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miércoles, 29 de abril de 2020

Los cerezos en flor

Los cerezos en flor anunciaban una primavera que de algún modo nos ha sido robada como aquel mes de abril al que cantaba el trovador ubetense. No han sido lo único. Podríamos afirmar que nos han escamoteado una vida. Quizás para un gato una vida más o una vida menos sea algo relativo, insignificante, pero cualquier vida ha de ser vivida, hasta la que nos arrebatan. 
Ahora cuando pensamos en este tiempo que hemos tenido que vivir de forma inesperada, imaginamos, obviamente fantaseando, todo aquello que podíamos haber hecho y no hemos hecho, y que probablemente tampoco habríamos hecho en las condiciones habituales. 
Y ahora por esta situación anómala, para muchos se hace presente la muerte. Como si no estuviera antes ahí. Como si no fuera la única certeza de la vida. 
Descubrimos la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestra existencia y de existencias ajenas e incluso nos adentramos en territorios inexplorados para algunos como el de la soledad. También pisamos la senda del miedo y naturalmente, reparamos en el dolor; en sus causas, en sus síntomas y en sus tipos. Aprendemos que hay un dolor físico, que en la mayoría de los casos es pasajero aunque en ocasiones parezca eterno, y hay otro dolor, más profundo, más duradero y por tanto, más complicado de sanar. 
De repente, un enemigo invisible ha tambaleado nuestra existencia, ha dinamitado los pilares sobre los que sustentábamos nuestro refugio y nos ha mostrado indefensos. Nos ha dejado desprovistos de corazas físicas e inmateriales, a su merced no sólo en el ámbito sanitario o ante una previsible crisis económica. Nos ha dejado desnudos como personas, individual y colectivamente. Y esas heridas tardarán un largo tiempo en cerrar. 
Por eso es hoy cuando anhelamos ese anuncio de primavera y ese birlado mes de abril. Por eso hoy más que nunca desearíamos volver a aquellos cerezos en flor.

lunes, 30 de marzo de 2020

El reloj de "Picardía"

En algún momento llega ese día en el que el relojero deja de dar cuerda al reloj. Y a partir de ahí es cuando el horario y el minutero recorren la esfera varias veces hasta pararse o lo que es lo mismo hasta marcar el final. 
Estos días se están parando demasiados relojes. Entre ellos, el de Manuel García “Picardía”. Manolo era comunista, un buen comunista. Habrá quien piense que todos son buenos y los habrá convencidos de lo contrario. Eso es lo de menos. Manolo, buena persona, ejercía esa bondad en sus convicciones ideológicas y en su militancia. 
Llevaba tiempo sin verlo y no ha mucho pregunté por él a un común conocido. Andaba más cerca de los 100 que de los 90 y a esas edades uno sabe que en cualquier momento el relojero deja de dar cuerda a tu reloj. 
Lo conocí allá por los años noventa en la sede que Izquierda Unida tenía en la calle Millán de Priego de Jaén. Fue la primera campaña electoral que hice para un partido político como responsable de prensa; luego vendrían otras en IU y más tarde, en el PSOE y el PA. 
Los periodistas teníamos el hábito de frecuentar la caseta de IU en la Feria de San Lucas para dar buena cuenta de los mojitos del Rincón Cubano o para comer algo y allí me volví a reencontrar con Manolo, siempre el primero para arrimar el hombro. 
Así que cada mes de octubre, con independencia de que en alguna otra ocasión me lo cruzara por la avenida de Granada, dado que IU había trasladado su sede allí, se producía un nuevo reencuentro. Manolo venía de Torredonjimeno, el pueblo de mi abuelo, y mientras duraba la Feria, una semana, diez o doce días, no faltaba a su cita en la caseta. 
Siempre que me veía me llamaba niño. Y a mi santa, niña. Y cada año le comprábamos un décimo de lotería de navidad, con el impuesto para la causa, y también caía de vez en cuando un pañuelo o una camiseta de El Che. Me alegraba verle y yo sé que el también se alegraba cuando me veía. 
Recuerdo que una vez se le humedecieron los ojos, la emoción le pudo al hablar de aquellos tiempos en los que el sueño estuvo tan cerca. Y otra vez, nos contó un viaje que había hecho a Moscú. Y también recuerdo que dijo que él no vería la Tercera, pero que llegar, llegaría. 
Era una persona entrañable, de esas que se hacen querer y respetar sin estridencias, con la humildad como tarjeta de visita y con el conocimiento que no se adquiere en los libros pero que da la vida. 
Con él se va una parte de la historia de los vencidos, a los que paradójicamente nunca lograron derrotar. Con él desaparece también una forma de entender la vida con lealtad y de mantener la dignidad frente a la adversidad. 
Nunca olvidaré a ese viejo camarada al que hace unos días se le paró definitivamente el reloj.

