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lunes, 18 de enero de 2021

La cara B

Escucho un disco donde en la cara A se oye lo mismo que en la B, donde la letra pone el ritmo y la música, el mensaje.
Le preguntaron al músico y no supo o no quiso explicarlo. Tan solo dijo que son las gotas las que forman los mares y no al contrario.
Cogió la guitarra. Y le arrancó los acordes más bellos del mundo. Rasgaba las cuerdas con un suave aleteo y una legión de aves revoloteó sobre el pentagrama. Las miradas se volvieron hacia el cielo, pero no había ni un carro de fuego, ni la cera derretida de una utopía con forma de alas. Apenas se escucharon levemente los pasos de baile de un ángel caído y un coro indefinido de voces que al carecer la canción de estribillo improvisaba un duduá.
Hundió las manos en la arena para asir una caracola que nunca pertenecería a colección alguna. Y antes de que el agua inundara el espacio que ocupaba la caracola acercó el oído con la esperanza de escuchar el lamento de las sirenas. Sólo percibió el murmullo del mar.
Vislumbró sobre esa misma arena un álbum de deseos y en la distancia una botella que un día fue buzón. Y creyó, por un momento, sentir el eco de voces adolescentes rotas por las olas.
Recordó palabras olvidadas por su desuso y consignas que un día no tan lejano fueron banderas de sueños. Se hallaba a medio camino de un tiempo regalado y aquellos acordes marcaban el punto exacto, como la equis el tesoro en el mapa.
Escucho un disco de un músico cuyo nombre no aparecerá entre los primeros de una lista de éxito, en cuya guitarra se dibujan paralelos y meridianos y que no ofrecerá un bis.

miércoles, 27 de mayo de 2020

La columna suicida

Me ha salido sin pensarlo. Ha sido fruto de un equívoco y de la espontaneidad. El caso es que estaba tomando mi primer café de bar desde el 13 de marzo, compaginado con una reunión informal de laboro, y ha llegado un amigo. Tras los saludos de rigor y preocuparnos, ahora más que nunca, por nuestro estado de salud, me ha preguntado por el trabajo. Y tras una breve explicación por mi parte, me ha dicho ¿sigues en el Viva Jaén (un periódico local)? 
Mi respuesta: “No, la de la columna suicida es mi santa, la que colabora con el Viva Jaén es ella”. 
De regreso a mi casa iba pensando que ese era un buen nombre para una columna periodística. Muy apropiado para estos tiempos convulsos que estamos viviendo. Por un lado, anula la tentación de “matar al mensajero”, ya que muestra implícitamente la disposición del escribiente a la inmolación. Y por otro, deja meridiana la intención del autor de escribir sin cortapisas, es decir, no ser lo que se denomina políticamente correcto; una expresión convertida en tópico y a mí entender discutible, dado que los políticos suelen ser en general bastante incorrectos en formas y expresión. 
Es indudable que hoy ante tanto cafre desbocado y ante tanto inconsciente deseando y ayudando a que prenda la mecha y la pólvora haga el resto, existe algo de kamikaze en quien decide ir por libre, alejarse de pesebres y padrinos y contar o al menos intentar contar lo que pasa, lo que ha pasado y lo que puede llegar a pasar.
Una columna de papel convertida en sobredosis de barbitúricos, corte de venas o salto sin red. Un fuste de palabras afiladas, de esas que fluyen en ambos sentidos y que en ese viaje de ida y vuelta se asemejan a mortales estiletes en dirección a la garganta. Y un capitel donde el verbo dibuja la finta del virtuoso esgrimista.
Y una regla de imprescindible cumplimiento, no escalar la columna. Evitar confundirla con un pedestal. Porque cuando se pierde la perspectiva del suicida y se abre paso el superviviente solo queda gritar ¡touché!

domingo, 29 de marzo de 2020

El mañana

Mañana no habrá trincheras con forma de ventana. Las manos no irán envueltas en látex. Y al desaparecer las máscaras se podrá contemplar una sonrisa en el rostro. 
Se acortarán las distancias. Dos podrán volver a ser uno. Y en pocos metros habrá menos lugar para la soledad. 
Las risas y los llantos se fundirán con los hielos del vaso. Se abrirán los brazos como una invitación. Fluirá el verbo. Y los ojos se volverán a encontrar en ese espacio que invita a la convivencia o a la intimidad. 
Sonará la música en los corazones. Los pasos marcarán el ritmo perdido en las baldosas de pasillos y habitaciones. Un chasquido de dedos y una inclinación de cabeza serán la señal para girar. Dejaremos atrás el baile del claroscuro. Y dibujaremos sobre el piso una pirueta sin final. 
Mañana intentaremos que las palabras dichas sean más hermosas que las palabras pensadas. Llamaremos a las cosas por su nombre. Y arrebataremos al papel o la memoria los pensamientos dulces del confinamiento. 
Atraparemos la luz para desdibujar las sombras. Saldrá el sol. Y la tarde será la innecesaria excusa para esperar a la luna. 
Mañana compraremos flores en la plaza del Pósito, niña Paula. Flores de tallos y espinas. Sin artificios, porque tocará desnudar la verdad y será innecesario adornar la mentira. Y festejaremos que somos y estamos. 
No habrá licor más amargo que un recuerdo triste. Brindaremos por los ausentes. Y sentiremos la vida deslizarse por nuestras gargantas. 
De pie o sentados esperaremos a ese mañana que está por llegar. Donde nos reencontraremos tú, yo y los demás supervivientes. Cuando el espejismo se torne realidad o cuando consigamos despertar.

