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lunes, 9 de septiembre de 2024

La sombra de Don Antonio

 

Don Antonio y su sombra. Es, evidentemente, una representación del poeta universal; al modo de otras muchas de ilustres, como la de Pessoa en Lisboa, que se extienden por geografías diversas para reclamo y regocijo de visitantes.
Y sin embargo, este Machado inerte pudiera ser hasta real, ensimismado en la lectura e inclinado a la reflexión. Testigo impasible del ayer y del hoy de esa Baeza que bién conoció, y me atrevo a decir que conoce. Porque Don Antonio, aunque físicamente marchó, nunca ha abandonado esta ciudad.
¿Y la sombra? La extensión inmaterial del poeta. Larga, acostada y sin renunciar a asomar la cabeza. Como si quisiera escapar del yugo de las suelas del poeta y volar. Reunirse con otras sombras, en ese espacio que para ser, aún siendo oscuridad, necesita la luz. Y adquirir vida propia, haciendo suyos los versos del otro, asumiendo el yo que nunca podrá ser, ni siquiera rozar con sus dedos de sombra.
Ignorando que sin luz no es y desconociendo que sin luz tampoco nosotros somos. Ahí nos igualamos y no somos siquiera sombras.
Salvo el poeta, que permanece.

viernes, 28 de agosto de 2020

La soledad de las piedras

  
Mis piedras de Baeza te acompañan hasta en la madrugada. Cuando apenas se rompe el silencio y la noche impone su ley serena, el cielo oscuro con el brillo de las estrellas y la luz de las farolas guiando los pasos del caminante como el faro solitario muestra el camino de las olas al marino. 
En la soledad y con esa luz nocturna se ven, si cabe, más hermosas. Cómplices y compañeras de mi deambular en una plaza en la que la princesa Himilce se eleva sobre los leones, quizás esperando el regreso del cartaginés que no pudo ya contemplarla con vida. Donde nadie nos acompaña, donde ella desde el recuerdo funerario y yo desde una esquina de la plaza contemplamos esa imagen única que nos brinda este mes de agosto que llega a su fin. 
Acaricio una vez más esas piedras con la mirada y con las yemas de mis dedos. Siento la rugosidad de la piedra y espero el susurro que trae los ecos del pasado, la confidencia del aquel tiempo que anhela ser desvelada. Y siempre, siempre, el recuerdo de D. Antonio por aquellas mismas calles; el poeta por esa plaza contemplando esas mismas piedras y dibujando un verso que quizás nunca plasmó. 
Andar y desandar los mismos pasos. Recorrer, quizás, el mismo itinerario. Sentir la oscuridad de ese mismo cielo y dejar descansar la mirada absorta en una estrella, viajando más allá, hasta ese lugar inabordable que alcanza la mente. 
La Baeza de ayer y de hoy. Una parte de la Baeza que nos sobrevivirá en el mañana. La que se ofrecerá a otros viajeros, la que recorrerán otros paseantes cuyos pasos pisarán las huellas ilegibles de otros tantos que antes la caminaron. Y las mismas piedras, una invitación a la pausa.