Admito
que los excesos de nostalgia y de melancolía desembocan en la desazón. Y
también que ambas son una senda en ocasiones fácil de tomar y recorrer; aún a
sabiendas de que en teoría no conduce a parte alguna. De igual modo asumo que
en determinadas fechas ambas se ofrecen seductoras y con una carga de adicción.
Y
sin duda una de esas fechas es el comienzo de un nuevo año, que como cualquier
novedad despierta incertidumbres y temores y alimenta las inseguridades
individuales y colectivas. Por lo que es más fácil mirar hacia atrás que hacia
adelante.
Aunque
esto de mirar va como tantas cosas en la vida por barrios. O por ojos. Y
mientras algunos prefieren mirar aquello que solo merece ser recordado para no
repetirse; otros se obstinan en revivir el pasado, cuando probablemente se mostraron
incapaces de vivir el presente.
En
todo pasado hay momentos de júbilo que conviven en algún paraje de la memoria
con el desgarro y las dentelladas de la vida en la carne. Coexisten las
sonrisas con las cicatrices. Y perviven las imágenes que no conseguimos borrar;
menos nítidas por el paso del tiempo, descoloridas, incluso en sepia o en blanco
y negro, pero sujetas a nosotros con la fijeza del ancla en el fondo del mar.
A
la búsqueda de seducción y adicción a partes iguales trazamos laberintos en el
interior de una botella o desatamos tormentas blancas que sin aplacarse mueren en
el cerebro. No se alcanza la calma más allá de los pasos perdidos o del viaje
en el viento, pero esa escapada que nunca se culmina, es por un instante la
puerta de un paraíso o el mismo edén. Una ficción que al desvanecerse muestra cadáveres
como moneda de cobro y que solo al dispersarse el humo nos da un respiro al
comprobar que seguimos vivos, pero presa de otros espejismos.
Me
gustaría creer que este nuevo año tiene algo de seductor e incluso una sonrisa
canalla. Y sin embargo no logra disimular la tristeza de su mirada y su lengua
de serpiente. Con 12 meses por delante habrá que darle una oportunidad, pero
será inevitable buscar la seducción y la
adicción de los viejos recuerdos; aquellos de los que no se puede vivir, pero
cuya ausencia es una manera de estar muerto.
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