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domingo, 13 de abril de 2025

Entre vinilos


Hoy tocaba ir a comprar una 'chuche' y disfrutar de ese día que las tiendas de discos han convertido en una cita festiva para aquellos a los que nos gustan la música y los discos, el Record Store Day. A las ediciones especiales en vinilo, tiendas como Marcapasos y Discos Bora-Bora en Granada les han sumado desde hace años una programación musical durante la jornada.
En Jaén, aunque en los últimos tiempos a muchos se les llena la boca presumiendo de oferta cultural (sin importar la calidad, of course) y repitiendo como un mantra acusador eso de menos mal que "no hay ná", no hay tiendas de discos y no podemos disfrutar de una fiesta similar. Tampoco hay una sola sala decente para conciertos, pero, bueno, y al hilo de la Semana que se avecina ¿seré yo, maestro?
Menos mal que nos queda Graná. Por cuestiones que no vienen al caso he llegado más tarde de lo previsto, pero, aún así, pisaba a tiempo Bora-Bora para escuchar un par de piezas de Carlos de Jacoba, con la tienda llena de gente disfrutona. Previamente, había pasado por la puerta de Marcapasos, donde Sr. Chinarro ha llenado hasta en la calle y pese a la lluvia. He vuelto, para, desde la rúa, escuchar también, curioso, las dos últimas canciones.
Y a continuación, la sorpresa. DJToner, Alfonso Alcalá, Rafa Martínez y 'nuestro' Sergio Albacete. 3 grandes intérpretes y un mago en la mezcla que han sido el mejor aperitivo para la cerveza.
Los 'vientos' de Sergio Albacete soplan desde hace tiempo de Torredelcampo a cualquier lugar de Andalucía y fuera de ella. Inmerso en numerosos proyectos, incluso docentes, lleva su maestría por esos cielos sin abandonar el nuestro. Y, además, hay que reseñar lo buen tipo que es. 
Hoy estaba parlanchín y he saboreado sus 'conversaciones' con el contrabajo y, de manera especial, con el trombón. Le daba a la lengua con el 'aire de Jaén' y uno sentía orgullo por el amigo y por el privilegio de la escucha en directo. 
Barruntaba después, a solas en la Malvasía, sobre el placer de lo inesperado y sobre nuestra torpeza, puede que incapacidad, para apreciar la grandeza más allá de las miradas al ombligo.

sábado, 8 de marzo de 2025

La película de Dylan


Procuro no leer las críticas antes de ver una película que realmente me interesa, aunque no siempre lo consigo. Con "Un Completo Desconocido", la de Dylan, no he podido evitarlo, y reconozco que he leído varias críticas antes de verla. Y lo que es peor, había leído los comentarios e impresiones de amigos y conocidos que ya la habían visto; algunos de ellos reconocidos seguidores de Dylan, que manifestaban su entusiasmo con la película.
Así que deambulaba sobre el hilo, cual funambulista sin red, entre las expectativas generadas que luego no se cumplen y esa dicha que sólo se alcanza en contadas ocasiones cuando la expectativa se muestra real.
No voy a disertar sobre lo que es el cine, lo que fue o lo que debería ser; sólo diré o recordaré que el cine, o al menos algunas películas, nos emocionaba.
"A Complete Unknown" me ha emocionado. Desde las primeras notas ya he notado un cosquilleo interior y las primeras imágenes abrían la tapa de los recuerdos.
¿Hay errores? Por supuesto, algunos groseros; y a mí entender, innecesarios. Pero eso es secundario. Me quedo con el resto, incluida la formidable interpretación de Timothée Chalamet.
Al terminar la película estaba sentado en un muy confortable sillón, ya con las luces encendidas, leyendo los créditos y escuchando la que para mí es la mejor canción de la historia del rock. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente volaba décadas hacia atrás; eso sí, ha vuelto a tiempo para escuchar otra de las canciones más emblemáticas del Viejo Bob, ya sin créditos.
Ahora estoy sentado en el sofá de mi casa, escribiendo esto y dejando que por mi cabeza pasen imágenes y canciones de la película. Y con unas confesables ganas de subir, poner un disco y escuchar esa canción mientras veo el vinilo girar como un carrusel de sueños; como un canto rodado.

