martes, 26 de abril de 2011

Sueños de revolución

Lampedusa lo dejó escrito en su “Gatopardo”, la necesidad de que todo cambie para que todo siga igual. Y esa es la sensación que producen las revoluciones. Se conmemora un nuevo aniversario de la portuguesa y algunos recuerdan con nostalgia la imagen más hermosa de una revolución, los claveles descansando en la boca de los fusiles.
Las denominadas revoluciones de los países árabes, en particular las de Túnez y Egipto, recuperaron del imaginario dormido esa instantánea, con nuevas flores callando una vez más los viejos cañones, y despertaron la nostalgia de los sueños perdidos en la vieja Europa.
Hubo otra revolución luminosa, tan hermosa pero no tan estética como la portuguesa, al otro lado del Atlántico. La revolución de los barbudos. Y hubo, hay y habrá anhelos de libertad, como motores de esas revoluciones pasadas y venideras. Libertad, una de las grandes palabras que a pesar del manoseo no ha perdido su significado; una conquista permanentemente pendiente.
Revoluciones que mueren al triunfar y dejan el poso del ideal. El alimento de los perdedores, aquellos que no se resisten a dejar de soñar y a creer que otro mundo es posible: ese en el que todo cambie para que nada siga igual.

lunes, 25 de abril de 2011

¿Quién rompe los jarrones chinos?

En cualquier casa hay un jarrón u otros objetos de decoración considerados horrorosos, obsequio de algún familiar o allegado cuyo gusto poco o nada tiene que ver con el nuestro y que evidencia un absoluto desconocimiento sobre nuestras preferencias estéticas.
Los más atrevidos se desprenden del regalo cuando aún retumba el sonido de la puerta al cerrarse tras los obsequiosos visitantes. El resto suele mantener el objeto en un lugar más o menos irrelevante y a ser posible algo escondido de la casa, hasta el día en que por fin se deshacen de él. En ambos casos, el destino del objeto es el mismo: su destierro de nuestras vidas.
En este país, cada cierto tiempo, nos obsequian con uno de esos jarrones chinos. A algunos les parece una pieza de gran valor, una antigüedad de la dinastía Ming, digna de exhibirse en salones propios y extraños Y a otros les parece que la pieza en cuestión ni siquiera es de porcelana y que si no contribuyeron a su instalación en la casa madre en su época de máximo esplendor, fuera de loza o porcelana, ahora desalojado de ella no lo quieren ni ver. Pero da igual, porque el proceso implica la petición de opinión en la elección y la ausencia de ella en la posterior adjudicación, ambas con carácter general.
Vivimos con el jarrón ubicado en nuestras casas, sin prestarle demasiada atención, hasta que adquiere vida propia y se hace notar, convencido de que habita aún en la casa madre y continúa su tiempo de esplendor.
No podemos ponerle una tapa en su amplia boca, porque podría ser interpretado como un acto de censura. Y tampoco podemos trasladarlo, porque esté donde esté ubicado cada cierto tiempo se hará notar. Así que objetivamente, salvo para los extasiados con el jarrón, aquellos que aclaman su presencia y anhelan su retorno, sólo quedan 3 opciones: el balonazo infantil, el tropezón descuidado o el martillazo consciente; con una misma finalidad, romper el jarrón, para que con nombre y apellidos desaparezca de nuestras vidas.