sábado, 21 de marzo de 2020

Es 21 de marzo

La primavera nos ha traído un día gris. Acorde con esos otros días de este momento que estamos viviendo. Y aún así, en el fondo pervive la esperanza de que salga el sol, de poder constatar que como escribía el poeta “la primavera ha venido”. 
Otro 21 de marzo. Pero no he podido contemplar el jaramago, la primera flor de la primavera. Aunque siempre crece y florece en mi memoria. 
Hoy predomina el claroscuro. Con tendencia a las sombras. Cuando es más necesario que nunca buscar la luz. Y aferrarse a ella. Abrazarla como si estuvieras aquí. A sabiendas de que es un espejismo. 
Y me invade la duda. Porqué no sé si hubieras podido aguantar el confinamiento. Los primeros días habrías salido, pero la realidad de una ciudad cerrada y vacía te hubiera hecho desandar los pasos con esa congoja que en ocasiones produce la soledad. Y a regañadientes y por obligación, como todos, hubieras aceptado ese encierro, que para tí además hubiera sido condena. Puede que con el paso de los días te hubieras adaptado, pero la incertidumbre del tiempo a penar te habría devorado entre cuatro paredes. 
He oído llover. Y por un momento no he sabido si esa lluvia era real o era la que cae en los corazones. He pensado que era el recuerdo golpeando en la ventana de mi cabeza, impetuoso por salir. Y he llegado a creer que el agua de esa lluvia puede traer mensajes del más allá; gotas más rápidas y más cortas, gotas que al caer producen sonidos más fuertes y más débiles, un morse entre dos mundos. 
A la lluvia la sustituye un aplauso. Porque ahora casi todo se reduce al reconocimiento de un aplauso. Hemos aprendido que los abrazos y los besos no solo nos los arrebata la muerte. Y quizás anotemos esos besos y esos abrazos en la hoja de una libreta con los debes y los haberes. Tarde, como siempre tarde. 
La primavera ha venido. Sigue pareciendo un invierno.

sábado, 13 de octubre de 2018

El vuelo de la vida

Podrás vivir muchas vidas, algo fácil si eres un gato, pero siempre tendrás que pagar un precio. No saldrás indemne de ellas. Jirones en la piel, cicatrices en el corazón, el fuego en el estómago y los recuerdos, algunos suavizados por el paso del tiempo pero todavía hoy imborrables. Y siempre al frente el abismo. 
Así que de alguna manera cabe pensar que todo se limita a una cuestión de supervivencia en ese espacio temporal que separa vida y muerte. Y en sobrevivir, como en todo o en casi todo, hay verdaderos expertos. Funámbulos capaces de fascinar a los que miran desde abajo, incluso a aquellos que no pueden disimular en su mirada la excitación que les produce la mera posibilidad de verlos caer. Que sean capaces de incorporarse después carece de interés, es algo secundario, pese a que en esa capacidad resida la verdadera fortaleza y maestría del superviviente. 
Caminar por el alambre no entraña más dificultad que hacerlo por sendas o avenidas. El riesgo es siempre la caída. Puedes caminar con los brazos abiertos, guardando el equilibrio con ayuda de algún bastón, pero dará igual, sí has de caer lo harás. De forma estrepitosa, de manera absurda, con elegancia o torpemente. Y no siempre habrá red, pero tampoco la altura tiene que ser insalvable. También sabes que hay caídas que duelen más en el interior que en las magulladuras de la piel y que los huesos rotos se recomponen pero el dolor grabado en la memoria es longevo. 
Vivir muchas vidas te brinda la oportunidad de disponer de más tiempo para sanar, aunque no te garantiza la ausencia de errores, ni siquiera puedes evitar repetir los que ya cometiste en otra vida. Y siempre acechará la presencia de la incertidumbre. 
Admitamos que no siempre podemos elegir, por eso cuando tenemos opciones debemos aprovecharlas. Desde la coherencia y aunque conduzcan a un nuevo fracaso. Porque abandonar es sinónimo de no retornar. Y porque nadie va a convencerte de que entre la perserverancia y la cabezonería hay una línea divisoria. Tampoco busques alas en tu espalda, ni agites los brazos para huir del sol, solo podrás levantar el vuelo con la mente.

miércoles, 11 de julio de 2018

Hasta siempre

Dicen que descubres que te conviertes en un adulto cuando tienes hijos. Es probable, pero rebatible. La realidad es que adquieres consciencia del final de una etapa de tu vida cuando eres tú el que entierras a los muertos; cuando acudes al tanatorio, cuando frecuentas velorios y das el pésame. 
Se mueren tus familiares más cercanos y a la par comienza a engordar la lista de amigos que abandonan antes de tiempo, siempre demasiado pronto, este viaje.
No todos jugamos con las cartas marcadas, pero sí conocemos todos el final de la partida. Ese final que en la mayoría de las ocasiones se ve o se quiere ver desde la distancia, desde mucha distancia, pero que ineludiblemente llega, demasiadas veces sin aviso y golpeando.
Lo sabes. Porque desgraciadamente en algunos casos se sabe antes de que ocurra. Y aún así el golpe es descomunal. De esos que haría tambalearse a un peso pesado en el cuadrilátero, de esos que a duras penas logras evitar que te hagan besar la lona.
Recibí el primer aviso por la tarde. Ya sabía que andabas mal. De igual modo que sabía que a pesar de ser un hipocondríaco no te irías sin presentar batalla. Lo mismo que ambos sabíamos que no era posible otro desenlace.
Cerca de las diez y media recibí la llamada de teléfono de un amigo común para anunciarme que te habías marchado. Se vistió de heraldo negro para decirme, Antonio ha muerto.
Sé que en los últimos tiempos no estuve a la altura. Como sé que nunca estoy a la altura cuando se trata de la muerte. La dama de negro y yo no congeniamos; no me gusta mirarla a la cara y ver esa sonrisa que nunca he sabido cómo interpretar. Y porque a pesar de todo soy capaz de habitar en ese espacio del que permanece mientras otros toman el camino sin regreso. Sin embargo, me interesaba por tu estado y conservo el recuerdo de la última vez que nos vimos, cuando tú no querías que te preguntara por la enfermedad maldita y yo sabía que tenía que preguntar
También sé que eso carece de importancia. Nos hicimos amigos hace mucho tiempo. Casi sin darnos cuenta. Y a partir de ahí comenzamos a conocernos y a contarnos muchas cosas, propias y ajenas.
Descubrimos que estábamos en la misma trinchera. Tú con la pistola y yo con la pluma. Sin perder el Norte, pero creyendo a pie y juntillas que las cosas podían y debían ser de otro modo. Probablemente y sin saberlo en algún lugar y en algún momento mamamos aquello de libertad, igualdad y fraternidad. 
Lo tuyo tenía más mérito, porque eras de otra generación. Una de aquellos tiempos difíciles, muy difíciles. Y además era militar. A caballo entre aquella España negra y esta España multicolor que sin embargo también es capaz de causar un punzante dolor. Creo que el conocimiento de esa realidad y las convicciones de otra realidad deseable nos hicieron situarnos a ambos en un cinismo consciente no exento de ironía. No haríamos prisioneros, pero tampoco nos rendiríamos nunca. 
Y así te has ido. Sin rendirte. Sabiendo que no te vas a ir del todo mientras nosotros sigamos por aquí. Sabiendo que la pelea todavía no ha terminado. Y consciente de que Najat seguirá en pie y enarbolando la bandera. Igual que Juanfran. 
Nos abrazaremos y lloraremos por tu adiós. Gritaremos y renegaremos de esta puta vida que nos priva de tu tiempo para entregárselo a quienes no se han hecho merecedores de él. 
Hoy no tengo cuerpo para Juanito El andariego. Mis demonios están agitados. Pero Tato, te prometo que no a mucho tardar levantaré una copa a tu salud y en tu recuerdo. Consciente de que el camino es incierto y el final inequívoco. Esperanzado de que en el último recodo volvamos a vernos.

