sábado, 22 de julio de 2017

Para pensantes

Si alguien me preguntara para qué sirve un libro la primera respuesta sería que para leer. Una obviedad, dirán. Pero qué es leer en realidad; no lo duden, mucho más que reconocer las letras engarzadas en palabras, descifrar las palabras enhebradas en frases y comprender el significado de las frases sosteniendo versos o construyendo relatos. Leer es también compartir, soñar, viajar, disfrutar, vivir... 
Si alguien me preguntara qué es “Parapensares” le diría que es un libro para leer. Y también un libro para pensar y para reír. 
Es la última criatura de mi amigo Miguel Agudo. Poeta y ahora ‘parapensador’. La ha editado “La Isla de Siltolá” en su colección “Aforismos”. No tiene que ver con sus otras criaturas editadas por la misma editorial, “Amorexia” y “CUANDO HERODES LA TIERRA”, su ‘pequeño arlequín’ de portada inspirada en la primera edición de “Greguerías”, de Don Ramón Goméz de la Serna; aunque quizás existiera algo de premonición en esa inspiración ramoniana, porque el propio autor reconoce que sus ‘parapensares” son aforismos a modo de greguerías. 
Son puro entretenimiento, pero como ya he advertido no buscan solo la risa fácil, son además una invitación para despertar a la mente, una provocación para ver si duerme y es por tanto un caso perdido o por el contrario, comprobar que está viva y acepta el juego. 
Porque también se trata de eso, de enredarse en los pensamientos, en los guiños y en los giros de las palabras y recorrer el camino que propone su creador para llegar a un destino diferente al que señala el punto de partida. Esa senda que solo puede trazarse con talento y con un profundo sentido del humor. 
Para pensar, para reír y sobre todo, para leer.

viernes, 7 de julio de 2017

Viento de ayer

Siempre sopla ese viento en sentido contrario a las agujas del reloj. Se cuela entre los dedos, arrastra los pedazos de la tormenta y muestra los jirones que el tiempo deja en la piel. 
No se ve, es incluso difícil escuchar las notas de la canción que susurra en los oídos entreabiertos; un rock para olvidar o un tango para recordar que “ayer escribí en el viento las cosas que hemos perdido, cosas que nunca cuento, cosas que nunca olvido”. 
El ayer siempre es hoy. Y ese viento ruge en silencio, agita el líquido pardo del fondo de la botella para despertar una tempestad. 
Los ojos brillan como luceros de fuego. La sangre golpea una puerta inexistente. Y solo pervive el sueño de abrir una ventana para escapar o para que el viento entre o salga, borre los surcos de la memoria y el vacío cree ese mundo de ficción que es la calma. 
Pero no hay tregua. La amenaza de la zozobra aumenta con cada rugido. El mar se embravece y la cresta de las olas despierta a los demonios dormidos. El rumbo se torna incierto. El naufragio parece inminente. Solo las velas mantienen el pulso con el viento para alejar la nave de las rocas. Hasta las sirenas duermen. Y la luz parece enredada en el mismo fondo de la botella donde nace la tempestad.
Es cuestión de tiempo. Y el relojero asiente, intentando descifrar el mecanismo de la máquina que mide el tiempo.