Las medusas siempre me han parecido especialmente desagradables. Quizás porque en mi lejana infancia, cruzando la desembocadura del Guadiana en un ferry para alcanzar desde Ayamonte el lado portugués, me mareé por perseguirlas con la mirada y contarlas sobre las olas.
Puede que las medusas no fueran sólo las culpables, porque la memoria me trae otro mareo de la infancia en ferry, esta vez cruzando el Estrecho. Pero si recuerdo con nitidez que eran pequeñas medusas, casi minúsculas, las responsables de aquellas picaduras en diversas partes de nuestros menudos cuerpos durante algunos veranos en la costa almeriense.
Nunca he sabido cuál es su utilidad, si son depredadoras o sirven de alimento a alguna especie marina para garantizar la cadena trófica. Pero su transparencia gelatinosa y su gran cabeza flotando entre las olas siempre se me asemejaron más a una bolsa de plástico a la deriva que a cualquier individuo del reino animal.
En la mitología tampoco salen bien paradas, ya que Medusa poseía la capacidad de convertir en piedra a quien osará mirarla a los ojos; aunque es cierto que los siglos la mutaron de monstruo a hermosa doncella (no por ello menos monstruosa).
Entre el mito y la realidad está el espacio donde se construyen los sueños. Aquel lugar donde cuando niños éramos los protagonistas de innumerables aventuras; un territorio de fantasía que recorríamos con igual familiaridad y conocimiento que nuestra habitación para salir victoriosos frente a cualquier adversidad. La fábrica de sueños visitada en la adolescencia, con el mismo aire triunfal pero con distintos retos. Y el refugio en la edad madura, para no perder la esperanza de vislumbrar un horizonte y para no renunciar a aquella infancia y a esa adolescencia tan lejanas, pero tan presentes en quienes somos y en lo que nunca seremos.
Ahora no persigo medusas con la mirada. Cuando las veo me siguen pareciendo especialmente desagradables. Y entre los monstruos y las hermosas doncellas monstruosas, no hay duda de que los primeros no se valen del engaño y de que de haberme topado con la mitológica Medusa hoy sería un gato de piedra.
Ahy que gato mas sincero, pero no creo que tu lleges a ser un gato de piedra nunca. Un beso.Chabela.
ResponderEliminar