viernes, 5 de mayo de 2017

Reminiscencias del adiós del artista

Estos primeros días de mayo traen un negro aniversario y un soplo de hondo pesar. Cuesta creer que ya ha pasado un año. Pero no hay duda, fue un 4 de mayo de hace un año cuando la noticia recorrió Facebook y convirtió el muro en heraldo de muerte. David Padilla había muerto.
Recuerdo el mensaje de Miguel Dávila, el escalofrío, la incredulidad y la necesidad, esperanza o clavo ardiendo al que asirse para que aquella mala nueva fuera un bulo más en las redes sociales. No fue así. Y en pocos minutos la noticia de la pérdida se confirmó. El pintor jiennense David Padilla nos había dejado. 
La muerte no entiende de vueltas atrás, así que cuando saluda siempre es la antesala de un adiós. Podemos mitigar el dolor de la despedida con la convicción de que un artista no se va definitivamente, de que le sobrevive su obra porque de una forma u otra habita en ella, pervive en ella. Y también, en el recuerdo de los que le conocieron.
Así que David o algo de él permanece en el lienzo, en la tabla o en el papel; en la pincelada, en el trazo, en las formas y en los colores. Sus manos, su mirada, sus gestos perduran en un todo o en una parte de cada una de sus obras. 
David, maestro de artistas y maestro de vida, pintaba la ciudad, pintaba a sus gentes y eso es también una garantía de que su presencia no se ha borrado, de que sigue habitando en muchos rincones de este Jaén tan aletargado y tan ingrato con aquellos que le han querido bien. No basta con pervivir en el recuerdo de los suyos y de los que le conocieron, es necesario preservar al artista y a su legado públicamente para que no caiga en el olvido.
Hay personas a las que no se les puede devolver en la cuantía que ellas han dado y David era una de esas personas. No tengo dudas de que sin él y de los que son como él todos perdemos y esa orfandad hace que la vida sea más inhóspita y esta ciudad, si cabe, un poco más gris. 
La tristeza, las lágrimas y las palabras van de la mano de la reminiscencia de aquel 4 de mayo. Para mi David siempre estará en la mirada del poeta, en su cuadro de Antonio Machado. Y ahora lo sigo imaginando en esa alameda con aquellos a los que amábamos y le precedieron en la partida. Con aquellos que siempre tienen lugar en la memoria y en el corazón.

martes, 29 de noviembre de 2016

El adiós de Fidel

Al final era un ‘viernes negro’. Y el sábado despertamos con la noticia de la muerte de Fidel. No tengo lágrimas para la muerte de dictador alguno, pero si hay tristeza en el corazón por el adiós del revolucionario. Aquel barbudo que con otros como él lideró desde Sierra Maestra una revolución, “la revolución más hermosa” en palabras de Vargas Llosa, que daba esperanza a un continente, incluso más allá. 
Decía Cabrera Infante que las revoluciones mueren cuando triunfan y que lo que viene después es otra cosa. Quizás tenga que ver con la esperanza truncada en decepción, con los sueños y la realidad. O con esas dos Cubas, una física, que es la Isla, y otra que es la que se lleva en el corazón.
Cuba siempre ríe y llora, de alegría y tristeza. Y sangra, se duele, grita… y vive. Porque hay en la Isla un canto a la vida, hasta en la muerte. A Cuba se la ama. Y no es por llevarle la contraria a Pablo Neruda, pero no se apagarán las guitarras, aunque la patria vuelva a estar de duelo y la tierra vuelva a oscurecerse. 
Esta vez no mandó parar Fidel, paró él; aunque la realidad es que llevaba desde 2006 parado, el tiempo en que ha tardado en morir el hombre para alimentar diez años más el mito. 
Murió Fidel y hay quien festeja desde el odio y desde el rencor, pero en el fondo es una celebración de dolor; los unos, por la pérdida del comandante, del compañero Fidel; y los otros, por el abandono de la Isla, por el no retorno, por la herencia de hombres sin tierra legada de padres a hijos. 
Y también hay hienas que nunca pisaron la Isla, que no saben ni quieren saber y ríen porque es su condición. Presos de su naturaleza como el escorpión de la fábula. Y levantan las copas de la ignorancia para brindar contra el muerto al que desconocen. 
A pesar de los detractores, le acompañarán las palabras de Martí hasta su tumba de Santa Ifigenia. Sin que ahora importe demasiado que pueda ser cierta su apropiación de la figura del Padre de la Patria. Ya saben “sin ser martiano, no se puede ser bolivariano; sin ser martiano y bolivariano, no se puede ser marxista y sin ser martiano, bolivariano y marxista no se puede ser antiimperialista”. 
“La muerte es la cosecha” y en algún cielo ya se dibuja una nueva revolución. Fidel Castro, el Che Guevara y Enrique Meneses se han reencontrado en una Sierra Maestra que no aparece en los mapas; una cordillera eterna de sueños, de ideales, de esperanzas. Y Meneses, una vez más, estará ahí con la cámara de fotos y la máquina de escribir. 
¡Socialismo o muerte! Siempre será 26 de julio. Nunca faltarán quince para luchar. Ni uno para contarlo.
¡Hasta la victoria, siempre!

