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lunes, 18 de julio de 2016

20 años de Etnosur


Ya lo decía Gardel en aquel tango “sentir que es un soplo la vida, que 20 años es nada”. Ya cantaba María Teresa Vera aquel bolero a ese amor de “veinte años atrás”. Y así entre otros sones y ritmos también hemos llegado a los 20 años de Etnosur, los Encuentros Étnicos de la Sierra Sur que parió el amigo Pedro Melguizo y que cada año nos hacen más viejos, este julio al menos dos décadas, pero que paradójicamente nos rejuvenecen. 
Siempre lo he dicho, para mí Etnosur es el Festival de la convivencia y el color. Podría decirse por tanto que es el Festival de la C. Entre otras cosas porque siempre se hace con, con música, con arte, con talento, con luz, con aroma, con esfuerzo, con generosidad, con participación, con los de aquí y con los de allá y con compromiso.  
Ya sé que me repito. Ya sé que no es la primera vez que escribo sobre Etnosur. Y tampoco será la última. Porque en esas dos décadas que ahora festejamos son muchos los viajes de ida y vuelta realizados, como esos sones que cruzaron el Atlántico en una y otra dirección, y porque espero que en los años venideros se produzcan nuevos viajes. Navegando por el mar de olivos entre Jaén y Alcalá la Real, tomando como referencia ese faro que es el castillo de La Mota y siguiendo ese haz de luz que invita a visitar, a conocer, a disfrutar, a convivir… y siempre, a soñar.
Insisto en la que cultura es un puente que conduce a la convivencia. Está abierto al tránsito y cualquiera pueda cruzarlo. No establece fronteras, no requiere pasaportes o visados y por supuesto carece de guardas uniformados y barreras. Pero demanda curiosidad, mentes abiertas y ganas de aprender. 
Ese puente se ha extendido los últimos 20 años durante 3 días en esta tierra fronteriza que no entiende de fronteras. Hemos disfrutado, hemos aprendido y hemos vivido. Hemos etnosureado. Porque mientras en otros lares engrasan los goznes y anhelan pesados cerrojos que conviertan puertas y pasos en infranqueables, aquí permanecen abiertas las ventanas para que fluya el aire de la sierra, un aire de palabras, de imágenes, de olores y de música. 
Estamos para otros 20, pero nos conformaremos con ir de uno en uno. En 2017, el 21. Y a seguir soplando velas. 

lunes, 20 de julio de 2015

Un mural de color


Podría decir que he perdido la cuenta de las ediciones que van. Pero mentiría. Conozco sobradamente que la de este año ha sido la diecinueve. Lo que no recuerdo es a las que hemos faltado. Y por supuesto, tampoco el número exacto de aquellas a las que hemos asistido.
Etnosur, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, sigue siendo un sueño hecho realidad. Un sueño soñado por unos pocos que nos ha permitido soñar a otros muchos. De modo que bien pudiera parecer que dormimos de julio a julio para despertar a mediados de mes y durante tres días, soñar. O quizás soñamos el resto del año esperando que llegue ese julio mediado para volver a Alcalá la Real.
El Festival continúa siendo esa paleta de colores que cada año da vida a un lienzo. Distinto al del año anterior, pero manteniendo su esencia. Así que si juntáramos los diecinueve cuadros obtendríamos un mural de color, luz, sonido y conocimiento. Un relato visual inconcluso, que sin embargo narra lo acontecido en esos diecinueve años y deja pinceles, paleta de colores y lienzo predispuestos para la próxima creación.
Es una cita anual en la que la amistad siempre ha desempeñado un papel relevante y ha servido de excusa o de hilo conductor para compartir y vivir el sueño a través de las palabras, de la imagen o de la música. Sin abandonar el compromiso y con la convicción de que la cultura es un puente que conduce a la convivencia. El elemento que nos invita a empatizar y a mirar a la vida y a los otros con nuevos ojos; tanto desde el interior como desde la superficie. Y puede que esa nueva forma de mirar no nos haga mejores, pero seguro que no nos empeora.
Acostumbrados en esta tierra que habito a dar demasiados pasos en la oscuridad, no viene mal de vez en cuando buscar la luz del faro en la costa del mar de olivos, seguir el haz y pisar la roca firme de los sueños. Los mismos que nos hacen mover los pies al ritmo de la música y la mente al son de las palabras. Esos sueños que muestran el corazón en unas pinceladas de color.

