sábado, 5 de diciembre de 2015

Ayer


No hace falta girar la cabeza para ver lo que se dejó atrás. Tampoco hace falta que alguien te lo recuerde. La experiencia enseña a conservar la capacidad de no olvidar del todo. 
Hoy pinchas un disco o abres un libro al azar y raro es que no aparezca uno de esos guijarros de los que devuelve a la memoria parte de ese camino andado y que en demasiadas ocasiones parece extraviado. 
Lo que fueron miedos se han transformado en hilaridad. Y lo que eran deseos se consumaron o se consumieron. Sobreviven algunos sueños, probablemente por inalcanzables o porque uno no acaba de desprenderse de cierta carga de ingenuidad en su deambular por la vida. Y permanece la duda. 
Tendemos a mirar hacia adelante. Por comodidad o por no pegarte un leñazo. Probablemente porque la mayoría de lo que quedó en el pasado ya no tiene remedio, ni siquiera una segunda oportunidad. Pero, los peros, de vez en cuando a ese disco o ese libro se les suma una noticia real, casi siempre en forma de desgracia. Y consciente o inconscientemente desandamos parte de ese camino entre lo que somos y los que fuimos. Para volver a ese tiempo pretérito en el que estamos todos y la muerte no tiene cabida. No por negar la realidad, el fin de la propia existencia, sino porque en ese instante y en aquel lugar que ya no están aparecía la muerte de los otros, pero estaba ausente nuestra muerte. Quizás y sin saberlo fue entonces cuando disfrutamos de la inmortalidad. 
Fuimos inmortales entre alpha y omega, entre birras, palabras y rock. Y hoy, mortales, seguimos con esas birras, palabras y rock, aunque ni saben, ni suenan igual.

(No duermen por la noche las criaturas de la luna, aunque hoy somos casi todos hijos de esa luna, hombres de corazón roto y sueños pretéritos que cargan sobre sus hombros la muerte de otros. Mientras el resto de la ciudad duerme, una puerta entreabierta dibuja un haz de luz y deja escapar los acordes del último rock. Las manos se aferran al cuello de una botella y apenas brillan en la oscuridad los ojos de gata de la camarera, que ya no vierten lágrimas de nostalgias compartidas. Al marchar casi ni se percibe el ruido de los pasos propios y la sombra es el recuerdo de lo que fuimos. El trago iba por tí que ya no despertarás. Birras, palabras y rock hasta el amanecer).

Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,/aunque a veces nos guste una canción. Elegía y recuerdo de la canción francesa. “Moralidades”, Jaime Gil de Biedma (1966).

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