Foto: Fidel Castro, por Enrique Meneses. Fundación Enrique Meneses.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Ayer


No hace falta girar la cabeza para ver lo que se dejó atrás. Tampoco hace falta que alguien te lo recuerde. La experiencia enseña a conservar la capacidad de no olvidar del todo. 
Hoy pinchas un disco o abres un libro al azar y raro es que no aparezca uno de esos guijarros de los que devuelve a la memoria parte de ese camino andado y que en demasiadas ocasiones parece extraviado. 
Lo que fueron miedos se han transformado en hilaridad. Y lo que eran deseos se consumaron o se consumieron. Sobreviven algunos sueños, probablemente por inalcanzables o porque uno no acaba de desprenderse de cierta carga de ingenuidad en su deambular por la vida. Y permanece la duda. 
Tendemos a mirar hacia adelante. Por comodidad o por no pegarte un leñazo. Probablemente porque la mayoría de lo que quedó en el pasado ya no tiene remedio, ni siquiera una segunda oportunidad. Pero, los peros, de vez en cuando a ese disco o ese libro se les suma una noticia real, casi siempre en forma de desgracia. Y consciente o inconscientemente desandamos parte de ese camino entre lo que somos y los que fuimos. Para volver a ese tiempo pretérito en el que estamos todos y la muerte no tiene cabida. No por negar la realidad, el fin de la propia existencia, sino porque en ese instante y en aquel lugar que ya no están aparecía la muerte de los otros, pero estaba ausente nuestra muerte. Quizás y sin saberlo fue entonces cuando disfrutamos de la inmortalidad. 
Fuimos inmortales entre alpha y omega, entre birras, palabras y rock. Y hoy, mortales, seguimos con esas birras, palabras y rock, aunque ni saben, ni suenan igual.

(No duermen por la noche las criaturas de la luna, aunque hoy somos casi todos hijos de esa luna, hombres de corazón roto y sueños pretéritos que cargan sobre sus hombros la muerte de otros. Mientras el resto de la ciudad duerme, una puerta entreabierta dibuja un haz de luz y deja escapar los acordes del último rock. Las manos se aferran al cuello de una botella y apenas brillan en la oscuridad los ojos de gata de la camarera, que ya no vierten lágrimas de nostalgias compartidas. Al marchar casi ni se percibe el ruido de los pasos propios y la sombra es el recuerdo de lo que fuimos. El trago iba por tí que ya no despertarás. Birras, palabras y rock hasta el amanecer).

Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,/aunque a veces nos guste una canción. Elegía y recuerdo de la canción francesa. “Moralidades”, Jaime Gil de Biedma (1966).

viernes, 18 de abril de 2014

Las letras dejaron de bailar

Se fue la Garbo y ahora Gabo no le ha andado a la zaga. Nos quedan Macondo y aquellos otros territorios imaginarios cuyas puertas nos abren la literatura y los grandes escritores.
No voy a escribir sobre García Márquez y su obra literaria y periodística. Tampoco sobre ese nuevo Siglo de Oro de la literatura española que supuso en el XX el boom de la narrativa, fundamentalmente, del otro lado del Atlántico. Y no voy a citar a otros para dejar en el olvido a aquellos que no lo merecen.
Y mucho menos voy a presumir o a dejar constancia de haber conocido a García Márquez más allá de su obra literaria. Nunca, que yo sepa, coincidimos en parte alguna. Así que no tengo material de primera, ni siquiera de segunda; carezco de anécdotas o del deslumbramiento correspondiente ante una presencia que se me antoja inenarrable por su doble condición de creador literario y periodístico.
Recuerdo haber leído “Crónica de una muerte anunciada” de un tirón en una madrugada y no he olvidado que amarré la nave a la espera de que amainase la tempestad con “El amor en los tiempos del cólera”, a la que siempre añadía la coletilla ‘y de la cólera’. Nunca tuve putas tristes, pero no fui indiferente a esa falta de alegría, así que compartí las de la memoria de aquel viejo y entrañable gacetillero nacido de la pluma de Gabo. Y no me dieron la opción de vivir para contarlo, así que tuve que conformarme con contarlo para vivir.
En pocos meses, apenas un suspiro, la pelona no ha parado de danzar. México, un país que viste a la muerte de fiesta, se ha llevado de jarana a Gelman y a García Márquez, pero las letras dejaron de bailar. Y a nosotros nos quedó cara de funeral.

