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martes, 20 de mayo de 2014

Sra. Ciempiés


La imagen de un ciempiés sugiere movimiento. La necesidad de desplazarse y la facilidad para hacerlo. Y por tanto, y en cierto modo, inquietud.
Pero también un ciempiés es el dibujo de una cicatriz varada en la piel. El reflejo del inmovilismo. Aunque una cicatriz bien puede ser contemplada como el recordatorio de lo vivido y lo aprendido; es decir, el estigma que sirve de alimento a la memoria y de estímulo para avanzar.
En la ciudad que habito han parido en el casco antiguo un establecimiento al que han bautizado como “Señora Ciempiés”. Aúna el garito ambas cualidades sugeridas por el artrópodo, movimiento y pausa. Y aunque no soy capaz de vislumbrar todavía si se impondrá el uno a la otra o convivirán por aquello de que continúe el espectáculo, casi aseguraría que triunfará la cohabitación para favorecer el arte.
Ocupa el mismo local que lo hiciera antaño una tienda de confección de esas de toda la vida, “Los Andaluces”, que aportaba solera y tradición; cuyo almacén, convertido ahora en sala multiusos, alberga como vestigio de ese pasado un grupo de maniquíes, que maqueados para los nuevos tiempos evocan a Golpes Bajos y aquella fiesta de miradas de cristal.
Anuncia un futuro de creatividad, un soplo cultural en unas calles con tendencia a languidecer y en unas mentes demasiado expuestas al sol.
En mi última visita me ha recibido a la puerta uno de esos maniquíes, con la cabeza vacía, que a modo de gps me confirma que estoy ahí y me hace dudar sobre si me sitúa en su inexistente corazón o se muestra como imaginario espejo en el que me refleja. “Usted está aquí” certifica una nota en su pecho y sospecho que el bombo a modo de cabeza pueda ser el ojo que todo lo ve.
La iluminación del garito es obra de mi amigo Paco Fuentes, responsable de un entretenimiento ubicado a la entrada del mismo; un mecanismo de lentes que vuelve el mundo al revés, del que sospecho alguna indescifrable conexión con el maniquí situado en el zaguán, que de alguna manera los convierte en los ojos del ciempiés.
En el interior varias tablas de plancha me recuerdan que las olas no solo se cabalgan surcando océanos. Y entre un puñado de vinilos, expuestos para la venta, descubro uno de “Conservantes Adulterados”, que junto a “Los Niñatos”, dos grupos locales ya desaparecidos, marcaban el ritmo de algunos pogos de nuestra adolescencia; un par de los Rolling y varios de Bowie, que desde sus fundas sentencian que no hay lugar a un tiempo perdido pero es innegable que hay un tiempo gastado; aquel en el que podíamos ser héroes un día nada más, en el que la vergüenza estaba en el otro lado. Entonces queríamos volar y ahora descubrimos que para dar un paso no se necesitan cien pies.

 

domingo, 29 de diciembre de 2013

G.C. que estás en los cielos

La muerte de Germán Coppini nos ha cogido a la mayoría con el pie cambiado. Como cualquier noticia inesperada. Pensaba que era de la quinta de Santiago Auserón y ahora descubro que era apenas 4 años mayor que yo.
Eran tiempos de sexo, drogas y rock and pop. Una época donde primaban las ganas de divertirse, donde se abrió un espacio a la transgresión y donde confluyeron gentes de diferentes talentos y una apreciable capacidad creativa en disciplinas varias, aunque era la música y las bandas las que actuaban como canalizadores.
Se etiquetó cuando ya comenzaba a mutar con la denominación de La movida y el paso del tiempo y los desmesurados manoseos la han desvirtuado hasta convertirla hoy incluso en la excusa para crear una especie de tour nocturna por los lugares que acogían conciertos y exposiciones y eran frecuentados por los protagonistas directos e indirectos; entonces lugares casi malditos y hoy medio conventos.
Claro que había templos. Rock Ola, como catedral, y luego iglesias y capillas como Caminos, el Teatro Martín, El Salero, El Garaje Hermético, La Vía Láctea, El Pentagrama, El Kwai o La Bovia. Y otros que vinieron más tarde para disfrute de los feligreses.
El centro era Madrid, pero acogió a bandas de distintas procedencias, Los Ilegales, de Gijón; Loquillo y los Trogloditas, de Barna; Derribos Arias, de Euskadi. Y desde Galicia llegó Coppini con Siniestro Total, el punk gamberro que tanto nos hizo menear el bullarengue.
Lo que vino después es conocido, Coppini abandonó Siniestro para formar Golpes Bajos; del punk gamberro pasó a un pop elegante con letras menos frescas pero más profundas. Por eso recibió el bautismo de la traición.
Demasiado epíteto para un tipo que simplemente quiso probar otras veredas en la música y que si existiera derecho para recriminarle, por cuestión de gustos, se le podrían pedir cuentas por aquel disco infumable que editó con Nacho Cano. Poco más.
Nunca entendí la animadversión a Coppini. Aun gustándome más en aquella época Siniestro Total, reconozco que Golpes Bajos era un grupo magnífico y que ambos son parte de un legado que nos deleitó, y lo sigue haciendo, a muchos.
No creo que se pueda, ni deba hablarse de traición; pero si existe alguien merecedor de ese calificativo, hay otros con más papeletas, como, con permiso de Fernando Márquez “El Zurdo”, la ‘Petarda del bótox’. E incluso en este caso me parecería excesivo para alguien que a fin de cuentas ha suplido la falta de talento con la largueza de morro.
Éramos jóvenes y teníamos ganas de diversión. Unos eran los actores principales y el resto los secundarios; pero sin unos y otros aquello no hubiera sido posible. Hoy muchos de aquellos sitios ya no existen y los que perviven, no tienen mucho que ver con lo que fueron. Tampoco nosotros.
Cuando voy al Foro frecuento alguno de ellos. Como si quisiera o pudiera atraparlos 30 años más tarde. Quizás intentando revivir lo que ya no existe más allá de unos discos, unas viejas grabaciones y fotografías y los recodos de la memoria.
De vez en cuando ocurre algo que nos devuelve por un instante a aquellos años. Como ahora la muerte de Coppini o en su día la de Enrique Sierra. Y nos hace pensar que eso del cielo siempre quedó lejos para adoradores de la noche con chupa de cuero, pero que no habrá cielo real o ficticio igual a aquel. Y que no es momento para morir, pero puedes morir en cualquier momento.