lunes, 22 de julio de 2019

Sin palabras

Recuerdo su mano cogiendo la mía, apretándola; la mirada vidriosa, en parte por la emoción y en parte por la embriaguez, y aquella frase, “sin palabras”. 
Esa escena tuvo lugar muchas veces. Quizás por eso sigue vigente en algún lugar de mi cabeza. No siempre son necesarias las palabras, a veces es suficiente con un gesto o una mirada. 
Me viene a la cabeza ahora cuando la defunción del Manila es real. Ahora cuando ha bajado su persiana metálica y cuando solo queda el hueco donde antes estaba el paradisíaco cartel con su isla y su palmera, tan moderno en su día y tan feote en los nuestros. 
Pienso en aquellas tardes de invierno de los últimos años. Casi siempre sentados en la misma mesa. Junto a la ventana. Y si esa estaba ocupada, en la de al lado, junto a la pared. Yo tomaba un café con leche y él, café solo, café solo y copa o solo copa. 
Afuera ya había anochecido. En ocasiones hacía frío e incluso alguna de aquellas tardes llovió. Podíamos esperar a que escampara, no había prisa. Es una de las pocas ventajas de carecer de empleo, disponer de tiempo. 
Y sin embargo, delante del papel en blanco necesitas palabras. No solo para contarlo, también para pintar los gestos o la mirada. Esos gestos y esa mirada de complicidad, de entendimiento…., ese código no escrito que se elabora a través del tiempo compartido, de vivencias comunes; ese código que no necesita traductores y que es de difícil comprensión para terceros. 
A la mitad del papel en blanco, más o menos, suena en la radio la “Canción triste” de Lou Reed. “Sad song, sad song, sad song...”. El bueno de Lou también necesitaba las palabras, aunque él siempre fue capaz de rellenar los papeles en blanco sin ellas. Apostaría a que nadie le miró a los ojos y apretándole la mano le dijo “sin palabras”. 
Eso es cuando ya está todo o casi todo dicho. O cuando no merece la pena gastar palabras sobre algo que has visto o has oído. Comportamientos, actitudes, comentarios, aseveraciones…, demostraciones públicas que retratan al que tienes enfrente o al lado y que por prudencia o hastío o por ambas cosas y muchas más prefieres obviar. 
Quizás se trate solo de compartir el silencio. De dejar descansar las palabras por un instante. Mirarte a los ojos y valorar lo efímero. Tender un puente con fuertes anclajes en ambos lados. Y cruzarlo. Recorrer el camino en ambos sentidos, consciente de que no hay peligro de caer porque siempre estás asido de su mano.

domingo, 16 de junio de 2019

PecaRock

No les voy a engañar, disfruté y mucho. Tenía curiosidad, de esa que mata al gato. De esa casi insana. Y claro, eso produce cierto temor o recelo a sentirse defraudado, a que no se cumplan las expectativas que uno sin fundamentos se crea. 
Palabras, interpretación y música de rock. Una mezcla sugerente que captó mi atención. Normal. Y amigos, muchos amigos involucrados en el proyecto. Hasta el nombre del espectáculo era y es acertadísimo, PecaRock. 7 pecados. 7 escritores. 1 banda de rock. 
Me encantó. Como proyecto me parece original. La puesta en escena, impecable, con el sello de Miguel Ángel Karames. El resto es opinable. Pero no soy crítico teatral, ni literario y mucho menos musical. Y como en conjunto me gustó solo puedo recomendar a quien tenga la oportunidad que vaya a verlo. 
Y qué les digo de la banda, pues que a Los Ambolias se sumaron en distintos momentos de la obra dos voces únicas y dos personas que se mueven en el escenario como si formaran parte de él, David Cárdenas y Alma Mesa. De Emilio Ramos y del resto del grupo no creo que quede mucho por escribir después de tantos años recorriendo distintas carreteras del rock, incluso esa que dicen lleva al infierno. Los Ambolias en un teatro son el irrenunciable e inolvidable Don Ramón María Valle-Inclán sin bufanda y con sombrero tejano. 
Yo no soy de pecar. No porque sea un santo. Es que carezco de consciencia sobre lo que es pecado. Así que lo que a muchos les parece terriblemente pecaminoso y causa de perdición, yo lo contemplo como un estímulo para el placer o la evidencia de los numerosos defectos que cada cual tiene. Y como saben, yo en eso de bajar a los infiernos no tengo problema si tras las puertas me esperan sus Satánicas Majestades o si quien oficia de cicerón es de palabra y obra Dante. Llevo tanto tiempo conviviendo y peleando con mis demonios que en ocasiones hasta puedo caer en el error de confundirme con uno de ellos. No dudo de que una vez fuimos ángeles. Y aunque no lo crean, nunca renunciamos a volar, hasta sin alas. 
La música mueve mi cabeza y mis pies y hace bullir la sangre en mis venas. La interpretación me lleva a otras vidas, incluso de otros tiempos. Y las palabras. Bueno, las palabras habitan mi cabeza y duermen en el fondo del baúl retándome a hallar la adecuada, la requerida en cada ocasión. Sin menoscabar, sin negarles a música e intérpretes la atención merecida, no puedo negar que los textos de los 7 pecados entraron y salieron de mi cabeza, filtrando las palabras, masticándolas como excelsas viandas servidas en la mesa de la mente. Y me las zampé todas. Debe ser la gula. 
Hay quien como Jesús Tíscar no necesita ser presentado. Es dueño de un estilo propio y reconocible, el anhelo de cualquier escritor. Kike Ganso es un trovador, ignoro qué fue primero ¿la palabra o la música?, lo cierto es que en ambas derrocha talento. De Araceli Pulpillo y de Vícente G. Mestre que yo sepa no había leído nada, lo mejor que puedo decir es que espero con ansia y curiosidad la lectura de otros textos. De Sonia Jiménez Tirado conozco sus poemas. Y de Mafalda Sufí y Esther Aranda me confieso también ignorante lector. Degusté y deglutí los textos de todos ellos. Sin arrepentimiento. 
Ahora espero en un teatro un espectáculo con María Guadaña. Para que me afile la vida.