domingo, 24 de abril de 2011

El centro del mundo

Afirma el escritor Luis Landero, en “El País”, del viernes, 22 de abril de 2011, que “quién está en una librería está en realidad en el centro del mundo. Porque el centro del mundo está en una librería”. Y al leerlo, no pude evitar recordar aquella secuencia de la película “Al rojo vivo”, con un James Cagney subido en lo más alto de un depósito de combustible y gritando “Mamí, lo conseguí, mírame, estoy en la cima del mundo”.
Ignoro la distancia que hay entre la cima y el centro del mundo. Y me pregunto cuántos libros se necesitarían para cubrir los kilómetros de distancia entre ambos puntos. A sabiendas de que la respuesta es uno. Basta un solo libro para cubrir esa y cualquier distancia. Y basta un solo libro para encerrar entre sus tapas la cima y el centro del mundo.
Por ello es lógico contemplar una librería como el epicentro del mundo. Y también como un universo donde tienen cabida el resto de mundos reales y ficticios.
“La isla misteriosa” y “Miguel Strogoff”, ambos de Julio Verne, y “La isla del tesoro”, de Robert Louis Stevenson, fueron los primeros libros que recuerdo más allá de los cuentos infantiles. Una puerta abierta para acceder a otros mundos, aparentemente lejanos, pero que gracias a esos libros cabían en mi habitación y me acompañaban simplemente con portar el libro y abrirlo para leer las palabras encerradas en sus páginas. Y que sin duda, junto al cine y a la música, contribuyeron a configurar mi propio universo.
Hay quien como Cagney busca alcanzar la cima del mundo y hay quien sólo alberga curiosidad por conocer cómo es su centro. Todo está en los libros. Pero además del tacto del papel y de leer las palabras escritas en él necesitamos comunicarnos y relacionarnos con otras personas. Aunque sea nada más que para contarles lo leído en un libro.
Cuentan que leer y viajar abren la mente. Es fácil por tanto suponer lo placentero que es viajar al “centro del mundo” y perderse entre estantes, acariciando con la mirada los lomos y las cubiertas de los libros. Contemplando un mundo al alcance de la mano.

Creencias

Uno cree en lo que quiere creer. Debería ser así, aunque muchas de las creencias son impuestas en el ámbito familiar o simplemente, inducidas desde la infancia. Y por ello no es extraño que haya quien mantenga la creencia hasta el final de sus días. Porque hasta creer que uno no cree en nada es una forma de creer.
De algunas creencias es tan fácil prescindir como aceptar la demostración empírica de que no son posibles. De otras cuesta escapar y hay quien voluntaria y placenteramente se encierra en ellas.
De igual manera que hay quien se obstina en hacer de la vida un perenne acto de fe y una búsqueda de acólitos para esa creencia. Y quien empeña la suya en huir de esa creencia y de sus seguidores.
Así que una parte de nuestra vida, o quizás toda nuestra vida, se reduzca al hecho en sí de creer o no creer. Que la tierra es redonda, que es ovalada o que no existe. Si no existe, da igual que sea redonda u ovalada. Y si existe, ya saben, la división está entre los que defienden que es redonda y aquellos que saben que es ovalada.
En el Sur, en esta semana que ahora acaba, nos juntamos ambos para mirar al cielo. Y unos vemos la luna, y otros, el dedo. Y sí, también están los que no levantan la vista del suelo.

sábado, 16 de abril de 2011

Viejitos

Cargan con casi una vida a la espalda. Llevan a cuestas su experiencia individual y parte de la colectiva. Casi arrastrándolas con sus pasos cortos, ayudados por bastones, andadores o sillas de ruedas o colgados de brazos remunerados llegados del otro lado del Atlántico.
En algunos barrios, en los cuales han vivido muchos años de esa vida, forma parte del paisaje urbano. Entremezclados con el trazado de las calles, sentados en los bancos de calles y plazas y cursando pausada visita a las tiendas de siempre; a esas que han sobrevivido al paso de los años como ellos y por las que han pasado varias generaciones de una familia.
Demasiadas veces se cruzan en el camino y ni siquiera se les presta atención o apenas alcanzan a recibir una mirada compasiva, de quienes son conscientes de que la vejez es el común futuro, o de desprecio, por parte de aquellos inconscientes convencidos de que a ellos no han de abandonarles ni juventud, ni facultades.
Un día, de repente, echamos en falta a uno de ellos. Y recordamos vagamente que casi de forma imperceptible hemos sido testigos de su ocaso; como su paso se hizo aún más lento, como cada vez era menos frecuente verle doblar la esquina y enfilar la calle… Simplemente, dejó de estar. De ser. Y sin quererlo, sin adquirir plena consciencia de ello, tomamos privilegiadamente su relevo. Cómplices de su postrimería.

