sábado, 29 de septiembre de 2012

España cañí

“Suspiros de España” es un pasodoble, del maestro jiennense Álvarez Alonso, que probablemente no provoque suspiros a la mayoría de la gente, pero que si se escucha en la voz de Diego “El Cigala”, como colofón a la banda sonora de “Soldados de Salamina”, seguro que rascará más de una garganta y agitará la sangre. Representa, nos guste o no, una parte de la tradición española, la España cañí, y es huésped de nuestra memoria individual y colectiva.
El también jiennense, el artista José F. Ríos, es consciente de la existencia de esa tradición española y ha recogido su espíritu en una exposición. Es cierto que podía haberla denominado Arte con h, de humor, pero ha optado por el inequívoco La España cañí; en la línea de aquel “Ruedo Ibérico”, del desaparecido Luis Carandell, o del mismo Don Ramón María del Valle-Inclán y su esperpéntica visión de España.
Ríos es un artista de cuyas creaciones como sus pavos reales o el guerrero Culcas me he permitido escribir en alguna otra ocasión y del que he destacado su obra escultórica frente a la pictórica; de la que una muestra significativa puede contemplarse en espacios públicos (parques, rotondas, vías) convirtiendo la ciudad que habito en un museo abierto y contribuyendo a acercarla al menos estéticamente al siglo XXI.
Escultor, pintor hiperrealista e ilustrador, hasta donde alcanza mi conocimiento; es decir, un artista polifacético, cuyo talento y capacidad creativa no escapa a la envidia, la hipocresía y la ignorancia de los otros, señas inseparables de esa España cañí.
Su exposición busca provocar la sonrisa del que la contempla, sin que la hilaridad pueda esconder o disimular esa visión crítica a una forma de ser que para lo bueno y lo malo se halla en casi todos nosotros y que no es más que lo menos apetecible de una herencia de la que no logramos o no queremos desprendernos.
La España cañí se incluye en “Made in Jaén”, una muestra provincial de creación artística, que celebra su segunda edición, y que a través de la fotografía, la danza, la música, el teatro, la literatura, el cine y como no, las artes plásticas, busca convertirse en un reconstituyente para la autoestima de los habitantes de una provincia dada en exceso a reconocer al de fuera y negar al de dentro. Un intento creativo de evidenciar que el mar de olivos produce algo más que aceite de oliva de excelsa calidad. O que además de para las tinajas hay lugar para las cabezas.  
 

martes, 25 de septiembre de 2012

El hombre que miraba por la ventana

La exposición de Hooper dice adiós al Museo Thyssen-Bornermisza. Más de 322.000 personas han recorrido las salas del museo para ver la obra del pintor estadounidense. Las mismas salas que ahora muestran sus paredes desnudas, de las que sobresalen como minúsculos hitos de la ausencia una parte de las escarpias que fijaban los cuadros a esas paredes.
La desnudez de los muros contribuye a crear una sensación de vacío, que otorga a las salas un ambiente casi fantasmagórico. La nada encerrada entre paredes. Esas mismas paredes que vestidas durante meses con los cuadros de Hooper, como galas para la fiesta, actuaban como reclamo para que las salas se llenaran de gente.
Pasé fugazmente por Madrid en los primeros días de agosto; cuando el calor amenazaba con reventar los termómetros, el asfalto escupía fuego y soplaba un aire a rachas fuerte y abrasador. Deambulé por las calles en las horas centrales del día, cuando el sol no daba tregua ni en la sombra. Pisaba el centro de Madrid y visité el Callejón del Gato y cuando no eran aún las cuatro de la tarde crucé el umbral del Thyssen para contemplar esos muros engalanados con los ropajes de Hooper y un adorno de Degas, su “Mercado de algodón”; que justificaba por sí solo la exposición.
Logré el objetivo. Contemplar la exposición junto a un reducido grupo de gente. O lo que es lo mismo, recorrer las salas de forma pausada, detenerte frente a los cuadros para verlos con los ojos propios y los ajenos, leer los paneles y los carteles identificativos de las obras como si fueran una cartilla escolar y tratar de enfrentarte a cada cuadro como si fueras el autor.
Me atrae de Hooper su manifiesta relación con la literatura y el cine. La mirada del hombre que mira por la ventana, como James Stewart en “La ventana indiscreta”, y atrapa en sus pinturas lo que ve o lo que imagina ver. Pero me sorprende la inexpresividad de los rostros, la ausencia de emociones en los personajes que pueblan sus pinturas. Unas pinturas que parecen casi una instantánea del interior de una habitación, que renuncia a recoger la vida de esos rostros, como si importara más el momento; la escenografía frente a los personajes.
Y a sabiendas de que su pintura nace de ver el mundo desde su habitación, de contemplar la vida tras el cristal, me pregunto si esa falta de expresividad en los rostros, esa ausencia de emociones, no son más que el reflejo del propio autor, del hombre que miraba desde una ventana, atrapado entre el silencio y la soledad.

Obra: "Room in New York", Hooper (1932).

martes, 4 de septiembre de 2012

Sirenas

Daban testimonio algunos marineros de haber visto entre las aguas hermosas mujeres de largos cabellos y cola de pescado, cuya voz era una irresistible invitación a alcanzarlas. Con semejante historia despertaban la curiosidad y alimentaban los sueños en puertos y ciudades. Homero, Lampedusa y hasta los cuentos de niños contribuyeron a que perdurara la historia de aquellas hermosas mujeres, mitad humana, mitad de pez.
Hoy las sirenas colean en la noche. Apostadas en un rincón, cambiaron la cola de pescado por dos largas piernas y lanzan miradas de red. Reclaman la atención de tipos boqueantes como peces, pero ya no despiertan la curiosidad; aunque alimentan el deseo de los pescadores nocturnos, que atrapados en un suave aleteo de pestañas no son conscientes de haber transitado de depredador a presa.
Cada centímetro de su piel es el cebo que no necesita anzuelo para enganchar la pieza. Y su sonrisa es el preludio de un falso ritual de seducción, al que se presta entregado el amante del artificio, cuyo futuro no abarca más allá del instante.
Atemperan la voz para disfrazar la irresistibilidad de su canto y emular así al jugador de ventaja que esconde un naipe para torcer el destino. Conscientes de que al placer se puede llegar por atajos o dejándose llevar hasta el final.
También hay sirenas de ojos tristes, que sueñan con príncipes de papel. A sabiendas de que es un imposible y de que tan solo habitan en el recuerdo, esbozado con una mixtura de alegría y dolor.
Entre el deseo y el recuerdo, sin opción a elegir, boquean los peces surcando el mar. Y entre ellos y las sirenas siempre subyace el sueño de un gato.