lunes, 16 de octubre de 2017

Aquel tiempo

Aún se oye la voz en la calle, alejándose para perderse al doblar la esquina y ofertando sonrisas de esas que alegran el día; de esas que llenan la cara y se brindan al paseante con el que se cruzan los pasos. 
También anuncia un resto de sueños que ni se rompen ni se cumplen, pero se sueñan; una mirada limpia, a medio camino entre el suelo y las estrellas, y una retahíla de palabras que necesitan ser pronunciadas y escuchadas para tener utilidad. 
Como un buhonero anda y desanda las calles pregonando su mercancía. Sin fe pero sin perder la esperanza. 
Mira con la curiosidad de un niño y el conocimiento que dan los años, también con el desencanto que le trajo ese mismo tiempo. Ya no le sorprenden ni le asustan las puertas al cerrarse, ni las cortinas ocultando las siluetas en las ventanas. 
Tampoco le intimidan los pasos acelerados a su espalda, ni los rostros hoscos que contempla al avanzar. 
De vez en cuando mete una mano en su bolsillo y acaricia las tapas gastadas de un libro que guarda una historia cuyo recuerdo se desliza entre sus dedos como la arena en un reloj. Es de aquel mismo tiempo que ya pasó. 
No tiene prisa y el rumbo de sus pasos carece de importancia porque ya nadie le espera. Sin embargo, siempre encuentra la ocasión para detenerse en ese lugar desde donde se escuchan las palabras musicalizadas de aquel poeta que tornó en cantante para volver a ser poeta. 
Quizás…, pero ya no importa. Suena tan lejano y tan vacío ahora un quizás. Como hilo extraviado imposible de recuperar y por tanto, incapaz de enhebrar la aguja; ni siquiera la de la memoria. Aquella a la que a pesar de todo nunca ha renunciado, por no habitar la tierra del olvido, por no admitir la derrota o simplemente porque era la única opción para sobrevivir. 
Los rostros, los nombres, las direcciones y las fechas están ahí. Al menos una gran parte de ellos, pero eso ya también carece de importancia. Pertenecen a aquel mismo tiempo. 
Sin apenas darse cuenta, gastando las suelas de los zapatos, desemboca en una de las calles principales. Al pasar junto a un establecimiento se ve reflejado en el escaparate. Y ahí no hay engaño posible, porque se reconoce en este tiempo. 
Lo que daría por poder adquirir su propia mercancía.

jueves, 2 de marzo de 2017

Garagatos

Llegamos en el último suspiro. Casi sin aliento. Cuando las agujas del reloj acortaban el espacio entre la una y media y las dos. El último día y en el penúltimo momento. Pero llegamos, ¡qué demonios!
Y mereció la pena contemplar esos dibujos de Sabina. Madonnas, cristos, toreros, princesas, Picasso, Matisse, Tamara de Lempicka… y peces y gatos. Qué para no cantar, hasta dibuja el maestro ubetense. 
Era pura curiosidad. No buscaba, ni esperaba, la excelencia artística, pero estaba convencido de encontrar ese hilo que une música, palabras e imágenes. Las de Sabina, of course. 
Si hay capacidad para ver una canción, porqué renunciar a oír la música de los dibujos colgados en la pared. Porqué no permitir que las palabras actúen como Celestinas y dejarse llevar por ellas de marco en marco, sumergiéndose entre esos ‘garagatos’ marcando el compás con los pies. 
No comparto eso de que somos lo que escribimos, aunque no niego que seamos o sintamos una parte de ello. De igual modo no seremos lo que dibujamos o lo que cantamos, pero algo de nosotros, a conciencia o sin ella, queda en el papel o en la canción. Así que es innegable que al menos parte de lo que cubren la camiseta de rayas y el bombín habita en los ‘garagatos’. 
Llegamos. Subiendo Los Caños casi sin aliento. Recuperando el resuello en Martínez Molina. Y respirando hondo en la Plaza del Pato frente a la puerta de los Baños Árabes. Cruzamos el umbral con la duda de si aún era el tiempo o por el contrario lo habíamos perdido. Llegamos para ver asomarse a un Sabina juguetón por una puerta entreabierta de ‘garagatería’, en una sala vacía pero vestida con sus dibujos. Llegamos para el desfile con parada de pared a pared. Y bailamos el vals de la contemplación. 
Más vale tarde que nunca. O ciento volando. Cara gato. "Garagatos".


"Como dibujo por matar el rato
 ayuno
del talento de Tiziano
a los bodrios que salen de
mis manos 
les llamo garagatos", Joaquín Sabina.
  