viernes, 15 de abril de 2011

El apátrida


La semana ha ido de presentaciones literarias. Si el martes era Molina Damiani quien mostraba su poemario “Tierra de paso”, ayer jueves le tocó el turno a la primera novela del compañero Javier López.
Como el mismo confesaba en una entrevista en un diario local, ha tardado 20 años en decidirse a escribir esa novela, titulada “El apátrida”. Y es cierto. Atraído por el periodismo, como tantos otros que pensaban que el hecho de escribir bien les habilitaba para el ejercicio de la profesión, relegó por dos décadas la literatura, aquello para lo que realmente está dotado.
No he leído aún la novela, pero conociendo a su autor estoy seguro de que es una magnífica obra. Porque durante esos 20 años de demora he leído un vasto número de sus artículos de opinión, tanto cuando compartíamos redacción en Diario JAÉN, como cuando mudó sus letras a otras publicaciones. Y por tanto, he sido partícipe como lector de su particular universo lingüístico y de su habilidad para engarzar las palabras con maestría de orfebre.
Dice que su novela bebe del Siglo de Oro Español, particularmente de “El buscón”, de Quevedo, y que recrea las andanzas de aquellos pícaros que poblaron las páginas literarias de la época y que pervivieron hasta nuestros días. Y no me extraña, porque puedo afirmar sin equívoco que el propio Javier López siempre ha militado en alguna medida en las filas de la picaresca.
Cuando conocí el título de la novela, pensé que existen al menos dos tipos de apátridas. Por un lado, los expulsados, los desposeídos, aquellos a los que empujan por causas diversas a abandonar su país y a vagar por otras tierras siempre mascando el sabor amargo de la pérdida. Y por otro, aquellos que carecen del sentido de patria, huérfanos del sentimiento de pertenencia, desarraigados, independizados de ataduras geográficas porque en sí mismos son su propio país y su propia frontera.
Las novelas no son personas, pese a que indudablemente tienen mucho de quien las escribe y de las personas que de una forma u otra desfilan por su vida, por eso es fácil pronosticar que este apátrida hallará su lugar en la Patria de las Letras.
La publicación de obras literarias, en especial si son de calidad, como las dos mencionadas, me parece un motivo de celebración Y si además quien las adquiere las lee, doble motivo.


miércoles, 13 de abril de 2011

Tierra de paso


La ciudad que habito; entre, bajo y sobre olivares. La provincia habitada, campos del Sur de desesperantes e infinitas hileras de olivos que dibujan las venas del paisaje. Predios de frontera. Tierra de tránsito.
Así es y ha sido esta tierra. O al menos, lo parece. Tierra de paso. Y ese es precisamente el título de un poemario presentado ayer por su autor, Juanma Molina Damiani. Una obra que recoge poemas curados en la barrica de la vida. De creación pausada, macerados en el tiempo y la reflexión.
Es Damiani, según su propia definición, “producto de Jaén”. Modelado pues con el barro del conformismo y la arcilla de la rebeldía. Hijo de su tierra. Hombre de raíces, irrenunciable y profundamente hendidas en la ciudad. De identidad telúrica, por tanto, que encierra una renuncia a la trascendencia y la universalidad que algunos sueñan más allá de la frontera de su propia existencia y que él alcanza con sus poemas en ese reducto que habita.
No es el único. Le antecedieron otros. Aquellos que marcaron ese camino y a los que reconoce como maestros, de la vida y de la poesía. Y aquellos otros que sin aportar magisterio reconocido, más allá de una forma de vida, apostaron por esta tierra, por esta ciudad y sobre todo, por su casco antiguo, como su espacio vital.
Gentes de brega diaria contra los convencionalismos sociales, pero amantes de las tradiciones como vínculo con el pasado. Conscientes de la importancia de éstas en la robustez de esas raíces, que avalan el legado recibido y la herencia que ellos otorgaron u otorgarán.
Tierra de paso. Inhóspita para los que renunciaron a sus raíces o las desconocen. Para aquellos que permanecen encerrados en sí mismos, aunque lo hagan pertrechados tras muros transparentes. Para los que no entienden de patrias chicas o grandes. Para los que carecen o reniegan del sentimiento de pertenencia. Nómadas voluntarios de sí mismos. Exilados de los otros.
Tierra de paso. Pero en qué tránsito, ¿en el vital o en el geográfico? Quizás en ambos.

