martes, 20 de noviembre de 2012

Alas de desesperación

Salgo a la calle y contemplo el cielo, deseando no ver como un ángel con las alas de la desesperación se estrella contra la conciencia. Trato de comprender cómo se llega hasta ese punto en que ya no hay límite y el vacío es solución y destino. Y vuelvo a mirar al cielo, con ira; detestando a los mercaderes que prometen el sueño de Ícaro y fabrican alas sin futuro cargadas de plomo.
Pienso en los embaucadores que ahora pisan alfombras y se dejan caer en cómodos sitiales. Aquellos que renunciaron a los sueños y cambiaron las alas por un viaje en primera clase en líneas comerciales o en jets privados.  
Oradores de manual que fingen conmoción ante el desgarro colectivo y pisan con firmeza el suelo como si comprobaran que permanece bajo sus pies, conocedores de que sigue ahí y de que continuará inamovible mientras las lágrimas emborronen las mentes ajenas.
Ojeo los restos del siniestro y descubro que las bajas son inadmisibles incluso cuando no superan la unidad. Pero no hay engaño posible y a esa primera se suman otras, que se convierten en coartada de los legisladores de medias tintas y en réquiem de quienes confeccionan banderas con palabras nítidas y las izan en mitad de la nada en que se han convertido plazas y calles.
Nuevos aleteos interrumpen mis pasos. Estridentes como trompetas que anuncian la llegada del general victorioso, cuya gloria se cimenta en la sangre de vencedores y vencidos. Miro al cielo en busca de hilos visibles que sostengan el vuelo de esos ángeles con las alas de la desesperación y sólo logro vislumbrar el resplandor del filo de unas tijeras que aceleran la caída. Perfiles de acero que dibujan sombras de rutina para distraer la conciencia.

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