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lunes, 9 de septiembre de 2024

La sombra de Don Antonio

 

Don Antonio y su sombra. Es, evidentemente, una representación del poeta universal; al modo de otras muchas de ilustres, como la de Pessoa en Lisboa, que se extienden por geografías diversas para reclamo y regocijo de visitantes.
Y sin embargo, este Machado inerte pudiera ser hasta real, ensimismado en la lectura e inclinado a la reflexión. Testigo impasible del ayer y del hoy de esa Baeza que bién conoció, y me atrevo a decir que conoce. Porque Don Antonio, aunque físicamente marchó, nunca ha abandonado esta ciudad.
¿Y la sombra? La extensión inmaterial del poeta. Larga, acostada y sin renunciar a asomar la cabeza. Como si quisiera escapar del yugo de las suelas del poeta y volar. Reunirse con otras sombras, en ese espacio que para ser, aún siendo oscuridad, necesita la luz. Y adquirir vida propia, haciendo suyos los versos del otro, asumiendo el yo que nunca podrá ser, ni siquiera rozar con sus dedos de sombra.
Ignorando que sin luz no es y desconociendo que sin luz tampoco nosotros somos. Ahí nos igualamos y no somos siquiera sombras.
Salvo el poeta, que permanece.

lunes, 27 de abril de 2020

La marcha

Dicen que al final del túnel siempre hay luz. Que basta con abrir los ojos. Y sin embargo, ante la ausencia de certezas, resulta difícil de creer, hasta casi de imaginar. 
Ni siquiera oyes el ruido de aquel viejo tren, rugiendo como una bestia enfurecida con su ojo cegador. Entonces parecía veloz, pero el futuro estaba esperándote para sacarte del error. 
Tratas de escuchar un nuevo sonido en aquel paraje, ese que delata que algo no sigue igual. Nada. Es el mismo silencio con sus habituales ruidos. 
Así que avanzas. Oyendo y desoyendo a tu alrededor. Mirando a un lado y a otro sin llegar a vislumbrar algo más que las sombras. Te aferras al instinto, aunque algo, quizás sea el propio instinto, te dice que avanzas hacia la incertidumbre. 
Y a mitad de camino te asalta un recuerdo. Te viene a la cabeza el día aquel en que quizás de forma inocente preguntaste algo en apariencia más inocente aún. Cabezas agachadas, ojos mirando al suelo y las bocas cerradas, salvo un leve balbuceo o una fingida carraspera. Nadie respondió. Ni siquiera para mentir. 
Y no fue al día siguiente, ni a la semana, ni al mes. O quizás sí, solo que entonces no lo sabías. Ni siquiera te diste cuenta, hasta aquella mañana en que llamaron a tu puerta y sin disimulos te invitaron a largarte. Depositaron en tu mano un sobre, en el que adivinaste una suma suficiente de dinero, y te dieron unas secas gracias por los servicios prestados. 
Sin más. No necesitaban más. Eran los amos. Los que mandan. Y tú solo tenías dos opciones, rebelarte ante aquel poder cimentado en años de órdenes acatadas desde la absoluta sumisión o marcharte. Elegiste la segunda; no por cobardía o por falta de interés en la rebelión, sino porque sabías que aquella lucha la librarías solo y que estabas de antemano condenado a perderla. 
Abandonaste la ciudad. No era necesario mucho tiempo para empacar y despedirse de un puñado de personas. Tampoco aquel lugar merecía más que un leve giro de la cabeza y una breve mirada de esas que no se guardan. 
Te marchaste. Y esa lección si la guardaste, porque esa era de las que nunca se olvidan.

domingo, 29 de marzo de 2020

El mañana

Mañana no habrá trincheras con forma de ventana. Las manos no irán envueltas en látex. Y al desaparecer las máscaras se podrá contemplar una sonrisa en el rostro. 
Se acortarán las distancias. Dos podrán volver a ser uno. Y en pocos metros habrá menos lugar para la soledad. 
Las risas y los llantos se fundirán con los hielos del vaso. Se abrirán los brazos como una invitación. Fluirá el verbo. Y los ojos se volverán a encontrar en ese espacio que invita a la convivencia o a la intimidad. 
Sonará la música en los corazones. Los pasos marcarán el ritmo perdido en las baldosas de pasillos y habitaciones. Un chasquido de dedos y una inclinación de cabeza serán la señal para girar. Dejaremos atrás el baile del claroscuro. Y dibujaremos sobre el piso una pirueta sin final. 
Mañana intentaremos que las palabras dichas sean más hermosas que las palabras pensadas. Llamaremos a las cosas por su nombre. Y arrebataremos al papel o la memoria los pensamientos dulces del confinamiento. 
Atraparemos la luz para desdibujar las sombras. Saldrá el sol. Y la tarde será la innecesaria excusa para esperar a la luna. 
Mañana compraremos flores en la plaza del Pósito, niña Paula. Flores de tallos y espinas. Sin artificios, porque tocará desnudar la verdad y será innecesario adornar la mentira. Y festejaremos que somos y estamos. 
No habrá licor más amargo que un recuerdo triste. Brindaremos por los ausentes. Y sentiremos la vida deslizarse por nuestras gargantas. 
De pie o sentados esperaremos a ese mañana que está por llegar. Donde nos reencontraremos tú, yo y los demás supervivientes. Cuando el espejismo se torne realidad o cuando consigamos despertar.

