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miércoles, 6 de enero de 2016

El tic-tac del lobo de mar


De los Mares del Sur al mar de olivos. Tras años de búsqueda al final nos hemos encontrado. El lobo de mar y el gato. Y no ha sido fácil. 
Nos cruzamos en el Inglés de Lisboa. Acababas de marcharte cuando yo atravesé el umbral de la puerta. Tan solo quedaba allí, sentada en un taburete y como ausente, la dama de blanco. Otro tanto ocurrió en el puerto de La Valletta, apenas pude llegar al muelle para desde la distancia contemplar como tu navío se alejaba en el horizonte. Tú por mar y yo por los callejones y tejados de la ciudad. Evitándonos sin saberlo y condenados a reunirnos. Ya lo habíamos hecho en las páginas de papel y en la tela de las camisetas, pero se resistía el poseedor del tic-tac.
Intenté renunciar a buscarte en aquellos lejanos y sin embargo familiares Mares del Sur, pero tu padre y Manuel Vázquez Montalbán me empujaban allí. Y aún así te busque en otros lugares, en ciudades, con puerto o sin él, y también en ese otro mar que es la Red. 
Una vez incluso llegué a tenerte en las manos, pero el destino o el capricho, puede que el exceso de confianza, me hizo dejarte sobre aquel mostrador y seguir buscando al otro poseedor del tic-tac, aquel vestido de negro y blanco y de edición limitada. Al final os perdí la pista a los dos. De hecho hace poco más de un año me dí por vencido. 
Y ahora, cuando ya no buscaba, cuando ni siquiera esperaba o pensaba en tí, te encuentro en una Roca, en el Vallés Oriental. ¿Qué te voy a contar a tí de lo escrito en las líneas de la mano? Me dicen que eres una pieza de coleccionista y sin embargo, ante mi sorpresa, te han puesto precio de saldo. Juntos debemos ser dignos de exhibirnos en un museo o en una barraca de feria. ¿Te imaginas a un gato de callejón que nunca llevó collar deambulando con el poseedor del tic-tac al cuello? 
Ya sé que yo nunca seré el gato de Cheshire, ni tú el capitán Nemo. Pero compartimos con ambos y con otros muchos un mundo de ficción. Tu alter ego, Hugo Pratt, está muerto, aunque ahora han tomado el relevo dos autores españoles, el guionista Juan Díaz Canales (creador del gato Blacksad) y el dibujante Rubén Pellejero; y el mío, aunque vive, sin llegar a zombi siempre tuvo algo de muerto viviente. 
Te han situado “Bajo el sol de medianoche”, que es una extraña forma de otorgarte una segunda vida; algo que como comprenderás no impresiona a un gato que disfruta de siete o lo que es lo mismo, sobrevive a seis muertes. 
Porque de eso se trata, de sobrevivir, de seguir escuchando el tic-tac. Ficticia o realmente. En mares de papel, de agua o de olivos.

martes, 26 de marzo de 2013

El rincón del gato


La niña de ojos de luna, Laura, que renunció a ser una estrella en el firmamento para permanecer entre nosotros, me manda este rincón hallado en el Foro. Dice que se acordó de este gato y de su callejón. Y aunque no se igualan rincones y callejones, ambos son hábitats para un gato y por tanto, lugares de su agrado.
Espacios por donde con parsimonia deambula el gato. Siempre buscando las sombras, un segundo plano desde el que no molestar y no ser molestado para contemplar, con cierta distancia, lo que acontece.
Acurrucado o erguido. Con las orejas gachas y abiertos los ojos; con los ojos entornados y las orejas prestas a captar cualquier movimiento, sonido o palabra, o con los ojos cerrados, en aparente indiferencia, sin renunciar a ser un espectador privilegiado de los mundos que le rodean.
Esos mismos mundos distantes, alejados del propio; esos mundos que en ocasiones te rozan, con suavidad, tangencialmente, y en otras, te atrapan, aún siendo consciente de que sus poseedores son ajenos a tu existencia y que ésta debiera actuar de parapeto, dotarte de una impermeabilidad que en realidad es para tu pesar inexistente y acaban mezclándose con el tuyo, para bien o para mal.
Ignoro dónde se hallará este rincón, pero si Kaede alcanzó a ver algo en él, seguro que me agradaría. No solo por el nombre, la cabeza del congénere asomando desde la pizarra o la generosa oferta de elixires que se anuncia en la otra, sino porque probablemente haya paralelismos en el camino seguido por quien o quienes apuestan por denominar así a su criatura y la ruta recorrida para nombrar en un día atrás en el tiempo a este blog.
De callejones y rincones y de gatos siempre estuvo Madrid bien servida. Como muchas otras ciudades, donde un rayo de sol es la excusa perfecta para que un gato se desperece y asome el hocico para dejar en el aire un breve maullido de satisfacción.

