Se tambalea en el Sur el árbol al que no ayudamos a crecer. Asoman las raíces podridas, comienzan a secarse algunas ramas y escasean los frutos. Hasta su generosa sombra se torna ahora exigua.
Algunos confundieron el olivo con el baobab y creyeron que de aquellas ramas siempre pendería pan y hasta los más escépticos se apuntaron a la multiplicación de los panes. Devoraron el pan e insaciables, amagan con devorarse los unos a los otros.
Los jardineros infieles miran al mañana, calculan y ponen precio a la cosecha, pero pierden de vista el presente entregados a la convicción de que el árbol perdurará sin cuidados y siempre dará su fruto. Sobreviven por el deseo de los votos con espinas.
Y hoy la alternativa es la desaparición del jardín. Ser engullido por el desierto. El páramo frente al vergel. El espejismo que da paso a la nada.
Desde algún rincón invisible, el cantautor aragonés silba su melodía, consciente de que ya no se cultivan sueños. Afortunado por no tener que levantar la vista.
Y en los olivares, de raíces hundidas en monte y mar, despiertan de nuevo los miedos, aletea la lechuza del olvido y la tierra se vuelve por momentos yerma.
En tiempos de melancolía la luz es más tenue, enmudecen las voces de los poetas sustituidas por los gritos de los elegibles y el árbol del Sur languidece.
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