domingo, 21 de enero de 2018

2018

No soy de predicciones. Aunque creo que se basan en el conocimiento, la experiencia y la intuición; y luego hay que acertar y eso es otro asunto. Tampoco me interesan los agoreros. Y por supuesto, carezco de bola de cristal. Y sin embargo, este año 2018 recién estrenado me da “mal bajío”.
Es una sensación, claro. Una percepción que carece como es obvio de cualquier rigor que la aproxime a la certeza. Pero ahí está. 
De hecho, ya en los dos últimos años hemos vivido un tiempo oscuro, no solo en nuestro país con leyes mordaza y un más que evidente recorte de libertades y retroceso en algunos ámbitos a épocas pretéritas que creíamos superadas, también en otros territorios de Europa y por supuesto, en Estados Unidos. 
Más allá de esos días de oscuridad en la esfera pública, con las adhesiones a inamovibles posturas que nos conducen al resurgimiento de los totalitarismos y por tanto, a la confrontación alejada de la dialéctica, percibo ese viento que se agita al paso de los heraldos negros también en la esfera privada. 
Ignoro el porqué. Y el cómo, el cuándo y el dónde. Levanto la vista y observo el macabro baile de las sombras. Escucho el largo llanto de la noche y el débil sonido de una campana que lejos de avisar al caminante solo ayuda a propagar su confusión. 
No hay refugio. Salvo el paso del tiempo, que más que nunca adopta la forma de condena. Un año si la percepción es fallida. Meses, semanas, días, horas…, la incógnita si hay acierto. Y además, la ignorancia absoluta sobre el qué. 
La indefensión es total. Constatado que no hay agujero donde ocultarse, tampoco parece existir coraza capaz de parar el golpe si se produce. La historia se repite y solo queda lo de siempre, apretar los dientes, levantarse tras caer y seguir avanzando en busca de la luz.

lunes, 18 de julio de 2016

20 años de Etnosur


Ya lo decía Gardel en aquel tango “sentir que es un soplo la vida, que 20 años es nada”. Ya cantaba María Teresa Vera aquel bolero a ese amor de “veinte años atrás”. Y así entre otros sones y ritmos también hemos llegado a los 20 años de Etnosur, los Encuentros Étnicos de la Sierra Sur que parió el amigo Pedro Melguizo y que cada año nos hacen más viejos, este julio al menos dos décadas, pero que paradójicamente nos rejuvenecen. 
Siempre lo he dicho, para mí Etnosur es el Festival de la convivencia y el color. Podría decirse por tanto que es el Festival de la C. Entre otras cosas porque siempre se hace con, con música, con arte, con talento, con luz, con aroma, con esfuerzo, con generosidad, con participación, con los de aquí y con los de allá y con compromiso.  
Ya sé que me repito. Ya sé que no es la primera vez que escribo sobre Etnosur. Y tampoco será la última. Porque en esas dos décadas que ahora festejamos son muchos los viajes de ida y vuelta realizados, como esos sones que cruzaron el Atlántico en una y otra dirección, y porque espero que en los años venideros se produzcan nuevos viajes. Navegando por el mar de olivos entre Jaén y Alcalá la Real, tomando como referencia ese faro que es el castillo de La Mota y siguiendo ese haz de luz que invita a visitar, a conocer, a disfrutar, a convivir… y siempre, a soñar.
Insisto en la que cultura es un puente que conduce a la convivencia. Está abierto al tránsito y cualquiera pueda cruzarlo. No establece fronteras, no requiere pasaportes o visados y por supuesto carece de guardas uniformados y barreras. Pero demanda curiosidad, mentes abiertas y ganas de aprender. 
Ese puente se ha extendido los últimos 20 años durante 3 días en esta tierra fronteriza que no entiende de fronteras. Hemos disfrutado, hemos aprendido y hemos vivido. Hemos etnosureado. Porque mientras en otros lares engrasan los goznes y anhelan pesados cerrojos que conviertan puertas y pasos en infranqueables, aquí permanecen abiertas las ventanas para que fluya el aire de la sierra, un aire de palabras, de imágenes, de olores y de música. 
Estamos para otros 20, pero nos conformaremos con ir de uno en uno. En 2017, el 21. Y a seguir soplando velas. 

