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domingo, 16 de junio de 2019

PecaRock

No les voy a engañar, disfruté y mucho. Tenía curiosidad, de esa que mata al gato. De esa casi insana. Y claro, eso produce cierto temor o recelo a sentirse defraudado, a que no se cumplan las expectativas que uno sin fundamentos se crea. 
Palabras, interpretación y música de rock. Una mezcla sugerente que captó mi atención. Normal. Y amigos, muchos amigos involucrados en el proyecto. Hasta el nombre del espectáculo era y es acertadísimo, PecaRock. 7 pecados. 7 escritores. 1 banda de rock. 
Me encantó. Como proyecto me parece original. La puesta en escena, impecable, con el sello de Miguel Ángel Karames. El resto es opinable. Pero no soy crítico teatral, ni literario y mucho menos musical. Y como en conjunto me gustó solo puedo recomendar a quien tenga la oportunidad que vaya a verlo. 
Y qué les digo de la banda, pues que a Los Ambolias se sumaron en distintos momentos de la obra dos voces únicas y dos personas que se mueven en el escenario como si formaran parte de él, David Cárdenas y Alma Mesa. De Emilio Ramos y del resto del grupo no creo que quede mucho por escribir después de tantos años recorriendo distintas carreteras del rock, incluso esa que dicen lleva al infierno. Los Ambolias en un teatro son el irrenunciable e inolvidable Don Ramón María Valle-Inclán sin bufanda y con sombrero tejano. 
Yo no soy de pecar. No porque sea un santo. Es que carezco de consciencia sobre lo que es pecado. Así que lo que a muchos les parece terriblemente pecaminoso y causa de perdición, yo lo contemplo como un estímulo para el placer o la evidencia de los numerosos defectos que cada cual tiene. Y como saben, yo en eso de bajar a los infiernos no tengo problema si tras las puertas me esperan sus Satánicas Majestades o si quien oficia de cicerón es de palabra y obra Dante. Llevo tanto tiempo conviviendo y peleando con mis demonios que en ocasiones hasta puedo caer en el error de confundirme con uno de ellos. No dudo de que una vez fuimos ángeles. Y aunque no lo crean, nunca renunciamos a volar, hasta sin alas. 
La música mueve mi cabeza y mis pies y hace bullir la sangre en mis venas. La interpretación me lleva a otras vidas, incluso de otros tiempos. Y las palabras. Bueno, las palabras habitan mi cabeza y duermen en el fondo del baúl retándome a hallar la adecuada, la requerida en cada ocasión. Sin menoscabar, sin negarles a música e intérpretes la atención merecida, no puedo negar que los textos de los 7 pecados entraron y salieron de mi cabeza, filtrando las palabras, masticándolas como excelsas viandas servidas en la mesa de la mente. Y me las zampé todas. Debe ser la gula. 
Hay quien como Jesús Tíscar no necesita ser presentado. Es dueño de un estilo propio y reconocible, el anhelo de cualquier escritor. Kike Ganso es un trovador, ignoro qué fue primero ¿la palabra o la música?, lo cierto es que en ambas derrocha talento. De Araceli Pulpillo y de Vícente G. Mestre que yo sepa no había leído nada, lo mejor que puedo decir es que espero con ansia y curiosidad la lectura de otros textos. De Sonia Jiménez Tirado conozco sus poemas. Y de Mafalda Sufí y Esther Aranda me confieso también ignorante lector. Degusté y deglutí los textos de todos ellos. Sin arrepentimiento. 
Ahora espero en un teatro un espectáculo con María Guadaña. Para que me afile la vida.