miércoles, 23 de julio de 2014

Maridaje


No es fácil maridar. Y menos cuando se trata de unir en armonía palabras e imágenes en un tiempo en el que las segundas se imponen a las primeras.
El compañero plumilla, Jorge Pastor, ha dejado por un momento las palabras a dos orfebres del verso, las poetas Carmen y Dori Hernández, y ha optado por atrapar al personal desde su mirada ciclópea.
No concibe la fotografía sin el protagonismo humano. Asumiendo consciente o inconscientemente que en cada click atrapa un instante de una vida que ya es pasado y que aun así la imagen habita en el presente.
Y ha querido arropar a sus personajes con un manto de palabras bordadas, de esas que prendidas en el papel, sin abandonarlo, son capaces de prender también en recónditos parajes de nuestra geografía interior. En cielos e infiernos. En vergeles y páramos. En aquellos territorios donde se cruzan los sueños y las sombras y dejan un trazo de lo que fue y de lo que no pudo ser.
Ante los versos y las fotografías surge espontánea y natural la duda sobre el proceso creativo, si fue antes la gallina o el huevo. Si la cría rompe las paredes calcáreas para liberarse o por el contrario es el huevo el que se resquebraja para ofrecer la libertad a la cría.
Parece una nimiedad, pero la simplificación o complejidad de ese proceso creativo otorga un valor específico al resultado final. No es lo mismo abordar la imagen desde las palabras o las palabras desde la imagen que hacerlo de forma simultánea. Porque esa simultaneidad en el proceso creativo, reconocida por el propio autor, avala el maridaje de fotografía y poesía, lo libera de artificios y desde la naturalidad lo conduce a la armonía.
El resultado es un bocado para paladares exquisitos. “Art mariage”.
Foto.- Acceso a la exposición "Art mariage", presentada en el Palacio Abacial (Alcalá la Real), en Etnosur 2mil14.

