En
la ciudad que habito debuta la próxima semana un joven pintor, Luis Alberto
Delgado, con su exposición “El reflejo involuntario”. Por esas cosas
inescrutables de la vida, aunque lleva unos años fuera dedicado a los estudios
de Bellas Artes, es vecino mío. Circunstancia en apariencia baladí, que no lo
es tal, porque precisamente esa vecindad me ha permitido conocer parte de la
obra que expondrá al público.
El
artista ha escogido la acuarela para trasladar al lienzo su universo interior,
el universo exterior y la interpretación que de ambos realiza. Porque la
creación es eso y la forma de mirar con los ojos y con la mente esos mundos
abstractos y reales en los que confluimos.
Y
él mira a lo grande. Porque frente al formato reducido por el que suelen optar los
acuarelistas, este artista se ha aventurado en los lienzos de grandes
dimensiones. Igual que lo hiciera otro pintor de esta tierra, Santiago Ydañez,
con sus óleos.
Decía
Shitao, un pintor japonés del siglo XVII, que “la tinta, al impregnar el
pincel, lo dota del alma; el pincel, al utilizar la tinta, la dota de
espíritu”.
Y
quizás esos sean otros de los pigmentos vitales necesarios en todo proceso
creativo y que nos sitúan frente al lienzo en condiciones de igualdad; irreal
porque siempre uno está en desigualdad ante el talento expresado en la tela,
pero factible porque son elementos que forman parte de nuestro mismo lenguaje
visual y emotivo. Cuando se pinta con el corazón, ya sea desde la desazón o
desde la euforia, es más fácil tocar el corazón de aquellos que desde el otro
lado del lienzo lo contemplan, empequeñecidos por sus dimensiones pero
identificados, certera o erróneamente, con el alma y el espíritu del que lo
dotaron pinceles y acuarelas.
En
los hombres y mujeres creados y apresados por el artista en la tela,
reconocemos existencias propias y ajenas y hallamos en la profundidad de las
miradas nuestra propia mirada. Ese hilo invisible que une por un instante la
figura inerte del lienzo con aquella otra figura contemplativa situada frente a
él y traza las líneas del espacio donde se produce el reflejo involuntario; el
ángulo donde por un momento lo real y lo ficticio confluyen, primero para
confundirse y para ser uno luego.