viernes, 15 de abril de 2011

El apátrida


La semana ha ido de presentaciones literarias. Si el martes era Molina Damiani quien mostraba su poemario “Tierra de paso”, ayer jueves le tocó el turno a la primera novela del compañero Javier López.
Como el mismo confesaba en una entrevista en un diario local, ha tardado 20 años en decidirse a escribir esa novela, titulada “El apátrida”. Y es cierto. Atraído por el periodismo, como tantos otros que pensaban que el hecho de escribir bien les habilitaba para el ejercicio de la profesión, relegó por dos décadas la literatura, aquello para lo que realmente está dotado.
No he leído aún la novela, pero conociendo a su autor estoy seguro de que es una magnífica obra. Porque durante esos 20 años de demora he leído un vasto número de sus artículos de opinión, tanto cuando compartíamos redacción en Diario JAÉN, como cuando mudó sus letras a otras publicaciones. Y por tanto, he sido partícipe como lector de su particular universo lingüístico y de su habilidad para engarzar las palabras con maestría de orfebre.
Dice que su novela bebe del Siglo de Oro Español, particularmente de “El buscón”, de Quevedo, y que recrea las andanzas de aquellos pícaros que poblaron las páginas literarias de la época y que pervivieron hasta nuestros días. Y no me extraña, porque puedo afirmar sin equívoco que el propio Javier López siempre ha militado en alguna medida en las filas de la picaresca.
Cuando conocí el título de la novela, pensé que existen al menos dos tipos de apátridas. Por un lado, los expulsados, los desposeídos, aquellos a los que empujan por causas diversas a abandonar su país y a vagar por otras tierras siempre mascando el sabor amargo de la pérdida. Y por otro, aquellos que carecen del sentido de patria, huérfanos del sentimiento de pertenencia, desarraigados, independizados de ataduras geográficas porque en sí mismos son su propio país y su propia frontera.
Las novelas no son personas, pese a que indudablemente tienen mucho de quien las escribe y de las personas que de una forma u otra desfilan por su vida, por eso es fácil pronosticar que este apátrida hallará su lugar en la Patria de las Letras.
La publicación de obras literarias, en especial si son de calidad, como las dos mencionadas, me parece un motivo de celebración Y si además quien las adquiere las lee, doble motivo.


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