lunes, 6 de junio de 2016

La línea divisoria

Dónde está la delgada línea que separa el abismo de la tierra firme. Cuántos habrá que no hayan sentido nunca la necesidad de suspenderse en el aire, vencerse al impulso de saltar en pos de una libertad que no es en muchas ocasiones más que un minuto de calma. 
Qué envidia causa el equilibrista capaz de mantenerse sobre los acordes de la guitarra mientras suena un rock. El mismo equilibrista que flota sobre la espuma de una cerveza sin fin, ajeno al temor de que la copa sea como una bañera a la que basta con quitar el tapón para ser absorbido por el remolino. 
Es la imperfección del ser humano frente a la máquina, incapaz de hallar el interruptor de la pausa. El botón del respiro. 
No hay red para los que fracasan en la búsqueda de la luz. Y las sombras siempre acechan. Basta con estirar el brazo, alargar la mano, dejar caer la toalla y ya no hay cuenta atrás. Ya no hay que volver a besar la lona, ya poco importa levantarse o permanecer tumbado. No hay que apretar los dientes, ni siquiera para fingir una sonrisa o una mueca indescifrable. 
Simplemente no hay. Ya no hay. Y aún así, incluso en la oscuridad es tan fácil enredarse sin red. Perder el equilibrio y flotar. Sin lograr descifrar dónde demonios estaba la delgada línea que separaba el abismo de la tierra firme.

sábado, 6 de febrero de 2016

La trinchera

Miro al suelo. Levanto la vista y calculo la distancia para determinar el lugar idóneo donde empezar a cavar. Trazo una línea imaginaria horizontal y otra, vertical. Vuelvo a desaparramar la mirada por los cuatro puntos cardinales y me pregunto si aún es posible la equidistancia. Podría tratar de engañarme, pero sé cuál es la respuesta. La pala me delata. 
Y sin embargo, podría experimentar una última pirueta. Convencerme de que voy a cavar un agujero donde arrojar los oscuros pensamientos y enterrar parte del lastre que nos condena y nos amarra como el ancla al fondo del mar. Pero no hay zulo que valga, es tiempo de trincheras. 
Han abierto la caja de los truenos. Quieren amedrentarnos con el ruido y hacernos creer que hemos perdido el norte, porque oímos tronar pero no hay ni rastro ni amenaza de tormenta. Es el mismo cielo de aquellos “días azules y ese sol de la infancia” del último aliento del poeta. 
Son los de siempre. Los que gritan desde la caverna. Los heraldos negros pregonando el caos. Los matones impunes. Los encantadores de serpientes. 
Hundo la pala en la tierra para cavar dos trincheras. La real, para cuando vengan. Porque vendrán. Y la ficticia, en la que te escondes o resistes a veces por impulsos y otras simplemente para respirar. 
Quizás la vida sea una sucesión de trincheras. Una batalla continua contra el otro y contra el yo, en la que unas veces se gana y otras se claudica, pero siempre se paga un tributo. Solo que ahora no toca claudicar.
Esta vez no van a pasar. Compartiré la trinchera con aquellos que estén dispuestos a resistir y que no necesiten fusiles y bayonetas para luchar. Con aquellos que no retrocedan ante el miedo, conocedores de que la luz acaba con la oscuridad de la caverna. 
Resistir o emerger. ¡Vaya dilema!