domingo, 11 de agosto de 2024

La estrella azul

Son las cosas de esta ciudad que habito. Esas que penalizan y por las que, además, penas. Ningún cine en la ciudad. Unas pocas salas en un centro comercial de la periferia y el anuncio de apertura de nuevas salas en un nuevo centro comercial que, por unas causas u otras, se demora. Y ni siquiera esa nueva apertura de salas garantiza la proyección de determinadas películas. 
Es el caso de “La estrella azul”, de Javier Macipe. Esa cinta sobre el músico Mauricio Aznar que me quedé con las ganas de ver en pantalla grande cuando se estrenó. Una pérdida que he podido mitigar con su estreno meses después en varias plataformas de televisión. Aunque no es lo mismo. Viví algo aparecido con “Calle 54”, de Fernando Trueba, que tampoco halló sala para ser exhibida. 
No les voy a destripar la película. Les aconsejo que la vean. A mí me ha parecido una maravilla, pero eso tiene escasa validez porque yo estaba predispuesto desde un principio a una película sobre la cabeza visible de “Más Birras”; aunque la realidad es que la película se centra más en su etapa tardía, lo que no la hace menos bella. 
“Más Birras” era una banda de esas denominadas “de culto” con el paso del tiempo. Algo que precisamente con el paso del tiempo he llegado a sospechar que pretende ser un elogio a la banda, pero que también califica a sus seguidores como poco como raritos o algo similar. Porque ¿esos quiénes son? ¿de verdad te gusta esto?... 
Tuve el privilegio de escuchar una vez en directo a “Más Birras” en Madrid. En aquella época yo estaba alejado musicalmente del rock y, por tanto, me echaba para atrás la estética y modos rockabillys. Sin embargo, aquel grupo me llamó la atención y se me quedó grabada la imagen de Mauricio Aznar. Quizás fuera ese hábito de ponerle oreja a la letra o quizás porque aquellas canciones iban más allá de esa etiqueta; quizás también contribuyó que aquel tipo pertenecía a esa estirpe nacida para comerse el escenario con su presencia. Lo cierto es que aquellos “vaqueros de los Monegros” se quedaron conmigo para siempre. 
Así que era obvio que tarde o temprano iba a ver esa película. Y parece evidente que hay quienes vemos las estrellas azules, aunque puede que ni siquiera seamos conscientes de ello. A veces esas estrellas se cruzan en tu camino y las encuentras sin necesidad de buscarlas; en otras ocasiones las encuentras porque la clave está en dónde buscar. Si crees que las estrellas sólo habitan en el cielo, lo más seguro es que nunca halles una. Y si crees que el brillo determina la valía, dará igual que te topes con ella. 
Hoy pongo un disco de “Más Birras” y pienso en la estela de plata de esa estrella azul y pienso en aquel caballo de fuego que desbocado galopaba llevándose a demasiados jinetes con él. Quedaron un puñado de supervivientes, huérfanos de muchas cosas, pero agradecidos y conscientes de haber vivido aquellos días, y sobre todo aquellas noches, cuando las estrellas azules brillaban en el final de un trago o en una mirada de adicción. Sonaba la música, y, sin saberlo, nos hablaba del presente y de ese futuro que éramos capaces de soñar, pero incapaces de ver. 
Todavía hoy para ver una estrella azul es más fácil dejar caer la mirada hasta el fondo de un mar.

viernes, 18 de marzo de 2022

En directo

 
 
 
Del norte llegan aguas estancadas que agitan cuerpos y recuerdos de esa música que permanece en la memoria y a la que volvemos una y otra vez, probablemente desde la frontera que delimita la consciencia y la inconsciencia; esa línea que es irreal y que dibujamos o nos ensueña para acotar esa música que nos hace sentir todavía frente a esa otra que se etiqueta y envuelve en aras de una innovación y modernidad que apestan a mordida de discográfica. Justificamos la discrepancia aseverando que son lo que fuimos, aunque la distancia es sideral y lo que ellos son, sin ser mejor ni peor, dista mucho de lo que fuimos, lo que creímos ser o simplemente, lo que deseamos haber sido. Tenemos la legitimidad de la supervivencia, el aura del mito de Peter Pan y una extraña convicción en esa falsa leyenda de que los rockeros nunca mueren.
El agua de Los Estanques es transparente y aunque ellos se cuelguen el cartel de 'pop progresivo' y se hermanen con los DMBK, la realidad es que su música es la misma que sonó en aquellos campos donde la juventud parecía eterna; es aquel mismo rock que fluía entre flores y dietilamida del ácido lisérgico. Ese mismo ácido que décadas después se vistió de Conan, Supermán o micropuntos de colores que te hacía volar, pero que también podía arrebatarte el aliento en una cuarta de agua. El pop, salvo excepciones, es como las rosetas (palomitas de maíz), volátil, liviano, sin cuerpo y necesitado de aderezo.
Dice el amigo Carlos Rueda que el concierto de esta noche en la Sala La Mecánica es el mejor al que vamos a asistir este año en esta ciudad dormida que apenas se despereza, a pesar de ese vacuo postureo que algunos se empeñan en convertir en noticia del día y que no ha de servir ni para envolver pescado.
Ana baila. Y como dice otro amigo, Javier Arnal, si Ana baila todo está bien. Pero nos han faltado los bises. Y da igual que no se hayan pedido. Y da igual que un bailecito colectivo de la banda parezca el mejor broche para un gran concierto.
A mí no me gustan los conciertos de reloj. Me joden la noche.
La música en directo es otra cosa. Con sus imperfecciones, con un sonido deficiente que se va ajustando según suenas los primeros acordes, con un cable que enmudece un instrumento a la vez que dibuja el terror en alguna cara del escenario, con una conversación en el público cuyo volumen sube por la inconsciencia o el entusiasmo de los parlanchines interlocutores, con el ruido de un vaso al estrellarse contra el suelo, con todos esos imponderables que no siempre se producen, aunque alguno de ellos sea más habitual de lo deseable. 
Todas estas cosas y alguna más marcan la diferencia de las canciones en directo con ese producto enlatado de magnífica calidad que es el disco. Por eso, una banda no puede ir a un concierto como si fuera a la oficina, no puede repetir hoy las mismas frases hechas del bolo de ayer, que serán las mismas del de mañana, y no puede (o no debe) tocar esos minutos estipulados en el contrato y plegar cuando canta el cuco. Un concierto en directo es algo más. Y eso lo sabemos todos.

viernes, 5 de junio de 2020

Coto

Me han dicho que ya has partido a por el último rock. Ahora tocas la batería en un lugar que imaginamos lejano e intangible, aunque los platos siguen sonando en nuestras cabezas y en nuestros corazones.
Me han dicho que llevabas el sombrero calado y los tirantes, esa sonrisa de pícaro que te acompañaba desde que éramos críos y las baquetas en el bolsillo de atrás.
No queremos estar tristes, pero tampoco vamos a esconder las lágrimas. Pronto levantaremos los vasos y brindaremos por ti. Sonará la música de fondo. Hoy no será esa melodía que todos escucharemos algún día y que tú has silbado por última vez. Hoy toca una de las tuyas. Elegiremos por ti una de esas que te gustaban. Una de esas que endulzan el bourbon del Sur y hacen crecer las rosas de Alabama.
Anúdate bien el pañuelo. ¡Y no te rías, mamón! Guárdanos sitio, que ya iremos llegando. A mí, ya sabes, en una esquina de la barra, con la pared a la espalda y la puerta enfrente para verlas venir. Tú no dejes de tocar. 
Buen viaje, Tomás.

