martes, 26 de septiembre de 2017

Los días felices

Todavía sueña con los días felices. Recuerda la aguja recorriendo el vinilo y el sonido cercano de la voz del lejano Lou. Recuerda cuando al abrir la ventana los sueños volaban pero no llegaban a escapar. Y cuando no importaba el cuándo, el cómo o el porqué y el dónde era lo de menos. 
El sueño se tiñe de nostalgia. Y los recuerdos están tan manoseados y borrosos que no son más que la trampa en la que caer y volver a caer. 
Cree estar viendo aquel hilo de humo ascender acompañando la música de Bob, en aquella época que era Bob y no nos podía defraudar. Siente deslizarse en la garganta aquellos tragos largos como un preámbulo de los que vendrían después. Y contempla la habitación poblada con aquellos rostros que hoy no son más que vagos esbozos de quienes un día fueron y ahora no son. 
Suena la tercera de la cara B. Como le gustaba oír a Joe y su banda. Todavía los escucha, incluso ahora cuando Joe hace tiempo que se marchó. 
En su sueño hay chicas de porcelana y cintura de serpiente que ríen tras la última calada a un cigarro. Alguien abre el último número de Star. Las piernas dibujan un círculo en el suelo. Y fuera, en la terraza, se oyen las voces de la que será una última discusión que siempre acaba igual. 
De pronto suena el teléfono. Y es como si se parara el tiempo. Nunca podrá olvidar su cara. La música enmudece. Y ahora el único hilo que asciende en el aire es su voz. 
No podía ser, pero fue. El coche dio dos vueltas antes del impacto. No hubo supervivientes. 
Hoy solo quiere sentir uno de aquellos tragos deslizarse por la garganta, fumar un cigarro y volver a aquella habitación donde suena la música. 
Sueña con días felices. Con la convicción de que existieron alguna vez.

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