lunes, 20 de julio de 2015

Un mural de color


Podría decir que he perdido la cuenta de las ediciones que van. Pero mentiría. Conozco sobradamente que la de este año ha sido la diecinueve. Lo que no recuerdo es a las que hemos faltado. Y por supuesto, tampoco el número exacto de aquellas a las que hemos asistido.
Etnosur, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, sigue siendo un sueño hecho realidad. Un sueño soñado por unos pocos que nos ha permitido soñar a otros muchos. De modo que bien pudiera parecer que dormimos de julio a julio para despertar a mediados de mes y durante tres días, soñar. O quizás soñamos el resto del año esperando que llegue ese julio mediado para volver a Alcalá la Real.
El Festival continúa siendo esa paleta de colores que cada año da vida a un lienzo. Distinto al del año anterior, pero manteniendo su esencia. Así que si juntáramos los diecinueve cuadros obtendríamos un mural de color, luz, sonido y conocimiento. Un relato visual inconcluso, que sin embargo narra lo acontecido en esos diecinueve años y deja pinceles, paleta de colores y lienzo predispuestos para la próxima creación.
Es una cita anual en la que la amistad siempre ha desempeñado un papel relevante y ha servido de excusa o de hilo conductor para compartir y vivir el sueño a través de las palabras, de la imagen o de la música. Sin abandonar el compromiso y con la convicción de que la cultura es un puente que conduce a la convivencia. El elemento que nos invita a empatizar y a mirar a la vida y a los otros con nuevos ojos; tanto desde el interior como desde la superficie. Y puede que esa nueva forma de mirar no nos haga mejores, pero seguro que no nos empeora.
Acostumbrados en esta tierra que habito a dar demasiados pasos en la oscuridad, no viene mal de vez en cuando buscar la luz del faro en la costa del mar de olivos, seguir el haz y pisar la roca firme de los sueños. Los mismos que nos hacen mover los pies al ritmo de la música y la mente al son de las palabras. Esos sueños que muestran el corazón en unas pinceladas de color.

domingo, 5 de abril de 2015

En nombre del padre


En el nombre del padre se maldice, se jura y se reniega. También se abomina y se cometen tropelías. Y aún así no hay nada más grande que un padre a los ojos de un hijo. Del mismo modo que el más terrible de los hombres es capaz de esbozar una mirada de ternura hacia un hijo. Es parte de la paradoja de la vida, que te da la oportunidad de ser hijo primero y padre después. 
No hay instrucciones ni manuales. En muchas ocasiones se yerra, por aplicar las enseñanzas recibidas o precisamente, por lo contrario. Se puede ser el mejor de los hijos y el peor de los padres. Ser el peor hijo y ser un excelente padre. Y cómo no, ser un mal hijo y un peor padre o buen hijo y buen padre. Y en cualquiera de esos casos no se deja de ser una cosa u otra, o ambas. 
Para un padre es difícil hallar algo en la vida que cause la misma satisfacción que la paternidad. Lo que no significa que aquel que no haya podido conocerla tenga una existencia incompleta o no disfrute de su periplo vital. Simplemente, su vida discurre por otra senda. 
Pero en el camino de los padres, lo mismo que siempre hay una sombra de inquietud emboscada existe la luz. Como si los hijos fueran luciérnagas cuyo revoloteo ilumina a sus progenitores. Puede ser solo un instante. En un recodo del camino. O puede ser una constante, aunque esto es más improbable. 
Cuando se produce uno de esos momentos la luz dota de brillo a la sonrisa y la mirada. Y fluye por las venas hasta llegar al corazón; o quizás sea al revés. Lo cierto es que el cuerpo se vuelve liviano, los pies se despegan del suelo y uno se instala en el firmamento como si fuera una estrella más, con la única finalidad de contemplar con los ojos muy abiertos a esas pequeñas o grandes criaturas que son los hijos. 
En marzo, y por partida doble, recibí una de esas dosis de luz. Yo que busco palabras, respiro palabras y me alimento de ellas, fui obsequiado precisamente con eso, con palabras. Tres sustantivos, tres adjetivos y tres verbos. Un regalo muy especial; de puño y letra de los piratas. Palabras para el padre. En nombre del hijo.

viernes, 30 de enero de 2015

El final del túnel

Casi todos los viernes, si estoy en casa y dependiendo del personaje, tengo una cita frente al televisor con el programa "Imprescindibles", de la 2 de TVE. Una muestra de que se puede hacer una televisión pública de calidad, pese a los mandados de los gobernantes de turno y sus burdas manipulaciones. 
No es fácil, pero siempre hay profesionales capaces de encontrar un resquicio por el que proyectar  su luz y hacernos partícipes de ella, para combatir el vacío y la ceguera de los entregados al pesebre o precisamente aprovechando ambos. 
Hoy el protagonista era el diseñador Alberto Corazón. Artista de sobra conocido, algunas de cuyas creaciones han sido unos de los iconos del último periodo democrático en España, del que se ofrecía una visión de su trayectoria profesional y su universo creativo y una aproximación a su esencia vital. 
Hablaba el creador de ese bagaje vital y sentenciaba, tras haberse sometido a una operación a corazón abierto, que se halló al final del túnel; con la consciencia de que más allá no había nada. 
Esa certeza del punto final sitúa el don de la vida en su exacto valor. Lo aquilata. Y lleva, según Alberto Corazón, a disfrutar cada mañana del esplendor de esa vida.
Habrá más de uno que difiera, por sus propias vivencias o por la escasez de ellas, por sus creencias o la ausencia de ellas, y afirme sin dudar que hay luz al final del túnel. 
El resto nos conformamos con poder seguir caminando por el túnel. Erguidos. Conscientes de que la luz que nos alumbra ha de hallarse en el viaje y no en el destino. 