 

martes, 24 de mayo de 2016

El 'pequeño arlequín'

Lo bueno de tener amigos poetas es que te abren las puertas de sus libros y te invitan a entrar. Te dejan que recorras las páginas y que invadas sus poemas sin ni siquiera esperar un gesto de aprobación, pero sin duda satisfechos por la mirada cómplice que no necesita adornarse con palabras. 
Los poetas tienden puentes de estrofas y de versos para comunicar esas islas que somos todos, porque todos en alguna ocasión nos hemos sentido como la tierra solitaria y abandonada, incluso perdida, rodeada por el océano. 
Miguel Agudo, poeta, me ha regalado uno de esos puentes. Un ‘pequeño arlequín’ para el ‘disfrute’ que proviene de una isla que no existe, un islote de poesía llamado Siltolá. O tal vez sí exista, porque las islas no solo se encuentran en océanos y mares, también las hay en los mapas de la imaginación y como no, está la propia Siltolá que estos libros de poesía han convertido más que en isla en un archipiélago de letras, al que se llega por caminos de tierra y agua y a través de puentes siempre expuestos a desvanecerse y ser engullidos por el pensamiento. 
“CUANDO HERODES LA TIERRA” es el primer poemario publicado por Miguel Agudo, galardonado con un “Accésit del primer ‘Premio Fundación ECOEM de Poesía’, que descubrió la luz un 23 de abril de 2009, “con cubierta inspirada en la primera edición de las ‘Greguerías’ de Ramón Gómez de la Serna”. 
No es este ‘pequeño arlequín’ un puente nuevo y por tanto desconocido para mí, porque ya tuve la ocasión de recorrer el camino en “Amorexia”, otro poemario de Miguel, publicado también por La Isla de Siltolá, en su colección TIERRA, en 2014. 
Y además pude adentrarme en sus “Imágenes en cursiva” de su “Pliego de la Visión”, publicado en julio de 2015 por Grafi-Grau. Un puente de poesía visual que inevitablemente conduce a la sonrisa, que de alguna manera debe ser un preámbulo a la isla de la felicidad; esa tierra que solo se habita un instante pero cuyo recuerdo llevamos siempre con nosotros. 
Me detengo en el último poema de “CUANDO HERODES LA TIERRA”, ‘Qué heredaremos’, dedicado a la poeta polaca Wislawa Szymborska, y en su último verso “… todo menos la tierra”. 
Prosigamos pues tendiendo puentes.

martes, 1 de diciembre de 2015

Seis veces cien

Son solo cifras. Frías hasta que se las dota de un significado. Hasta que se las ubica en un contexto. Y aún así, no logran evitar lo que son. Simplemente un dato, al que se da valor o se desprecia. 
Mis seiscientas no difieren mucho de aquellas Siete de un golpe. Pueden parecer muchas o pocas, una gesta o una bobería. Solo depende de lo que uno quiere decir o de la parte que no dice o de lo que uno entiende o de lo que no ha querido entender. A fin de cuentas vivimos con demasiada frecuencia en el equívoco, como si deambuláramos por un alambre tendido sobre el abismo; de modo que cada paso que damos está marcado por el miedo a caer, hasta que llegamos a un punto en el que estamos convencidos de lo contrario, de que nunca caeremos y por tanto el alambre es el más ancho de los caminos. 
Así que convertidos en funambulistas avanzamos, porque se trata de eso, de intentar no retroceder, de no desandar los pasos dados sobre el alambre. Ni siquiera para tomar impulso. Poco importa que el alambre solo sea la distancia más corta entre dos puntos y que no conduzca a destino alguno. 
Mi alambre es invisible. Debe estar tensado en medio de un océano real o imaginario. Y creo, ni siquiera puedo asegurarlo, que soy incapaz de deambular por él. La gran paradoja es que probablemente llevo años caminando sobre él, yendo de uno de sus extremos al otro. Andando y desandando. Sintiendo el agua de ese mar como una prolongación de mi propio cuerpo, reflejando en el rostro los efectos de la sal de esas aguas y de los rayos del sol; surcos abiertos como las grietas de la tierra firme, tan lejana y tan invisible. Inalcanzable como un espejismo. 
Y continúo agarrado a esa tabla que era y siempre ha sido este blog. El asidero en medio de ese océano que resiste el envite de las olas y prolonga la mano del jugador con las cartas marcadas para mantener la mueca del joker. Superviviente del naufragio y sin embargo, náufrago. En el mar, en la luna, en la séptima avenida, incluso en mi propio callejón. 
Habitante de una de esas islas que no se encuentra en los mapas. Partidario de construir puentes, sin renunciar a prenderles fuego como a aquel barco al que se le negó el viento para arribar a buen puerto o a esos bancos convertidos en las iglesias del siglo XXI. 
Conservo la ventaja de que los gatos siempre caen de pie y la creencia de que tienen siete vidas. Y a pesar de haber perdido la cuenta hace tiempo de las vidas que restan de esas siete, no es cosa menor caer de pie y seguir viviendo. 
Y soy consciente de que la esperanza vive siempre en las palabras, más allá de las cifras. Al fin y al cabo, 600 entradas en un blog solo son una menos que mañana o una más que ayer.

