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lunes, 20 de julio de 2015

Un mural de color


Podría decir que he perdido la cuenta de las ediciones que van. Pero mentiría. Conozco sobradamente que la de este año ha sido la diecinueve. Lo que no recuerdo es a las que hemos faltado. Y por supuesto, tampoco el número exacto de aquellas a las que hemos asistido.
Etnosur, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, sigue siendo un sueño hecho realidad. Un sueño soñado por unos pocos que nos ha permitido soñar a otros muchos. De modo que bien pudiera parecer que dormimos de julio a julio para despertar a mediados de mes y durante tres días, soñar. O quizás soñamos el resto del año esperando que llegue ese julio mediado para volver a Alcalá la Real.
El Festival continúa siendo esa paleta de colores que cada año da vida a un lienzo. Distinto al del año anterior, pero manteniendo su esencia. Así que si juntáramos los diecinueve cuadros obtendríamos un mural de color, luz, sonido y conocimiento. Un relato visual inconcluso, que sin embargo narra lo acontecido en esos diecinueve años y deja pinceles, paleta de colores y lienzo predispuestos para la próxima creación.
Es una cita anual en la que la amistad siempre ha desempeñado un papel relevante y ha servido de excusa o de hilo conductor para compartir y vivir el sueño a través de las palabras, de la imagen o de la música. Sin abandonar el compromiso y con la convicción de que la cultura es un puente que conduce a la convivencia. El elemento que nos invita a empatizar y a mirar a la vida y a los otros con nuevos ojos; tanto desde el interior como desde la superficie. Y puede que esa nueva forma de mirar no nos haga mejores, pero seguro que no nos empeora.
Acostumbrados en esta tierra que habito a dar demasiados pasos en la oscuridad, no viene mal de vez en cuando buscar la luz del faro en la costa del mar de olivos, seguir el haz y pisar la roca firme de los sueños. Los mismos que nos hacen mover los pies al ritmo de la música y la mente al son de las palabras. Esos sueños que muestran el corazón en unas pinceladas de color.

sábado, 19 de mayo de 2012

El último tránsito de Artemio Cruz

El escritor Carlos Fuentes ha muerto. El brillo de otros escritores como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa no logró apagar el suyo, pero si es cierto que contribuyó a difuminarlo; y la luz irradiada por el colombiano y el peruano le mantenía en un claroscuro.
Hasta que ha llegado la pelona. Y es entonces, cuando la fatídica señora deja la tarjeta de visita, cuando volvemos la mirada hacia el mexicano y le buscamos el merecido acomodo literario.
Y es ahora cuando para muchos su Artemio Cruz se sitúa a la misma altura que el universalmente loado Pedro Páramo, ese otro personaje de la narrativa mexicana ideado por el escritor Juan Rulfo. O cuando “Terra Nostra” y “La región más transparente” merecen un hueco entre  las mejores novelas del siglo escritas en español.
Cosas de las desapariciones y los reconocimientos tardíos. Como ese márketing de la muerte que ya se ha activado para hacer caja; cuando apenas han trascurrido unas horas del fallecimiento del autor y se abre la veda a la búsqueda de inéditos, obras completas o textos inacabados, que sirvan de justificación para una nueva publicación y se inicia una carrera editorial por la reedición de sus obras que dispare ventas y descargas on-line y pueble los escaparates de librerías y grandes almacenes.
Nadie es ajeno a la voracidad de los mercados, ni siquiera un autor como Carlos Fuentes que aunó literatura y compromiso. Y tiene su aquel, porque en estos tiempos la literatura y el compromiso sólo van excepcionalmente de la mano, y son, por lo general, denostados.
Pesan más las cifras que las palabras. Se valoran más los depósitos de los bancos que los de las bibliotecas. Y pese a la volatilidad y lo efímero de la realidad reflejada por los números, se le da a ésta más credibilidad que a la transmitida por las letras. Nada extraño por otra parte  en un mundo en el que se despoja a las personas de su condición humana para convertirlas en balances y estadísticas.
Privados de la esencia, apenas pervive la dignidad. Y de esa y del compromiso, quedamos un poco más huérfanos con la partida de Carlos Fuentes, como ya ocurriera con la marcha de José Saramago y como, más temprano que tarde, pasará cuando nos deje Juan Gelman, el poeta argentino afincado en ese México que asiste hoy al último tránsito de Artemio Cruz.