domingo, 29 de marzo de 2020

El mañana

Mañana no habrá trincheras con forma de ventana. Las manos no irán envueltas en látex. Y al desaparecer las máscaras se podrá contemplar una sonrisa en el rostro. 
Se acortarán las distancias. Dos podrán volver a ser uno. Y en pocos metros habrá menos lugar para la soledad. 
Las risas y los llantos se fundirán con los hielos del vaso. Se abrirán los brazos como una invitación. Fluirá el verbo. Y los ojos se volverán a encontrar en ese espacio que invita a la convivencia o a la intimidad. 
Sonará la música en los corazones. Los pasos marcarán el ritmo perdido en las baldosas de pasillos y habitaciones. Un chasquido de dedos y una inclinación de cabeza serán la señal para girar. Dejaremos atrás el baile del claroscuro. Y dibujaremos sobre el piso una pirueta sin final. 
Mañana intentaremos que las palabras dichas sean más hermosas que las palabras pensadas. Llamaremos a las cosas por su nombre. Y arrebataremos al papel o la memoria los pensamientos dulces del confinamiento. 
Atraparemos la luz para desdibujar las sombras. Saldrá el sol. Y la tarde será la innecesaria excusa para esperar a la luna. 
Mañana compraremos flores en la plaza del Pósito, niña Paula. Flores de tallos y espinas. Sin artificios, porque tocará desnudar la verdad y será innecesario adornar la mentira. Y festejaremos que somos y estamos. 
No habrá licor más amargo que un recuerdo triste. Brindaremos por los ausentes. Y sentiremos la vida deslizarse por nuestras gargantas. 
De pie o sentados esperaremos a ese mañana que está por llegar. Donde nos reencontraremos tú, yo y los demás supervivientes. Cuando el espejismo se torne realidad o cuando consigamos despertar.

martes, 18 de febrero de 2020

El single

Acaricio la cubierta de un single grabado en los años 80. No es el original de aquel disco de Paralisis y Gabinete, es una reproducción para una promo. Y sin embargo, por un instante parece aquel, el mismo que tuve una sola vez en mis manos, aquel al que nunca vi girar bailando con la aguja. Aquel de aquel tiempo. 
Son las mismas cuatro canciones que sonaron en muchas más ocasiones de las que ya puedo recordar. De esas que te acompañan en el paso de los años y son capaces de conservar aquella juventud como si guardasen en el desván el retrato de Dorian Grey mientras uno trata sin artificios de encontrar al que fue frente al espejo. 
No había camino que seguir. Solo era cuestión de avanzar. No sabíamos y creíamos saber. Así que era fácil tomar atajos e ignorar las señales de stop o de dirección única. Era fácil caer. Y bastante difícil volverse a levantar. En la mano ardían cien duros y la clave estaba en beber lo suficiente para no apagar la sed y mantenerse de pie frente a la barra. 
Pisábamos esas calles en las que aunque bañadas por la luz siempre había oscuridad. Donde los ojos eran ventanas y una sonrisa podía ser una invitación al abismo. 
El amanecer nunca era un punto final y aunque digan que segundas partes nunca fueron buenas, los continuará eran prometedores. Y siempre sonaba la música. 
Ahora el disco baila con la aguja en la habitación. Escucho una vez más aquellas canciones que en su día nos hacían parecer más rebeldes y que hoy me agitan un poco la sangre y me hacen evocar aquello de “Punk’s not dead”. No busco el retrato de Dorian, nunca lo anhelé, y tampoco persigo el mito de Fausto. El espejo muestra lo que hay, sin engaños, sin nostalgia y sin rencores. 
Vuelvo a acariciar la cubierta del single. Edi Clavo tomó prestada la imagen que la ilustra de “La parada de los monstruos”. Recuerdo a Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”. Y mientras suena “Sombras negras” me pregunto dónde habitan esos monstruos; y pienso en que solo visitamos el gabinete del doctor Caligari en una sala de cine club, a este lado de la pantalla.


