A
veces después de haber satisfecho la necesidad de escribir me siento vacío.
Como si el acto de escribir me hubiera exigido un desgaste físico y mental
desmesurado o como si de repente algo hubiera muerto en mi interior y ya no
hubiese nada que mereciera el esfuerzo y la voluntad de sentarse ante el papel
en blanco.
Ese
vacío parece tener la suficiente dimensión como para disuadirme de comenzar de
nuevo. Adopta la forma del punto y final y contribuye, mientras perduran sus
efectos, a crear la convicción de que el baúl de las palabras es un trasto
inútil, en el que nunca más tendré que rebuscar verbos, nombres, artículos o
frases a los que asirme.
Esa
ilusión acaba por desvanecerse y el punto y final se convierte en un punto y
seguido. De modo que antes o después me hallo de nuevo en el lugar de partida,
trasladando al papel una parte de lo que bulle en mi cabeza y dejando que adquiera
en él vida propia.
Saco
las palabras del baúl para que tracen en ese papel su propio camino, tomando
como inicio y destino aquello que estaba aprisionado en mi cabeza, pero liberadas
de corsés o ligaduras, dejando que pueblen las líneas a su libre albedrío y con
la única obligación de dotar de algún sentido a lo escrito.
Esa
tarea nos lleva en ocasiones a confundir los territorios y las palabras tratan
de establecer su propio principio y su final, porque sabiéndose protagonistas
indiscutibles reclaman el control absoluto del proceso y la capacidad de
decisión sobre lo que es adecuado añadir o suprimir en cada renglón.
Intento
apaciguarlas, consciente de que si tuviera que entablar una conversación con
ellas siempre me voy a quedar corto de vocabulario y de que apenas dispongo de
unos puntos y unas comas y de algunos signos de interrogación o exclamación
para delimitar mi territorio. Eso nos ocupa algún tiempo, unas veces más y otras
menos, pero sin saber muy bien cómo, siempre acabamos por entendernos.
Desde
fuera puede parecer un ejercicio extenuante y atribuir a este debate la causa
de mis ocasionales fatigas. Aunque no creo que sea esa la causa, porque las
palabras y su adecuada distribución en el papel siguen siendo la mejor tabla de
salvación en medio del océano, pese a los vacíos y los
desfallecimientos.
y afortunado eres por tener esa isla...creo que en 2013 habrá nueva revista. besos
ResponderEliminarRakel,
ResponderEliminarel siguiente paso sería conseguir comunicar las islas. Mira, ya es seguro que 2013 traerá algo bueno. Besos.
al escribir cometemos el error de volcar todo lo que llevamos dentro, esa es la sensación de vacío y agotamiento..., pero no acaba nunca, porque comienza de nuevo.
ResponderEliminarLola, bienvenida al callejón. Ha sido una sorpresa verte por aquí. Un beso.
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