sábado, 21 de noviembre de 2015

La oscuridad de las palabras

Las palabras no mienten. Somos las personas quienes las convertimos en huecas, en palabras vacías. Somos las personas quienes las utilizamos fuera de contexto o las desposeemos de su significado por conveniencia.
Siempre están a nuestro alcance y nos enseñaron a emplearlas correctamente. Incluso aprendimos a hacer uso de la metáfora para decir lo mismo de distintas formas. 
Pero las empleamos de manera interesada y las hacemos caducas. Convertimos el hasta pronto en un adiós, el sí en un no, el siempre en un nunca y el quizás en el instrumento del engaño, del autoengaño.
Sobre el quizás se sustenta la esperanza que lleva a la desesperanza y se levantan los sueños que saben a fracaso. Y el todavía ya es ayer, para hacer de la prudencia la máscara del idiota y de la paciencia la señal de la indiferencia. 
Vapuleamos las palabras, las manipulamos para conformar el argumento de la justificación y desprovistas de sentido las sumimos en la oscuridad. 
Apagados los candiles, descubrimos que tras los cristales cohabitan el silencio y el mundo interior. Y al otro lado de la ventana caen las primeras gotas de lluvia, preámbulo del frío, la nieve y el hielo. Como la vida misma.

lunes, 20 de julio de 2015

Un mural de color


Podría decir que he perdido la cuenta de las ediciones que van. Pero mentiría. Conozco sobradamente que la de este año ha sido la diecinueve. Lo que no recuerdo es a las que hemos faltado. Y por supuesto, tampoco el número exacto de aquellas a las que hemos asistido.
Etnosur, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, sigue siendo un sueño hecho realidad. Un sueño soñado por unos pocos que nos ha permitido soñar a otros muchos. De modo que bien pudiera parecer que dormimos de julio a julio para despertar a mediados de mes y durante tres días, soñar. O quizás soñamos el resto del año esperando que llegue ese julio mediado para volver a Alcalá la Real.
El Festival continúa siendo esa paleta de colores que cada año da vida a un lienzo. Distinto al del año anterior, pero manteniendo su esencia. Así que si juntáramos los diecinueve cuadros obtendríamos un mural de color, luz, sonido y conocimiento. Un relato visual inconcluso, que sin embargo narra lo acontecido en esos diecinueve años y deja pinceles, paleta de colores y lienzo predispuestos para la próxima creación.
Es una cita anual en la que la amistad siempre ha desempeñado un papel relevante y ha servido de excusa o de hilo conductor para compartir y vivir el sueño a través de las palabras, de la imagen o de la música. Sin abandonar el compromiso y con la convicción de que la cultura es un puente que conduce a la convivencia. El elemento que nos invita a empatizar y a mirar a la vida y a los otros con nuevos ojos; tanto desde el interior como desde la superficie. Y puede que esa nueva forma de mirar no nos haga mejores, pero seguro que no nos empeora.
Acostumbrados en esta tierra que habito a dar demasiados pasos en la oscuridad, no viene mal de vez en cuando buscar la luz del faro en la costa del mar de olivos, seguir el haz y pisar la roca firme de los sueños. Los mismos que nos hacen mover los pies al ritmo de la música y la mente al son de las palabras. Esos sueños que muestran el corazón en unas pinceladas de color.

domingo, 12 de julio de 2015

Náufragos destetados

Algo sé de naufragios. Contados, leídos, vistos e incluso vividos. En tierra firme y en el océano. En noches de tormenta y en mañanas de tempestad. Cuando los pies no están firmes en el suelo y no hay ancla capaz de fijarlos a él. Cuando miras al cielo y te devuelve la mirada rota, resquebrajada como un cristal que igual que el agua embravecida te niega el reflejo. Cuando sientes que la suerte sonríe al que no sobrevive y tú eres un superviviente.
Abres los ojos y te descubres solo. La soledad que te acompaña en la búsqueda de las palabras. La misma que te hace comprender lo efímero de la escritura en la arena. La compañera que no te abandona nunca. Soledad, tristeza y silencio. Y “la jodida conciencia” susurrándote. 
Y aun sin oído para la música sucumbes al canto de las sirenas. Anhelando no ser amarrado para zambullirte entre las olas y surcar el abismo. En el mar de olivos o en el Mediterráneo. 
Escucho el “Rock con embudo para mamíferos destetados”, de José Luis Escobar. Obsequio de su autor. Anterior a “El retrete del poeta”, sus versos me conducen como aquel a los restos del naufragio. Los tangibles y los intangibles. El producto de la zozobra exterior e interior. 
Dicen que siempre anda el diablo enredado en las cuerdas de la guitarra cuando suena el rock. Pero la verdad es que ese diablo es un duende juguetón, que aparece cuando sus hermanos ya se han marchado. Esos demonios con los que convivimos. Los que siempre vuelven y nos agitan; tanto que hasta desperezan a las palabras. 
No sucumbas, amigo. Vendrán nuevos naufragios para poner a prueba la memoria. El mar borrará las palabras en la arena, pero bien sabes que también las hay escritas en el corazón. Ignoro cuánto tiempo permanecen legibles, pero sé que merece la pena releerlas. Y tú sabrás ponerles música. 
De vez en cuando hay que dejar salir a los demonios, aunque solo sea una excusa para enredar en las cuerdas al diablo del rock.

