miércoles, 6 de septiembre de 2017

Caleidoscopio

Quizás no lo percibimos de forma consciente pero el hecho de deslizar los pasos por el suelo en ocasiones implica algo más que pisar, con paso decidido o no. Hay vestigios en el enlosado que pertenecen a tiempos pretéritos, tiempos de la infancia en los que el suelo era un tablero de juego de formas geométricas y ensoñaciones infinitas. 
Ese mismo suelo que ahora evoca a Escher. Ese mismo suelo que nos recuerda el caleidoscopio que nos fascinaba mientras engañaba a nuestros ojos. 
Aquel cilindro que agitábamos para destruir una imagen y construir otra geometría fascinante y hasta cierto punto incomprensible. Es posible que aquella fuera nuestra primera deconstrucción, gestada desde la ignorancia más absoluta en términos conceptuales y artísticos. Era pura fascinación, aquella que aletarga y estimula los sentidos primarios y escondidos de los infantes inquietos y expectantes.
Ahora querrán convencerme de que nada es fortuito. Me hablarán de tendencias, modas y estilos. De diseños concienzudos y característicos de una época perdida, prendida en el recuerdo de quienes apenas conservan ya recuerdos. Y algún osado respirará hondo y sentenciará que el pasado siempre vuelve porque nunca se acaba de marchar y exclamará con el suficiente volumen para ser escuchado que nos movemos entre lo clásico y lo vintage. 
Y yo vuelvo a mirar con aquella mirada que creía perdida, esa que ya daba por olvidada. Y trato de reconstruir lo que ese suelo esconde en algún rincón de la memoria, aquellas baldosas que dibujaban falsas alfombras en una época ya pretérita. Los suelos que entonces eran tan familiares. Las desaparecidas casas de mis abuelas. Mis desaparecidas abuelas. Mi infancia. 
Y todo cabe en una baldosa. Todo se encierra en ese cuadrado, que sin embargo era infinito en una mente juguetona. 
Quisiera no pisar ese suelo, flotar en él. Y evocar aquel tiempo perdido, tan lejano y sin embargo siempre de una manera u otra presente. 
Y ahora sueño en el aula del poeta, donde impartía su docto magisterio de esa lengua asentada más allá de los Pirineos; en esta Baeza de alguna manera inesperada e improbable en este mar de olivos, que esta alfombra enlosada está engarzada con versos ocultos en la cabeza de Don Antonio y que las palabras jugaban nerviosas dibujando arasbescos mudos.

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