martes, 1 de diciembre de 2015

Seis veces cien

Son solo cifras. Frías hasta que se las dota de un significado. Hasta que se las ubica en un contexto. Y aún así, no logran evitar lo que son. Simplemente un dato, al que se da valor o se desprecia. 
Mis seiscientas no difieren mucho de aquellas Siete de un golpe. Pueden parecer muchas o pocas, una gesta o una bobería. Solo depende de lo que uno quiere decir o de la parte que no dice o de lo que uno entiende o de lo que no ha querido entender. A fin de cuentas vivimos con demasiada frecuencia en el equívoco, como si deambuláramos por un alambre tendido sobre el abismo; de modo que cada paso que damos está marcado por el miedo a caer, hasta que llegamos a un punto en el que estamos convencidos de lo contrario, de que nunca caeremos y por tanto el alambre es el más ancho de los caminos. 
Así que convertidos en funambulistas avanzamos, porque se trata de eso, de intentar no retroceder, de no desandar los pasos dados sobre el alambre. Ni siquiera para tomar impulso. Poco importa que el alambre solo sea la distancia más corta entre dos puntos y que no conduzca a destino alguno. 
Mi alambre es invisible. Debe estar tensado en medio de un océano real o imaginario. Y creo, ni siquiera puedo asegurarlo, que soy incapaz de deambular por él. La gran paradoja es que probablemente llevo años caminando sobre él, yendo de uno de sus extremos al otro. Andando y desandando. Sintiendo el agua de ese mar como una prolongación de mi propio cuerpo, reflejando en el rostro los efectos de la sal de esas aguas y de los rayos del sol; surcos abiertos como las grietas de la tierra firme, tan lejana y tan invisible. Inalcanzable como un espejismo. 
Y continúo agarrado a esa tabla que era y siempre ha sido este blog. El asidero en medio de ese océano que resiste el envite de las olas y prolonga la mano del jugador con las cartas marcadas para mantener la mueca del joker. Superviviente del naufragio y sin embargo, náufrago. En el mar, en la luna, en la séptima avenida, incluso en mi propio callejón. 
Habitante de una de esas islas que no se encuentra en los mapas. Partidario de construir puentes, sin renunciar a prenderles fuego como a aquel barco al que se le negó el viento para arribar a buen puerto o a esos bancos convertidos en las iglesias del siglo XXI. 
Conservo la ventaja de que los gatos siempre caen de pie y la creencia de que tienen siete vidas. Y a pesar de haber perdido la cuenta hace tiempo de las vidas que restan de esas siete, no es cosa menor caer de pie y seguir viviendo. 
Y soy consciente de que la esperanza vive siempre en las palabras, más allá de las cifras. Al fin y al cabo, 600 entradas en un blog solo son una menos que mañana o una más que ayer.

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