El
escritor Carlos Fuentes ha muerto. El brillo de otros escritores como Gabriel
García Márquez y Mario Vargas Llosa no logró apagar el suyo, pero si es cierto
que contribuyó a difuminarlo; y la luz irradiada por el colombiano y el peruano
le mantenía en un claroscuro.
Hasta
que ha llegado la pelona. Y es
entonces, cuando la fatídica señora deja la tarjeta de visita, cuando volvemos
la mirada hacia el mexicano y le buscamos el merecido acomodo literario.
Y
es ahora cuando para muchos su Artemio Cruz se sitúa a la misma altura que el
universalmente loado Pedro Páramo, ese otro personaje de la narrativa mexicana
ideado por el escritor Juan Rulfo. O cuando “Terra Nostra” y “La región más
transparente” merecen un hueco entre las
mejores novelas del siglo escritas en español.
Cosas
de las desapariciones y los reconocimientos tardíos. Como ese márketing de la muerte que ya se ha activado
para hacer caja; cuando apenas han
trascurrido unas horas del fallecimiento del autor y se abre la veda a la
búsqueda de inéditos, obras completas o textos inacabados, que sirvan de justificación
para una nueva publicación y se inicia una carrera editorial por la reedición
de sus obras que dispare ventas y descargas on-line y pueble los escaparates de
librerías y grandes almacenes.
Nadie
es ajeno a la voracidad de los mercados, ni siquiera un autor como Carlos
Fuentes que aunó literatura y compromiso. Y tiene su aquel, porque en estos
tiempos la literatura y el compromiso sólo van excepcionalmente de la mano, y
son, por lo general, denostados.
Pesan
más las cifras que las palabras. Se valoran más los depósitos de los bancos que
los de las bibliotecas. Y pese a la volatilidad y lo efímero de la realidad
reflejada por los números, se le da a ésta más credibilidad que a la
transmitida por las letras. Nada extraño por otra parte en un mundo en el que se despoja a las
personas de su condición humana para convertirlas en balances y estadísticas.
Privados
de la esencia, apenas pervive la dignidad. Y de esa y del compromiso, quedamos
un poco más huérfanos con la partida de Carlos Fuentes, como ya ocurriera con
la marcha de José Saramago y como, más temprano que tarde, pasará cuando nos
deje Juan Gelman, el poeta argentino afincado en ese México que asiste hoy al último
tránsito de Artemio Cruz.
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