miércoles, 21 de noviembre de 2012

El camino de las palabras

A veces después de haber satisfecho la necesidad de escribir me siento vacío. Como si el acto de escribir me hubiera exigido un desgaste físico y mental desmesurado o como si de repente algo hubiera muerto en mi interior y ya no hubiese nada que mereciera el esfuerzo y la voluntad de sentarse ante el papel en blanco.
Ese vacío parece tener la suficiente dimensión como para disuadirme de comenzar de nuevo. Adopta la forma del punto y final y contribuye, mientras perduran sus efectos, a crear la convicción de que el baúl de las palabras es un trasto inútil, en el que nunca más tendré que rebuscar verbos, nombres, artículos o frases a los que asirme.
Esa ilusión acaba por desvanecerse y el punto y final se convierte en un punto y seguido. De modo que antes o después me hallo de nuevo en el lugar de partida, trasladando al papel una parte de lo que bulle en mi cabeza y dejando que adquiera en él vida propia.
Saco las palabras del baúl para que tracen en ese papel su propio camino, tomando como inicio y destino aquello que estaba aprisionado en mi cabeza, pero liberadas de corsés o ligaduras, dejando que pueblen las líneas a su libre albedrío y con la única obligación de dotar de algún sentido a lo escrito.
Esa tarea nos lleva en ocasiones a confundir los territorios y las palabras tratan de establecer su propio principio y su final, porque sabiéndose protagonistas indiscutibles reclaman el control absoluto del proceso y la capacidad de decisión sobre lo que es adecuado añadir o suprimir en cada renglón.
Intento apaciguarlas, consciente de que si tuviera que entablar una conversación con ellas siempre me voy a quedar corto de vocabulario y de que apenas dispongo de unos puntos y unas comas y de algunos signos de interrogación o exclamación para delimitar mi territorio. Eso nos ocupa algún tiempo, unas veces más y otras menos, pero sin saber muy bien cómo, siempre acabamos por entendernos.
Desde fuera puede parecer un ejercicio extenuante y atribuir a este debate la causa de mis ocasionales fatigas. Aunque no creo que sea esa la causa, porque las palabras y su adecuada distribución en el papel siguen siendo la mejor tabla de salvación en medio del océano, pese a los vacíos y los desfallecimientos.

martes, 20 de noviembre de 2012

Alas de desesperación

Salgo a la calle y contemplo el cielo, deseando no ver como un ángel con las alas de la desesperación se estrella contra la conciencia. Trato de comprender cómo se llega hasta ese punto en que ya no hay límite y el vacío es solución y destino. Y vuelvo a mirar al cielo, con ira; detestando a los mercaderes que prometen el sueño de Ícaro y fabrican alas sin futuro cargadas de plomo.
Pienso en los embaucadores que ahora pisan alfombras y se dejan caer en cómodos sitiales. Aquellos que renunciaron a los sueños y cambiaron las alas por un viaje en primera clase en líneas comerciales o en jets privados.  
Oradores de manual que fingen conmoción ante el desgarro colectivo y pisan con firmeza el suelo como si comprobaran que permanece bajo sus pies, conocedores de que sigue ahí y de que continuará inamovible mientras las lágrimas emborronen las mentes ajenas.
Ojeo los restos del siniestro y descubro que las bajas son inadmisibles incluso cuando no superan la unidad. Pero no hay engaño posible y a esa primera se suman otras, que se convierten en coartada de los legisladores de medias tintas y en réquiem de quienes confeccionan banderas con palabras nítidas y las izan en mitad de la nada en que se han convertido plazas y calles.
Nuevos aleteos interrumpen mis pasos. Estridentes como trompetas que anuncian la llegada del general victorioso, cuya gloria se cimenta en la sangre de vencedores y vencidos. Miro al cielo en busca de hilos visibles que sostengan el vuelo de esos ángeles con las alas de la desesperación y sólo logro vislumbrar el resplandor del filo de unas tijeras que aceleran la caída. Perfiles de acero que dibujan sombras de rutina para distraer la conciencia.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Invierno

Quizás el responsable fue un poeta con nostalgia de la primavera y adicto a las metáforas. Quizás es el resultado de un momento de inspiración del impávido ante el folio con unos garabatos y la mirada perdida evocando a la musa. Tal vez el fluir natural para el buscador de palabras que no alza la voz y cuyas composiciones son reflejo del mundo que contempla. O incluso la imagen creada por un publicista avispado que el tiempo y el uso transformaron en dogma.
Lo cierto es que pocos serán los que no identifican, casi con espontaneidad, el invierno con el proceso final de la vida. Y es esa equiparación la que devasta la belleza de la estación, asociando el cielo gris a estados negativos del ánimo o calificando como día malo aquel en que llueve, nieva o sopla el viento.
Como si el sol del invierno estuviera en deuda con el rayo que baña las hojas caídas del otoño y su poso en la piel fuera la limosna de la primavera o el estío. O como si un paisaje blanqueado por la nieve tuviera que competir con los campos de trigo o los parterres floridos.
Incluso admitiendo esa equiparación de estación invernal con la última, o penúltima, estación vital, no estaría de más sentarse junto al fuego, seguir con los ojos las llamas, disfrutar de una copa de vino o de brandy y a ser posible, hacerlo en compañía.
Y tampoco estaría de más recordar que el viento frío en la cara o las gotas de lluvia nos recuerdan que estamos vivos o que exhalar el vaho es la mejor forma de gritar sin necesidad de ser oídos.
A las puertas del invierno, cuando vivimos preámbulos de aguas bravas que inundan campos y ciudades, es reconfortante pensar que no hay menoscabo del tiempo pasado y no caben ataduras para el tiempo venidero.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Códigos