“…Ay, si un acento,/ tierra vencida, pudiera/ volver tus crepúsculos rondas,/ cantar duradero/ alegría el dolor de tu gente que fue,/ de tu mundo que huye, / y oración sin lamento/ mi relato realista/ del loquerón de este tiempo….”. Versos de Ronda del Rosario, III. "Tierra de Paso". Juan M. Molina Damiani.

lunes, 11 de abril de 2011

Medusas

Las medusas siempre me han parecido especialmente desagradables. Quizás porque en mi lejana infancia, cruzando la desembocadura del Guadiana en un ferry para alcanzar desde Ayamonte el lado portugués, me mareé por perseguirlas con la mirada y contarlas sobre las olas.
Puede que las medusas no fueran sólo las culpables, porque la memoria me trae otro mareo de la infancia en ferry, esta vez cruzando el Estrecho. Pero si recuerdo con nitidez que eran pequeñas medusas, casi minúsculas, las responsables de aquellas picaduras en diversas partes de nuestros menudos cuerpos durante algunos veranos en la costa almeriense.
Nunca he sabido cuál es su utilidad, si son depredadoras o sirven de alimento a alguna especie marina para garantizar la cadena trófica. Pero su transparencia gelatinosa y su gran cabeza flotando entre las olas siempre se me asemejaron más a una bolsa de plástico a la deriva que a cualquier individuo del reino animal.
En la mitología tampoco salen bien paradas, ya que Medusa poseía la capacidad de convertir en piedra a quien osará mirarla a los ojos; aunque es cierto que los siglos la mutaron de monstruo a hermosa doncella (no por ello menos monstruosa).
Entre el mito y la realidad está el espacio donde se construyen los sueños. Aquel lugar donde cuando niños éramos los protagonistas de innumerables aventuras; un territorio de fantasía que recorríamos con igual familiaridad y conocimiento que nuestra habitación para salir victoriosos frente a cualquier adversidad. La fábrica de sueños visitada en la adolescencia, con el mismo aire triunfal pero con distintos retos. Y el refugio en la edad madura, para no perder la esperanza de vislumbrar un horizonte y para no renunciar a aquella infancia y a esa adolescencia tan lejanas, pero tan presentes en quienes somos y en lo que nunca seremos.
Ahora no persigo medusas con la mirada. Cuando las veo me siguen pareciendo especialmente desagradables. Y entre los monstruos y las hermosas doncellas monstruosas, no hay duda de que los primeros no se valen del engaño y de que de haberme topado con la mitológica Medusa hoy sería un gato de piedra.

miércoles, 6 de abril de 2011

El árbol del Sur

Se tambalea en el Sur el árbol al que no ayudamos a crecer. Asoman las raíces podridas, comienzan a secarse algunas ramas y escasean los frutos. Hasta su generosa sombra se torna ahora exigua.
Algunos confundieron el olivo con el baobab y creyeron que de aquellas ramas siempre pendería pan y hasta los más escépticos se apuntaron a la multiplicación de los panes. Devoraron el pan e insaciables, amagan con devorarse los unos a los otros.
Los jardineros infieles miran al mañana, calculan y ponen precio a la cosecha, pero pierden de vista el presente entregados a la convicción de que el árbol perdurará sin cuidados y siempre dará su fruto. Sobreviven por el deseo de los votos con espinas.
Y hoy la alternativa es la desaparición del jardín. Ser engullido por el desierto. El páramo frente al vergel. El espejismo que da paso a la nada.
Desde algún rincón invisible, el cantautor aragonés silba su melodía, consciente de que ya no se cultivan sueños. Afortunado por no tener que levantar la vista.
Y en los olivares, de raíces hundidas en monte y mar, despiertan de nuevo los miedos, aletea la lechuza del olvido y la tierra se vuelve por momentos yerma.
En tiempos de melancolía la luz es más tenue, enmudecen las voces de los poetas sustituidas por los gritos de los elegibles y el árbol del Sur languidece.