jueves, 28 de mayo de 2015

Telas de araña

Me gustaría creer que algunas palabras quedan prendidas en los hilos del tiempo. Que van aparejadas a la memoria y evitarán por tanto la repetición de vacuas promesas y el bochorno de contemplar espectáculos que no deberían volver a producirse, porque ni siquiera deberían haberse dado. Me gustaría creer que esas palabras se esparcirán como semillas y germinarán para garantizar un futuro que hoy parece menos inalcanzable pero continúa arrumbado en el cajón de los sueños. Quiero creer que esas palabras constituyen un legado irrenunciable. La esencia del aprendizaje.
Y sin embargo, la realidad empuja al escepticismo. Abre la puerta del olvido y muestra sin pudor la ausencia de conciencia. La coartada para desaprender. Y las palabras, sin perspectiva de tiempo, se enredan para tejer telas de araña. Apresan la esperanza y niegan la ensoñación del futuro.

domingo, 5 de abril de 2015

En nombre del padre


En el nombre del padre se maldice, se jura y se reniega. También se abomina y se cometen tropelías. Y aún así no hay nada más grande que un padre a los ojos de un hijo. Del mismo modo que el más terrible de los hombres es capaz de esbozar una mirada de ternura hacia un hijo. Es parte de la paradoja de la vida, que te da la oportunidad de ser hijo primero y padre después. 
No hay instrucciones ni manuales. En muchas ocasiones se yerra, por aplicar las enseñanzas recibidas o precisamente, por lo contrario. Se puede ser el mejor de los hijos y el peor de los padres. Ser el peor hijo y ser un excelente padre. Y cómo no, ser un mal hijo y un peor padre o buen hijo y buen padre. Y en cualquiera de esos casos no se deja de ser una cosa u otra, o ambas. 
Para un padre es difícil hallar algo en la vida que cause la misma satisfacción que la paternidad. Lo que no significa que aquel que no haya podido conocerla tenga una existencia incompleta o no disfrute de su periplo vital. Simplemente, su vida discurre por otra senda. 
Pero en el camino de los padres, lo mismo que siempre hay una sombra de inquietud emboscada existe la luz. Como si los hijos fueran luciérnagas cuyo revoloteo ilumina a sus progenitores. Puede ser solo un instante. En un recodo del camino. O puede ser una constante, aunque esto es más improbable. 
Cuando se produce uno de esos momentos la luz dota de brillo a la sonrisa y la mirada. Y fluye por las venas hasta llegar al corazón; o quizás sea al revés. Lo cierto es que el cuerpo se vuelve liviano, los pies se despegan del suelo y uno se instala en el firmamento como si fuera una estrella más, con la única finalidad de contemplar con los ojos muy abiertos a esas pequeñas o grandes criaturas que son los hijos. 
En marzo, y por partida doble, recibí una de esas dosis de luz. Yo que busco palabras, respiro palabras y me alimento de ellas, fui obsequiado precisamente con eso, con palabras. Tres sustantivos, tres adjetivos y tres verbos. Un regalo muy especial; de puño y letra de los piratas. Palabras para el padre. En nombre del hijo.

viernes, 15 de agosto de 2014

Los malos poetas

Dicen que los malos poetas son incapaces de lograr una rima. Y puede que sus versos estén escritos con lágrimas, que hacen brotar palabras invisibles pero indelebles.  Ahogados por el pasado y el presente son incapaces de hallar la pausa que les permita afrontar el futuro.
Atrapados en esas líneas del tiempo giran su cabeza y vuelven la mirada atrás con un gesto infantil que no puede borrar el mañana. Ni siquiera desdibujarlo. A pesar de ello anhelan encontrar la senda por la que avanzaron tantos otros en distintos destinos y latitudes para alcanzar el poema.
La bajada a los infiernos. El paraíso perdido. Cualquier ruta es válida. Se acepta cualquier camino como un laberinto de sueños si al final esconde la llave que gira en la cerradura. Y se obvia que tras la puerta pueden esperar cielos y abismos e incluso la nada.
Casi febriles agitan la pluma esperando que broten las palabras; y éstas, agazapadas, se emboscan en algún recodo inexpugnable para no acabar encorsetadas en una estrofa. A medio camino de ese triángulo formado por la cabeza, el estómago y el corazón.
Falta el oxígeno. Hierve la sangre. Y una expresión de súplica se apodera del rostro, reclamando la presencia de la inspiración. Aquella misma que algunos grandes afirmaban que si se presenta debe encontrarte laborando.
Ante la ausencia de la musa, la súplica se convierte en mueca. Para algunos de dolor y para otros, los supervivientes, en una mezcla de ironía y hastío. Y sin embargo, unos y otros continúan aferrándose a la pluma, buscando en su interior o mirando a través del cristal para hallar las palabras precisas y enhebrarlas; sin comprender que para ello es necesario extraer primero la aguja, clavada donde más dolió y conservando su condición punzante. Como una fina pluma.
Es tarde cuando descubren que tras la puerta esperaba el abismo. Aquel del que solo los acróbatas son capaces de escapar, aunque sea encajando el pie en un verso.