lunes, 30 de septiembre de 2019

La Mecánica


En la ciudad que habito han abierto una sala de conciertos, La Mecánica. No es muy grande. Aquí desde hace demasiado tiempo casi nada es muy grande, pero la novedad y la necesidad hacen que la contemplemos con ojos grandes y anhelos aún más grandes. 
Imagino que en otras ciudades esta apertura apenas pasaría de la anécdota. Aquí no, porque la escasez probablemente distorsiona la percepción, pero la realidad es tozuda y muestra sin tapujos las carencias. Que son muchas. Demasiadas. 
Una sala de conciertos para los devotos de la música en directo es un templo. El lugar donde se produce la comunión con la banda o el intérprete de turno y que en cierto modo asemeja una liturgia. Y no pretendo ser blasfemo (en estos tiempos todo hay que aclararlo e incluso así es insuficiente ante el rebuzno de aquellos que se encajan las orejeras y no ven, ni quieren ver, más allá de la vereda). 
La otra noche, a la semana de su apertura, me dejé caer por allí para escuchar un par de actuaciones, Julio Demonio y Los Bizarros, un intérprete y una banda locales. Ya suponía que iba a sonar bien, porque los dueños son del gremio del sonido y nos han dado muchas tardes y noches de gloria en conciertos de otros garitos de la ciudad. No hubo decepción, sonaron muy bien. Y eso es de agradecer. 
Un sala nueva implica muchas cosas para una ciudad dormida. No ya despertar, que sería lo deseable, si no al menos desperezarse. Es una forma de ampliar la oferta cultural y también, y esto me parece fundamental, de dar una oportunidad a las bandas y los intérpretes locales, por supuesto también a los de fuera. 
En Jaén gozamos de una buena salud musical en distintos estilos y formaciones, pero cuesta mucho grabar un disco y más de la cuenta tocar para el público. Ha habido no pocas restricciones en forma de ley y pocos espacios adecuados para tocar y sobre todo, no hay continuidad. Y eso al final, lastra el talento, reduce las posibilidades de avanzar y acaba por contribuir al abandono o la disolución de los grupos o formaciones musicales. Lo deseable, a nadie escapa, es que las bandas de Jaén puedan dar el salto más allá de la frontera provincial y puedan ser escuchadas en otros territorios, pero para eso necesitan un rodaje y una consolidación previa en esta tierra; porque las cosas funcionan así. 
Ya saben como va esto, la apuesta de los dueños de los garitos que generalmente hallan escaso respaldo para lograr una programación estable, el pensar que las bandas o los intérpretes en solitario son hijos de la caridad cuya creatividad, instrumentos y puesta en escena no tienen coste o no merecen remuneración, la mínima implicación de las administraciones y esa parte del público que confunde la universalidad de la cultura con su gratuidad. Todo eso y otros factores conducen a la frustración y a la merma o la inexistencia de proyectos. 
Por eso ahora es tiempo de festejar y desear, como al rock and roll, larga vida a La Mecánica. Anuncian para octubre el blues sucio del pantano de Guadalupe Plata, pero antes habrán pasado varias bandas por el escenario. Solo falta institucionalizar el Club de los Borrachos, esos seguidores fieles de los conciertos que algunos miran con ojos de espanto y machetean con la lengua; porque aunque bulliciosos son fundamentales tanto para hacer caja en la barra del local como para mantener el espíritu de los músicos. Prosperidad también para el Club. Y salud, mucha salud.

domingo, 16 de junio de 2019

PecaRock

No les voy a engañar, disfruté y mucho. Tenía curiosidad, de esa que mata al gato. De esa casi insana. Y claro, eso produce cierto temor o recelo a sentirse defraudado, a que no se cumplan las expectativas que uno sin fundamentos se crea. 
Palabras, interpretación y música de rock. Una mezcla sugerente que captó mi atención. Normal. Y amigos, muchos amigos involucrados en el proyecto. Hasta el nombre del espectáculo era y es acertadísimo, PecaRock. 7 pecados. 7 escritores. 1 banda de rock. 
Me encantó. Como proyecto me parece original. La puesta en escena, impecable, con el sello de Miguel Ángel Karames. El resto es opinable. Pero no soy crítico teatral, ni literario y mucho menos musical. Y como en conjunto me gustó solo puedo recomendar a quien tenga la oportunidad que vaya a verlo. 
Y qué les digo de la banda, pues que a Los Ambolias se sumaron en distintos momentos de la obra dos voces únicas y dos personas que se mueven en el escenario como si formaran parte de él, David Cárdenas y Alma Mesa. De Emilio Ramos y del resto del grupo no creo que quede mucho por escribir después de tantos años recorriendo distintas carreteras del rock, incluso esa que dicen lleva al infierno. Los Ambolias en un teatro son el irrenunciable e inolvidable Don Ramón María Valle-Inclán sin bufanda y con sombrero tejano. 
Yo no soy de pecar. No porque sea un santo. Es que carezco de consciencia sobre lo que es pecado. Así que lo que a muchos les parece terriblemente pecaminoso y causa de perdición, yo lo contemplo como un estímulo para el placer o la evidencia de los numerosos defectos que cada cual tiene. Y como saben, yo en eso de bajar a los infiernos no tengo problema si tras las puertas me esperan sus Satánicas Majestades o si quien oficia de cicerón es de palabra y obra Dante. Llevo tanto tiempo conviviendo y peleando con mis demonios que en ocasiones hasta puedo caer en el error de confundirme con uno de ellos. No dudo de que una vez fuimos ángeles. Y aunque no lo crean, nunca renunciamos a volar, hasta sin alas. 
La música mueve mi cabeza y mis pies y hace bullir la sangre en mis venas. La interpretación me lleva a otras vidas, incluso de otros tiempos. Y las palabras. Bueno, las palabras habitan mi cabeza y duermen en el fondo del baúl retándome a hallar la adecuada, la requerida en cada ocasión. Sin menoscabar, sin negarles a música e intérpretes la atención merecida, no puedo negar que los textos de los 7 pecados entraron y salieron de mi cabeza, filtrando las palabras, masticándolas como excelsas viandas servidas en la mesa de la mente. Y me las zampé todas. Debe ser la gula. 
Hay quien como Jesús Tíscar no necesita ser presentado. Es dueño de un estilo propio y reconocible, el anhelo de cualquier escritor. Kike Ganso es un trovador, ignoro qué fue primero ¿la palabra o la música?, lo cierto es que en ambas derrocha talento. De Araceli Pulpillo y de Vícente G. Mestre que yo sepa no había leído nada, lo mejor que puedo decir es que espero con ansia y curiosidad la lectura de otros textos. De Sonia Jiménez Tirado conozco sus poemas. Y de Mafalda Sufí y Esther Aranda me confieso también ignorante lector. Degusté y deglutí los textos de todos ellos. Sin arrepentimiento. 
Ahora espero en un teatro un espectáculo con María Guadaña. Para que me afile la vida.

