La
muerte de Germán Coppini nos ha cogido a la mayoría con el pie cambiado. Como
cualquier noticia inesperada. Pensaba que era de la quinta de Santiago Auserón
y ahora descubro que era apenas 4 años mayor que yo.
Eran
tiempos de sexo, drogas y rock and pop. Una época donde primaban las ganas de
divertirse, donde se abrió un espacio a la transgresión y donde confluyeron
gentes de diferentes talentos y una apreciable capacidad creativa en
disciplinas varias, aunque era la música y las bandas las que actuaban como
canalizadores.
Se
etiquetó cuando ya comenzaba a mutar con la denominación de La movida y el paso
del tiempo y los desmesurados manoseos la han desvirtuado hasta convertirla hoy
incluso en la excusa para crear una especie de tour nocturna por los lugares que
acogían conciertos y exposiciones y eran frecuentados por los protagonistas
directos e indirectos; entonces lugares casi malditos y hoy medio conventos.
Claro
que había templos. Rock Ola, como catedral, y luego iglesias y capillas como Caminos,
el Teatro Martín, El Salero, El Garaje Hermético, La Vía Láctea, El Pentagrama,
El Kwai o La Bovia. Y otros que vinieron más tarde para disfrute de los
feligreses.
El
centro era Madrid, pero acogió a bandas de distintas procedencias, Los
Ilegales, de Gijón; Loquillo y los Trogloditas, de Barna; Derribos Arias, de
Euskadi. Y desde Galicia llegó Coppini con Siniestro Total, el punk gamberro
que tanto nos hizo menear el bullarengue.
Lo
que vino después es conocido, Coppini abandonó Siniestro para formar Golpes
Bajos; del punk gamberro pasó a un pop elegante con letras menos frescas pero
más profundas. Por eso recibió el bautismo de la traición.
Demasiado
epíteto para un tipo que simplemente quiso probar otras veredas en la música y
que si existiera derecho para recriminarle, por cuestión de gustos, se le
podrían pedir cuentas por aquel disco infumable que editó con Nacho Cano. Poco
más.
Nunca
entendí la animadversión a Coppini. Aun gustándome más en aquella época
Siniestro Total, reconozco que Golpes Bajos era un grupo magnífico y que ambos
son parte de un legado que nos deleitó, y lo sigue haciendo, a muchos.
No
creo que se pueda, ni deba hablarse de traición; pero si existe alguien
merecedor de ese calificativo, hay otros con más papeletas, como, con permiso
de Fernando Márquez “El Zurdo”, la ‘Petarda del bótox’. E incluso en este caso
me parecería excesivo para alguien que a fin de cuentas ha suplido la falta de
talento con la largueza de morro.
Éramos
jóvenes y teníamos ganas de diversión. Unos eran los actores principales y el
resto los secundarios; pero sin unos y otros aquello no hubiera sido posible.
Hoy muchos de aquellos sitios ya no existen y los que perviven, no tienen mucho
que ver con lo que fueron. Tampoco nosotros.
Cuando
voy al Foro frecuento alguno de ellos. Como si quisiera o pudiera atraparlos
30 años más tarde. Quizás intentando revivir lo que ya no existe más allá de
unos discos, unas viejas grabaciones y fotografías y los recodos de la memoria.
De
vez en cuando ocurre algo que nos devuelve por un instante a aquellos años.
Como ahora la muerte de Coppini o en su día la de Enrique Sierra. Y nos hace
pensar que eso del cielo siempre quedó lejos para adoradores de la noche con
chupa de cuero, pero que no habrá cielo real o ficticio igual a aquel. Y que no es
momento para morir, pero puedes morir en cualquier momento.
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