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domingo, 3 de noviembre de 2013

Lengua de agua


El agua se abre paso como lengua entre labios de tierra que son las orillas. Quizás buscando otras lenguas con las que fundirse. Abriendo un surco en la tierra, profundo como un beso, sin renunciar a nuevos labios que flanqueen su camino.
Juega el agua. Zigzaguea para perderse y volver a aparecer. Se esconde a la mirada y dibuja una senda finita, que sin embargo no parece tener fin. En cada recodo ofrece un guiño, una invitación a perseguirla sabiendo que no puede ser atrapada.
Traviesa abre los labios. Tentando al viajero. Y ofrece la lengua su caricia, como un trofeo a quien no va más allá de la mirada, para perderse entre montes y olivos, cuyas raíces se engarzan como piernas.
Desde el castillo de Baños de la Encina se otea el horizonte y se traza imaginariamente con el dedo esa lengua de agua con forma de serpiente. Un reptil cuya estela moja los labios y cuyo veneno endulza los sentidos, incita como el cuerpo en la vigilia y alimenta el deseo del hambriento.  
Y mientras sueña el viajero con manantiales de agua clara, fluye la lengua entre los labios en busca de nuevos labios y anhelando otras lenguas.
 
Foto.- Cola del embalse del Rumblar, desde el castillo de Baños de la Encina (Jaén).

jueves, 26 de enero de 2012

La ciudad tranquila

La ciudad que habito parece dormida. Sueña. Y me temo que siempre sueñe el mismo sueño; que es una forma de negarse a soñar. Permanece acurrucada entre montes y peñas; como si no quisiera desperezarse. Y resulta difícil creer que esa cabezada casi permanente sea voluntaria, pese a que, según la leyenda, de sus entrañas surgiera abriéndose paso entre las aguas un enorme lagarto, símbolo inequívoco del letargo.
El castillo como una atalaya desde donde otear el futuro, sin perder de vista pasado y presente, y el mar de olivos que la baña son más allá del ensueño metáforas de la aventura. De un viaje para el que es necesario e imprescindible despertar. Desperezarse.
Adormilada, mecida por esos olivos y los aires de la sierra, la ciudad esquiva la tentación de otros sueños. Y muestra la piel de la vulnerabilidad. Renuncia a surcar aguas de plata y a vestir su desnudez de esperanza. Reposa tranquila. ¡Ay! Si Jaén escuchara al poeta del centenario y fuese capaz de levantarse brava de su lecho de sueño.