viernes, 5 de abril de 2019

Arnal & Vera


Ha pasado Javier Arnal por Jaén. Se ha marchado pero aún permanece el eco de su voz. No se borra el rastro, perdura como la cola de un cometa. Quebrada y profunda resuena en algún lugar de la noche. 
Es una mezcla carnal y gutural; un quejío que le nace dentro, entre el vientre y el pecho. Pero con eso no basta, como cualquier don todo depende del uso que se le dé, del mimo que reciba. Modulación, vibración, intensidad, volumen… y un contrapunto que traza la imaginaria línea del equilibrio: la voz de Vera Acacio. 
Se adentra ahora su música en el terreno de lo experimental, pero aún así por instantes evoco a Tom Waits y a Leonard Cohen. El tránsito entre la voz rota y el salmo ¡Hallelujah! 
Reparte sus besos de sonoridad grave en la sala de El Mercado. Besos de bar, afilados y húmedos, la mejor arma para frenar el avance de la intolerancia. Y duda Arnal, porque su guitarra se llama Besos, sí los kisses se pueden afinar. No tengo ni idea, pero quiero creer que el que desafina es el desamor y que los besos siempre cantan bien. 
Es un concierto en familia, porque la sala da para lo que da y porque todos o casi todos nos conocemos. Un jueves de una fría noche en la ciudad dormida no puedes esperar ni pedir mucho más. Ni aunque tengas la mejor voz para entonar la plegaria. 
Traen también Arnal&Vera el viento del desierto y la claridad del crepúsculo. El sonido de un western con guitarras y sin pistolas. El rastro en la arena de las huellas, la culebra y el escorpión. El recuerdo de un cacto sangriento y el balanceo de la soga del ahorcado. Y cómo no, el aullido del coyote en la garganta de Arnal. 
Reconozco que me fascina y me atrapa esa voz. Incluso más allá de la música. Me conduce por un laberinto en espiral, por el empedrado de un caleidoscopio. Y me devuelve a uno de aquellos periplos lisérgicos de vuelo libre y rostro mojado sin necesidad de mover los pies. 
Entre la música, las risas y las rubias con espuma hay espacio para la sorpresa. Un regalo, “El pasodoble del mar”, una pieza que cuelga de la banda sonora de una película de Imanol Uribe. Más arena; y salitre, el ruido inconfundible de las olas al romper en la orilla y la voz de Arnal, siempre esa voz, como un faro; con la luz de Vera. 


martes, 12 de febrero de 2019

La lluvia del rock

Yo diría que el sábado por la noche en el Rock States de Jaén estábamos un centenar de privilegiados. Preparados y dispuestos a disfrutar de esa “Lluvia de piedras” que en directo con José Antonio García acompañado por “El Hombre Garabato” es un auténtico chaparrón musical. 
La mayoría, como dice el propio José Antonio García, estamos ya “en la cara B del disco”, algunos en los primeros temas y otros vaya usted a saber; pero aún somos capaces de sentir como hierve la sangre y se agita la cabeza con un buen puñado de temas en la voz y las manos de unos tipos que saben muy bien lo que se hacen. 
Cuando le preguntan dice García que quería hacer el disco de esa música que comenzó a escuchar en su juventud. Y hasta hoy. Esa misma música que en algún momento también nos ha acompañado a nosotros y que de una forma u otra seguimos escuchando porque completa recuerdos y vivencias y porque sigue poniendo ritmo a nuestras vidas. 
Eso tiene mucho que ver con el recorrido vital de cada uno, con lo que aún carga en la mochila y con lo que ha dejado en el camino, pero uno quiere creer que en ese camino estas canciones fueron alguna vez punto de encuentro; ese denominador común que nunca puede reducirse a las matemáticas. 
Hace unas décadas en esta misma ciudad bailábamos pogo con “Conservantes Adulterados” y “Niñatos”. Y ahora José Antonio García nos trae un disco que no nos miente ante el espejo pero nos devuelve la ilusión de aquel tiempo en que soñar era casi obligado. Después ha llovido mucho, en ocasiones piedras, y el tiempo ha cambiado quizás con demasiada frecuencia de dirección.
Cada uno tiene sus temas preferidos en un disco. Yo tengo la fortuna de que uno de los míos sea de los primeros en el concierto, ese “Ángel de mis demonios” que remueve cicatrices pero también nos trae otras resurrecciones. 
Y pronto le sigue “Situación límite”, que para nosotros sigue siendo “Ya no hay luz”, ese homenaje a Conservantes (“la mejor banda que ha dado esta tierra”, grita José Antonio García) que trae a Laura hasta el borde del escenario para que la cantemos juntos hasta donde nos llegan los pulmones y los recuerdos. No nos veíamos desde octubre de 2016, otra noche en otro concierto, en aquella ocasión también en la capital jiennense, en una “Maniobra de Resurrección”. 
Qué les cuento de un concierto donde se mezclan los diez temas de “Lluvia de piedras” con algunos de “Cuatro tiros por cabeza”, a los que se unen canciones como “Cartas en la manga”, “Carne cruda” y “Huellas” de los Cero, y donde aún queda tiempo para “Gilmore 77”, temazo de “TNT” que me lleva a “The Clash” e inevitablemente a la influencia de Joe Strummer en esa gran generación de músicos granadinos. 
Qué les explico de la madurez de un músico como José Antonio García con una voz privilegiada que modula, no la utiliza para gritar como tantos pseudocantantes de ahora, que ha encontrado ese punto de complicidad musical y creo que también personal con esa banda de fantásticos músicos que es “El Hombre Garabato”. 
¿Somos unos puretas apurando esa cara B? Mientras escribo estas líneas se acerca uno de mis piratas y frente a un vídeo de “Guerrero García” me pregunta “¿Ese que es “El Pitos”? No pude llevarlo con su hermano al Rock States porque solo conseguí dos entradas, pero disfrutaron y mucho en diciembre en “La Expositiva”, en Granada, con los mismos protagonistas, en sesión matinal y con un formato más reducido. Tiene 13 años y tiene todo el camino por hacer, pero quiero creer que ya hay alguna línea marcada, que hay relevo y que la lluvia del rock cala.