sábado, 22 de febrero de 2014

75 años de exilio del hombre íntegro

Un año más puede ser mucho o poco tiempo. Pero es indiscutible que la suma de un año más otro acaba siendo demasiado tiempo. Así hemos llegado en 2014 a los 75 y si nadie lo remedia los años venideros alcanzaremos el 76, 77… y cuando contemos 80 volveremos a redondear la efeméride del exilio y muerte del poeta.
Continuará la tumba de Colliure en Francia como destino del peregrinaje de nostálgicos y soñadores y como símbolo del fin de un sistema de gobierno, la República Española, que contempló como los hijos que la sobrevivieron traspasaron las fronteras y como los restos de algunos de los más sobresalientes, Antonio Machado, Manuel Azaña, Luis Cernuda, Ramón J. Sender… reposan en otra tierra.
Yacerá el poeta universal, el hombre bueno, bajo el suelo de un país que le provocaba aversión y continuarán inamovibles los argumentos de detractores y defensores de su retorno, imponiendo un silencio apenas roto por voces de escaso eco.
Quizás sea el tiempo sabio y juegue con nostálgicos y soñadores. Y cuando nostalgia y sueños asemejen una pesadilla retorne el poeta de la mano de otra República como aquella a la que defendió.
O quizás sea el tiempo una losa más pesada que la de la tumba en tierra francesa y continúe sepultando la esperanza de aquellos vencidos, que no derrotados, y sus descendientes de hallar dignidad y justicia.
Siete décadas y media de exilio. Siete décadas y media de pérdidas aún sin recuperar. Prendidos del dolor y la luz de los versos en el bagaje espiritual, pero ligeros en la sabiduría y la existencia de un Juan de Mairena. Y huérfanos del hombre íntegro.



La muerte de Antonio Machado fue "la desaparición dramática de un hombre decente, de un poeta cabalmente vinculado a la propia historia vivida". "Supuso el enaltecimiento de un ejemplo imborrable desde una doble perspectiva humana y política. Machado fue un espejo de los españoles íntegros y su ideario social, su filosofía de la vida, su conducta como defensor de la República, su singularidad dialéctica, perduran como un verdadero paradigma", José Manuel Caballero Bonald (El Cultural, 21 de febrero de 2014).

martes, 28 de enero de 2014

El jefe de la tribu y el genio

Hay días en que da la sensación que hubiera sido mejor permanecer en la cama. A sabiendas de que eso no impedirá que ocurra lo que ha de ocurrir. De que no hay escapatoria y no hay escondite ajeno a la realidad, ni siquiera la locura revestida de genialidad o la genialidad aderezada de locura.
El destino, caprichoso para combatir el tedio de la vida y desperezar la rutina, hace coincidir acontecimientos y fechas, engarza muertes y de camino nos deja un poquito más huérfanos de aquellos en los que hallábamos sabiduría y cobijo; la opción de sobrevivir.
Festejábamos el Año Dalí, coincidiendo con el 25 aniversario de la muerte del genio, cuando la tribu supo de la noticia de la muerte del padre. El maestro, el jefe, Manu Leguineche, moría en un hospital de Madrid. Unos días antes lo había hecho en México el poeta de la mirada digna, Juan Gelman, y ayer nos dejaba su vecino, el poeta mexicano José Emilio Pacheco; aquel al que Gelman privó de ser el mejor poeta de su barrio.
No me gusta elaborar listas, álbumes o galerías de mis favoritos. Enumerar a aquellos que de alguna manera con lo que hacen logran remover algo en mi interior. Sin duda cometería el error de olvidar a más de tres y seguro que incluiría a alguno que a ojos de cualquiera no merecería figurar al lado de otros, ni siquiera entre ellos.
Pero de todos ellos hay algo en mi callejón. Empequeñezco ante el universo de Dalí, me emboban su obra, su sola existencia, sus neuras, su obsesión por el tiempo y los lugares en los que habitó y pervive su huella. Leo y escucho a los que le conocieron y a los que afirman ser expertos en su obra. Como el pintor Manuel Avedán, que la última vez que coincidimos en Madrid, hablando del genio de Figueres, me contaba como regresando de Francia se presentaron en su casa en Port-Lligat y la acogida que Salvador Dalí les dispensó, lo amable y afectuoso que estuvo. El colega entre colegas, alejado de los focos y de la representación del personaje tras el que se escondía. Desprovisto de la máscara del genio creada por el genio.
Y mamé del magisterio de Leguineche, sin siquiera pertenecer a la tribu. El periodismo honesto sin concesiones, sin servidumbres y pesebres. Ese periodismo de antes que ahora aparece con cuentagotas y que sin embargo no se llevaron consigo y compartieron maestros como Leguineche o Enrique Meneses. Le echamos la culpa a las nuevas tecnologías para no reconocer que tomamos atajos, nos volvimos cómodos y acampamos a la sombra del poder. Abrazamos el nuevo periodismo a cambio de arrinconar al viejo y soñamos con crónicas de países lejanos, menospreciando lo que acontecía en la calle de al lado. Y ellos, que nos mostraron cómo vivir y cómo ser periodistas, también nos muestran cómo morir. La dignidad de una profesión y de una vida.
Como Gelman.