lunes, 21 de julio de 2014

Etnosureo

Han pasado algo más de 18 años. Todavía recuerdo cuando Carmen y Pedro, recién llegados de Cuba, Antonia y yo nos fumábamos entre los cuatro un Cohiba lancero en el piso de Pilar de la Imprenta. Entonces Peter Gabriel no había muerto (el viejo Peter siempre nos recibía con un gruñido, pero meneando la cola) y Karishma, Sergio y David nos esperaban en un futuro que desconocíamos.
Pedro se levantó del asiento, agarró un tocho de folios y extendiendo el brazo me dijo que lo leyera y le diera mi opinión. No en ese momento, claro. Y nos explicó por encima, con el entusiasmo que le caracteriza cuando se trata de algún tema relacionado con la música, el proyecto de aquel festival que preparaba con unos amigos.
Durante años aquel taco de folios permaneció en nuestro ático de la calle Vandelvira, hasta que desapareció cuando nos mudamos de vivienda. Lo guardaba como un tesoro.
Aquel proyecto, Etnosur, nunca fue concebido como un festival al uso de esos que tanto abundaban por nuestra geografía y otros lares. Su propio nombre era una señal, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, y entre sus premisas, el rechazo a la masificación y la gratuidad de las actividades programadas.
Ahora se ha hecho mayor de edad. Y como a los buenos caldos, el paso del tiempo le ha dado cuerpo. Aquel muestrario de grupos y espectáculos de música de raíz de todos los rincones del mundo se ha enriquecido y ahora el festival produce espectáculos propios y únicos con grandes músicos y grupos: el maestro Morente y su coro de voces búlgaras; Dorantes y sus ConVivencias; Cubaneando de la Cuban Sound Project, con Pancho Amat, Reinaldo Creagh (pónganse en pie), Santiago Auserón y Carmen París; La Zarabanda de Juan Perro o el último, Razón de Son, de Raúl Rodríguez, con Mario Mas, el repentista Alexis Díaz Pimienta y Coetus… Y genera foros, alimenta exposiciones, performances como aquella de Manuel Rivas, talleres y una interminable lista de participantes que ha dado a Alcalá la Real el privilegio y la oportunidad de compartirlo con vecinos y visitantes.
Etnosureamos. Soneamos. Pandoreamos. Disfrutamos las exposiciones en el Palacio Abacial, “Art Mariage”, del compañero Jorge Pastor y las poetas Carmen y Dori Hernández, y “Negros de arena y cal”, de Jesús Cosano.
Topo con el artista Xavier de Torres, autor de la escultura que representa el Premio Etnosur, que ha ido recayendo años tras años en personas o colectivos como Rosa Mª Calaf, Mario Benedetti, Baltasar Garzón, la Fundación Vicente Ferrer o en esta edición, la Plataforma Afectados por la Hipoteca (PAH). 
Conocimos a Xavier en San José. Una Semana Santa de hace otro puñado de años con Pedro y Carmen, que nos lo presentaron y nos llevaron a su casa; donde en la planta superior asistimos a la exposición más original de la que he disfrutado. Los cuatro tumbados en el suelo del estudio y Xabier desenrollando lienzos y mostrándonoslos. Fue el primer año en que participó en Etnosur con el taller Espantapiedras; creo recordar que fue aquel mismo año en que permanecí más de dos horas de pie, en el patio del Palacio Abacial, escuchando a Fran Sevilla, Rosa Mª Calaf y Ramón Lobo hablar de periodismo y de los corresponsales de guerra.
Viene del foro sobre “Los sonidos negros del flamenco”, en el que participaban Raúl Rodríguez y Jesús Cosano. Me cuenta que ha conectado con Mario Mas, el guitarrista que me dejó la noche anterior boquiabierto con su toque y que es hijo de aquel otro guitarrista español amigo de Leonard Cohen. Quizás este encuentro entre ambos sea la semilla que germine en un nuevo proyecto etnosureño.
Raúl es músico y antropólogo; Mario, guitarrista y biólogo, Xavier alucina con ellos y me deja una reflexión para el recuerdo: ellos (lo mismo que otros como ellos que han pasado por Etnosur, incluido el propio Xavier) han elegido su propio camino al margen de modas y mercantilismos; apuestan por la creatividad, y al conocimiento vital y artístico mamado de sus progenitores añaden su propia formación, de modo que en la adolescencia ya eran capaces de verbalizar aquello que habían conocido y que ahora impregna lo que hacen.
Etnosur es color, sonido, aroma, arte, cultura, luz y convivencia. Es vida, una parte de nuestras vidas. Y sobre todo, un símbolo de amistad.

Foto.- Concierto de "Pandora" en el Paseo de los Álamos (Alcalá la Real), Etnosur 2014.