domingo, 5 de febrero de 2012

El valor de las promesas

Las promesas son deseos lanzados al aire que trazan un vuelo a la espera de ser cumplidas. Su valor lo marca el cumplimiento, cuando debía ser al revés y comprender que lo verdaderamente valioso es lo prometido y más concretamente el acto de prometer, por lo que implica de compromiso. Y aún así eso no devalúa el cumplimiento.
A quien lanza una promesa se le presupone el convencimiento y el deseo de cumplirla, salvo a quienes hacen del engaño un arte y prometen sin importar lo prometido y por supuesto, sin intención de cumplirlo.
Hay quien promete alcanzar la luna y nunca despega los pies del suelo porque la vida le pone plomo en las suelas. De modo que se mortifica pensando que nunca alcanzará la luna. Lo práctico sería quitarse los zapatos para liberar el plomo y poder despegarse del suelo, pero hay ocasiones en que la vida pone tanto plomo que te clava al piso y te impide volar.
Quizás por eso procuro prometer poco y cumplir lo prometido, aunque eso no me exima de algún incumplimiento. Pero soy consciente de la dificultad que entraña, así que valoro las promesas de otros y aunque como a cualquiera me place el cumplimiento, asumo que el valor reside en la promesa y que se puede liberar el compromiso, para simplemente contemplar el vuelo.

viernes, 15 de julio de 2011

La barraca del Zurdo

Días de teatro en Baeza. La muestra de artes escénicas UNIAescenaBaeza, que se celebra a la par y como complemento de la Escuela de Teatro de la UNIA, permite durante dos semanas disfrutar de un amplio programa de teatro, danza y títeres.
Representaciones como La barraca del Zurdo, de la compañía Laví e Bel. Una barraca contemporánea a aquella otra sobradamente conocida por ser su promotor aquel poeta y dramaturgo granadino asesinado en el mes de agosto del 36; Federico García Lorca, muerto por las balas, pero abatido por el germen de la intolerancia, por rancios modos y creencias, por la irracionalidad del exterminador y por todo aquello que revestido de decencia socava desde el provincianismo oscuro y profundo la convivencia, la fraternidad y la libertad.
Leí una referencia hace tiempo sobre esa barraca del Zurdo en un texto sobre las Misiones Pedagógicas de la República Española, pero sólo hace unas semanas he conocido la historia de Daniel Buenaventura “el Zurdo” y su barraca, por programarse esta obra en la edición de UNIAescenaBaeza de este año.
La barraca del Zurdo es la historia de una familia de la farándula, de 1920 a 1983; o lo que es lo mismo, una etapa de la historia de este país contada a través de las vivencias de algunos de aquellos perdedores, que sin embargo nunca fueron derrotados.
Por eso, La barraca del Zurdo es la memoria histórica de un sueño de libertad. Ese mismo sueño truncado durante 40 años y apenas recuperado entre 1976 y 1982. Y también es la historia de un compromiso con el teatro y con unos ideales, entre los que la cultura y la educación siempre fueron una prioridad.
La barraca del Zurdo evoca inevitablemente a Lorca y pese a ello, el exilio de Buenaventura y su familia y el desgarro provocado por ese destierro remiten consciente o inconscientemente a Cernuda. Al dolor por España de aquellos que injusta y erróneamente fueron calificados de antiespañoles o de malos españoles y que demostraron que el amor a la patria no tenía que ver con la palabrería, los gestos y los actos de uniformes y sotanas. De igual manera que en aquella época, el honor era algo ajeno a crucifijos y sables, pero podía adornar el cuchillo de una barraca.
Esta obra es una apuesta valiente por mantener la memoria y el compromiso, en un momento en que la sombra de los que truncan sueños de libertad se alarga y en el que demasiados sucumben a la tentación de dejar de soñar; acariciando peligrosamente la derrota.

lunes, 16 de agosto de 2010

Un periodista comprometido

La vida hoy me ha traído una sonrisa. En una jornada de mucho laboro, además de la fortuna de tener trabajo y recibir un salario por desempeñarlo, he recibido una gratificación extra.

Esta profesión mía, tan maltratada en demasiadas ocasiones, me ha brindado la oportunidad de conocer a unos de esos periodistas que agotan elogios y sitúan su trabajo a ese nivel que incluso las mayúsculas parece letras demasiado pequeñas para describirlo.

