El poder utiliza de
forma recurrente artificios con los que busca el mismo logro del calamar con su
tinta, la ocultación, o en su defecto, desviar la atención hacia hechos
favorables a sus intereses. El poder político, representado en el gobierno de
la nación, no es como poder ajeno al uso de estos artificios; de ahí que no sea
una excepción el recurso de ondear la enseña nacional e incluso envolverse en
ella, para dirigir la atención del supuesto pueblo soberano hacia aspectos que
puedan concitar el respaldo, hasta el visceral e irracional, de una mayoría ciudadana
y que reporte al gobierno de turno el apoyo popular y a la vez, le sirva para
enmascarar sus incapacidades y miserias como gobernante.
A lo largo de la
historia, numerosos países y gobiernos son ejemplos de ese desvío de la mirada
hacia el exterior, un enemigo que exige la unión y la respuesta ciudadana como
si se tratara de un único individuo; un enemigo que en el supuesto de no
existir se crea con los recursos propios o con la inestimable colaboración de terceros,
empresas o países con intereses en el propio país o en esa área geográfica.
Argentina ocupa un lugar
de privilegio en esta lista por méritos, más bien deméritos, propios. Durante
la dictadura, con el general Leopoldo Galtieri al frente de la Junta Militar,
no tuvo reparos en “inventarse” la Guerra
de las Malvinas en 1982 y señalar como enemigo externo a Gran Bretaña,
tratando de ocultar la mala situación económica del país y minimizar el rechazo
social a esa Junta Militar y al modelo gubernamental. Y 30 años más tarde, un
régimen populista oligárquico camuflado en un sistema democrático y que ha
acuñado su propia denominación kirchnerismo,
intenta de nuevo utilizar las Malvinas y crear un enfrentamiento
artificial con Gran Bretaña para involucrar a países vecinos y ¡sorpresa! retirar
el foco de la economía del país.
Ni siquiera el fracaso
en la intentona, por lo burdo de la maniobra, varía la intención de activar
esos recurrentes artificios del poder y agitar la bandera y clamar patria.
Simplemente se modifica el enemigo externo y el objeto de la enemistad, el
lugar de las Malvinas lo ocupa la empresa YPF-Repsol y el de Gran Bretaña, la
madre patria España. El resultado es conocido, nacionalización
de YPF, grandiosa puesta en escena en la Cámara argentina y euforia
ciudadana; una cortina de humo tras la que esconder los datos de la maltrecha
economía nacional.
El antagonista, el
origen y responsable del mal, el enemigo, tampoco desaprovecha la oportunidad y
no renuncia a su vez a activar artificios similares para obtener la misma
respuesta entre sus ciudadanos y tapar también sus vergüenzas u obtener
ventajas. En el caso británico, por ejemplo, el triunfo en la contienda en 1982
permitió a Margaret Thatcher, pese a su política de hostigamiento a
trabajadores y sindicatos, revalidar con holgura su mayoría en el Parlamento
inglés. Y en 2012 le ha dado un balón de oxígeno a David Cameron para mostrar
al mundo la firmeza
del gobierno británico y dejar a un lado su aislamiento en la Unión Europea
y los efectos de la crisis económica en el Reino Unido.
En el caso español,
también en 2012, la respuesta ha sido el mimetismo de los usos argentinos y el
gobierno de Rajoy no ha dudado en agitar la bandera, señalar al “agresor” y
extender una enorme mancha de tinta, acogiéndose a la discutible
españolidad de la compañía Repsol (42 por ciento del capital, propiedad de
fondos de inversión internacionales, y un 9’5 por ciento, de la mexicana Pemex)
y a la defensa de los intereses españoles ¡de una empresa multinacional privada!
en el exterior. Cuando la realidad es que la algarabía originada por el
artificio argentino se ha utilizado para desviar la atención sobre las andanzas
y desventuras de la Casa Real y su entorno (por orden cronológico: imputación
del marido de la infanta Cristina, Iñaki
Urdangarín, accidente del hijo
de la infanta Elena con una escopeta de caza y rotura de cadera del rey
Juan Carlos durante una cacería de elefantes en Botsuana), los recortes
aprobados por el gobierno del PP y su falta de credibilidad en los foros
económicos mundiales. Lo sorprendente de la maniobra española es que ha
conseguido envolver en la tinta de calamar al propio presidente de Gobierno,
otorgándole la condición de desaparecido.
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