miércoles, 23 de julio de 2014

Maridaje


No es fácil maridar. Y menos cuando se trata de unir en armonía palabras e imágenes en un tiempo en el que las segundas se imponen a las primeras.
El compañero plumilla, Jorge Pastor, ha dejado por un momento las palabras a dos orfebres del verso, las poetas Carmen y Dori Hernández, y ha optado por atrapar al personal desde su mirada ciclópea.
No concibe la fotografía sin el protagonismo humano. Asumiendo consciente o inconscientemente que en cada click atrapa un instante de una vida que ya es pasado y que aun así la imagen habita en el presente.
Y ha querido arropar a sus personajes con un manto de palabras bordadas, de esas que prendidas en el papel, sin abandonarlo, son capaces de prender también en recónditos parajes de nuestra geografía interior. En cielos e infiernos. En vergeles y páramos. En aquellos territorios donde se cruzan los sueños y las sombras y dejan un trazo de lo que fue y de lo que no pudo ser.
Ante los versos y las fotografías surge espontánea y natural la duda sobre el proceso creativo, si fue antes la gallina o el huevo. Si la cría rompe las paredes calcáreas para liberarse o por el contrario es el huevo el que se resquebraja para ofrecer la libertad a la cría.
Parece una nimiedad, pero la simplificación o complejidad de ese proceso creativo otorga un valor específico al resultado final. No es lo mismo abordar la imagen desde las palabras o las palabras desde la imagen que hacerlo de forma simultánea. Porque esa simultaneidad en el proceso creativo, reconocida por el propio autor, avala el maridaje de fotografía y poesía, lo libera de artificios y desde la naturalidad lo conduce a la armonía.
El resultado es un bocado para paladares exquisitos. “Art mariage”.
Foto.- Acceso a la exposición "Art mariage", presentada en el Palacio Abacial (Alcalá la Real), en Etnosur 2mil14.

martes, 8 de julio de 2014

Una lucha desigual


No me faltan las palabras, aunque en ocasiones tenga que rebuscar en el fondo del baúl. Pero es cierto que algunas veces las palabras parecieran esconderse y cuesta hallar aquellas precisas para expresar lo que aprieta en algún lugar del pecho, oprimiendo como si faltara el aire y empujando para salir.
Es una lucha desigual, porque sabes que incluso a tientas acabarás por encontrar la palabra deseada. Pero como en todo combate hay un antagonista, real o imaginario que te obliga a dar lo mejor o lo peor de ti mismo, tal vez parte de los dos, y ni siquiera eso te conduce a la victoria.
Cuando das lo mejor, pese a haber caído, mantienes la dignidad y la capacidad de volver a ponerte en pie. Ese es el combate en el que descubres que el verdadero rival al que te enfrentas eres tú mismo. Que no hay mayor antagonista que tú.
Llegar, estar y marcharte. A eso se reduce la vida. Lo fundamental es saber estar y lo deseable, poder elegir cómo marcharte. Hay quien no aprende a estar, pero se marcha por la puerta grande. Y hay quien no sabe estar y mucho menos marcharse. Y claro, están los que se marchan pero no se acaban de ir nunca, porque los retenemos junto a nosotros prendidos por hilos invisibles.
Su recuerdo nos humedece los ojos, nos produce congoja y aunque también nos arranca una sonrisa ayuda a que las palabras se oculten y nos empuja a ese combate desigual sin vencedores ni vencidos. Son aquellos que nos hacen pensar que estamos en un loco mundo y que la vida, la vida que mala es.
Y una vez más, tras caer y volver a ponernos en pie, descubrimos que de nuevo estábamos equivocados. No es tan mala la vida, porque siempre llega el sol.

lunes, 17 de marzo de 2014

De qué va tu blog

Me llegó la pregunta a través del grupo Bloggers y periodistas de una red social ¿Cuál es la temática de tu blog? Y realicé el habitual ejercicio de responder en mi cabeza a la cuestión. Al cabo de unos días decidí contestar por escrito a la cuestión de forma somera. Explicando lo que he contado en alguna ocasión sobre qué me llevó a abrir un blog, la url del mismo y poco más, salvo una promesa, que espero cumplir, de no bufar.
Pero la pregunta sigue bullendo en mi cabeza, quizás porque no he sabido contestármela a mí mismo o quizás porque me lleva a una reflexión más amplia; que en algunos aspectos es gratificante al leer el comentario de otros miembros de ese grupo sobre su motivación para abrir un blog.
La verdad es que en lo primero en que pensé al leer la pregunta fue en aquellas personas que escriben un blog para hallar notoriedad; aquellas personas que de forma concienzuda han planificado diseño, nombre y contenido para hacerse un hueco en la red. Y también en aquellas que conciben el blog como una extensión de su trabajo y por tanto éste no es más que otra herramienta laboral (luego descubrí que algunos de estos blogueros tienen también un blog personal, lo que probablemente no les reconcilia con el mundo pero a mí me hace contemplarlos con una mirada más amable. Por mis prejuicios, evidentemente, no por la legitimidad de sus actos).
Pensé en las personas que escriben un blog por la necesidad de expresarse. Y en aquellas otras que lo hacen porque necesitan comunicarse, bien por evadirse de la soledad, bien por su imposibilidad para relacionarse con otras personas con la misma libertad que lo hacen a través de sus escritos. Sí, también pensé en aquellos que abren un blog para ayudar y orientar a los demás por sus conocimientos o experiencias sobre distintos temas. Y en aquellos que piensan que su blog es el espejo de la madrastra de Blancanieves, cuya única finalidad es alimentar su insaciable narcisismo. Y en aquellos que abren un blog como la antesala de su sueño, no para alcanzar el éxito sino para lograr aquello que desearon ser o hacer siempre.
Por supuesto pensé en los conceptos y herramientas de medición, tan del gusto de muchos: seguidores, páginas vistas, comentarios, números de visitas, tiempo de permanencia.... y eso que también gusta a muchos otros de reputación digital, influencia… Pero tampoco voy a engañar a nadie, creo que a estas alturas es conocido, y por otra parte obvio, el poco o nulo interés que estos aspectos tienen para mí. No en cuestiones de laboro, pero sí en la esfera personal.
Es curioso todo lo que soy capaz de pensar sobre muchas cosas y lo poco que pensé al abrir mi blog. Pero aún incompleta, la respuesta válida es la que escribí, la que siempre, con mayor o menor extensión, me he dado y he dado: “Mi blog es una tabla en el océano. El clavo ardiendo al que me agarré en un momento de mi vida para no sucumbir. No tiene mucho misterio, busco en el baúl de las palabras, escojo las que creo más adecuadas para cada post y las ordeno de manera que sean legibles y en la medida de lo posible inviten a la reflexión. Comparto el resultado de esa búsqueda con la inclusión de algunos artículos periodísticos (una vez han sido publicadas o emitidos por los medios a los que estaban destinados). Está abierto a cualquiera que quiera deambular por él, solo prometo no bufar”.
Mi blog es mi cuaderno de bitácora en ese océano en el que de una forma u otra, a pesar de que la vida me sonrió con un golpe de fortuna en forma de laboro, permanezco. Logré no sucumbir, algo que en función de la perspectiva puede ser un triunfo o el mayor de los fracasos. Naufrago. Zozobro. Voy a la deriva, a la espera del viento que impulse la nave; hacia adelante, pero sin rumbo cierto. A la espera de un puerto, aunque cualquier puerto en medio del mar parece inalcanzable.
Y recuerdo aquello que siempre dice un amigo, somos lo que escribimos. Algo que he oído a otras personas y que no comparto, porque tan solo somos una parte de lo que escribimos, como una gota de agua es una pequeña porción del océano.
Aun así, al margen de las motivaciones de cada autor de un blog, me quedo con el hecho de que todos ellos utilizan la palabra, incluso aquellos que dan predominio a la imagen. Y eso me hace sonreír.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Deseos para el año venidero