lunes, 14 de enero de 2019

Que la Santa nos bendiga...


Suenan las guitarras. Es el preludio instrumental. A continuación llega el turno de “Sin perdón”. Ese metal mezclado con el rasgar de las cuerdas nos lleva hasta la misma frontera del Río Grande e incluso es capaz de hacernos abrazar la fe para creer en la santidad de “la vieja puta del salón”.
Siempre fuimos tierra de frontera. Aquí en Jaén también tenemos nuestro río grande y nuestros espaldas mojadas, aquellos que viajaban en tren al Norte con el sueño de una nueva vida. Así que esos relatos fronterizos en forma de canción nos son familiares. Pero siempre hay que retornar al Sur, para volver en el camino sobre nuestros propios pasos; donde el polvo de las botas se puede sacudir, pero el poso no se borra.
Me gusta “Diente por ojo”, un tema que se anuncia para el siguiente disco, con el cual la banda entra en calor y Emilio Ramos (Emilio Ambolias) comienza a adueñarse del escenario. Se lo come. Siempre ha sido así, con Los Ambolias, Los Arrabaleros, en un tema con David y los Lola Nos Quiere o con su hermano Javier Arnal. Da igual, lo veo allí arriba y pienso que nació para eso. Los músicos que le acompañan tampoco son novicias: Rafa Hidalgo, Vicen Martínez, Juande Fernández y Juan Ramírez, así que no es extraño que suenen en directo como si llevaran medio centenar de conciertos. Lo único raro es que entre todos formen una Santa Banda. 
¡Ojo y oído a la SantaRosa Band!
Es cierto, cosas mías, que me siguen faltando en las letras un cacto y una serpiente con labios de mujer. De esas mujeres que te clavan en el corazón garras como las del águila caudal, lo despedazan y esparcen los trozos en ese desierto donde bajo las piedras duerme el alacrán y aún se oye el eco de la voz de ‘El hombre de negro’ desde el más allá. De esas que remueven los huesos en las tumbas y te hacen recordar que no necesitas un revólver en la guantera, pero nunca viene mal una lengua presta al disparo certero. De esas que te tatúan el alma con la tinta de las cicatrices y siempre se te aparecen en el fondo de un vaso en la noche en que resucitan los demonios. 
No puedo quejarme, obtengo un buen puñado de canciones “La rosa negra”, “Mezcal”, “La esquina dorsal”, “Cash” (homenaje al desaparecido Johnny Cash) y “Lazos de papel”; a las que se suman “Cruzar la frontera”, de Rafa Hidalgo, y “Hotel Esperanza”, de Vicen Martínez, y otro adelanto del próximo disco, “Santa Muerte”, una alegría en palabras de Emilio.
Tarareo “Lazos de papel” mientras doy cuenta de una rubia con espuma. “Esas costras malparidas….”. Y hurgo en la memoria de esas heridas y de aquellas historias dormidas que en ocasiones necesitan apenas un soplo para despertar. Las costras se secan con el tiempo, pero el picor no desparece y quema la piel hasta los mismos huesos.
No es la mejor de las salas y el frío no contribuye a que fuera sea una buena noche. A este lado del río se ve todo o casi todo con los cristales oscuros y siempre hay alguien dispuesto a clavar la tapa del ataúd. Aún así respiramos y dejamos que se muevan los pies. La trompeta no toca a degüello y no aspiramos al perdón. 
Que la Santa nos bendiga…, SantaRosa Band.
 

sábado, 18 de noviembre de 2017

Filosofía y música

He vuelto al Aula “Federico García Lorca” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Es curioso cómo algunos lugares y en particular, algunas estancias, hallan hueco de manera insospechada en nuestras vidas. 
Rebobinaba y llegaba a la conclusión de que salvo en una ocasión mis visitas a esta Facultad han tenido como escenario esta Aula en memoria y homenaje al poeta granadino. 
La pisé por última vez el pasado mes de junio para ser testigo de la defensa de su tesis sobre cine de mi amigo Miguel.
Un acto académico y festivo que por cosas de la vida se convirtió en un día que nunca olvidaremos, aunque el paso del tiempo y la recuperación de mi amigo nos permite contemplarlo con cierto sentido humorístico, incluso jocoso por esa perspectiva que otorga el paso del tiempo. 
Resumiendo, por eso de no entrar en detalles, mi amigo no tuvo otra ocurrencia, a todas luces involuntaria, que sufrir un derrame cerebral en plena defensa de su tesis. Como es un tipo duro, andaluz pero medio vikingo por constitución, no perdió la consciencia y de hecho, se empecinó en continuar defendiendo su tesis, de modo que todos los presentes creímos que era víctima de una lipotimia y por supuesto, no pensamos que fuera algo grave. 
Luego vino el susto y la consecuente alarma. Pero como bicho malo aguanta lo que le echen, ahí sigue dando guerra para que familia, amigos y allegados sigamos ganándonos el paraíso, aunque sea uno imaginario. 
Ahora lo recuerdo casi 6 meses más tarde en el mismo escenario, pero en un acto distinto, al que también acudí el año pasado en estas mismas fechas, la presentación del Máster en Patrimonio Musical de la Universidad de Granada, la Universidad de Oviedo y la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), que alcanza su octava edición. 
Me veo aquí el año pasado escuchado a Miguel Ríos impartir una conferencia sobre la industria musical en España y ahora escucho otra conferencia, en esta ocasión sobre la recuperación, conservación y difusión del patrimonio musical, de boca de Rosario Álvarez, presidenta honorífica de la Sociedad Española de Musicología. También está presente, un año más, el decano de la Facultad, José Antonio Pérez Tapias, al que constató que es un lujo prestar atención cuando habla. 
Filosofía y música. Dos disciplinas que ineludiblemente están o deben estar en nuestras vidas. Y deberían estarlo obligatoriamente en las aulas de escuelas, institutos, universidades y cualquier otra clase de centro docente. 
Pienso en la unión de letras y música bajo la mirada, diría que atenta y aprobatoria, del desaparecido poeta granadino y universal que da nombre al aula. 
¡Ay, Federico, hasta eso nos quieren arrebatar! Sí, claro, los mismos que te arrebataron a tí.