martes, 24 de julio de 2012

La Zarabanda

En tierra de fronteras la mezcla es de natural casi obligada. Alcalá la Real es tierra de fronteras y el Festival Etnosur (Encuentros Étnicos en la Sierra Sur), que se celebra en esa población fronteriza durante los últimos 16 años, es planeta de mestizaje. Por ello es normal que su seña de identidad sea la convivencia y que en este territorio, al menos durante los 3 días en que se celebra el festival, poco importe la piel y su cobertura y sólo prime lo que hay debajo, los huesos, los músculos, la sangre… aquello que nos iguala y no establece visibles y conceptuales diferencias.
Donde impera la armonía es lógico que se produzca el retorno. Y el pirata Santiago Auserón, y su alter ego Juan Perro, no han podido escapar a esa tentación de regresar a un espacio que bien pudiera ser el hábitat propio de quien gustar internarse por las veredas que los distintos territorios de la música ofrecen de Norte a Sur, de Este a Oeste.
Si hace dos años participó en Etnosur fundamentalmente con la palabra y dejando un sabroso aperitivo musical junto a Carmen París y los músicos de Cuban Sound Project, en esta edición ha dado el protagonismo a la música con la presentación de una creación pergeñada en esta tierra, La Zarabanda.
Un espectáculo para el que se ha rodeado, como siempre, de grandes músicos; con la presentación incluida del hijo de Martirio con ¡un tres flamenco!, música del polifacético Sitoh Ortega (fotógrafo y músico de la tierra del lagarto) y una bailarina, la Zarabanda, que al mover las caderas agitaba las olas del mar de olivos.
Muchos esperaban un revival de Radio Futura y se encontraron al Perro en estado puro, tirando del torrente de voz para hacer fluir el Río Negro y rescatando algunos temas de Raíces al viento, La huella sonora y Mr. Hambre. Y brindando una impagable interpretación de Las Tres Morillas, un guiño al folclore local y a la esencia de esa Zarabanda.
Sí, puede parecer sorprendente, por lo inhabitual, que exista afinidad entre perros y gatos. En mi descargo diré que soy gato antes que él Perro y cuando Auserón alcanzó esa condición yo ya era incondicional de Radio Futura, como de Los Clash, así que no había margen para la disidencia. Aún conservo el single, en vinilo of course, de La estatua del jardín botánico (cara A) y Rompeolas (cara B) y los recuerdos de conciertos en Rock-Ola, el antiguo Palacio de los Deportes de Goya, Cabestreros, el Rockodromo de la Casa de Campo e incluso un San Isidro en Camoens bailando con abrigo en la Escuela de Calor o uno en la feria de San Lucas en Jaén, en el que Carlos Berges se levantó un pedal de guitarra provocando el ladrido del que todavía no era Perro. Y como no, los mediodías del domingo en la desaparecida La Bovia, en el Rastro, que Auserón frecuentaba con el también desaparecido Enrique Sierra; un café donde eran fijos la rubia con espuma, los productos típicos de Ketama, las redadas policiales y el mural de Nicaragua Sandinista.
Tampoco debe resultar tan extraño, a fin de cuentas La Zarabanda es un baile de perros que los gatos quieren bailar.


jueves, 24 de marzo de 2011

El eternauta


Hoy se me van los pies con Chico O’Farrill. Se había despistado el CD entre las páginas del libro “Etnosur Diez Años”, una obra editada en el décimo aniversario de los Encuentros Étnicos en la Sierra Sur (debe ser por aquello de que el arte llama al arte); y hemos celebrado el reencuentro con una audición en soledad. De nuevo pa’La Habana.
El caso es que puestos a compartir joyas, he recordado la compra que hice las pasadas navidades en Barcelona. Descubrí una librería nueva en la calle Cartellá, en el barrio de Horta, y no pude resistirme a franquear la puerta y entrar a echar un vistazo.
Llevaba abierta unos pocos días, según me contó el dueño, al que alabé el valor de embarcarse en una aventura como la de los libros y más en estos tiempos cuando lo normal es el cierre de comercios y no su apertura.
No puso objeciones a que deambulara un rato por allí, mirando y preguntando. Tenía una sección con novedades, casi todas best-sellers de los que huyo como de la peste; otra de ejemplares en catalán; un apartado de ediciones de bolsillo y una zona dedicada a la literatura juvenil e infantil, con algunos ejemplares dignos de colección. Un pequeño espacio reservado para el libro digital y una sección de cómics.
Esta última era más bien escasa en su oferta, porque como él mismo me confesó desconocía ese género y se dejaba llevar por las recomendaciones de un amigo. Pero ¡sorpresa!, allí estaba, como esperándome, encerrado en su envoltorio transparente. Unos 20 años después de saber de su existencia, por primera vez veía aquel mito de la literatura argentina. Lo tomé entre mis manos, reconozco que con cierta emoción mal contenida y un brillo casi infantil en los ojos. Me dijo que podía abrirlo si quería. Pero me negué. Me pareció casi una profanación. Y aún así no pude dejar de apreciar lo cuidado de su edición, cartoné, portada troquelada y aquel llamado en forma de asterisco “edición original”.
Era “El eternauta”, el cómic de H.G. Oestrheld y Francisco Solano López editado a final de los 50 en Buenos Aires, que sería premonitorio de lo que vendría luego, aquel golpe militar de Videla que abrió una época negra en Argentina, del que hoy se cumplen 35 años y del que el propio Oesterheld fue víctima al convertirse en uno de sus miles de desaparecidos.
Sabía que en España existía una edición de Norma Editorial, alejada del original, que nunca había tenido la fortuna de contemplar. Así que este ejemplar de una editorial mejicana desconocida para mí, RM, era un inesperado regalo navideño.
Dos días más tarde regresé a la librería y compré aquel ejemplar, al que liberé de su prisión de celofán. Desde entonces lo leo con parsimonia, recreándome en cada palabra y cada dibujo. Supongo que por la pausa adquirida durante 20 años de espera. Y por el reconocimiento a Oestrheld y a tantos otros como él, a los que debemos recordar incluso en un día como hoy, aniversario de semejante tragedia.