 

jueves, 14 de noviembre de 2013

De barcos suicidas


Las gentes de la mar siempre han contado historias más o menos creíbles de lo que acontecía en la superficie y en las profundidades marinas. Historias de las que habían sido protagonistas directos, testigos privilegiados o que les había referido algún compañero de travesía, camarada hasta la muerte tras unos tragos en la taberna.
Las otras historias, ajenas a la ligereza de lenguas y mentes tuteladas por el alcohol o las creencias ancestrales, tenían su origen en la fantasía de escritores, relatores que en muchos casos no habían pisado la cubierta de un barco en su vida, cuya imaginación daba para surcar mares y océanos e incluso dar la vuelta al mundo en varias ocasiones sin necesidad de engarzar un arete en el lóbulo de la oreja.
Destinos exóticos y paradisiacos, kraken, piratas, contrabandistas, mercantes, veleros, portaaviones, submarinos, sirenas, tesoros, capitanes como Nemo o Garfio… y barcos hundidos en las profundidades o desaparecidos de forma misteriosa, barcos fantasma o barcos a la deriva; pero nunca supe de la existencia de barcos suicidas.
Ignoraba que había barcos que desobedecían a sus capitanes, las órdenes de tierra y cualquier indicación viniera de donde viniese para elegir su propio rumbo, precipitarse contra las rocas y verter toneladas de su contenido en el litoral.
Barcos que llegan hasta el final de la tierra para encontrar su propio fin y castigar a sus habitantes con un manto negro de destrucción, tejido por las parcas, por cosas inescrutables del destino, con oscuro y blando hilo.
Alrededor de 1.600 kilómetros de costa bañada por la marea negra, daños tasados en más de 4.000 millones de años y 11 años para descubrir la tendencia suicida en las naves.
 
[Las gentes del interior siempre han contado historias más o menos creíbles sobre un camino de hierro y el caballo que galopaba veloz a través de él.
Cuentan que uno de esos caballos de hierro, uno de los más veloces que se recuerda, desobedeciendo al maquinista, los modernos sistemas de control y cualquier indicación mecánica o humana viniera de donde viniese eligió su propio rumbo y se precipitó a más de 150 kilómetros/hora en una curva, causando la muerte a cerca de un centenar de viajeros.
Malditas máquinas. ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para confirmar la tendencia suicida de los ferrocarriles? ]

Foto: Imagen de un barco suicida (Con permiso de su autor, Xurxo Lobato, que la publicó en "El País, con el pie de foto, 'El petrolero mientras se hundía').

lunes, 27 de mayo de 2013

La senda del agua


El río traza su propia senda. Sin que la tierra, la vegetación y la propia roca puedan impedirlo. Cada gota es capaz de abandonar el lecho, recreando una efímera ausencia que emula la libertad, para retornar al caudal de agua.
En su zigzag impredecible el principio y el final son inabarcables. Y la vista no alcanza más allá de la floresta y la línea del cielo. Queda pues lo insondable a merced de la mente, de la capacidad de adivinar e imaginar cuál es el camino del agua, cuál es el origen y dónde le espera la muerte.

Foto: El río Cerezuelo, en Cazorla (Jaén).

domingo, 31 de marzo de 2013

Ojos de serpiente (y III)

La serpiente encarna la trilogía de la muerte. Pares, non y la nada. Una nada que es vacío, pero que existe y se perpetúa como sinónimo de pérdida y por tanto, causa de dolor profundo.
Ya no hay monedas en el aire. Detuvieron su giro, para caer a plomo. Y la segunda, como la primera, lejos de mostrar su mejor cara, muestra la cruz como mensaje de desesperanza. Circular heraldo negro, que anuncia el reino de las sombras.
Las máscaras desaparecen para dejar al descubierto la ausencia de rostros. Y muestran lo estéril de la puesta en escena; el fracaso de la obra de la vida y el triunfo de la negra dama. La bajada del telón.
No hay ojos brillantes y febriles frente al tapete verde. Solo la mirada apagada de quien por imposición buscó fortuna en unos naipes ahora vestidos con sus mejores galas, esperanza en las cuencas vacías de la serpiente y la fe de la que carecía en el croupier tramposo y omnipresente. Ahora la ruleta gira al infinito, mientras la ventana al mundo se cierra. Rojo. Negro. La banca siempre gana.
Las lágrimas resbalan por las mejillas de los padres. Agua salada que convierte en lejano, casi inalcanzable, el anhelo de la dulce agua del lago de Lete.
La condena es pervivir en la memoria y esperar que en el futuro el azar cuando la moneda detenga su ritual de giros mire al cielo de cara.
Es tiempo de vencer a los miedos, de creer que la historia no se repite y que las deudas se cobran, porque en algún lugar hay un pagaré oculto que ese mismo tiempo ejecutará en efectivo o en un talón nominativo.

viernes, 15 de febrero de 2013

Ojos de serpiente II (Non)

No fue un gran día. Salió cruz. Ahora solo una moneda vuela en el aire, escondiendo en cada giro esa cruz de la nada o la cara de lo finito. En algún lugar se abre una grieta. Hades muestra sus dominios, pero no permite beber en el lago de Lete; ni siquiera un sorbo que borre la pena para mitigar el dolor. El velo del miedo cubre el rostro y su sombra amenaza con apagar la esperanza.
Entran en escena las máscaras. Una, sopla con una sonrisa el aliento de la vida a la criatura; y la otra, le esconde las lágrimas de la herida abierta. El Joker abandona los naipes para dar coartada al crédulo, al convencido de que es el tiempo de los valientes; todo o nada, cuando en realidad se abrió el telón para dejar paso a los que apuestan por desesperación.
Uno. Impar. El vuelo de la moneda emula el giro de la ruleta. Siguen pintando bastos. Los naipes aún desnudos sobre la mesa. Y en la mano abierta se desperezan los dados para mostrar la serpiente tuerta. El destino. La baza tramposa del croupier omnipresente.
La ventana del mundo está abierta, y sin embargo parece entornada, como detenida en el punto intermedio del cierre o la apertura definitivos. Rodeada de espinas, que brotan en el marco.
La moneda gira en el aire. Traza el destino. Oculta la medida del tiempo. Y los dedos se cruzan en busca de la rúbrica que avale la apuesta ganadora: non. La vida frente a la muerte.