martes, 26 de septiembre de 2017

Los días felices

Todavía sueña con los días felices. Recuerda la aguja recorriendo el vinilo y el sonido cercano de la voz del lejano Lou. Recuerda cuando al abrir la ventana los sueños volaban pero no llegaban a escapar. Y cuando no importaba el cuándo, el cómo o el porqué y el dónde era lo de menos. 
El sueño se tiñe de nostalgia. Y los recuerdos están tan manoseados y borrosos que no son más que la trampa en la que caer y volver a caer. 
Cree estar viendo aquel hilo de humo ascender acompañando la música de Bob, en aquella época que era Bob y no nos podía defraudar. Siente deslizarse en la garganta aquellos tragos largos como un preámbulo de los que vendrían después. Y contempla la habitación poblada con aquellos rostros que hoy no son más que vagos esbozos de quienes un día fueron y ahora no son. 
Suena la tercera de la cara B. Como le gustaba oír a Joe y su banda. Todavía los escucha, incluso ahora cuando Joe hace tiempo que se marchó. 
En su sueño hay chicas de porcelana y cintura de serpiente que ríen tras la última calada a un cigarro. Alguien abre el último número de Star. Las piernas dibujan un círculo en el suelo. Y fuera, en la terraza, se oyen las voces de la que será una última discusión que siempre acaba igual. 
De pronto suena el teléfono. Y es como si se parara el tiempo. Nunca podrá olvidar su cara. La música enmudece. Y ahora el único hilo que asciende en el aire es su voz. 
No podía ser, pero fue. El coche dio dos vueltas antes del impacto. No hubo supervivientes. 
Hoy solo quiere sentir uno de aquellos tragos deslizarse por la garganta, fumar un cigarro y volver a aquella habitación donde suena la música. 
Sueña con días felices. Con la convicción de que existieron alguna vez.

jueves, 2 de marzo de 2017

Garagatos

Llegamos en el último suspiro. Casi sin aliento. Cuando las agujas del reloj acortaban el espacio entre la una y media y las dos. El último día y en el penúltimo momento. Pero llegamos, ¡qué demonios!
Y mereció la pena contemplar esos dibujos de Sabina. Madonnas, cristos, toreros, princesas, Picasso, Matisse, Tamara de Lempicka… y peces y gatos. Qué para no cantar, hasta dibuja el maestro ubetense. 
Era pura curiosidad. No buscaba, ni esperaba, la excelencia artística, pero estaba convencido de encontrar ese hilo que une música, palabras e imágenes. Las de Sabina, of course. 
Si hay capacidad para ver una canción, porqué renunciar a oír la música de los dibujos colgados en la pared. Porqué no permitir que las palabras actúen como Celestinas y dejarse llevar por ellas de marco en marco, sumergiéndose entre esos ‘garagatos’ marcando el compás con los pies. 
No comparto eso de que somos lo que escribimos, aunque no niego que seamos o sintamos una parte de ello. De igual modo no seremos lo que dibujamos o lo que cantamos, pero algo de nosotros, a conciencia o sin ella, queda en el papel o en la canción. Así que es innegable que al menos parte de lo que cubren la camiseta de rayas y el bombín habita en los ‘garagatos’. 
Llegamos. Subiendo Los Caños casi sin aliento. Recuperando el resuello en Martínez Molina. Y respirando hondo en la Plaza del Pato frente a la puerta de los Baños Árabes. Cruzamos el umbral con la duda de si aún era el tiempo o por el contrario lo habíamos perdido. Llegamos para ver asomarse a un Sabina juguetón por una puerta entreabierta de ‘garagatería’, en una sala vacía pero vestida con sus dibujos. Llegamos para el desfile con parada de pared a pared. Y bailamos el vals de la contemplación. 
Más vale tarde que nunca. O ciento volando. Cara gato. "Garagatos".


"Como dibujo por matar el rato
 ayuno
del talento de Tiziano
a los bodrios que salen de
mis manos 
les llamo garagatos", Joaquín Sabina.
  