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un nuevo tiempo

Otro año que se nos escapa vivo. Aunque para ser más exacto, otro año del que escapamos vivos. Al echar la vista atrás, cuesta pensar en buenos deseos, en que los buenos tiempos volverán y en que lo peor ha pasado. 
Y sin embargo, cada 31 de diciembre hacemos una demostración de generosidad (exceso de filantropía que dirían algunos) y buscamos el horizonte con la mirada limpia, la mente abierta y en cierta medida, conscientes de que ni nosotros, ni el resto, recibiremos una mínima, por aceptable, parte de lo que anhela. Y sí, de lo que merecemos. 
Porque nos han pedido, exigido y arrebatado más de lo que nos corresponde aportar. Porque a muchos les han condenado a un viaje sin retorno de penalidades, de humillación y de indignidad; no la suya, por supuesto, si no la indignidad de los inmorales que expiden los billetes al abismo. Y a una parte significativa del resto, nos han ubicado en la fila de la taquilla, a expensas de que una vuelta de tuerca nos convierta en pasajeros o mercancía de ese convoy.
En una noche de números, 31, 12, 1..., debemos asumir que hace demasiado tiempo que no somos más que eso para los que se empeñan en marcarnos el camino, sin preguntar y si importarles si queremos seguir esa senda.
Demandamos un nuevo Renacimiento, un tiempo en que seamos hombres y mujeres, personas de luz que fijemos el nuevo rumbo. Un tiempo en que la letra equilibre al número. En el que piel, carne y huesos no sean monedas de cambio, ni objeto de la aritmética; ni siquiera desde el imperativo del amaos y reproducíos. 
Seguimos apostando por las uvas de la suerte, pese a que nadie podría reprocharnos tomar las uvas de la ira. Y no es poco creer en que en esos nuevos tiempos que se anuncian, las nubes se apartarán para mostrarnos el sol y seremos capaces de mantener la esperanza. Porque querer debe ser poder. 

sábado, 22 de febrero de 2014

75 años de exilio del hombre íntegro

Un año más puede ser mucho o poco tiempo. Pero es indiscutible que la suma de un año más otro acaba siendo demasiado tiempo. Así hemos llegado en 2014 a los 75 y si nadie lo remedia los años venideros alcanzaremos el 76, 77… y cuando contemos 80 volveremos a redondear la efeméride del exilio y muerte del poeta.
Continuará la tumba de Colliure en Francia como destino del peregrinaje de nostálgicos y soñadores y como símbolo del fin de un sistema de gobierno, la República Española, que contempló como los hijos que la sobrevivieron traspasaron las fronteras y como los restos de algunos de los más sobresalientes, Antonio Machado, Manuel Azaña, Luis Cernuda, Ramón J. Sender… reposan en otra tierra.
Yacerá el poeta universal, el hombre bueno, bajo el suelo de un país que le provocaba aversión y continuarán inamovibles los argumentos de detractores y defensores de su retorno, imponiendo un silencio apenas roto por voces de escaso eco.
Quizás sea el tiempo sabio y juegue con nostálgicos y soñadores. Y cuando nostalgia y sueños asemejen una pesadilla retorne el poeta de la mano de otra República como aquella a la que defendió.
O quizás sea el tiempo una losa más pesada que la de la tumba en tierra francesa y continúe sepultando la esperanza de aquellos vencidos, que no derrotados, y sus descendientes de hallar dignidad y justicia.
Siete décadas y media de exilio. Siete décadas y media de pérdidas aún sin recuperar. Prendidos del dolor y la luz de los versos en el bagaje espiritual, pero ligeros en la sabiduría y la existencia de un Juan de Mairena. Y huérfanos del hombre íntegro.