Imagen: Portada de la reedición de "El eternauta" (http://www.editorialrm.com).

lunes, 19 de julio de 2010

Cubaneando


A la vuelta de la esquina, la vida puede sorprenderte. Y en ocasiones, ni siquiera hay que doblar la esquina. Es cuestión de saber elegir el momento y el lugar. Y el sábado era uno de esos días en que la correcta elección era garantía de una sorpresa memorable.
Ocurrió en la provincia que habito, en Alcalá la Real, en una nueva edición, y van 14, de Etnosur, los Encuentros Étnicos en la Sierra Sur. Podría hablarles de la perfomance “Los libros arden mal”, de Manuel Rivas, una fusión de música y literatura. Un poco larga, a mi juicio, pero una delicatessen para paladares finos, y un buen entrante para lo que vendría después como plato del chef, una muestra inolvidable del mejor repertorio interpretativo de la música cubana.
Pasadas las doce y media de la noche, ya en la madrugada del domingo, los músicos de Cuban Sound Project ocuparon el escenario. Una orquesta cubana, al más genuino estilo de una big band, y heredera de las grandes orquestas cubanas como la Aragón, de conjuntos como el de Arsenio Rodríguez o el de Miguelito Cuní y Chapottín e incluso del legado del Bárbaro del Ritmo, Benny Moré, y más recientemente, de Adalberto y su son o de Los Van Van, de Juan Formell.
Y acompañada de Pancho Amat, el maestro del tres cubano, y con la presencia de Reinaldo Creagh, que a sus 92 años y pese a disolver La Vieja Trova Santiaguera, por la avanzada edad de sus componentes y su negativa a seguir viajando, ha cruzado de nuevo el charco para ofrecer su inigualable versión de “El paralítico”, del Trío Matamoros, con pasos de baile incluidos (puede que sea su última gran aparición sobre un escenario).
De este lado del Atlántico, el pirata Santiago Auserón, más Juan Perro que Auserón, que rindió emotivo recuerdo a grandes de la música tradicional cubana como Faustino Oramas “El Guayabero” o Francisco Repilado “Compay Segundo”; y la siempre inolvidable Carmen París, interpretando un solo al piano, dentro de la más pura tradición cubana, y ofreciendo ese dúo irrepetible con Auserón para interpretar “25 años”.
Metales, tumbadoras, piano, el tres de Amat…. Descarga incluida como fin de fiesta. Un recorrido, con excepciones, alejado de los temas clásicos de la música cubana, pero rindiendo culto a las variadas formas de interpretación de los maestros cubanos, tanto en la instrumentación como en la interpretación.
Ya, ya se que son muchos los que piensan que la música cubana es sólo salsa y que incluso la confunden con lo que acompaña a muchos guisos, matando el sabor y disfrazando las materias primas. Pero también existen el danzón, el son, el cha-cha-chá la guajira o el guaguancó. Y degustarlo en Etnosur, fue cubanear.