 

lunes, 18 de julio de 2016

20 años de Etnosur


Ya lo decía Gardel en aquel tango “sentir que es un soplo la vida, que 20 años es nada”. Ya cantaba María Teresa Vera aquel bolero a ese amor de “veinte años atrás”. Y así entre otros sones y ritmos también hemos llegado a los 20 años de Etnosur, los Encuentros Étnicos de la Sierra Sur que parió el amigo Pedro Melguizo y que cada año nos hacen más viejos, este julio al menos dos décadas, pero que paradójicamente nos rejuvenecen. 
Siempre lo he dicho, para mí Etnosur es el Festival de la convivencia y el color. Podría decirse por tanto que es el Festival de la C. Entre otras cosas porque siempre se hace con, con música, con arte, con talento, con luz, con aroma, con esfuerzo, con generosidad, con participación, con los de aquí y con los de allá y con compromiso.  
Ya sé que me repito. Ya sé que no es la primera vez que escribo sobre Etnosur. Y tampoco será la última. Porque en esas dos décadas que ahora festejamos son muchos los viajes de ida y vuelta realizados, como esos sones que cruzaron el Atlántico en una y otra dirección, y porque espero que en los años venideros se produzcan nuevos viajes. Navegando por el mar de olivos entre Jaén y Alcalá la Real, tomando como referencia ese faro que es el castillo de La Mota y siguiendo ese haz de luz que invita a visitar, a conocer, a disfrutar, a convivir… y siempre, a soñar.
Insisto en la que cultura es un puente que conduce a la convivencia. Está abierto al tránsito y cualquiera pueda cruzarlo. No establece fronteras, no requiere pasaportes o visados y por supuesto carece de guardas uniformados y barreras. Pero demanda curiosidad, mentes abiertas y ganas de aprender. 
Ese puente se ha extendido los últimos 20 años durante 3 días en esta tierra fronteriza que no entiende de fronteras. Hemos disfrutado, hemos aprendido y hemos vivido. Hemos etnosureado. Porque mientras en otros lares engrasan los goznes y anhelan pesados cerrojos que conviertan puertas y pasos en infranqueables, aquí permanecen abiertas las ventanas para que fluya el aire de la sierra, un aire de palabras, de imágenes, de olores y de música. 
Estamos para otros 20, pero nos conformaremos con ir de uno en uno. En 2017, el 21. Y a seguir soplando velas. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

El futbolín

Aprietas con fuerza el caucho de la empuñadura y golpeas la bola, pasándola de los medios a la delantera con suavidad y rapidez para colocarla donde el porteo no pueda alcanzarla. Quizás no tengas la precisión de antaño, pero no has perdido el toque como con el taco del billar.
Ahora que los adornos navideños abandonan las cajas para inundar la casa no puedes evitar pensar que algún día desaparecerán en esas mismas cajas o en algún lugar similar. Olvidadas en un armario, perdidas en un rincón, porque ellos habrán crecido y se habrán marchado y no merecerá la pena vestir la casa en Navidad. 
Es el dibujo de un futuro que vendrá como un soplo. En un instante. A pesar de que ahora parezca lejano y de que el presente te devuelve la mirada al pasado.
Entre sus gritos y el sonido de la bola al chocar con los laterales de madera recuerdas cuando tenías unos pocos años más que ellos. Cuando el futbolín era uno de los territorios de la adolescencia.
En la ciudad que habito los jugadores eran de hierro, con las piernas abiertas; y en Madrid eran de madera, sin piernas. En la primera ir a las salas de recreativos se le llamaba 'ir a los vicios', mientras que en Madrid era 'ir a los billares'. 
No valía el hueco, jugábamos al pierde-paga por parejas y el que ganaba seguía jugando. Yo era el rey de la 'cuchara'. Cuando la pareja era una chica, éramos más 'chulos que un ocho'. Y sí, a ellas también les brillaban los ojos. 
Estábamos en nuestro hábitat. Nos 'saltábamos' alguna clase, bebíamos las litronas de cerveza a morro y las drogas comenzaban a sernos familiares. Sonaban Leño y Asfalto, alternábamos a Serrat con Silvio Rodríguez y soñábamos con Moustaki, pero también descubrimos a The Specials y a Madness y editaron el “London calling”, de The Clash. Luego vino La movida y seguimos jugando al billar y al futbolín. De los billares pasamos a bares, tabernas y garitos. Del barrio de La Estrella y de Retiro a Malasaña. Y seguían brillándonos los ojos. 
La bola no dejaba de rodar sobre aquellos rectángulos que formaban parte del paisaje de nuestras vidas. Era raro no encontrarse con uno u otro y era inevitable sacar una moneda, introducirla en la ranura y atrapar las bolas rayadas y lisas en el rectángulo o lanzar la bola al medio para comenzar la partida. Sin prisa. Disponíamos de todo el tiempo del mundo y unas vidas por delante. 
Escribo mientras escucho en youtube el último concierto de los 091 y en el reproductor el Básico de Antonio Vega y el disco rojo de Radio Futura. Ellos también estuvieron allí. Nos acompañaban en aquellas tardes y aquellas noches. En el Penta, en la Vía y en tantos otros. Sin saber que su música es lo único cierto que permanece de aquel entonces. 
Algunos cambiaron el brillo de los ojos por fragmentos de cristal. Otros descubrimos que, como cantaba La Mode, el tiempo se perdió sin que nadie lo gastara. En la búsqueda recorrimos un camino sin marcha atrás y ya no sabemos qué queda por delante. Porque ahora menos que nunca importa dónde llegar y para qué. 
Sí, ya sé que hoy hay una nueva generación dispuesta a cambiar el mundo. No sé que es lo que leen o que música oyen. Sé que tomaron las plazas y ahora pretenden asaltar el poder. Y temo que como otros antes, demasiados se quedarán en el camino. Los que valen la pena.
Espero que al menos hayan hecho rodar las bolas del billar y del futbolín.