La muerte de Antonio Machado fue "la desaparición dramática de un hombre decente, de un poeta cabalmente vinculado a la propia historia vivida". "Supuso el enaltecimiento de un ejemplo imborrable desde una doble perspectiva humana y política. Machado fue un espejo de los españoles íntegros y su ideario social, su filosofía de la vida, su conducta como defensor de la República, su singularidad dialéctica, perduran como un verdadero paradigma", José Manuel Caballero Bonald (El Cultural, 21 de febrero de 2014).

sábado, 30 de marzo de 2013

La casa de la música


Siempre he dado por buena la creencia de que la música habita en la mente de quien la escribe o la interpreta. Pero es indudable que hay otro hábitat, ajeno a la mirada, donde la música encuentra su espacio propio.
Un lugar interior, una diáfana sala con ventanas por las que se introduce la luz para bañar la estancia e iluminarla parcialmente; dejando a las notas dormidas el cometido de finalizar esa tarea de iluminación, al despertar con las caricias de diestros dedos sobre las cuerdas o el virtuoso desliz del arco.
Una caja de paredes rectas y curvas, levantadas con maestría por el luthier; artesano de manos precisas, tarea minuciosa y paciencia casi bíblica, cuya labor no finaliza hasta que no se registran los primeros huéspedes, en forma de blancas, negras, corcheas o semicorcheas.
Y es entonces cuando solo visible para ojos perspicaces esa caja se transforma en la casa de la música. Un paraíso donde madera, luz y sonido conviven en armonía. En un letargo interrumpido para alertar a los sentidos y conducirnos al sendero de la emoción, a través del tacto, la visión o el oído.


Foto: "Interior de un violín", de Bjoern Ewers y Mierswa Kluska.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Las afueras del corazón

El corazón que no entiende de cercanías está condenado a ser cárcel para una sola presa. La ausencia de libertad lo convierte en la más cerrada de las mazmorras, donde no penetra la luz. Y esa falta de luz conduce irremediablemente a la ceguera.
Por eso hay quien construye fortalezas con recuerdos de piedra o quien habita en la nada para carecer de alrededores.
Partidarios de la máscara y asiduos de la mirada distante, esa que sólo contribuye a la confusión de los interlocutores entre parapeto y arrogancia. Desconocedores de que no hay distancia insalvable para los que caminan como muertos en vida, quienes para evitar el yerro o la diáspora recorren una y otra vez el mismo camino y no saben si acortan o alargan su vida. Pura insignificancia.
Afrontar con naturalidad la ceguera o el temor empuja a otros a poblar las afueras del corazón. Tierra de nadie donde esconden su vulnerabilidad, faltos de abrigo pero imbuidos de la falsa creencia de hallarse protegidos. Y aunque no rehúyen el contacto, sólo contemplan la búsqueda de otros labios para sellarlos y garantizar así el silencio; el engaño con el que revisten la verdad que no quieren oír y de la que se ocultan sin lograr esquivarla.
En las afueras del corazón siempre se imponen los nones a los pares.

domingo, 6 de mayo de 2012

Poemas ilustrados



No he hecho números, pero seguro que sale a cuenta el libro electrónico. Contando el precio del soporte y el coste de la descarga por unidad, y deduciendo los libros incluidos gratuitamente en el terminal (varían según modelo y fabricante), seguro que es rentable. Y aún así, pese a la calidad de las nuevas pantallas y la incorporación de nuevas tecnologías que facilitan la lectura y a la nitidez en la reproducción de las ilustraciones, me sigue pareciendo imposible que estos dispositivos puedan sustituir a todos los libros en el futuro.
Me cuesta creer que algunas joyas de la edición vayan a abandonar el papel para renunciar a su valor bibliográfico y a su esencia como libro para encerrarse en los e-books. Joyas como “Hierro ilustrado. Antología gráfica y poética de José Hierro”, que acaba de publicar Nørdicalibros. Una selección de poemas de Hierro, con ilustraciones del propio poeta, que constituye un homenaje en el décimo aniversario de su muerte.
Es difícil imaginar una obra de estas características o similares fuera del papel. Renunciar a sentir las páginas entre los dedos, apreciar los trazos de los dibujos y recorrerlos con la vista y redibujarlos con esos mismos dedos. Reconocer lo cuidado de la edición, la encuadernación, el color del papel, el tamaño y tipología de las letras, las propias dimensiones del volumen… todo aquello que convierte a un libro en un objeto único.
Afirma Alejandro Zambra, escritor chileno, que “el libro es sólo un producto, lo importante es el texto”. Y sí, es indiscutible que sin texto, cuando hablamos de literatura, no existe el libro. Pero de igual modo, es irrebatible que hay productos de usar y tirar y otros que merecen ser conservados. Pese a que esa conservación nos convierte en “hiperfetichista de los libros”, en palabras del propio Zambra.
Si el texto es lo único importante, no tendría sentido la adquisición de una obra como este “Hierro ilustrado”; porque para deleitarse con los versos del poeta hay ediciones como sus “Poesías completas (1947-2002)”, de Julia Uceda y Miguel García Posada, en la Colección Visor de Poesía. Un volumen de más de 700 páginas, testimonio íntegro de su obra.
Es José Hierro otro poeta de luz, cuyos versos reposan en cajones del olvido. Y su obra plástica muestra también esa luz y su mirada de la realidad. Disfrutar de ambos, versos e ilustraciones, en un mismo libro, además de acercarnos al universo creativo del poeta, contribuye a abrir esos cajones y desempolvar unas palabras que probablemente no sean imprescindibles, pero si necesarias para alumbrarnos al recorrer este camino por el que transitamos y al que llamamos vida.