martes, 5 de abril de 2011

La jaula islandesa

Islandia colapsó los medios de comunicación no ha mucho porque un volcán entró en erupción y esparció sus cenizas por el espacio aéreo europeo, creando un inesperado caos en el cielo.
Con anterioridad tuvo cierto protagonismo informativo, nada igualable a esas cenizas volcánicas, por contar con un gobierno formado sólo por mujeres. Pero hoy, este pequeño país sufre un apagón informativo, interrumpido apenas por fogonazos alojados en alguna página web y por alguna que otra aparición bien disimulada en las páginas de algún diario.
Islandia, donde las noches son más largas que los días y sin embargo nos muestra una lucidez envidiable, ha señalado a sus banqueros como inequívocos responsables de la crisis económica actual y les impide abandonar su país hasta que no paguen la cuenta de los desperfectos ocasionados.
Mientras en España, la izquierda se desangra ante las negativas expectativas electorales; aplaudiendo o criticando el anuncio de su actual presidente de no presentarse a la segunda reelección, debatiendo sobre la idoneidad de los posibles sucesores y alimentando torpemente la hoguera donde inmolar las presidencias de comunidades autónomas y las alcaldías de numerosos pueblos y ciudades.
Si los medios de comunicación erraron el debate sobre su futuro al centrarse en los soportes y despreciar los contenidos; la izquierda española no le va a la zaga y opta por discutir los nombres y apellidos, incluso el género, de quién ha de ser el nuevo number one, olvidándose de las ideas; de proyectos y propuestas que devuelvan el entusiasmo a sus decepcionados votantes.
Es difícil imaginar que en este país el poder político pida responsabilidades al poder económico. Más bien ocurre lo contrario y es más frecuente ver a banqueros como Botín “asesorando” a los sucesivos presidentes sobre qué deben hacer.
Del mismo modo que es difícil imaginar un cambio del sistema mundial, porque a pesar del estruendo originado por la crisis y de la propia crisis, sólo los más atrevidos hablan de un cambio, basado en las anteriores grandes depresiones económicas, cuando en realidad lo que predicen es un desplazamiento de los núcleos de poder, de América a Asia, de Estados Unidos a China.
Poco o nada se espera ya de la vieja Europa. Preocupada en ser la suma de países, en lugar de ser una unidad. Y aún así, el logro de esta utopía moderna en Islandia, que paguen la crisis los que la originaron y no sus principales damnificados, se silencia. Por miedo al contagio.
Que el pensamiento fluya más allá de las fronteras provoca más terror en los gobernantes y los aspirantes a gobernar que el desplome de los mercados. Piensen por un momento en un político español de izquierdas postulándose como sustituto del actual presidente y anunciando que pasará la factura de la crisis para su cobro al citado Emilio Botín, a Francisco González, Isidro Fainé, Braulio Medel o a políticos metidos a banqueros como Rodrigo Rato. Y que de no pagar, España, igual que Islandia, sería una hermosa jaula.

lunes, 4 de abril de 2011

El regreso de Iñaki Gabilondo

No vamos sobrados de referentes, ni en lo personal, ni en lo profesional. Es más, diría que la carestía es de tal magnitud, que vagamos huérfanos por estos tiempos convulsos. Por eso el regreso de uno de esos referentes, al menos en lo profesional y pese a sus detractores, es una buena noticia; algo de lo que también estamos escasos últimamente.
Vuelve Iñaki Gabilondo. De lunes a viernes, en versión videoblog en las webs de la Cadena Ser y El País (http://blogs.cadenaser.com/la-voz-de-inaki/ y http://blogs.elpais.com/la-voz-de-inaki/). Una versión que se ha estrenado hoy lunes y que reproduce el formato de sus breves y certeros comentarios/editoriales en el informativo de Cuatro; que marcaban diferencias con el resto de informativos, aproximándolos al modelo estadounidense y otorgándoles ese plus cualitativo de informativo de autor.
Sin embargo, este regreso no esconde la delicada situación del Grupo Prisa y su deriva, incrementada con el desembarco de los inversores estadounidenses y reflejada en la marejada de fondo por la oferta del grupo de Roures para la incorporación de Gabilondo a La Sexta y la oposición de Prisa por su condición de consejero de la SER y Unión Radio y la no menos importante de imagen e icono de prestigio de esta cadena durante las últimas décadas; lo que algunos denominan “periodista de cabecera”.
Las decisiones empresariales, las fusiones de cadenas de televisión y los nuevos mecanismos de censura modelo Berlusconi derivados de éstas nos seguirán privando de sus entrevistas, pero nos queda la mesura de su tono y el rigor de sus análisis, compartidos o no, como un contrapunto deseable al ruido de la caverna.