sábado, 29 de septiembre de 2012

España cañí

“Suspiros de España” es un pasodoble, del maestro jiennense Álvarez Alonso, que probablemente no provoque suspiros a la mayoría de la gente, pero que si se escucha en la voz de Diego “El Cigala”, como colofón a la banda sonora de “Soldados de Salamina”, seguro que rascará más de una garganta y agitará la sangre. Representa, nos guste o no, una parte de la tradición española, la España cañí, y es huésped de nuestra memoria individual y colectiva.
El también jiennense, el artista José F. Ríos, es consciente de la existencia de esa tradición española y ha recogido su espíritu en una exposición. Es cierto que podía haberla denominado Arte con h, de humor, pero ha optado por el inequívoco La España cañí; en la línea de aquel “Ruedo Ibérico”, del desaparecido Luis Carandell, o del mismo Don Ramón María del Valle-Inclán y su esperpéntica visión de España.
Ríos es un artista de cuyas creaciones como sus pavos reales o el guerrero Culcas me he permitido escribir en alguna otra ocasión y del que he destacado su obra escultórica frente a la pictórica; de la que una muestra significativa puede contemplarse en espacios públicos (parques, rotondas, vías) convirtiendo la ciudad que habito en un museo abierto y contribuyendo a acercarla al menos estéticamente al siglo XXI.
Escultor, pintor hiperrealista e ilustrador, hasta donde alcanza mi conocimiento; es decir, un artista polifacético, cuyo talento y capacidad creativa no escapa a la envidia, la hipocresía y la ignorancia de los otros, señas inseparables de esa España cañí.
Su exposición busca provocar la sonrisa del que la contempla, sin que la hilaridad pueda esconder o disimular esa visión crítica a una forma de ser que para lo bueno y lo malo se halla en casi todos nosotros y que no es más que lo menos apetecible de una herencia de la que no logramos o no queremos desprendernos.
La España cañí se incluye en “Made in Jaén”, una muestra provincial de creación artística, que celebra su segunda edición, y que a través de la fotografía, la danza, la música, el teatro, la literatura, el cine y como no, las artes plásticas, busca convertirse en un reconstituyente para la autoestima de los habitantes de una provincia dada en exceso a reconocer al de fuera y negar al de dentro. Un intento creativo de evidenciar que el mar de olivos produce algo más que aceite de oliva de excelsa calidad. O que además de para las tinajas hay lugar para las cabezas.  
 

miércoles, 11 de agosto de 2010

El callejón del Gato

El callejón del Gato es el callejón de los espejos cóncavos y convexos. Aquel que Valle-Inclán dejó atrapado en las páginas de “Luces de bohemia”. Ese mismo callejón que desprovisto aparentemente de belleza literaria pervive en el corazón de la ciudad.
Había dejado atrás la Plaza Mayor y avanzaba sin rumbo fijo. Y entonces recordé una promesa incumplida, no por falta de compromiso sino por ausencia de oportunidad.
En realidad ahora tampoco podía cumplirla, porque la persona con la que me comprometí a llevarla al callejón del Gato estaba a kilómetros de distancia. Pero recordé que no me encontraba lejos del lugar y encaminé mis pasos hacia él.
Atravesé la calle de la Bolsa y desemboqué en la plaza de Jacinto Benavente, esa misma plaza donde como parte del mobiliario perviven lumis desahuciadas, a las que no faltan ni clientes, ni moscones. La misma plaza de la que un antiguo concejal del Ayuntamiento madrileño, un tal Matanzo, presumía por regar sus bancos con zotal; el mismo sujeto al que la policía local debía dar el parte en una conocida discoteca de la plaza Vázquez de Mella, corazón del hoy barrio gay de Chueca.
Dejé atrás esa postal sórdida que son los aledaños de la plaza de Benavente con Carretas y Cruz, para dejarme caer por Espoz y Mina hasta uno de los extremos del callejón. Veo que el bar de Las Bravas ha abierto sucursal en la esquina con una amplia terraza, casi llena cuando el reloj se acerca a las dos de la tarde. No paro. Me adentro en el callejón hasta alcanzar el antiguo local de Las Bravas, que comparte con el nuevo un espantoso cartel en colores naranjas.
Ya sólo tengo ojos para los dos espejos que flanquean la puerta de entrada del bar. No me detengo, pero aminoro la marcha para buscar el reflejo de mi imagen en el primero de ellos. Y a continuación, sin detenerme, paso con lentitud frente al segundo espejo para verme también reflejado en él. Apenas esbozo una mueca, pero sonrío pensando que si esa persona estuviera ahora aquí, abriría un abanico de muecas frente a los espejos y su risa llegaría hasta los rincones más recónditos del centro de Madrid.
Avanzo unos pasos hasta la otra boca del callejón, que queda a mi espalda, aparentemente huérfano de belleza literaria.
Mi promesa permanece incumplida, pero quiero pensar que cuando deambulaba por el callejón del Gato me acompañaba una bruja, porque no hay gato que se precie que no haya compartido alguna de sus 7 vidas con una dama de verruga y escoba.
En esta ocasión no pudo ser y sólo puedo ofrecer un paseo por mi propio callejón y un compromiso de mantener abierta su ventana, para que incluso la música que se escapa de otras ventanas vecinas encuentre cobijo en él y lo transforme en una pista donde bruja y gato bailen una danza, que para muchos no sería más que un aquelarre y para otros un esperpento reflejado en espejos cóncavos y convexos.