sábado, 19 de mayo de 2012

El último tránsito de Artemio Cruz

El escritor Carlos Fuentes ha muerto. El brillo de otros escritores como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa no logró apagar el suyo, pero si es cierto que contribuyó a difuminarlo; y la luz irradiada por el colombiano y el peruano le mantenía en un claroscuro.
Hasta que ha llegado la pelona. Y es entonces, cuando la fatídica señora deja la tarjeta de visita, cuando volvemos la mirada hacia el mexicano y le buscamos el merecido acomodo literario.
Y es ahora cuando para muchos su Artemio Cruz se sitúa a la misma altura que el universalmente loado Pedro Páramo, ese otro personaje de la narrativa mexicana ideado por el escritor Juan Rulfo. O cuando “Terra Nostra” y “La región más transparente” merecen un hueco entre  las mejores novelas del siglo escritas en español.
Cosas de las desapariciones y los reconocimientos tardíos. Como ese márketing de la muerte que ya se ha activado para hacer caja; cuando apenas han trascurrido unas horas del fallecimiento del autor y se abre la veda a la búsqueda de inéditos, obras completas o textos inacabados, que sirvan de justificación para una nueva publicación y se inicia una carrera editorial por la reedición de sus obras que dispare ventas y descargas on-line y pueble los escaparates de librerías y grandes almacenes.
Nadie es ajeno a la voracidad de los mercados, ni siquiera un autor como Carlos Fuentes que aunó literatura y compromiso. Y tiene su aquel, porque en estos tiempos la literatura y el compromiso sólo van excepcionalmente de la mano, y son, por lo general, denostados.
Pesan más las cifras que las palabras. Se valoran más los depósitos de los bancos que los de las bibliotecas. Y pese a la volatilidad y lo efímero de la realidad reflejada por los números, se le da a ésta más credibilidad que a la transmitida por las letras. Nada extraño por otra parte  en un mundo en el que se despoja a las personas de su condición humana para convertirlas en balances y estadísticas.
Privados de la esencia, apenas pervive la dignidad. Y de esa y del compromiso, quedamos un poco más huérfanos con la partida de Carlos Fuentes, como ya ocurriera con la marcha de José Saramago y como, más temprano que tarde, pasará cuando nos deje Juan Gelman, el poeta argentino afincado en ese México que asiste hoy al último tránsito de Artemio Cruz.

sábado, 22 de enero de 2011

Susto o muerte

No me gustan los titulares huecos. Vacíos. Enlatados. Preparados a conciencia sin seso. Siempre he sido partidario de expresar mensajes, de transmitir ideas, y de dejar que los periodistas hagan su trabajo, tanto en los titulares como en el cuerpo de la noticia.
Desde ayer en Sevilla cocinan y despachan titulares como si fueran fast food; por lo que resultaba inevitable que a corto plazo los paladares exigentes sufrieran una decepción.
Uno de esos tipos que lleva la boina calada hasta la oreja ha fabricado, para la convención y desde la convicción, uno de esos titulares huecos, que retrata al que lo larga y de paso, muestra las facciones ocultas tras la máscara de aquellos que presumen de “centrados” y acogen en sus filas a personajes escorados peligrosamente a posturas extremas.
En ese extremismo, tan del gusto de la caverna, se ha colgado al adversario, que en realidad es cualquiera que no comparta credo, el cartel de abrazar la “cultura de la muerte” Sin importar que el cartelista sea heredero y estandarte del legado de quienes en España defendían la muerte de las ideas y por supuesto, la represión de aquellos que albergaban esas ideas.
En la Cuba revolucionaria, en tiempos de esperanza no sólo para los cubanos, si no también para el resto de Latinoamérica, como expresara con magisterio el propio Mario Vargas Llosa, los revolucionarios, opositores al régimen del dictador Batista, coreaban entre sus consignas aquella de ¡Socialismo o muerte!; una dicotomía vital que reflejaba sin equívocos a quienes apostaban por la vida y a quienes militaban en el bando de la muerte.
Entre susto o muerte, no hay yerro en la elección.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Paisaje de la vida