sábado, 18 de febrero de 2012

Niña de ojos de luna

A la niña Laura le ha dado su luz la luna. Iluminó su cara pero le ha negado la sonrisa. Y aún así, nunca se ha dado por vencida y ha buscado sonreír. Consciente de que el resultado de la lucha podría obligarla a renunciar a algunos sueños y le impedía alcanzar las estrellas, apostó por vivir y no le dio la espalda a esa pelea.
El viento de la mañana ha traído la mala nueva, placebos para el dolor y la negación de la esperanza. Su desesperanza, que son nuestras lágrimas, aviva el recuerdo de cuando llegó a nuestras vidas; con sus palabras, con sus vivencias del despertar a la vida y su amor a la poesía. Esos materiales con los que levantó su morada en nuestros corazones, cuyas paredes podrán desplomarse, pero cuyos cimientos permanecerán inamovibles.
Llegó la noticia, como todas las malas noticias, de improviso y golpeando en aquellos rincones del ser donde es inútil la defensa y no existe lugar para la resistencia. Andaba yo buscando una cinta para atar el tiempo y evitar su extravío y ahora, daría cualquier cosa por hallar un cordel con el que amarrar su tiempo e impedir que se apague.
Es difícil, casi imposible, no dejarse atrapar por los tentáculos de la tristeza, escapar al dolor y contener la rabia. Pero chiquilla Kaede, de piernas largas y ojos de luna, tú que no alcanzaste las estrellas y ahora te convertirás en una de ellas, no mereces nuestro adiós preñado de dolor y tristeza, mereces partir con nuestra bendición, el mejor de los ánimos y nuestro cariño.
Y saber que la despedida nunca es definitiva, que permanecerás en nuestros corazones hasta que volvamos a encontrarnos en cualquier mar al que nos conduzcan los ríos de la vida, donde nos esperarás tejiendo una red de luz, palabras y poesía.

martes, 6 de diciembre de 2011

2012, centenarios machadianos: luz en la oscuridad

Es este final de noviembre de 2011 heraldo de la noche oscura. Fin de ciclo para unos. Y para la mayoría, el comienzo de un previsible camino de tinieblas (liquidación de libertades y derechos sociales, privatización y desaparición de servicios públicos básicos y universales, incremento de la carga impositiva y pérdida de la capacidad adquisitiva para las rentas más vulnerables….) del que no se vislumbra el final y que al avanzar nos sume aún más en la oscuridad.
Y aún así, en ese 2012 que espera ya sin embozar a la vuelta de la esquina, amenazando con retornar a un añejo blanco y negro con el que la esperanza se pinta de desesperanza, emerge como el faro que guía en medio de la tormenta la figura de Antonio Machado.
Regresa el poeta, por partida doble, con la celebración en este 2012 de los centenarios de la edición de Campos de Castilla y de su llegada a la ciudad jiennense de Baeza. Vuelve el viejo republicano del exilio a una España donde nos encontrará huérfanos de referentes y desnudos de valores y donde, una vez más, está todo por hacer. A un país “entristecido y luminoso”, según uno de esos escasos referentes que aún conservamos, el filósofo Emilio Lledó¹, que recurre a Machado para hablar de la luminosidad, de la decencia popular y la honestidad.
El poeta que descansa, como el presidente Azaña, en suelo ajeno, como nos recuerdan los versos de Alberti: “Descansa, desterrado/ corazón, en la tierra dura que involuntaria/ recibió el riego humilde de tu mejor semilla”². Y sin embargo, si en alguna ocasión a alguien no se lo pareció, fue siempre y es hoy la presencia de Antonio Machado imprescindible. Poeta de dolor, pero también poeta de luz.
Dolor, tristeza y luz con los que llegó a Baeza en noviembre de 1912 para tomar posesión de la Cátedra de Lengua francesa en el Instituto General y Técnico, en el que permanecería hasta octubre de 1919, fecha en que es trasladado a Segovia. Su regreso a Andalucía, tras la muerte de su esposa Leonor.
Y es ese hecho el que nos devuelve la figura del poeta, con la celebración de un centenario plagado de actividades, que culminan a finales de octubre y primero de noviembre de 2012 con el Congreso Internacional Conmemorativo Cien años del encuentro de Antonio Machado y Baeza (1912-2012), que tendrá lugar en la Sede, que lleva el nombre del poeta, de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en Baeza.
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lunes, 21 de noviembre de 2011