martes, 10 de noviembre de 2009

El fotógrafo inusual


No es usual, pero de vez en cuando las buenas personas, que además son buenos profesionales, reciben el reconocimiento público en forma de premio. En esta ocasión se han juntado lo inusual de este hecho con lo tampoco nada habitual de que el premiado en la categoría de Premio Nacional de Fotografía sea un fotoperiodista, Gervasio Sánchez.
Yo no conozco a Gervasio, pero tenemos una amiga común, Carmen Quesada, que me ha hablado en muchas ocasiones de él, curiosamente el jueves y el viernes pasados, el día que le dieron el premio, hablábamos de él por cosas de Facebook, sin saber entonces de su galardón.
Otros que le conocen hablan tan bien de Gervasio como Carmen, así que no debe haber dudas de su bonhomía. Cuando Ramón Lobo participó en el Foro de Etnosur en Alcalá la Real junto a Rosa María Calaf y a Fran Sevilla (qué lujo de trío) contó algo sobre Gervasio cuando ambos coincidieron en Sarajevo; era una historia sencilla, la de un fotoperiodista cordobés afincado en Zaragoza que en una ciudad castigada por una estúpida y cruel guerra (como todas las guerras) acudía todos los días al hospital para visitar a los niños allí ingresados y llevarles caramelos y una sonrisa.
Ese mismo fotoperiodista es el que se desplazó a Sierra Leona para convivir con un misionero español dedicado a rescatar de las garras de otra guerra estúpida y cruel a niños soldado. Gervasio los acogió en su cámara de fotos y los trasladó a las páginas de un libro, donde además contaba la labor de ese misionero y de paso trataba de abrir nuestros ojos.
Con anterioridad a estos niños soldado, Gervasio había fotografiado a víctimas de las minas antipersona en guerras estúpidas y crueles en África y Asia. Sus “Vidas minadas”.Y junto a sus fotos, denunciaba la doble moral de países como el nuestro, cuyos sucesivos gobiernos democráticos venden armas y minas antipersona a los países donde hay estúpidas y crueles guerras.
Gervasio Sánchez no es un tipo cómodo para el poder político y económico, porque con sus fotografías y sus palabras dibuja los excesos de esos poderes y su resultado entre los más desfavorecidos de cualquier esquina del mundo en África, en Asia, en América o en Europa.
Ahora anuncia que su próxima parada en 2011 es España y que su ojo y su pluma se pondrán al servicio de la dignidad y de la justicia para aquellos que desaparecieron y aún hoy permanecen desaparecidos; los ausentes a los que la memoria histórica no logra hacer retornar. “Quiero hablar de otros desaparecidos, los nuestros, porque siento vergüenza de la instrumentalización de la memoria histórica en este país, dividida entre los que no quieren sabe nada y los que quieren ganar audiencia” (Gervasio Sánchez, “Disparos en el frente de la verdad”, El País, sábado, 7 de Noviembre de 2009).
Eso será en 2011, ahora al recibir la noticia de que había sido galardonado con el Premio Nacional de Fotografía 2009 ha querido recordar a otros desaparecidos que sí tienen nombre, Juantxu Rodríguez, Ricardo Ortega, Miguel Gil o Julio Fuentes, fotógrafos y periodistas fallecidos en países en conflicto cuando trataban de que viéramos a través de sus objetivos y de sus palabras. Unos desaparecidos a los que él dignifica con su trabajo desde hace 25 años.