Foto: "Rincón del gato", de Laura Rojas. 

miércoles, 11 de agosto de 2010

El callejón del Gato

El callejón del Gato es el callejón de los espejos cóncavos y convexos. Aquel que Valle-Inclán dejó atrapado en las páginas de “Luces de bohemia”. Ese mismo callejón que desprovisto aparentemente de belleza literaria pervive en el corazón de la ciudad.
Había dejado atrás la Plaza Mayor y avanzaba sin rumbo fijo. Y entonces recordé una promesa incumplida, no por falta de compromiso sino por ausencia de oportunidad.
En realidad ahora tampoco podía cumplirla, porque la persona con la que me comprometí a llevarla al callejón del Gato estaba a kilómetros de distancia. Pero recordé que no me encontraba lejos del lugar y encaminé mis pasos hacia él.
Atravesé la calle de la Bolsa y desemboqué en la plaza de Jacinto Benavente, esa misma plaza donde como parte del mobiliario perviven lumis desahuciadas, a las que no faltan ni clientes, ni moscones. La misma plaza de la que un antiguo concejal del Ayuntamiento madrileño, un tal Matanzo, presumía por regar sus bancos con zotal; el mismo sujeto al que la policía local debía dar el parte en una conocida discoteca de la plaza Vázquez de Mella, corazón del hoy barrio gay de Chueca.
Dejé atrás esa postal sórdida que son los aledaños de la plaza de Benavente con Carretas y Cruz, para dejarme caer por Espoz y Mina hasta uno de los extremos del callejón. Veo que el bar de Las Bravas ha abierto sucursal en la esquina con una amplia terraza, casi llena cuando el reloj se acerca a las dos de la tarde. No paro. Me adentro en el callejón hasta alcanzar el antiguo local de Las Bravas, que comparte con el nuevo un espantoso cartel en colores naranjas.
Ya sólo tengo ojos para los dos espejos que flanquean la puerta de entrada del bar. No me detengo, pero aminoro la marcha para buscar el reflejo de mi imagen en el primero de ellos. Y a continuación, sin detenerme, paso con lentitud frente al segundo espejo para verme también reflejado en él. Apenas esbozo una mueca, pero sonrío pensando que si esa persona estuviera ahora aquí, abriría un abanico de muecas frente a los espejos y su risa llegaría hasta los rincones más recónditos del centro de Madrid.
Avanzo unos pasos hasta la otra boca del callejón, que queda a mi espalda, aparentemente huérfano de belleza literaria.
Mi promesa permanece incumplida, pero quiero pensar que cuando deambulaba por el callejón del Gato me acompañaba una bruja, porque no hay gato que se precie que no haya compartido alguna de sus 7 vidas con una dama de verruga y escoba.
En esta ocasión no pudo ser y sólo puedo ofrecer un paseo por mi propio callejón y un compromiso de mantener abierta su ventana, para que incluso la música que se escapa de otras ventanas vecinas encuentre cobijo en él y lo transforme en una pista donde bruja y gato bailen una danza, que para muchos no sería más que un aquelarre y para otros un esperpento reflejado en espejos cóncavos y convexos.