Recibió un Pulitzer hace más de una decena de años, pero no es partidario de vivir de las rentas. Y hoy prefiere hacer bandera de un periodismo de calidad y de compromiso a través de su criatura periodismohumano.com, antes que pasear esa condición de galardonado, con un premio con el que muchos se hubieran retirado a una columna o a un plató de televisión a opinar de lo divino y de lo humano, a la par que engordaban cartera y cuenta bancaria.

Pertenece a esa generación de periodistas de los que aún creen que viven para contarlo y que hay que contarlo bien, al margen del soporte en el que se cuente. Algo tan elemental y tan frecuentemente olvidado o minusvalorado como que el pasado, el presente y el futuro del periodismo estuvo, está y estará en la calidad de los contenidos y no en el glamour de los envoltorios.

Javier Bauluz denuncia que los medios de comunicación, las empresas periodísticas, están más pendientes de la cuenta de resultados, de la obtención de dinero, que de la calidad del trabajo periodístico. Esa prioridad al dinero y las puertas cerradas o entreabiertas, nunca francas, para publicar algunos reportajes en prensa y televisión le llevaron a crear su propio medio de comunicación, donde la decisión y la calidad de la información son patrimonio de los periodistas y no de los empresarios.

Cuando varios periodistas se juntan, además de ser probable que le hagan un traje a la medida a cualquiera con lengua y saliva como hilo y aguja, es inevitable que se hable de periodismo. Nuestro premio a un jornada intensa de laboro ha sido ese, un almuerzo de periodistas. Escasa tajada para algunos y bocato di cardinale para otros, como los tres compañeros que hemos tenido el placer de almorzar hoy con Javier Bauluz.

Un almuerzo donde al margen de las viandas el plato principal ha sido el periodismo. Y cuyos ingredientes han sido desmenuzados, condimentados, elaborados y presentados ante nosotros ávidos comensales con el obligado respeto a la materia prima y la adecuada distancia del artificio.

Del mismo modo que existe comida basura, la denominada fast food, existe el periodismo basura. Su ingesta es habitual y voluntaria entre la población, en especial, en las consideradas sociedades avanzadas. Bauluz, igual que otros periodistas comprometidos y convencidos de que el periodismo ha de ser un bien social, defiende que la información debe estar a la altura de la creación de un gourmet, pero que lejos de ser consumida sólo por las élites debería ser aperitivo o primer plato en cualquier casa de comidas.

Como postre me quedo con una reflexión de cosecha propia, dado que Internet proporciona la libertad de publicar contenidos y de acceder a ellos, no podemos seguir culpando al mensajero o al pagador del mensajero de lo que se sirve en nuestra mesa. Esa libertad de elección está a golpe de click.



Foto: Javier Bauluz.


lunes, 18 de mayo de 2009

El poeta insobornable

Se fue a su último exilio. El de la vida. Aunque cuentan quienes le conocieron que ese tránsito había comenzado ya unos años atrás, cuando el alzheimer de Luz, su mujer, les devolvió a Uruguay para morir allí. Hace 3 años ella y ahora, el poeta.
Mario Benedetti era el poeta del exilio, pero también del compromiso y a pesar de ello, un poeta alegre. Ayer cerró su paréntesis y culminó su desexilio; el de la vida y el de la literatura.
Y eso nos deja, su literatura y el recuerdo de un hombre, dicen que insobornable. A mí además me queda la imagen de un hombre menudo, con bigote, en una caseta de la Feria del Libro de Madrid, en el Retiro, firmando ejemplares de sus libros. Hace ya mucho tiempo de esto, han pasado muchos años desde que le ví en aquella caseta semioculto por los libros expuestos y por otros apilados en una pequeña columna que esperaban su firma; y pensé que era poca cosa para ser poeta. Como si existiera un patrón de medida o un modelo para los poetas, para los escritores…
Ahora, quiero pensar que el tiempo nos hace sabios o por lo menos nos da algo más de conocimiento, sigo viendo una figura humana chiquita escondida entre los libros, pero también veo una figura literaria grande. Un enorme escritor. Y otro resistente que se fue.



“…pero la muerte nunca se impacienta/ seguramente porque sabe mejor que nadie/ que los sobrevivientes también mueren”.
“Sobrevivientes”, Mario Benedetti.