Foto: Gervasio Sánchez, junto a su fotografía "Sofía y Alía", de la serie "Vidas minadas"; de la web http://dombenito.files.wordpress.com/2008/09/gervasio.jpg.

miércoles, 22 de julio de 2009

Un modelo de convivencia


Tengo un amigo que parió un festival. Etnosur, encuentros étnicos en la Sierra Sur, que se celebra durante un fin de semana del mes julio en Alcalá la Real, tierra fronteriza sobre la que se alza el castillo de la Mota. En España hay un numero considerable de fortalezas de la Mota y a este trozo de tierra también le tocó la suya.
Hace 13 años de aquel sueño hecho realidad y como es evidente el festival ha crecido, han aumentando sus actividades, conciertos, cine, foros, talleres, circo, pasacalles… y el número de personas que acuden a él también. Yo se que mi amigo, Pedro Melguizo, el padre de la criatura, no es partidario de la masificación y siempre ha apostado por un festival más familiar, alejado de esos otros festivales de estío con afluencias de miles y miles de personas; pero también se que es difícil lograrlo y al final, estos encuentros étnicos que se celebran en la ciudad, se han convertido desde hace esos 13 años en destino de miles de personas durante un fin de semana del mes de julio, pero sin llegar al público de otras citas como el FIB o Pirineos Sur.
Este año, Etnosur se ha celebrado el pasado fin de semana. Y para allá nos fuimos el sábado mi santa, los peques y yo. Queríamos ir al circo, pero no logramos entrar. Los casi 100 kilómetros de distancia entre la ciudad que habito y Alcalá la Real, el tiempo que tardamos en encontrar aparcamiento y el hecho de que las puertas para acceder al recinto del circo se abren una hora antes y por tanto se petó, nos impidieron acceder. Lo siento por mis peques, pero es el peaje del éxito. Que nadie se venga a engaños, no es culpa de nadie. Hay mucha gente, muchas actividades y todos no podemos asistir a todas, cuestión de aforo. Además, en Etnosur todas las actividades son gratuitas, y tan diversas que es imposible que no congreguen a muchos espectadores. En ediciones anteriores tuve la fortuna de disfrutar con la música en directo de L’Ham de Foc, la Orchestre National de Barbés, Mawaca y Especialistas; y también tuve el inmenso e impagable privilegio de asistir a una mesa redonda de la que formaban parte Rosa María Calaf, Ramón Lobo y Fran Sevilla, para hablar sobre los corresponsales de guerra más allá del tópico de las 3 des: divorciado, depresivo y dipsómano.
No entramos al circo, de modo que para hacer tiempo hasta que empezaran las actuaciones musicales decidimos matar el gusanillo del hambre y nos fuimos al Pipiripao, un espacio para la manduca, una oferta gastronómica diversa, variada, multicolor, para todos los gustos y bolsillos; un deleite para el olfato y el gusto, pero también para la vista.
Porque Etnosur es precisamente eso, una mezcla, una fusión. El festival se celebra en el casco urbano de la ciudad; así que sus calles, sus plazas, sus monumentos, sus edificios emblemáticos y por supuesto sus habitantes se fusionan con él, forman parte de él. Durante 3 días, durante ese fin de semana de julio, la Sierra Sur, con Alcalá la Real como epicentro, ofrece un modelo de convivencia, una pauta de interacción natural entre alcalaínos y visitantes, a pesar de las diferencias estéticas y formales. No sería posible concebir este festival, estos encuentros, de otro modo.
Y aunque mis peques no pudieran ir al circo, me gusta que disfruten de esto, que vean las cosas con una perspectiva amplia, que se integren en el paisaje y que, a ser posible desde pequeños, aprendan a no juzgar o prejuzgar a alguien por su color, por su procedencia, por su forma de vestir; que comprendan que la convivencia es algo en lo que nos debemos implicar todos y que si otro mundo es posible, debemos empezar por aprender a convivir en el que tenemos. Ese es el germen de Etnosur y aunque supongo que habrá más modelos o referencias, nunca imaginé uno mejor.
Al leer esto, más de uno pensará que escribo así por amistad. Es porque no me conoce. Nunca he abusado de la amistad y en este caso concreto, la amistad me permitió conocer el festival cuando sólo era un proyecto, un sueño dormido sobre el papel, y después, cuando despertó para ser una realidad, disfrutar de él.