y en escasos minutos ha aparecido el dependiente con el ‘paquetillo” de papel de estraza gris, doblado por los picos como un pañuelo, a modo de sobre en la parte superior, para no dejar escapar el producto.
Y ¡claro! no he podido evitarlo. He sentido como retrocedía en el tiempo. Cuando era pequeño y acudía a comprar a este mismo colmado, Almacenes El Pósito, o a las pequeñas tiendas de barrio donde se podía comprar de casi todo y a casi todas las horas. O al mercado de abastos, al que aquí siempre se le ha llamado La Plaza.
Daba igual que compraras garbanzos, pimentón o frutos secos, siempre el mismo papel de estraza gris y siempre la misma manera de envolverlos, con los picos doblados y el cierre en la parte superior.
He recordado que hubo un tiempo en el que las bolsas de plástico no eran una extensión de nuestras manos; en el que las compras se acomodaban en cestos o bolsas de rafia y en el que comprar era algo más que un trueque de productos por dinero, donde la conversación era tan importante o más que el hecho de comprar, el dinero de plástico era impensable y los únicos billetes que no eran de verdad eran los del Monopoly.
En aquellos tiempos las pelotas se hacían con papel, algún plástico y mucho celofán. Y la calle era campo de fútbol, circuito de carreras y salón de juegos.
No digo que fueran mejores o peores tiempos. Pero creo que conviene no olvidar que existieron.   

jueves, 14 de noviembre de 2013

De barcos suicidas


Las gentes de la mar siempre han contado historias más o menos creíbles de lo que acontecía en la superficie y en las profundidades marinas. Historias de las que habían sido protagonistas directos, testigos privilegiados o que les había referido algún compañero de travesía, camarada hasta la muerte tras unos tragos en la taberna.
Las otras historias, ajenas a la ligereza de lenguas y mentes tuteladas por el alcohol o las creencias ancestrales, tenían su origen en la fantasía de escritores, relatores que en muchos casos no habían pisado la cubierta de un barco en su vida, cuya imaginación daba para surcar mares y océanos e incluso dar la vuelta al mundo en varias ocasiones sin necesidad de engarzar un arete en el lóbulo de la oreja.
Destinos exóticos y paradisiacos, kraken, piratas, contrabandistas, mercantes, veleros, portaaviones, submarinos, sirenas, tesoros, capitanes como Nemo o Garfio… y barcos hundidos en las profundidades o desaparecidos de forma misteriosa, barcos fantasma o barcos a la deriva; pero nunca supe de la existencia de barcos suicidas.
Ignoraba que había barcos que desobedecían a sus capitanes, las órdenes de tierra y cualquier indicación viniera de donde viniese para elegir su propio rumbo, precipitarse contra las rocas y verter toneladas de su contenido en el litoral.
Barcos que llegan hasta el final de la tierra para encontrar su propio fin y castigar a sus habitantes con un manto negro de destrucción, tejido por las parcas, por cosas inescrutables del destino, con oscuro y blando hilo.
Alrededor de 1.600 kilómetros de costa bañada por la marea negra, daños tasados en más de 4.000 millones de años y 11 años para descubrir la tendencia suicida en las naves.
 
[Las gentes del interior siempre han contado historias más o menos creíbles sobre un camino de hierro y el caballo que galopaba veloz a través de él.
Cuentan que uno de esos caballos de hierro, uno de los más veloces que se recuerda, desobedeciendo al maquinista, los modernos sistemas de control y cualquier indicación mecánica o humana viniera de donde viniese eligió su propio rumbo y se precipitó a más de 150 kilómetros/hora en una curva, causando la muerte a cerca de un centenar de viajeros.
Malditas máquinas. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para confirmar la tendencia suicida de los ferrocarriles? ]

Foto: Imagen de un barco suicida (Con permiso de su autor, Xurxo Lobato, que la publicó en "El País, con el pie de foto, 'El petrolero mientras se hundía').

domingo, 3 de noviembre de 2013

Lengua de agua


El agua se abre paso como lengua entre labios de tierra que son las orillas. Quizás buscando otras lenguas con las que fundirse. Abriendo un surco en la tierra, profundo como un beso, sin renunciar a nuevos labios que flanqueen su camino.
Juega el agua. Zigzaguea para perderse y volver a aparecer. Se esconde a la mirada y dibuja una senda finita, que sin embargo no parece tener fin. En cada recodo ofrece un guiño, una invitación a perseguirla sabiendo que no puede ser atrapada.
Traviesa abre los labios. Tentando al viajero. Y ofrece la lengua su caricia, como un trofeo a quien no va más allá de la mirada, para perderse entre montes y olivos, cuyas raíces se engarzan como piernas.
Desde el castillo de Baños de la Encina se otea el horizonte y se traza imaginariamente con el dedo esa lengua de agua con forma de serpiente. Un reptil cuya estela moja los labios y cuyo veneno endulza los sentidos, incita como el cuerpo en la vigilia y alimenta el deseo del hambriento.  
Y mientras sueña el viajero con manantiales de agua clara, fluye la lengua entre los labios en busca de nuevos labios y anhelando otras lenguas.
 
Foto.- Cola del embalse del Rumblar, desde el castillo de Baños de la Encina (Jaén).