Los hospitales, los tanatorios y los cementerios forman parte del paisaje. En ocasiones pasamos junto a ellos como si no existieran o como si tratáramos de hacer que no existen. Nadie dice que tengan que gustarnos. Pero al contemplar ese paisaje están ahí, como un elemento más de ese enorme y desproporcionado lienzo que es la vida.
A lo largo de esa vida, la mirada varía y de la curiosidad y la ingenuidad infantil pasamos a verlos como algo inevitablemente unido a la muerte. Son los mismos ojos, pero el conocimiento, la experiencia, el transcurrir de los años nos confunden y aunque esos elementos del paisaje son los mismos, creemos que los vemos de forma distinta. Y no es cierto. Lo que cambia es nuestra percepción sobre ellos.
Hace unos años, un amigo de más edad que yo ya me puso sobre aviso, a partir de ahora me dijo esto es lo que te espera. Esta semana, otro amigo corroboraba la certeza, cada vez vamos a menos bautizos y bodas y visitamos con más frecuencia el tanatorio.
Y esas despedidas, hasta que llega la propia que a los efectos y pese a los egos es la menos dolorosa, son una forma de aprendizaje; en la que asumimos distintos roles, dependiendo de nuestra relación con esos nuevos pasajeros de Caronte. Sin embargo, cada una de esas despedidas supone una reflexión, individual o compartida, sobre el significado de la vida y sobre cómo vivimos. Nuestra propia dinámica, las prisas que hoy marcan las vidas de las sociedades occidentales, nos impiden creer en el resultado de esa reflexión y por supuesto, su aplicación es una mera utopía.
Noviembre, en su despuntar, es el mes de la muerte. Y esa celebración, ese culto, paradójicamente, supera al de la vida. La irreflexión y el culto a la muerte son pinturas de la paleta con que se pinta ese paisaje de la vida; aunque me temo que no aportan al lienzo más colores que el gris y el negro.

jueves, 1 de julio de 2010

El sacrificio de Fariñas

Guillermo Fariñas es un periodista cubano con apellido evocador de puro gallego. Un disidente del régimen de los hermanos Castro, cuya huelga de hambre reclamando la libertad de los presos políticos enfermos le ha situado en la antesala de la muerte. Una huelga de hambre que reanudó tras la muerte de otro disidente cubano, Orlando Zapata, enfermo por su estancia en las cárceles cubanas. De modo que su más que previsible muerte no va a ser la primera y tal y como pintan las cosas, ni la última.
Renunciar a la propia vida, en defensa de unas ideas, puede ser entendido como una soberana estupidez o como un acto de filantropía. Es obvio que implica un compromiso y una profunda convicción, aunque para los hermanos Castro no es más que un chantaje, ante el que por supuesto no piensan ceder.
La revolución muere justo en el momento de su triunfo. No es literal, pero es una máxima expresada por Guillermo Cabrera Infante en referencia a la revolución cubana y aplicable a cualquier otra. Lo que viene después es otro proceso y su desarrollo es por tanto distinto al propio proceso revolucionario.
Esa disparidad entre la revolución y el periodo posterior al triunfo de la revolución explica y avala la posibilidad de un cambio en los planteamientos y actitudes de aquellos que un día fueron revolucionarios y gobernantes los días posteriores. Si es evolución o involución es opinable, pero lo que no admite discusión es ese cambio de actitud.
El revolucionario y el disidente tienen varios elementos en común: luchan contra el poder establecido, reclaman libertad y un sistema político diferente al implantado y están dispuestos a dar su vida para lograr que su lucha y sus reclamaciones alcancen el éxito. Porque un revolucionario siempre es un disidente y un disidente aspira a convertirse en un revolucionario.
A la vista de la actualidad y la realidad cubana, los antiguos revolucionarios y los disidentes vigentes son incapaces de establecer roles distintos a los aprendidos y heredados. Así que la muerte sigue ocupando el espacio central de esa realidad cubana, y mientras los gobernantes dejan que la muerte sea el desenlace natural de las huelgas de hambre de los presos opositores, los disidentes continúan ofreciéndose para el sacrificio. El resultado es el inmovilismo y la inexistencia de vías alternativas para transformar esa realidad, lo que hoy en Cuba convierte en inútil la renuncia a la propia vida en defensa de unas ideas.

viernes, 18 de junio de 2010

Huérfanos de la luz

Se apagó la voz. Y no me refiero a la literaria. Esa queda recogida en sus libros. Es cierto, no habrá más, salvo algún inédito de última hornada. Y sin embargo, se me antoja suficiente para la lectura y relectura de al menos media vida y por supuesto, para mantener un legado.
Pero este enmudecimiento definitivo implica la pérdida de la luz. Con la muerte de Saramago quedamos huérfanos de una referencia; privados de su capacidad de análisis y de la conclusión certera.
Si el cierre de su blog nos condenó a la pérdida de su magisterio periódico, su inesperada despedida (a pesar de sus 87 años) supone la desaparición de una de las pocas voces críticas, respetadas y autorizadas en la orbe, que siempre estuvo al lado de los desheredados.
Su adiós nos devuelve a la oscuridad y nos empuja a la caverna. Pero sobre todo, nos deja huérfanos en ese espacio sin definir, de compleja acotación, al que nos adscribimos aquellos que creemos o por un momento soñamos que otro mundo es posible.
La muerte de Saramago nos perturba, porque implica desorientación, ausencia de rumbo. Y porque en estos tiempos de penumbra no alcanzamos a vislumbrar siquiera el resplandor de otra luz, que aunque tenue alumbre la senda y la esperanza.
Denostado el comunismo, parece chocante que un convencido comunista haya mantenido el estandarte de la palabra y de las ideas de la izquierda en esta Europa; víctima privilegiada del neoconservadurismo de recortes sociales y laborales, ante la complicidad o el silencio de su antagonista, la socialdemocracia.
Un silencio y una complicidad que han contribuido a la desaparición y al enmudecimiento de voces críticas o alternativas al modelo imperante y que agrandan la figura del ya ausente y hacen más patente la recién adquirida orfandad.
Sin la lucidez de sus palabras y reflexiones quedamos a oscuras. Las lágrimas nos acercan a ese mar de Lanzarote, en unas islas que hoy no son afortunadas. Saramago se fue. Aún nos queda la dignidad de Gelman.
Foto: José Saramago, tomada de www.cadenaser.com.