Habitamos en las tinieblas. Desde la consciencia o la inconsciencia. Voluntaria o involuntariamente. Permanente o provisionalmente. Tinieblas que unas veces nos son impuestas; otras, son creadas por nosotros mismos y otras, las trae la propia vida.
De algunas logramos escapar. No sin dificultad. Otras nos acompañan siempre, a pesar de nuestros esfuerzos por liberarnos. Y otras caen sobre nosotros, de repente, como la noche oscura.
Un mundo de sombras donde compartimos hábitat con demonios y miserias. Un espacio donde la realidad transmuta en ficción y casi nos hacer creer que existimos en un lugar de la imaginación, probablemente en la mente de un ser retorcido.
Miro hacia el Sur y veo con satisfacción como los pueblos abandonan las tinieblas utilizando los fusiles como floreros, igual que en aquella hermosa revolución lusa. Pero temo que sea provisional y terminen por habitar de nuevo en otras tinieblas con los mismos demonios y disimuladas miserias.
En la vieja Europa somos ahora más refinados y no demandamos antorchas humanas para avanzar entre tinieblas. Del mismo modo que evitamos meternos en jardines, aunque eso suponga renunciar a la belleza y al aroma de esas flores que desarman ejércitos. Renunciamos a la esencia en beneficio de la estética.
Entre mirada y mirada oigo el aleteo de los pájaros sobre nuestras cabezas marcando una borrosa línea de futuro. A algunos les parecen aves marinas, señal de que la tierra está cerca. A mí me parecen murciélagos, heraldos de las sombras. Fijo la vista y no dudo de que en algún lugar cercano se halle la tierra, suelo firme, pero envuelta en las tinieblas.
Qué difícil es hallar la luz. Algunos creen poseerla y otros se muestran alborozados por descubrirla, y en realidad sólo están deslumbrados o han sucumbido a un momentáneo reflejo luminoso. Sin hombres y mujeres de luz, la inmolación parece una salida (ya sea la de un estudiante o la de un presidente), pero perdemos el presente y el futuro queda en manos de los otros. Continuamos habitando en las tinieblas.
De algunas logramos escapar. No sin dificultad. Otras nos acompañan siempre, a pesar de nuestros esfuerzos por liberarnos. Y otras caen sobre nosotros, de repente, como la noche oscura.
Un mundo de sombras donde compartimos hábitat con demonios y miserias. Un espacio donde la realidad transmuta en ficción y casi nos hacer creer que existimos en un lugar de la imaginación, probablemente en la mente de un ser retorcido.
Miro hacia el Sur y veo con satisfacción como los pueblos abandonan las tinieblas utilizando los fusiles como floreros, igual que en aquella hermosa revolución lusa. Pero temo que sea provisional y terminen por habitar de nuevo en otras tinieblas con los mismos demonios y disimuladas miserias.
En la vieja Europa somos ahora más refinados y no demandamos antorchas humanas para avanzar entre tinieblas. Del mismo modo que evitamos meternos en jardines, aunque eso suponga renunciar a la belleza y al aroma de esas flores que desarman ejércitos. Renunciamos a la esencia en beneficio de la estética.
Entre mirada y mirada oigo el aleteo de los pájaros sobre nuestras cabezas marcando una borrosa línea de futuro. A algunos les parecen aves marinas, señal de que la tierra está cerca. A mí me parecen murciélagos, heraldos de las sombras. Fijo la vista y no dudo de que en algún lugar cercano se halle la tierra, suelo firme, pero envuelta en las tinieblas.
Qué difícil es hallar la luz. Algunos creen poseerla y otros se muestran alborozados por descubrirla, y en realidad sólo están deslumbrados o han sucumbido a un momentáneo reflejo luminoso. Sin hombres y mujeres de luz, la inmolación parece una salida (ya sea la de un estudiante o la de un presidente), pero perdemos el presente y el futuro queda en manos de los otros. Continuamos habitando en las tinieblas.
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