Hay quien se mantiene firme en sus convicciones incluso frente a argumentos que evidencian el error; quien se deja arrastrar por la multitud y asiente preso de la euforia, abandonando la coherencia y sin pensar siquiera en qué está respaldando, y hay quien en demasiadas ocasiones no logra entenderse ni a sí mismo y busca permanentemente razones que avalen sus decisiones.
Para algunos siguen vigentes valores que otros consideran anticuados, anclados en la creencia de que el tiempo es un potente disolvente y que por tanto, no permanece ni la esencia.
De igual manera, hay quien confunde los valores con las tradiciones; algunas respetables y que suponen un valor en sí mismas, pero otras deleznables, cuya repetición sistemática a lo largo del tiempo no es más que una coartada sobre la que se edifican los planteamientos de sus defensores.
Por ello no es extraño que firmeza o flexibilidad sean conceptos engañosos y que en realidad reflejen la terquedad o la ausencia de personalidad en lugar de fortaleza o empatía.
Así que en cierta medida  los comportamientos y actitudes quedan supeditados a códigos, cuya compresión y por tanto, su correcta aplicación se basa en el conocimiento y uso de las mismas claves. Quien maneja esas claves y establece los códigos es en realidad quien detenta el poder. Tahúr de la firmeza y la flexibilidad.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Las afueras del corazón

El corazón que no entiende de cercanías está condenado a ser cárcel para una sola presa. La ausencia de libertad lo convierte en la más cerrada de las mazmorras, donde no penetra la luz. Y esa falta de luz conduce irremediablemente a la ceguera.
Por eso hay quien construye fortalezas con recuerdos de piedra o quien habita en la nada para carecer de alrededores.
Partidarios de la máscara y asiduos de la mirada distante, esa que sólo contribuye a la confusión de los interlocutores entre parapeto y arrogancia. Desconocedores de que no hay distancia insalvable para los que caminan como muertos en vida, quienes para evitar el yerro o la diáspora recorren una y otra vez el mismo camino y no saben si acortan o alargan su vida. Pura insignificancia.
Afrontar con naturalidad la ceguera o el temor empuja a otros a poblar las afueras del corazón. Tierra de nadie donde esconden su vulnerabilidad, faltos de abrigo pero imbuidos de la falsa creencia de hallarse protegidos. Y aunque no rehúyen el contacto, sólo contemplan la búsqueda de otros labios para sellarlos y garantizar así el silencio; el engaño con el que revisten la verdad que no quieren oír y de la que se ocultan sin lograr esquivarla.
En las afueras del corazón siempre se imponen los nones a los pares.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

14-N

14-N, huelga general. Ayer la pluma se alzó contra la pistola, hoy se alza frente a la tijera.
 
 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Universos paralelos

Existen universos paralelos como vidas que avanzan frente a otras sin llegar a converger. Territorios inalcanzables e inabarcables, a pesar de que algunos estiren los brazos y sólo puedan contemplar como los dedos no dan más de sí y ni siquiera logran rozar levemente esa tierra cuya condición de inalcanzable la hacen aún más lejana.
Aguas intransitables que nunca serán surcadas por nave alguna, salvo excepcionalmente por una nao capitaneada por alguien cuyo horizonte es indescifrable y cuya carta de navegación carece de origen y destino, a quien secunda una tripulación de disperso presente e impredecible futuro que ignora si avanza o retrocede.
Selvas donde no pisa el hombre y sin embargo guardan una huella indeleble de su paso. Como un testigo perenne y una puerta abierta a un retorno cuyo único fin es el saldo de cuentas pretéritas.
Universos paralelos encerrados entre cuatro paredes, cuya extensión puede sobrepasar la superficie terrestre y que en ocasiones permanecen presos en la mente de aquellos que los crearon. Sin opciones de ser compartidos y por tanto, sin esperanza de ser liberados.
Espacios donde realidad y sueños cruzan esa línea que conduce a la confusión y lo percibido sólo adquiere sentido para aquel que busca la complicidad o la comprensión del resto y sólo desiste de la búsqueda al tornarse turbia la visión.
Y es en ese instante en que se bajan los párpados como persianas opacas y se acepta la realidad del paralelismo cuando nace la apetencia por las tangentes.

 

domingo, 4 de noviembre de 2012

Descreimiento

Se mantiene la esperanza, pero avanza el descreimiento. Tiempos de zozobra e incertidumbre en los que van cayendo como naipes empujados por la corriente de aire aquellos asideros que parecían seguros.
Los mismos que comienzan a mostrarse en su fragilidad. Y se desmoronan o se fragmentan como el cristal para transformarse en punzantes gotas que dibujan una amenaza.
El Estado, la Nación, la Justicia, la Prensa, la Ley…hasta el mismo Dios se tambalea como referencia. Y pese a que algunos se aferran a su fe (la religión, el dinero…) como faro que ilumine el camino, no es menos cierto que son legión los que no ven otra vía que el naufragio.
Y entre esa legión de descreídos, a los que otros no dudan en calificar de cínicos, es seguro que habitan los que venderían su alma, si la tuvieran, al diablo; los que desearían tener algo o alguien en que o quien creer y los que respiran desde la noche de los tiempos en el descreimiento.
Es posible que esa pérdida de referentes traiga consigo la idea de vulnerabilidad, pero de igual modo puede ser fuente de fortaleza; porque paradójicamente la desnudez, una vez despojados de artificios, es una manifestación de fe en el ser humano.
Si hay esperanza, y pese a ese creciente descreimiento, podemos mantener el rumbo. Abandonar el dogma, para retornar al conocimiento.