Si os pidiera que arrojéis al fuego lo peor de 2013, no albergo duda de que alguno sucumbiría a la tentación de arrojar su vida a las llamas.
Entiendo que la desesperanza golpe a golpe se va haciendo hueco en nuestras existencias y que dibujamos la línea que creemos no seremos capaces de sobrepasar.
Comprendo también que las palabras apenas pueden reconfortarnos un poco y que no nos ofrecen certezas. Y aun así, sigo creyendo que merece la pena aferrarse a ellas, que son cobijo, pese a la precariedad de los materiales y del edificio que sustentan, y que son capaces de unirnos incluso en este salto hacia atrás al que nos empujan.
No vendo promesas envueltas en humo. Tan solo ofrezco las palabras que soy capaz de enjaretar para formar frases y párrafos, con mayor o menor destreza, que logren comunicar las islas que habitamos; las islas que en realidad la mayoría somos, por voluntad o imposición.
Como cada nuevo año, mis deseos para el venidero son los mejores, aunque pudieran parecer inalcanzables por ese horizonte desdibujado que se intuye en la distancia y que en la cercanía nos aleja del optimismo.
No nos van a regalar nada. Es más, intentarán privarnos de lo poco que todavía no han logrado arrebatarnos. Y habrá que alzar la voz. Y los brazos. No solo por nosotros, también por los nuestros y por aquellos que nos rodean. Y por los que vienen y vendrán.
Os deseo fuerza, paciencia, voluntad y esperanza para no arrojar vida alguna al fuego. Y desde la consciencia y con conciencia mantener viva la llama.

 

lunes, 21 de octubre de 2013

Perversos

A veces me pregunto si son las palabras perversas o es perverso el uso que de ellas hacemos. Las dos cosas, me respondo, claro. Y puestos a elegir, los perversos somos nosotros más allá de las propias palabras.
Es indudable que hay una perversión del lenguaje (obra magnífica, por cierto, con ese título “La perversión del lenguaje”, del sociólogo Amando de Miguel, cuando la lucidez superaba a la pasión). De igual modo que es innegable la intención con que se extrae una u otra palabra del baúl, buscando la más idónea para lo que deseamos expresar, sin que ello implique que sea la más adecuada.  
Hay bocas que da igual las palabras que pronuncien, pues incluso las más hermosas son en ellas algo perverso. Y manos que, con el solo trazo sobre el papel, plasman esa misma perversión, más allá de las palabras escogidas. Y hay gestos, muecas, actitudes, poses y comportamientos que son en sí mismos perversos y nos retratan sin necesidad de que medie pincel o lente.
El rostro del perverso tiene nombre y apellidos en cualquier cabeza. Y su condición de perverso alcanza a lo que dice, a lo que hace… La pasea sin tapujos, a ser posible con publicidad y con el deseo de que impregne, como si de curare se tratase, a cualquier persona u objeto que se halle en su entorno.
Reside pues la perversión en palabras y hechos. Incluso en la herencia genética. Pero aun así habrá quien con razón exclame, ¡Sí, perversos, pero unos más que otros! Unos, casi sin querer, y otros, devotos y convencidos; con mala uva, para que nos entendamos.
Esbocen el retrato. Y una vez completada la imagen, pongan nombre y apellidos. Los calificativos, en estos casos, se dan por sobreentendidos.