La oscuridad

He abierto la ventana para sentir si corría un viento helado. Para saber si las nubes además de agua arrastraban el poso de la tristeza, mientras la negrura del cielo pintaba el presente y teñía el futuro de aquel blanco y negro del pasado que ingenuamente creíamos superado.
El miedo y la ignorancia prevalecen frente a la razón. Y la incertidumbre trae la certeza de que lo peor aún está por llegar. De modo que el hielo compartirá viento y venas y encogerá los corazones; incluso aquellos que hoy creen florecer, cegados por un éxito efímero que no logra esconder una derrota mayor.
No escaparán a la oscuridad, ni aquellos habituados a caminar entre tinieblas. Y sólo los que buscan el sol, pese a correr el peligro de quedar ciegos al mirarlo, podrán hacer tornar la luz.

lunes, 14 de febrero de 2011

Tinieblas

Habitamos en las tinieblas. Desde la consciencia o la inconsciencia. Voluntaria o involuntariamente. Permanente o provisionalmente. Tinieblas que unas veces nos son impuestas; otras, son creadas por nosotros mismos y otras, las trae la propia vida.
De algunas logramos escapar. No sin dificultad. Otras nos acompañan siempre, a pesar de nuestros esfuerzos por liberarnos. Y otras caen sobre nosotros, de repente, como la noche oscura.
Un mundo de sombras donde compartimos hábitat con demonios y miserias. Un espacio donde la realidad transmuta en ficción y casi nos hacer creer que existimos en un lugar de la imaginación, probablemente en la mente de un ser retorcido.
Miro hacia el Sur y veo con satisfacción como los pueblos abandonan las tinieblas utilizando los fusiles como floreros, igual que en aquella hermosa revolución lusa. Pero temo que sea provisional y terminen por habitar de nuevo en otras tinieblas con los mismos demonios y disimuladas miserias.
En la vieja Europa somos ahora más refinados y no demandamos antorchas humanas para avanzar entre tinieblas. Del mismo modo que evitamos meternos en jardines, aunque eso suponga renunciar a la belleza y al aroma de esas flores que desarman ejércitos. Renunciamos a la esencia en beneficio de la estética.
Entre mirada y mirada oigo el aleteo de los pájaros sobre nuestras cabezas marcando una borrosa línea de futuro. A algunos les parecen aves marinas, señal de que la tierra está cerca. A mí me parecen murciélagos, heraldos de las sombras. Fijo la vista y no dudo de que en algún lugar cercano se halle la tierra, suelo firme, pero envuelta en las tinieblas.
Qué difícil es hallar la luz. Algunos creen poseerla y otros se muestran alborozados por descubrirla, y en realidad sólo están deslumbrados o han sucumbido a un momentáneo reflejo luminoso. Sin hombres y mujeres de luz, la inmolación parece una salida (ya sea la de un estudiante o la de un presidente), pero perdemos el presente y el futuro queda en manos de los otros. Continuamos habitando en las tinieblas.

domingo, 18 de julio de 2010

Fuego del Sur

El fuego del Sur diluye la memoria. Apaga los rescoldos de anteriores estíos. De modo que cada año se convierte en un nuevo infierno.
Sobrevivimos. Evidenciamos una vez más la capacidad de adaptación del ser humano al entorno. Y resistimos al aumento de los grados, convenientemente amplificados por los medios de comunicación; que convierten lo habitual en noticia, queriendo dotarlo de la condición de excepcional. Presos de esa disolución de la memoria y agarrados a la reiteración de sobrepasar los límites de los 40 grados, que no varían las condiciones climáticas, pero inciden de forma negativa en la percepción térmica.
Los días de fuego conducen a las noches infernales. Cuando la soledad de los pensamientos en la vigilia es el preámbulo de un averno de insomnio. No hay reposo.
Cuentan de pasiones que abrasan más que el sol. Cuando terminan, avivan una candela en las entrañas, que no se puede apagar nunca. Y abren heridas en el corazón imposibles de cicatrizar. Marcan el particular descenso a los infiernos y convierten en ilusión una estancia en el paraíso.
Esas brasas inundan los solitarios pensamientos de las veladas y se funden con la quemazón del estío. Es el fuego del Sur, que pese a la incandescencia amenaza con la oscuridad, en una tierra de hombres y mujeres de luz.