Si
os pidiera que arrojéis al fuego lo peor de 2013, no albergo duda de que alguno
sucumbiría a la tentación de arrojar su vida a las llamas.
Entiendo
que la desesperanza golpe a golpe se va haciendo hueco en nuestras existencias
y que dibujamos la línea que creemos no seremos capaces de sobrepasar.
Comprendo
también que las palabras apenas pueden reconfortarnos un poco y que no nos
ofrecen certezas. Y aun así, sigo creyendo que merece la pena aferrarse a
ellas, que son cobijo, pese a la precariedad de los materiales y del edificio
que sustentan, y que son capaces de unirnos incluso en este salto hacia atrás
al que nos empujan.
No
vendo promesas envueltas en humo. Tan solo ofrezco las palabras que soy capaz
de enjaretar para formar frases y párrafos, con mayor o menor destreza, que
logren comunicar las islas que habitamos; las islas que en realidad la mayoría
somos, por voluntad o imposición.
Como
cada nuevo año, mis deseos para el venidero son los mejores, aunque pudieran parecer
inalcanzables por ese horizonte desdibujado que se intuye en la distancia y que
en la cercanía nos aleja del optimismo.
No
nos van a regalar nada. Es más, intentarán privarnos de lo poco que todavía no
han logrado arrebatarnos. Y habrá que alzar la voz. Y los brazos. No solo por
nosotros, también por los nuestros y por aquellos que nos rodean. Y por los que
vienen y vendrán.
Os
deseo fuerza, paciencia, voluntad y esperanza para no arrojar vida alguna al
fuego. Y desde la consciencia y con conciencia mantener viva la llama.
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